NOCTURNO
La oscuridad del cielo adquiere perspectiva
por los astros que brillan entre nubes dispersas,
y es bello contemplarlo, y peligroso;
el crepitar de leña que nos sugiere el sexo,
canciones de acampada y juventud
dispuesta a emborracharse
con la luna; hay también
quietud en lo profundo, donde no ocurre nada,
allí donde podría imaginarse
un vuelo de lechuza que atraviesa el silencio.
Y todo se resume en la palabra
fugaz.
Pero yo me detengo en ese corro
que corteja a la vida, compartiendo
explosiones de júbilo y otra especie de guiños
que luego buscarán intimidad
a la luz de las brasas de la hoguera.
Uno de ellos parece ensimismado:
“mañana… estos momentos…”
se teme,
y no disfruta.
Entre tanto, las chicas,
sensuales con sus nucas descubiertas,
dotadas de misterio por reverberaciones
de llamas que iluminan, de vez en vez, sus rostros;
ajenas al dolor
que acaba de robarle la sonrisa
al joven pensativo.
Se saben triunfadoras del presente.
Y el presente les dura hasta mañana.
De El círculo vicioso (Universidad de Granada, 1996)
DE NOCHE, LOS DOMINGOS
De noche, los domingos son más tristes.
Ayuda la impresión bobalicona
de la luna
distante,
cuyo velo de flema
irreal se contagia:
las familias se arropan a la lumbre
eléctrica, o apuran
los restos de la cena quedamente,
pensando ya en la paz merecida del catre;
descienden el telón de las persianas
y se rinden al sueño de sí mismas.
“Que nadie nos moleste”
digo entonces,
“vámonos a un rincón”.
Me aprietas silenciosa. Tú también tienes frío.
Pero los dos sabemos que quizás
sea mejor así,
caminar solitarios los recodos del pueblo
y a espaldas del convento
–piedras despellejadas con verdín-
nuevamente entregarnos en un culto
feliz porque salvaje:
dos mamíferos
que luchan contra el medio por conservar no más
que su sangre caliente.
De El vino de los amantes (Hiperión, 2001)
AIRE VICIADO
Cuando nos falta fe para cremar la tarde
sostengo con el índice la llama de una vela;
y a esa luz palpitamos
de sombra en la pared,
pero no nos abriga.
Como no hacen hogar las mecedoras
(por más que ralenticen el tiempo de tenernos),
ni la mesa camilla, ni el frufrú de las manos,
los libros, la quietud, los días por venir.
¿Qué poso del amor no quiere aquí asentarse?
Ven,
vamos a abrir la puerta.
No precisamos techo para hacer pie,
míralo así:
tampoco tienen un lugar las nubes
pero pasan.
Y cuando acaso alguna se equivoca,
o queda rezagada,
o el viento la desvía,
no importa, también pasa.
De Nos han dejado solos (Pre-textos, 2009)
AUTORRETRATO
Al final de estos brazos unas manos
para tocar por gusto
o acercarle sustento
a la boca que pía.
Igualmente dos piernas acopladas
al tronco: lo pasean
con sus lagares dentro,
con sus filtros y bombas,
sus engranajes sordos.
De perfil me embellecen
un ojo y una oreja, media nariz, dos labios
mitad sobre mitad.
Y duros huesos a los que se enredan
músculos trepadores
regados por la sangre que heredé,
todo cubierto de porosa dermis
mal abrigada por vellosidades.
Pero yo, que habito una región
ignota en el cerebro,
sólo me reconozco íntegramente
en el pene y los testículos:
esos ojos no natos con trompa umbilical,
reliquias ancestrales
de las eras biológicas que confluyen en mí,
pura animalidad que me despierta.
¿Para qué sirvo entonces,
a qué puedo aplicar estos dispositivos,
exactamente qué he venido a hacer?
Vivir, pero además
vivir consciente,
vivir como si solo
fuese real la vida.
Y dar gracias a ciegas
a quienes me engendraron,
gracias al niño que me trajo aquí,
gracias a las muchachas,
al perro que me sigue y a la flor transitoria,
a la llovizna mística, a la luna de agosto,
gracias a los viajes que al llevarme
me hacen creer en casa,
y a las drogas felices, y a las decepciones
que me tienen humilde.
Esto soy. Gracias,
enormemente gracias.
Aunque, en verdad, no era necesario nada de esto,
muchas gracias.
De Nos han dejado solos (Pre-textos, 2009)
SIEMPRENIÑO
Oh tua blándula blanda blandícula
Oh tua mamulae mamae moliculae
cave cavete meam víperam nisi te mordem
Morde me! Basia me!
(Rodolfo Hinostroza)
¿Sabes qué significan las líneas de tus manos?
Que estás viva.
Así la convencí de que viniese a casa.
Y una vez en mi cuarto de estudiante
con 35 años,
su candor y mi boca se avinieron:
No, no siempre soy así,
siempre soy diferente, Gatusa,
morde me…
Qué bonitas promesas me quedaron.
Y entonces se ofrecía como un cielo
profundo, inteligente.
Y el niño que se niega a desaparecer
al oído me hablaba
de los capullos de las amapolas:
¿De qué color será por dentro?
Si es blanca ganas tú,
si es roja gana ella.
¿Lo abrimos ya, la abrimos?
Gatusa, mientras tanto, separaba
los bordes de su vulva
vaporosamente,
y eran rosas los pliegues de la flor,
y el niño se alegró con un aplauso:
¡Un empate! Tenéis que repetir…
Lo cual verbalicé luego de esta manera:
ven a verme otro día,
te leeré
las líneas de las manos.
(Inédito)