La gaceta de los socios 22A través del Cristal

17 de mayo de 2020

Ahí está ella. Se está preparando el desayuno. Manipula los objetos de forma automática, siguiendo una rutina previamente trazada y que se ha convertido en su tabla de salvación en estos días inciertos en los que salir a la calle no es una opción conveniente.
Coge la naranja correspondiente y la introduce en el microondas durante unos segundos; el breve tiempo al calor hará que salga más zumo. La secciona por la mitad y la estruja manualmente en ese exprimidor de acero inoxidable que compró en un pueblo oscense. Se come la pulpa, por aquello de la fibra, y vuelca el deseado líquido en un vaso de los pequeños; no necesita más.
El café, lo vierte en uno de los grandes, hasta la mitad, y lo termina de llenar con leche que guarda en el frigorífico. Escucho de nuevo el ruido del microondas mientras la bandeja de cristal gira hasta que suena el timbre.
Coge el vaso con cuidado para no quemarse y se vuelve hacia mí. Veo mover sus labios a través del cristal. Habla pero no entiendo sus palabras. El sonido de su voz parece suave como las melodías que llegan desde la radio. Aunque no todas son tan agradables. A veces, creo que me van a estallar los tímpanos. Pero a ella le gusta, de vez en cuando, escuchar esa música estridente con guitarras eléctricas y batería interminable. La mayor parte de las veces canturrea siguiendo los compases, a pesar de que la mayoría de las canciones están en inglés. Es lo que tiene preferir el idioma de nuestros antiguos enemigos al nuestro.
Coge los dos vasos y se sienta frente a mí. Puedo verla a través del cristal. No se ha tostado la rebanada de pan de molde que incluye en su desayuno. Quizás la haya dejado para más adelante, como hace algunas veces, cuando el estómago vuelve a apretar en mitad de la mañana.
Ya no queda zumo ni café con leche. Deposita ambos vasos en el fregadero, echa un poco de agua dentro y sale de la cocina, dejándome a solas.
No sé cuánto tiempo ha pasado pero una sombra me anuncia su llegada. La miro fijamente. Abre la puerta del frigorífico y compruebo que ha sacado cebolla y pimiento verde. Observo cómo trocea con el cuchillo y vuelvo a ver cómo mueve sus labios.
La sartén desprende calor y ella echa los minúsculos trocitos de hortaliza. El olor se extiende por toda la cocina; veo cómo aspira el aire mientras remueve con la cuchara de madera.
De pronto, se gira, me mira y me sonríe. Saca un bote del armario y me emociono. Los trozos de comida caen al agua y dejo de mirar su sonrisa para lanzarme hacia el objeto de mi deseo.Me lo voy a comer todo porque soy una tortuga muy voraz.


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido