El suicidio siempre ha estado rodeado de misterio. Considerado un tabú, un secreto, un derecho… dependiendo de la época o del país en que nos movemos. Su aparición inesperada sigue despertando muchas incógnitas, sobre todo cuando se refiere a personas influyentes en la sociedad. Dada su característica de contranatura, entre otras, ha sido ocultado, reprobado e, incluso, condenado por las leyes. No fue hasta mediados del siglo XX cuando se discriminalizó en la mayor parte de los países occidentales. Su investigación es limitada y las conclusiones nos indican una serie de hechos a tener en cuenta.

Si hablamos del pensamiento creativo, la tasa de suicidio es cinco veces mayor entre los científicos, los compositores, los hombres de negocios, los artistas y los escritores, incrementándose aún más entre los poetas. Se pueden consultar diversos estudios al respecto (Ludwing, 1995; Kaufman, 1987). Estamos hablando de profesiones que requieren un trabajo creativo considerable y con una gran dedicación. Para poderlas desarrollar se necesita un esfuerzo constante y mucho sacrificio personal. Por otro lado, dentro de la población de escritores, el 41% padecía de depresión maníaca profunda mientras que en la de científicos el porcentaje de esta enfermedad era del 1%.

El presente ensayo no pretende ser un minucioso análisis de este fenómeno sino la constatación de un hecho que ha marcado profundamente la historia de la literatura en particular; y en general, la del mundo. Las estadísticas nos muestran que la tasa de suicidios va en aumento a un ritmo sostenido.

Y surge la eterna pregunta: ¿qué ocurre para que una persona actúe en contra del instinto de supervivencia? Habrá que contemplar varios factores:

Fisiología. Al realizar las autopsias se ha encontrado un bajo nivel de FNDC (factor neurotrófico derivado del cerebro; es una proteína –neurotrofina- que estimula la supervivencia, crecimiento o diferenciación de las neuronas y puede intervenir en la estimulación y control de la síntesis de nuevas neuronas a partir de células madre) en el hipocampo (memoria y aprendizaje) y en la corteza prefrontal (planificación y toma de decisiones), un bajo nivel de serotonina (neurotransmisor: control de la saciedad, de la actividad motora y de las funciones perceptivas y cognitivas, entre otros) y un aumento de los receptores de serotonina 5-HT2A (modulan la adicción, la imaginación, el aprendizaje…), un descenso de ácidohidroxindolacético (metabolito principal de la serotonina) en el líquido cefalorraquídeo y un descenso (no está demostrada esta implicación) de noradrenalina (otro neurotransmisor: vigilia, motivación, estrés). Se podría concluir que el cerebro de los suicidas no funciona como debería pero no se trata de enfermedades mentales sino de diferencias fisiológicas, tales como el color de los ojos o del pelo.

Alteraciones o trastornos mentales. Otro factor de riesgo es la presencia de determinadas enfermedades mentales. El cerebro presenta una alteración en su funcionamiento y lo que observamos son conductas extrañas que rompen las normas sociales. De esta forma, nos encontramos con el trastorno depresivo mayor, el trastorno bipolar, la esquizofrenia, los trastornos de personalidad, el trastorno por estrés postraumático y el trastorno de conducta alimentaria. La incidencia en las tasas de suicidio varía del 27 al 90%.

Abuso de sustancias. El consumo de alcohol, drogas y sedantes (benzodiacepinas), y la ludopatía también son factores de riesgo.

Genética. Los antecedentes familiares de suicidio influyen del 38 al 55%. Por ejemplo, el triptófano hidroxilasa (TPH, enzima implicada en la síntesis de serotonina) se fija por un gen. La inhibición de TPH puede originar episodios depresivos.

Enfermedades físicas. El dolor crónico, los traumatismos craneoencefálicos, el cáncer, el lupus, el sida y los trastornos del sueño también deben tenerse en cuenta.

Estados psicológicos. La desesperanza, la anhedonia (incapacidad para experimentar placer), la depresión, la ansiedad, la percepción de escasa capacidad para resolver problemas o de la pérdida de facultades (por enfermedad, edad…), el bajo control de los impulsos, el concepto de sentirse una carga para los familiares, la ínfima integración en la sociedad… son otros aspectos que contribuyen.

Acontecimientos vitales estresantes. Nos encontramos con pérdidas de familiares, amigos o trabajo, con acoso escolar, con abuso sexual, con pobreza, con problemas financieros… Véase lo ocurrido durante la crisis de 1929, por ejemplo, o el alto nivel de suicidios en el ámbito rural en China de la actualidad.

Medios de comunicación. La mención en las noticias de suicidios causa un efecto rebote no deseado que podemos comenzar a registrar a raíz del ‘efecto Werther’ (personaje de la novela homónima de Goethe de 1774) que provocó el suicidio de, al menos, cuarenta lectores.

Redes sociales. La proliferación de páginas que instigan a determinadas conductas contrarias al cuidado del cuerpo y de la mente es cada vez más preocupante. Basta recordar la reciente propagación del método de la “ballena azul” por internet desde Rusia.

Racionalización. La búsqueda de razones (enfermedad crónica, escasez económica, ideas políticas, religión…) conlleva a tomar esta decisión. Nos encontramos con el suicidio asistido, el altruista (los esquimales lo practican en situaciones de escasez de alimentos), el ataque suicida (muy utilizado por el terrorismo), el suicidio colectivo (un grupo de individuos que se conocen o no, en el mismo lugar y al mismo tiempo) y el pacto suicida (dos personas toman juntas la decisión y se realiza al mismo tiempo, prácticamente).

Características de personalidad. Factores como la impresionabilidad (los factores externos negativos inundan la mente de la persona que responde con tristeza o ansiedad), un desequilibrio mental excesivo (perturbación de la actividad intelectual, del estado de ánimo o de la conducta), la sensibilidad (las emociones positivas y negativas son intensas) o la vulnerabilidad (baja capacidad para afrontar las situaciones negativas extremas) contribuyen notablemente. Estos procesos mentales extremos pueden conllevar el alejamiento de la conciencia, de la propia persona. Se percibe la frustración como una catástrofe vital y creadora; la interpretación de la realidad nos guía hacia un callejón sin salida.

-La luz solar. Los austriacos llevaron a cabo un estudio sobre la incidencia de la luz solar como factor de riesgo. Una curiosidad: las estadísticas nos predicen que el día en el que se va a dar un mayor número de suicidios es un lunes, a las diez de la mañana y en primavera.

No queremos seguir analizando un tema en el que filósofos, psiquiatras y psicólogos todavía tienen mucho para investigar. Pinillos habla de frustración de los deseos, de desorganización comportamental; Durkheim, de la estructura social a la que el individuo queda expuesto; Freud, de mecanismos de defensa de la persona; Goleman, de éxitos y fracasos…

Ya hemos comentado que la incidencia de suicidios es mayor en los escritores. Añadimos otra curiosidad en el ámbito de la literatura: Tim Crow (2008) explica (como hipótesis) que la lateralización cerebral permitió la aparición del lenguaje humano. Según su texto, los inventores de palabras tienen el doble de posibilidades de padecer esquizofrenia.

No cabe duda de que la capacidad de hablar nos ha aportado una ventaja adaptativa en nuestra genética. Otra cuestión es el pensamiento que se transmite a través de la palabra. Las personas creativas (científicos, escritores) desarrollan un pensamiento divergente (imaginación, fluidez) y a través de los resultados podemos contemplar su genialidad.

Aunque también se puede estar destinado al sufrimiento; ya se ha comentado la importancia de una excesiva sensibilidad. En ocasiones no se pueden controlar los procesos mentales y la visión del mundo se realiza a través de un filtro que solo deja pasar las ideas negativas. La frustración conduce a la desolación. La tristeza invade la mente; aparece la culpa por el pasado; se pierde la energía; el futuro es negro. El pensamiento gira alrededor de una idea fija y la muerte es considerada como una liberación.

“El hombre no ve las cosas tales y como son en sí mismas sino tales y como son para él”. Pinillos (1988).

“El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son”. Protágoras de Abdera (485 a.C-411 a.C.).

Siempre nos quedarán sus textos, sus pensamientos puestos por escrito, que nos transmiten amor, melancolía, experiencia, aventura, amistad, odio, temor… Vida.

La siguiente lista no está completa.

  • Alfonsina Storni (1892-1938), argentina, Poemas de amor, ahogada en el mar.
  • Félix Francisco Casanova (1956-1976), español (Tenerife), El invernadero, escape de gas.
  • Mariano José de Larra (1809-1837), español (Madrid), Artículos de costumbres, disparo en la sien.
  • Chusé Izuel (1968-1992), español (Zaragoza), Todo sigue tranquilo, caída desde un balcón.
  • Virginia Woolf (1882-1941), británica, La señora Dalloway, bipolar, depresión, ahogada en el río Ouse. Dejó una nota suicida
  • Renée Vivien (1877-1909), británica, Poemas, intento de suicidio murió de una neumonía complicada con alcoholismo, abuso de drogas y anorexia nerviosa.
  • Elsa von Freytag (1874-1927), alemana, Body Sweats: the uncensored writings of Elsa von Freytag-Loringhoven, inhalación de gas.
  • Alejandra Pizarnik (1936-1972), argentina, La condesa sangrienta, ingesta de barbitúricos.
  • Anne Sexton (1928-1974), estadounidense, Live or die (Vive o muere), intoxicación por monóxido de carbono (se encerró en el garaje y encendió el motor del automóvil).
  • Heinrich von Kleist (1777-1811), alemán, Anfitrión, disparo con pistola (después de disparar contra su novia enferma de cáncer).
  • Andrés Caicedo (1951-1977), colombiano, ¡Que viva la música!, ingestión de barbitúricos.
  • Yukio Mishina (1925-1970), japonés, Confesiones de una máscara, hara-kiri (seppuku).
  • Sylvia Plath (1932-1963), estadounidense, La campana de cristal, horno de gas.
  • David Foster Wallace (1962-2008), estadounidense, La broma infinita, bipolar; los efectos secundarios de la medicación le hicieron abandonarla, ahorcado.
  • Ernest Hemingway (1899-1961), estadounidense, El viejo y el mar, bipolar, disparo con escopeta.
  • Horacio Quiroga (1878-1937), uruguayo, Cuentos de amor, de locura y de muerte, cianuro.
  • Cesare Pavese (1908-1950), italiano, El diablo sobre las colinas, disparo.
  • Jaime Torres Bodet (1902-1974), mexicano, Fervor, disparo.
  • Jorge Cuesta (1903-1942), mexicano, Canto a un dios mineral, ahorcado.
  • Edgar Allan Poe (1809-0949), estadounidense, El gato negro, misterio.
  • Stefan Zweig, (1881-1942), austriaco, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, veneno junto con su mujer.
  • Nicolás Gogol (1809-1852), ucraniano, Tarás Bulba, dejó de comer y falleció al cabo de nueve días (obsesionado con la idea de morir).
  • Sergei Yesenin (1895-1925), ruso, La confesión de un granuja, ahorcado.

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Corbellá, J., Vivir sin miedo, Círculo de lectores, Barcelona, 1989.
  • Durkheim, E., El suicidio, Akal, Madrid, 2008.
  • Ferry, L., Aprender a vivir, Taurus, Madrid, 2007.
  • Fromm, E., El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 2011.
  • Goleman, D., Inteligencia emocional, Círculo de lectores, Barcelona, 1996.
  • Grayling, A. C., El sentido de las cosas, Ares y Mares, Barcelona, 2001.
  • Lucas, A., Vidas de santos, Círculo de tiza, Madrid, 2015.
  • Pinillos, J.L., Principios de psicología, Alianza Editorial, Madrid, 2006.
  • Pinillos, J.L., La mente humana, Círculo de lectores, Barcelona, 1988.
  • Solomon, A., El demonio de la depresión, Ediciones B, Barcelona, 2002.
  • Staël, Madame de, Reflexiones sobre el suicidio, Berenice, Córdoba, 2007.
  • Vallejo, M. A. y Comeche, M. I., Psicología clínica y de la salud. Avances y perspectivas, Minerva Ediciones, Madrid, 2008.
  • Varios autores, Psicología de la emoción, Editorial Universitaria Ramón Areces, Madrid, 2001.

 


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