LA EXTRAORDINARIA LABOR CONJUNTA DE LOS HERMANOS BÉCQUER.

 

Hermanos Bécquer Revista Imán

Valeriano Bécquer y Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer siempre habló de su hermano Valeriano con gran admiración y cariño. Cuando, tras la muerte de este último, le pidieron al poeta algunos datos con los que completar una nota necrológica, él destacó la enorme pasión con la que, ya desde muy niño, se entregó a las artes plásticas. Recuerda, con emoción, verle dibujando muchas noches, apoyado en la ventana de la habitación que compartían, aprovechando la luz de la luna. Aseguraba que, lejos de soñar con ninguna clase de reconocimiento, su único gran deseo hubiera sido tener cubiertas unas necesidades mínimas, pudiendo así disponer de todo el tiempo para pintar. Y añadía que, aun no siendo un gran conversador, ni tampoco un buen aficionado a la lectura, poseía un don natural, un extraordinario instinto para captar e interpretar el arte que rodea todo lo cotidiano: “lo que no sabía, lo adivinaba.”
A pesar de contar con un futuro prometedor como pintor allá en Sevilla (tanto su padre como su tío Joaquín gozaron de un enorme prestigio), Valeriano decidió renunciar a él y trasladarse a Madrid para trabajar junto a su hermano Gustavo. Almas complementarias, no debió, sin embargo, existir igual afecto entre Casta Esteban y su cuñado, pues son muchos los testimonios que resaltan la rivalidad, los insoportables celos que a ambos les devoraban en aquel difícil y apasionado triángulo que formaban con el poeta (fundamentalmente, tras la separación de Valeriano y Winifreda), en cuyas penosas consecuencias no podemos detenernos ahora aquí.

Álbum Espedición(sic) de Veruela(1863-64)

Álbum Espedición (sic) de Veruela (1863-64)

Durante el largo período que ambas familias compartieron en 1864 en el monasterio de Veruela (sabemos, por las fechas de los dibujos que aparecen en el álbum Expedición de Veruela, que ya estaban por allí, al menos los hermanos, antes de comenzar el año), Gustavo Adolfo fue enviando a El Contemporáneo las cartas que, bajo el título de Desde mi celda, llamarían la atención de los lectores de este diario en el que ya vieron la luz la mayor parte de sus leyendas, y del que sería nombrado director en noviembre (aunque solo permaneciese en el cargo tres meses).

Cabecera del semanario El Museo Universal

Cabecera del semanario El Museo Universal

En 1865 los hermanos Bécquer comienzan a disfrutar de una situación económica más desahogada, gracias al sueldo que como censor de novelas (un puro trámite entonces) González Bravo le adjudica al poeta, a la pensión que Alcalá Galiano (ministro de Fomento) otorga al pintor con el fin de que estudie y capture en sus obras las costumbres populares de las diferentes regiones del país (con la única obligación de entregar anualmente tres óleos) y a la intensa labor periodística que ambos hermanos desarrollarán en el magnífico semanario El Museo Universal, una magnífica revista ilustrada que dirigirá Gustavo Adolfo durante casi todo el año siguiente.

Numerosos fueron los viajes que ambos hermanos realizaron por tierras de Soria, Ávila, Navarra, País Vasco…, hasta la llegada de la revolución de septiembre de 1868 (que supondría la pérdida de sus empleos), fecha a partir de la cual permanecieron un año en Toledo, ya separados ambos de sus respectivas mujeres y con cuatro niños pequeños asu cargo. Durante este largo periodo siguieron aportando al semanario importantes trabajos, aunque menos frecuentemente. Es de suponer que disponían de material más que suficiente para poder colaborar en otras publicaciones, pero también que no debieron recibir en aquel tiempo muchas ofertas de trabajo quienes habían sido claramente beneficiados por el régimen que acababa de caer.
¿Cómo pudieron afrontar, durante este largo tiempo, los gastos necesarios para sacar adelante a sus respectivas familias?
Descartada la endeble respuesta con que algunos biógrafos pretendieron resolver esta incógnita, al atribuirles el centenar largo de ofensivas acuarelas que componen el álbum Los Borbones en pelota (obra colectiva, bajo el pseudónimo SEM, en la que sí tuvieron gran protagonismo Ortego y los hermanos Perea), vuelvo a aportar en este artículo un dato que entiendo de gran interés, convencido como estoy de que fue gracias a diversos trabajos de traducción (e ilustración) de novelas contemporáneas editadas por la casa Gaspar y Roig como ambos hermanos pudieron aliviar en parte su por entonces difícil situación económica.
No sería hasta finales de 1869 cuando, por fin, gracias a la confianza que Eduardo Gasset y Artime demostró tener en ellos al confiarles la puesta en marcha de La Ilustración de Madrid, pudieron regresar a la capital para ponerse al frente de esta publicación quincenal nacida el 12 de enero de 1870 y en la que los hermanos Bécquer dieron testimonio del impresionante legado artístico que llegaron a levantar en tan poco tiempo, pues no debemos olvidar que ambos fallecieron en el último trimestre de ese mismo año.

* * *

En los primeros años de nuestro siglo, después de publicar en la revista La primera piedra (2000-2003), en sus respectivas entregas, una breve biografía del gran poeta sevillano, sentí curiosidad por hurgar en el fondo bibliográfico de la editorial para la que trabajaron tan intensamente los hermanos Bécquer. Me llamaba poderosamente la atención el hecho de que hasta entonces nadie se hubiese interesado por las claras e interesantísimas palabras que Ramón Rodríguez Correa había dejado plasmadas en el prólogo a las Obras de su amigo. En él (1871), Correa apuntaba, al referirse a esos trabajos de colaboración entre los hermanos: “… y mientras uno dibujaba admirablemente maderas para Gaspar y Roig o La Ilustración de Madrid, el otro traducía novelas insulsas…
También Francisco de Laiglesia, joven vecino de los Bécquer en el año 70, nos había alertado de esta ocupación de Gustavo Adolfo: “Sólo González Bravo conoció desde luego su ingenio, le hizo censor de novelas, para que atendiese a las necesidades de su familia sin la fatiga de las traducciones que hacía para la casa de Gaspar y Roig, le llevó a la intimidad de su familia…”
Por supuesto, son sobradamente conocidas las ilustraciones de Valeriano que aparecieron en las páginas del semanario El Museo Universal, generalmente acompañando los textos de su hermano Gustavo Adolfo, así como las incluidas en la obra de Víctor Hugo Los trabajadores del mar (1866) y de El príncipe perro, de Eduardo Laboulaye (noticia esta que había dado nuestro amigo Jesús Rubio en la revista Goya en 1991), ediciones todas ellas de los citados Gaspar y Roig, pero nada sabíamos acerca de las posibles traducciones a las que se referían aquellos dos amigos de los hermanos Bécquer.

La salida de la escuela (1865) y El cuento del abuelo (1867)

La salida de la escuela (1865) y El cuento del abuelo (1867)

Como digo, a partir de entonces traté de hacerme con cuantas obras traducidas formaran parte del amplio fondo bibliográfico de esta casa editorial. Y aunque no encontré el nombre de nuestro poeta en ninguna de ellas, sí tuve la fortuna de dar con numerosas muestras del arte de su hermano. Fruto de aquellas pesquisas fue la aparición, en 2009, del simpático romance de La mosca becqueriana (Olifante, 2009), donde informaba yo del feliz hallazgo: las novelas París en América, Abdallah, Aziz y Aziza (estas tres, también, de Laboulaye), íntegramente ilustradas por Valeriano, la cubierta que agrupa a todos los títulos de “Aventuras de mar y tierra” (de Mayne-Reid) y algunos dibujos concretos insertos en obras ilustradas por varios dibujantes, como ocurre en La cazadora salvaje, de esta misma colección (cuya firma parece camuflarse entre la vegetación) o en determinados títulos de Julio Verne.

revista imán numero 22

El siguiente paso no podía ser otro que descartar aquellas obras en cuya cubierta apareciese el nombre de sus traductores, haciendo a continuación lo mismo con aquellas en las que las iniciales con que se presentaban se correspondían con algunos de los habituales colaboradores de dicha empresa.
Curiosamente, tres de las obras de Laboulaye que habían sido ilustradas en su totalidad por Valeriano Bécquer aparecían firmadas por un desconocido Don F. de T. Obras estas cuyos textos, por supuesto, fueron los que de inmediato despertaron toda mi atención. Y ya pueden ustedes figurarse mi enorme alegría cuando, al comenzar la lectura de Abdallah (El trébol de cuatro hojas), que va acompañada de Aziz y Aziza en el mismo volumen, me topé en su versión castellana con un buen puñado de expresiones enormemente familiares para cualquier mediano conocedor de la obra del poeta. Una alegría que, además, pronto se vería envuelta en una profunda emoción, al tener a la vista aquellas “versiones” de los poemas que ambas narraciones incluyen.
Gracias a las editoriales Olifante y Reino de Cordelia salieron de nuevo a la luz, en 2010, tanto las rimas (en edición bilingüe) como el texto completo de Laboulaye, atribuyéndole ahora la autoría de su traducción a Gustavo Adolfo Bécquer, e incluyendo los magníficos dibujos de Valeriano, grabados por Laporta. No voy a repetir ahora cuanto apunté entoncesen las ya citadas ediciones, quizá de una manera seguramente un tanto atolondrada, entusiasmado como estaba por dicho descubrimiento.

Entendía yo la necesaria prudencia con la que los estudiosos habrían de tratar este asunto hasta tanto no se analizaran con mayor profundidad los argumentos que expuse entonces para alertar de que debía ser Gustavo Adolfo Bécquer ese “Don F. de T.” (Don Fulano de Tal, me atreví a sugerir) que firmaba tanto las traducciones de estas obras ya comentadas, como la también citada anteriormente, El príncipe perro (que incluye el poema “Romance antiguo”), y la segunda parte de la obra de Mayne-Reid, William el grumete. Pero hoy, ya entrados en 2020, me parece excesivo el absoluto silencio que rodea tan sugerente noticia, porque, de no ser el poeta sevillano quien se oculta bajo este pseudónimo ¿quién puede ser el poeta que, en vida de Bécquer, conocía tan íntimamente su poesía (prácticamente inédita por entonces) y colaboraba estrechamente con Valeriano?

abdallah

Agradezco, por tanto, esta invitación que me hacen los compañeros de la revista Imán (coincidiendo con el siglo y medio transcurrido desde el fallecimiento de los geniales artistas sevillanos) para recalcar algunos importantes detalles, no debidamente destacados por mí en aquel momento, de estas (en mi opinión) “nuevas” rimas becquerianas nacidas al calor de las citadas traducciones.
Aunque estas obras aparecieron sin fechar, hoy podemos asegurar (por los anuncios insertos en varias revistas de la época: El Imparcial, La Iberia, Gil Blas, La Discusión…) que su publicación tuvo lugar en junio de 1869, por lo que los hermanos Bécquer debieron estar trabajando en ellas hasta la primera mitad de ese año y, posiblemente, desde el último trimestre del anterior, tras la huída a Francia del gobierno de Isabel II, ya instalados, como dijimos, en la ciudad de Toledo.

Ilustraciones pertenecientes a Abdallah(1869)

Ilustraciones pertenecientes a Abdallah (1869)

NO, NO SE TRATADE UNA SIMPLE TRADUCCIÓN.

Parece evidente que al traductor de Laboulaye al castellano le bastó la simple chispa argumental que sostienen los poemas del francés para dejarse arrastrar por su genio y levantar unas composiciones infinitamente superiores a las originales.Y es que, por más que algunos tozudos admiradores del gran poeta sevillano aún se resistan a aceptarlo, Bécquer solía “tomar” de otros muchos autores los asuntos que luego haría brillar en sus inmortales rimas.

Copio aquí un breve pasaje de una charla dada, hace ya unos años, en la universidad de Sevilla, en la que traté de demostrar lo antes apuntado:
“Bien conocidas son algunas de las muy variadas fuentes en que bebió nuestro protagonista (Byron, Espronceda, Larrea, Ferrán… o Heine, fundamentalmente), pero no viene mal que les traiga ahora, aquí, un nuevo y claro ejemplo con el que sostener mi tesis de que estas “traducciones” son tan nuevas rimas del sevillano como las que aparecen firmadas por él en el Libro de los gorriones.
Presten atención a este breve fragmento extraído de la famosísima Atala de Chateaubriand (sigo la traducción que Manuel M. Flamant realizó en 1854 para la Biblioteca ilustrada de Gaspar y Roig; curiosamente, el mismo año en que nuestro poeta se instala en Madrid):

¡Cuán divina me pareció la sencilla salvaje, la ignorante Atala, quede rodillas ante un añoso y derribado pino, como al pie de un altar ofrecía a Dios sentidas oraciones por un amante idólatra!

Fragmento que, como verán, guarda más que evidentes concordancias con la becqueriana rima L:

Lo que el salvaje que con torpe mano
hace de un tronco a su capricho un dios,
y luego ante su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo,

Dimos formas reales a un fantasma,
de la mente ridícula invención,
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.

Que enmudezcan ya las voces de quienes se escandalizan cuando oyen decir que nuestro gran poeta no era original en cuanto a los temas que con tanta genialidad abordaba en sus textos (no está de más recordarles que, como sentenció Eugenio d’Ors, lo que no es tradición es plagio). La originalidad del iniciador de nuestra poesía contemporánea reside, precisamente, en que supo analizar y comunicar como nadie las complejas pasiones en las que todos podemos vernos envueltos a lo largo de nuestra vida.”

***

Pero, volvamos ahora a algunos de los poemas extraídos de Abdallah y Aziz y Aziza.
El sueño que concluye en la tumba, el sol chispeando sobre las olas del mar, la tristeza alegre y el vino triste, las dos llamas que arden juntas, el ronco acento de una voz gigante, el sueño y el olvido, el llanto al despertar, el camino de zarzas que conduce a una tumba solitaria sin inscripción alguna… He aquí sólo algunas de las muchas y, para nosotros, familiares imágenes que comparten los poemas “traducidos” insertos en estas obras y las rimas que pudo reunir el sevillano en su ambicioso y truncado Libro de los gorriones. Pero lo verdaderamente interesante es que, en muchos de los casos, no se trata de traducción alguna, sino de verdaderas creaciones originales enmarcadas en unas estructuras métricas muy características del poeta español. Supuestas versiones que, como verán ustedes, poco o nada tienen que envidiarles en calidad e intensidad a algunas de sus inmortales rimas, con las que guardan más que evidentes concordancias textuales y formales.

TRADUCCIÓN ESPAÑOLA DE LOS POEMAS EXTRAÍDOS DE ABDALLAH Y DE AZIZ Y AZIZA (ALGUNOS EJEMPLOS)

[Para el análisis comparativo entre el texto original francés y las versiones que de dichos poemas realizara en 1869 Don F. de T. me sirvo de la traducción literal llevada a cabo por nuestro amigo Luis Valdesueiro para la ya citada edición de Olifante]
Veamos el caso del poema “La tumba de Aziza”, cuyos primeros cuatro versos dicen, traducidos literalmente del francés:

Vi ese jardín abandonado,
Esas flores que nadie riega,
Y clamé: ¿Quién descansa
En esa tumba lúgubre y gélida?

En su versión castellana, estos cuatro versos pasarán a ser ocho, y adoptarán (al igual que el resto de la composición) el esquema binario de heptasílabos y endecasílabos, engarzados por la asonancia de los versos pares.
A la hora de describir la tumba a la que hace referencia Laboulaye, el traductor español se permite el lujo de añadir unos caprichosos detalles, muy familiares ahora para nosotros, e inexistentes en el texto original:

¡Vi aquel jardín desierto
donde crecen las zarzas!
¡Vi aquellas flores, que no riega nadie,
caer sobre la tumba deshojadas!
Me aproximé a la piedra,
vi la inscripción borrada,
y pregunté a los árboles y al viento:
¿Quién duerme en esta tumba solitaria?

Vemos aquí una tumba solitariaen un jardín donde las flores que nadie riega han sido sustituidas por zarzas, así como unas referencias a la borrosa inscripción de la piedra (imágenes inexistentes en el poema francés) que, curiosamente, parecen un calco del final de la becqueriana rima LXVI:

En donde esté una piedra
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Aceptemos, adelantándonos a los más escépticos, que, es cierto, en este caso el traductor no se ha alejado demasiado del asunto tratado en el texto original, pero ¿qué decir de otros poemas, en los que no existe la menor relación entre ambos? Valga el ejemplo de la “Oda a Hafiz”, de la que tomo tan sólo los versos 8-16:

Ahuyenta a este bebedor taciturno,
Que echa de menos sus veinte años.
Vinos color de ámbar y rosa,
¡He ahí las flores y la primavera!
¿Todo está marchito en nuestros parterres?
¿El ruiseñor huye de nuestros emparrados?
Brindemos; el tintineo de las copas
¿No es el canto de los pájaros?

Ocho versos que el “traductor”, al contrario que en el caso anterior, ha reducido a cuatro, y todos ellos ajenos a la fuente de la que supuestamente bebieron:

¿Surca el dolor tu frente?
¿Temes las noches largas como siglos?
¡Pues apura tu taza y bebe en ella
el sueño y el olvido!

He aquí otro ejemplo, no menos espectacular. Es el último verso del poema “El anciano improvisó los siguientes versos”, en el que Laboulaye sentencia:

¡Vivir en Dios, es morir; morir en Dios es vivir!

Cierre de poema que nuestro misterioso poeta traductor interpreta así:

Dichoso el que a Dios sube
y en su esplendor se inunda
y confundidos arden
como dos llamas juntas.

Dos llamas juntas que, curiosamente, nos recuerdan el comienzo de la rima XXIV, donde se nos presentan:

Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.

Para finalizar, veamos estos dos últimos versos de “La pobre Aziza”:

Lejos de ti, no podría vivir,
Mi corazón está siempre contigo.

Versos que van a sufrir una espectacular transformación:

¡Oh, quién fuera la sombra de tu cuerpo;
el eco de tus pasos!

Es importante señalar que esta debió ser una imagen especialmente atractiva para Bécquer desde muy joven, ya que la encontramos prácticamente idéntica en la primera de sus leyendas publicadas: El caudillo de las manos rojas (1858). En ella, perteneciente al pasaje en el que Pulo ruega al bracmín de la cueva que le ayude a eliminar de sus manos la huella ensangrentada que le persigue desde el asesinato de su hermano, confiesa:
“El fantasma de la víctima me sigue a todas partes. Se ha hecho la sombra de mi cuerpo, el rumor de mis pasos.
Y recordemos, de nuevo, queya estaban impresas estas obras cuando ambos hermanos inician, ya de vuelta en Madrid, su importantísima, aunque, por desgracia, breve tarea al frente de La Ilustración de Madrid.

Revista Imán Número 22

¿Pudo aprovechar Gustavo Adolfo, para este trabajo de tan libre traducción, algunos de los textos que en el Libro de los gorriones dice recordar de la primera colección de rimas que le entregó a González Bravo? Difícil parece, si no imposible, saber el contenido de aquella selección que pensaba prologarle el ministro, ya que ésta desapareció tras el destructor asalto a su vivienda en aquel revolucionario septiembre.

Primera edición de sus Obras (1871), con dibujo de Vicente Palmaroli y grabado por Severini

Primera edición de sus Obras (1871), con dibujo de Vicente Palmaroli y grabado por Severini

Y quizá, ¿por qué no?, fuese gracias a esta labor de traducción, realizada en un difícil momento emocional (no olvidemos que acababa de separarse, tras la supuesta infidelidad de Casta, llevándose con él a sus dos hijos mayores), como pudieron surgir algunas de las confesiones becquerianas que tan familiares nos resultan a todos.
Ambas cosas pudieron suceder.
Creo que este asunto contiene sobradas razones con las que abrir un sugerente debate entre los especialistas en su obra.
Gracias, de nuevo, amigos, por la invitación a participar en vuestra revista. 150 años después de haber desaparecido ambos hermanos, es una alegría ver el enorme interés que aún despiertan hoy estos geniales y apasionados artistas sevillanos.
¡Vivan los Bécquer!

 

AGUSTÍN PORRAS (Antequera, Málaga, 1957)

Incansable editor de revistas literarias (en la actualidad dirige Oropeles y guiñapos), es autor de varios trabajos en torno a la vida y obra de Gustavo Adolfo Bécquer.

     Como poeta, ha publicado los libros Ojalá (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2006), Coplas a la vida de mi compadre (Homenaje a Ángel Guinda), del que existen dos ediciones (Lola editorial, Col. Cancana, Zaragoza, 2014; Olifante, Papeles de Trasmoz, 2015), y Una eterna despedida (Verbum, 2015).

     En 2019 apareció en la editorial Pregunta Moflete, el elegante, primer título de una colección que pretende acercar el verso a los más pequeños.

     Pronto, la editorial Olifante dará a conocer El periódico y el pan, su primera (y, seguramente, única) incursión en el campo de la novela.


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