Ahora piensa en él.

Rabiosamente intensa,

su piel dormida, dispuesta

entre los pliegues del entrecejo,

analizando el espacio en blanco

y la hora, que se acelera

irremediablemente.

El tiempo pasa pero no avanza.

Ahora piensa en sí misma,

en sus manos desprendidas

fugitivas de colores,

en sus labios fugaces, mudos,

de apretada postura,

en su campo de batalla

impoluto de heridas insalvables.

La hora sigue su legítima marcha.

Comienza un rodeo de ocres,

una fatiga de imaginarios gigantes

que aterrizan, uno a uno,

en un lugar expreso del lienzo.

Esos ojos o, las manos estrepitosas,

dejan paso al relax del otoño

dónde los sueños vagan

convaleciendo sus males.

Ya no piensa, ahora admite vivir.

En sus ojos hay luz ambarina

y una estrella palpita en su frente

cuando dejan, sus manos,

definida su obra

y una pluma, adivina sin pausa,

el rubor que destila

y se impregna en el aire.

Ni el reloj, ni la hora, ni el tiempo

tienen importancia…

¡Ha nacido de la nada su obra de arte!

(Publicado en el poemario Vórtice, de María Otal)


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