DE ELEGÍA DEL CÍCLOPE
El amante
Me desnudé del tiempo
y casi se cae de la mesilla
como un gong en el silencio
borroso.
Oía el acompasado borboteo
de las manecillas
cuando los nubarrones
me dejaron sin aliento.
Supe que no resolvería nada
dilatando
cada vez más el verde
de la colcha.
Garabatee en el portal
que ella había dejado
disimuladamente abierto
entre puntillas de encaje.
Se desveló
como un relámpago
rasgando la tarde
que no me ibas a dejar
en la estacada.
Aguzando los dedos
entre su cabellera rubia
para cerrarle los ojos
la besé como haría un marinero
porque aquella única cita
no disipaba el naufragio.
La gocé desde la cabecera
hasta el muelle
rizando suspiros
en el zócalo rojo
en el ángulo más profundo
del vientre deshabitado
de la cancela.
Era un día de otoño
impredecible en la dirección
del viento,
nada prudente
antes de embarcarse,
en el silencio embarazoso,
para contarle el viaje
de los otros.
Aún negué con la cabeza
robándole la sonrisa
para zarpar entre sus brazos.
Tu no te inquietes,
verás como crece la sangre
entre los muslos
y el no habrá existido.
Al apagar la luz
noté su mano fría,
sus ojos acostados
mirando hacia el futuro
con desdén,
en medio de la tarde.
Abrí mi maletín
como el que abre su corazón
para hacer balance
de la oportunidades,
de las cicatrices de los muertos,
de la inútil expiación.
Para seguir escribiendo
miraba trazos brillantes
después de restregarme los ojos.
Tu no eres para mi.
Como este muro desconchado
no llama a la esperanza,
¿podría yo trasladarme
a tu regazo?
Desamueblado y muy lejano
no podría resistir
otro embate mas
de su mirada entreabierta,
me reprocharía las manchas rosadas
en la blanca camisa de los días
de fiesta,
como las uñas de luto
después de sondear la tierra.
Era una culpa muy honda
que empozada en un labio
me perseguiría un día lluvioso
para anidar en cualquier derrumbe
Si ella no me despechara
en su limitado horizonte
de palabras susurradas
lánguidos abrazos
y sospechas,
sabría lo que no era mío
respirando, boqueando
el último cigarro,
cuando el alba
se colara entre los gallos
sobre la cama
como el olor a café
después de una tormenta
del alma.
***
DE LIBRO DE LOS COMETAS
Memoria de la Esfinge
Que nadie se enoje si mirando a la tierra
ignoro una forma bella,
una presencia de luz única.
Voy cabeceando, uncido
como un buey tirando de un carro
y si me encuentro contigo en cualquier camino
y no te reconozco, no me desprecies.
Aunque tú no sólo existes como figura alada,
tu blanco rumor no siempre es claro
y la luna huye también de tus palabras noches,
de ese aliento húmedo que exhala la tierra,
de tu ceñuda frente para juzgar la luz,
de tus parpados cerrados para ocultarte
del forcejeo de las manos.
Sentada indolente adoptas la postura
que es el perfil de siempre,
como si fueras plana desde ese único ángulo.
Es la forma de una roca
que parece una cabeza mutilada,
un torso caído
sobre peces flotando en una nube,
un cenotafio cuyas inscripciones
han sido borradas.
Ya no importa la estela que dejes,
será un reguero de sangre seca,
polvo anónimo al final de un linaje agotado.
Pero ellos ya no se preguntan.
Rodean el pozo de los muertos
con palabras afiladas.
Son moscas zumbando, golpeándose
contra el cristal del tiempo
por una gota de sangre.
Atraídos por su propia imagen
multiplicada,
solos, orinando sobre la tierra
como si lloviera en sus almas
diminutas y crearan una tormenta
que les aniquilara,
tienen una existencia efímera
son granos de arena,
libélulas,
estrellas fugaces
y la naturaleza no guarda memoria de su paso.
***
Prolongación de la vida
En la trinchera la muerte afila su guadaña acostada en el humo. Como una abeja reina, bajo el parapeto, él estaba preñado de promesas, presentía las corrientes de agua y en los días despejados anunciaba las tormentas. Era un oráculo, estaba plantado en la tierra y percibía cualquier estremecimiento. Entre un instante y otro sentía el temblor en el paisaje, como si los puentes estuvieran vivos y mecieran un coche de caballos, trotando sin moverse en el amarillo titilante de los álamos, con una muchacha agitando el brazo en un adiós permanente. Un día no vio venir a la muerte. Quizás sus pies dejaron de sentir el magnetismo terrestre. El brillo del cuchillo cruzó una nube gris y la sangre y el agua regaron la tierra, se filtraron hacia las profundidades. El aliento frío y reseco de la muerte aquietó los labios y fijó la mirada en el vacío. Entonces nací yo a miles de kilómetros y mi madre me dio agua rosada, filtrada desde su herida tan lejana.
Soy una excepción de lo que debiera ser. De lo que tendría que haber sido. Con mi edad ( 65 ) he comenzado a leer poesía. Todo principa del “mesanzino” ___”Estoy en la tristeza” en el Metro de Madrid.
Me gusta los poemas tuyos leídos por internet. Gracias por haber escrito.