Autor: Rafael Yuste Oliete.

Me gusta la austeridad de esta tierra, su aspereza. Resulta un escenario creíble para caballeros medievales y guerrilleros libertarios. Sin romanticismo. Matando. Según un ritual de fertilización a través de la sangre. Para mantener en vela al destino. Ojalá. Son plantas vivaces y animales nerviosos, de plumas y pelaje crípticos. Es una comunicación hecha de gestos y códigos silenciosos. Somos tú y yo, amándonos en esta quietud depredadora.imagen1

Sit tibi terra levis.
La abuela murió un 18 de mayo, a las 21.15, en la habitación 812. Besé su frente como había hecho con su marido 18 años antes.
Sus párpados cerrados,
su boca abierta-oscura,
insondable aquel vacío en un gesto
tan sencillo. La piel como de cera.
Su cuerpecito alado, un día de domingo.

Las razones del cuerpo.
La nostalgia del cuerpo.
Sin poder evitarlo
estar ahí
un salvaje de camisa azul cielo
a través del espejo.

Pero el cuerpo es inocente, sostiene
al mundo su inocencia.
Cuando acaricio el tronco de los árboles
atiendo con la mano
al hecho increíble de su latido.

El poeta en la sauna.
El poeta en la ducha.
El poeta respira agradecido
como una liebre, tumbado en el suelo.
Con su voz gastada, como de arena,
y el sabor fresco aún de la naranja,
dulce el espíritu
el poeta responde:
nuestra felicidad nace del cuerpo
y es cuerpo bendecido en un instante.

Qué alegre es su presencia de pez-pájaro.
Nos faltó lanzar juntos la cometa
dar aire a este presente
sujeto por un hilo a nuestras vidas
A veces nos faltó perderlo todo.

Si somos gente apegada a la vida
y a las metáforas
ninguna voz reveló tanto
como esta lluvia que murmura mundo,
testigo del lugar donde ha caído,
que tiembla, de puro cuerpo que somos.

Eran gitanos sonrientes. El uno, chófer de una furgoneta de putas. Me esbozó su historia en apenas quince minutos. Casado a los 19 años y padre de 3 hijos. Me confesó que a veces había pasado miedo. El otro era Mario. Portador del VIH. Le gustaba enseñarme una cicatriz que le cruzaba el pecho de arriba abajo y contarme cómo Jesucristo se le había aparecido durante su convalecencia en el hospital. Yo asentía. Él también había tenido miedo. Murió de fiesta, amando todavía a la mujer que le había abandonado.
El miedo nos enraíza, nos hace más corpóreos, más graves.
He leído en Jünger que la gravedad de carácter tiene que ver con una determinada percepción del tiempo. El miedo y el tiempo. El terror existe en nuestro mundo y lo hace en el tiempo, ante el caos. Su reflejo en caras planas como espejos, tan diferentes a las de un reptil, un pez, un pájaro…, expresa: <<Estamos solos y tenemos hambre>>.
Creo que el sentimiento de humanidad, el de compasión, si se quiere, surge de la ausencia de miedo.

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Los héroes
lloran su muerte y su resurrección.
Y aceptan su destino.
Para Heráclito, el destino del hombre es su carácter.
Pero alguien podría decir:
si el destino del hombre es su carácter
pondré todo mi empeño.
Pero entonces, ¿por qué lloran los héroes?

Los cuerpos se desplazan, la verdad
se mueve.
Estamos condenados
a pagar para siempre el movimiento.
Si el alma es una sustancia epicúrea,
compuesta de átomos
que atraen a otros átomos,
el viaje es la epopeya de la física.

Si fue dulce el tormento, no lo sé.
Estabas lejos.
Era cuanto importaba.
Éramos frágiles, e invulnerables.
Luego, poco a poco, nos adentramos con más decisión en el espacio de la moral, la casa del ser. Pero el ser es una idea y la moral nos envejece. Estamos, pero no somos. O somos una consecuencia efímera. Poca cosa, nada concreto. Y aun así, en mi insignificancia,
te debo tanto…

Anoche reímos a gusto.
Una mandarina había tomado el aspecto de una manzana, pero esta era un plátano
(disfrazado.
Y qué si solo somos apariencia,
un cuerpo solo cuerpo afortunado
Floreciente avatar entre cadáveres.
Oruga, ninfa y mariposa a un tiempo.
Destino invariable, accidente, cosa.
Belleza, anunciación de soledades.

Un olor animal nos acompaña.
Un alma verdadera, mortal, para ser cierta.
Un alma familiar, hecha de restos.

(Ayer fuiste granado agradecido,
hoy entregas tu corazón al mundo.)

Como en un engranaje abandono las rotondas.
He visto a la oropéndola;
a la rapaz con su presa, acosada por la urraca;
nubes lenticulares, la atmósfera finita;
el éxodo, la eternidad a cuestas.

Anexo

Quedan las sombras que el cuerpo produce
En este sentido, me declaro entusiasta del Caravaggio; de la luz, con independencia de su origen; de la representación, capaz de expresar una certeza que de otro modo relegaríamos, de tan acostumbrados a vivir como estamos. Michelangelo Merisi murió en circunstancias oscuras, seguramente enfermo, a la edad de 39 años. Recuerdo el encuentro con su Bacchino malato y su David, en la Galería Borghese. El mismo hombre, el pintor, como un Baco divino, joven y morboso, y como un Goliat maduro y decapitado, la desesperación en su rostro, quince años más viejo. La conversión de san Pablo, en la capilla Cesari de Santa María del Popolo, también en Roma, mucho más impactante que La crucifixión de san Pedro, a su lado. Seguramente, porque el caballo del que ha caído Pablo y que ocupa casi toda la escena es algo único, revelador. Y un Amorcillo durmiente en el palacio Pitti de Florencia, que me atrapó entre una multitud de obras. Descubro años más tarde que su modelo pudo ser el cadáver de un niño. Una sombra, allí donde la luz no llega. Donde las cosas se acaban. O son otras.

queda la parte en el todo y el todo  en el espacio <<En medio del vinoso ponto, rodeado del mar, hay una tierra hermosa y fértil, Creta (…)>>. Las islas son fragmentos y reductos de plenitud a un tiempo. Los murales del palacio cretense de Cnosos fascinaron mi imaginación desde niño. Pura arqueología. Delfines azules, grifos bonancibles, hombres y mujeres jóvenes, suaves y delgados, mediterráneos, evocando esa tierra hermosa y fértil de la que hablaba Homero. Y sin embargo, ese es el lugar de un laberinto monstruoso. En su origen podríamos vislumbrar una capa arqueológica más reciente, la de quienes justificaron la imposición de su propio estrato cultural. En cualquier caso, en ese proceso surgieron la Ilíada y la Odisea. El mar se convirtió en laberinto y la escritura, en un mar que todavía surcamos, extendiéndolo cada vez más con nuestra singladura, igual que se expande el cosmos. Es esta nuestra cualidad universal. Solo así soy poderoso en mi cuerpo.

queda al fin una adenda metafísica.
Dios que estás detrás de cada soneto. Estructura, mente. <<Cómo ser santo cuando Dios ha muerto>>. <<Cuál es el sonido de una sola mano>>. Añadiré una tercera proposición que escuché a Jean-François Lyotard en San Sebastián: <<Cada oración [gramatical] es una plegaria>>. Se refería a como tratamos de legitimar nuestra existencia. Hay una cierta pasión por existir. Y un cierto sacrificio. (Sin pasión, difícilmente seré crucificado.) Compartimos algo hacia lo que tiende nuestra intención, nuestra mano, nuestra voz. Podríamos ver un destello de eternidad en todo ello. Como un púlsar que se estremece en el firmamento. Estamos tú y yo, y eso que nos hace estar juntos. No sé si será para siempre. Pero es suficiente, a la 1.35 de un domingo de noviembre.

Autor: Rafael Yuste Oliete.

Zaragoza, 1968.
Fundador del grupo editorial alternativo Drume Negrita (1989-2006), es el actual responsable de la editorial Prames. Ha publicado poemas en revistas como La Expedición, Calibán y Rolde, y es autor del libro Trilogía de historia natural (PUZ, colección ‘La gruta de las palabras’, 2001). Con varios poemarios inéditos, una pequeña parte de Las aventuras de Juan Lázaro se puede escuchar en https://thebooksmovie.com/2016/06/16/las-aventuras-de-juan-lazaro-de-rafael-yuste/. Lo filosófico y el paisaje son una constante en su poesía.


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