“Se me caería la cara de vergüenza si cobrase dinero por dar una conferencia”
Me desperté de golpe. El día anterior había visto en televisión una entrevista a uno de los pocos dirigentes que podía mirar de frente a los ojos del mundo. José Mújica, expresidente de Uruguay, no podía entender la sugerencia del entrevistador: ¿qué pensaría si se dedicara a cobrar, lícitamente, por el hecho de dar peroratas, pláticas, discursos, en universidades o platós en razón de su condición?
Hacía frío. Era una de esas escasas noches a la que el calificativo de invernal le venía bien. Los dibujos de las cortinas bambolearon levemente. La ventana entreabierta dejaba pasar los mil ruidos de la noche junto al relente de la madrugada. Perseguí esos dibujos con la vista, como si quisiera hipnotizarme. Seguía viendo el rostro franco, viejo, honesto, del viejo tupamaro, el mismo que, como máximo dignatario de su país, renunció a cualquier privilegio en razón de su cargo.
Clareaba. Un nuevo día amenazaba con llegar de golpe. Subí la colcha hasta arrebujarme por completo. Trasladé la misma pregunta, mentalmente, claro, a varios de los ex que pueblan cualquier cerebro que no esté demasiado abotargado por el frescor de la madrugada y en alguno de los programas televisivos. Individuos que pasean sus grandes colas de pavo real en el gran teatro de la soberbia.
Repetí la pregunta varias veces mientras encogía las piernas y adoptaba la posición fetal. No conseguí entender las respuestas de los González, apellidados Loewe, de los Aznar de las Azores, de los Rajoy, eme punto, inexistentes, de los Bambi zapateros. Los rostros de tamaños personajes se paseaban por delante de mis ojos llevando el compás de los dibujos geométricos de la cortina, pero no los entendía. Se cruzaron con más fulanos importantes, con Ratos de campanillas, con la familia pujoliana en tropel… No entendí respuestas, aunque el presentador de turno las dio acompañando las preguntas con pequeños fajos de billetes de curso legal. Los mismos que, algunos, se niegan a repartir con Hacienda.
Haría buen día. Frío, pero soleado. El alba se abría, de golpe, sobre la ciudad desperezada para iniciar un lunes más. El rostro de Mújica volvió a la pantalla que, en esos momentos, era la mezcla de luces y sombras vistas a través de mis pensamientos. Jordi miraba a Pepe con una sonrisa, mezcla de estupefacción y asombro. No vestía de azul, el color que, al parecer, queda mejor en la pequeña pantalla. Tampoco pedía votos. Solo mostraba su corazón, sin paños que lo ocultaran, sin tapujos que disfrazaran su mirada, con una sola lengua que decía lo mismo en su casa que en los salones de la Residencia Presidencial en la esquina de Reyes y Suárez de Montevideo.
Abrí los ojos, la mirada, atónita, no podía creer lo que contemplaba en esa gran pantalla virtual que era mi dormitorio. El oscilar de los dibujos había terminado y ya no hacía falta que los siguiera. Lo que mostraban, ahora, las imágenes eran lenguas monstruosas, doble, bífidas, de los mismos elegantes personajes a los que, antes, no había podido entender.
Todas parecidas, más o menos grandes, de color azul o rosa, alargadas o redondeadas, con algo en común: eran dobles. Y sonreían al mentir y prometían, al sonreír, con la mejor lengua de las dos.
El despertador se puso a tocar desenfrenadamente. Tornaba la movida de las geometrías de la colgadura que separaban dos mundos. La escarcha madrugadora se coló por el jirón de la lucerna y volví a sentir frío, pese a la colcha, pese a mi posición de feto, pese a la promesa amable de la aurora.
Tendría que retirar la ropa y levantarme de repente, sin dar tiempo a la cabeza para pensar. Los lunes eran malos de por sí, pero este… A un profesor inglés se le había ocurrido que el día de la Luna debía de ser, a través de algoritmos infinitos, el peor del año.
La cabeza rotunda de Pepe Mújica, su pelo canoso, peinado hacia atrás, su entrecano bigote, sus ojos cansados y su sonrisa amable, me entretuvo unos segundos. Podía ser imposible, pero estaba oyendo, con voz suave y firme, una frase de sus labios, frase que espantó a las bífidas lenguas.
<<Vamos a invertir, primero, en educación, segundo, en educación, tercero, en más educación: un pueblo educado y lúcido tiene las mejores opciones en la vida y es muy difícil que lo engañen los corruptos y mentirosos>>
Año 2016
A MODO −NECESARIO, ADEMÁS− DE EXPLICACIÓN DE FECHA Y CONTENIDO
El artículo anterior es el que hace ocho años envié a la revista Imán de la Asociación de Escritores Aragoneses a la que pertenecía. Era mi primera colaboración con ella. Quizá, cuando existe esa circunstancia de primera vez, el estupor, la extrañeza, la desilusión, incluso cierta rabia por la incomprensión, es mucho mayor al recibir la noticia de que no se iba a publicar mi artículo puesto que “Imán tenía dos temas vetados: la religión y la política”, y se consideraba integrado en la segunda opción.
Posteriormente, en una Asamblea de la AAE, reflejé esos sentimientos anteriores. Seguía sin entender cómo una publicación que, en teoría, debía tener en un altar el concepto de libertad de expresión, vetara una parte de ella. Los responsables de entonces reafirmaron esta extraña manera de pilotar la revista de una Asociación de Escritores y, en mi caso, me dije que nunca enviaría artículo alguno a Imán mientras esa mordaza se mantuviera.
Ni siquiera defendí el hecho de que el artículo fuera político. No valía la pena porque la causa era más general: el motivo del litigio era la censura. Llevo, desde entonces, alrededor de 600 artículos publicados en diversas revistas, en mi muro de Facebook y en el diario digital Arainfo, y tengo muy claro que la única línea roja en la libertad de expresión pasa por la grosería, el insulto, la descalificación por la descalificación y la mentira. Nunca los he empleado, solo son los argumentos los válidos.
Hace unos días, en otra Asamblea de la AAE, comenté con mi buen amigo Jordi, director de la revista a fecha de hoy, el tema de la censura de ocho años atrás, tema que llevaba como una espinita en la carne. Su extrañeza fue común, con alegría por mi parte. Hoy, afirmó, en Imán no se daba ningún tipo de censura y me animó a enviar colaboraciones. Incluso el mismo artículo. Contento con que algo tan execrable como es que el reparo a las ideas −más en una Asociación que tiene en la palabra su máxima expresión− se haya eliminado del ideario de la revista, confirmo con el mismo artículo, con la misma fecha de entonces y con estas líneas supletorias que juzgo de necesaria explicación, mi intención de colaborar, si es que esos trabajos se calibran de interés, con la revista de mi Asociación.
Por cierto, el artículo, pese a los años transcurridos, creo que no ha perdido vigencia.
Carlos Tundidor, 12 de marzo de 2024