albaida revita Imám Número 20

Volver a Albaida, revista de poesía

Juan Domínguez Lasierra

Recordar, volver a Albaida, es como entrar en el túnel del tiempo de nuestras ilusiones pasadas. No recuerdo exactamente cómo se forjó la idea, de quién partió. Surgiría, naturalmente, de nuestras conversaciones amistosas, las de Ana María y mía, con Rosendo y Maribel, y en una de ellas, el fogonazo, ¿por qué no fundamos una revista de poesía? Rosendo había participado en muchas de estas aventuras, las del Grupo Niké, y era un experto en el estudio de estas publicaciones. Ana María había dirigido la lejanísima Proa, y fundado en su colegio, el Alemán, la revista escolar de título barojiano Aurora Roja, luego también crearía Werther. Así que teníamos a dos experimentados en estas creaciones. Se daba además la circunstancia de que, después de aquellos gloriosos años de proliferación de cabeceras literarias, en los años setenta, curiosamente con la llegada de la democracia, no existía en nuestro ámbito ninguna publicación estrictamente dedicada a lo literario. Tal vez ahí, de esa sequía, surgiese la idea de llenar la laguna. Y sí, recuerdo reuniones en casa de los Tello, y en la nuestra, ya decidida la aparición de Albaida, aunque aún estaba innominada. Su nombre surgió poco a poco, y el nombre árabe de Zaragoza, Albaida, la ciudad blanca, se impuso por su referencia histórica, por su preciosa sonoridad. Yo entonces había estudiado en mi Visión de Zaragoza los testimonios árabes de Saraqusta, y aporté a la primera entrega la cita de Mohamed-al-Edrisi que la acompaña, luego siguieron otras, donde se hace mención al porqué del nombre: “Zaragoza lleva también el nombre de Almedina Albaida (la ciudad blanca) porque la mayor parte de sus casas están revestidas de yeso o cal”, que escribió Al-Edrisí.
Pero no podemos saltarnos los prolegómenos, incluso materiales, o sobre todo los materiales. Porque una revista, por muy modesta que sea, necesita un apoyo económico. Entonces no estábamos en esta época actual de subvenciones, yo creo que ni se nos ocurrió semejante posibilidad, y la iniciamos, ingenuos de nosotros, a las bravas, a pecho descubierto. Ingenuos y atrevidos. Contábamos con que un producto así tendría el sustento de los interesados por las letras, que pensábamos que eran muchos… Ingenuos. Así que poniendo nuestros propios caudales, sacamos la revista, procurando que su austeridad nos librase de excesivos gastos.
Para ilustrar la portada –que sería única, por la razón anterior– y la tipografía de la cabecera contábamos con la colaboración generosa de nuestros amigos Carlos Barboza y Teresa Grasa, a los que implicamos en el empeño. Carlos, atendiendo al nombre islámico, trazó magistralmente una puerta inspirada en la ornamentación de la Aljafería, que se abría al campo, tal vez inspirado por aquello de que no hay que poner puertas al campo, sobre todo cuando de creación literaria se trata. Luego tanto Carlos como Teresa colaborarían con sus dibujos a la ilustración de la revista, porque la revista, pese a su austeridad, la queríamos ilustrada, que no íbamos a dejar fuera de nuestros propósitos la aportación artística de nuestros amigos. Austeros pero ambiciosos.
Y claro, Rosendo lo sabía muy bien, no había revista que se preciase que en su número iniciático no tuviera unas palabras, unos versos, una bienvenida del maestro, del gran maestro todavía ejerciente en aquellos años: Vicente Aleixandre. Y el gran poeta cumplió con su generosidad de siempre, y nos mandó un poema inédito, pero también unas palabras de ánimo: “que Albaida nazca y medre y dé nuevas señales de la poesía española”. De ahí el título de la presentación, del pórtico con que iniciábamos nuestro incierto futuro: “Nuevas señales de la poesía”, donde Rosendo, que lo redactó, no dejó de recordar de quiénes éramos herederos, puesto que no nacíamos de la nada: “Albaida, hermana menor en el tiempo de las revistas que en Zaragoza le precedieron”, y se citaba a Pilar, Almenara, Ansí, Orejudín, Despacho Literario, Poemas… En aquel primer número no faltó el recuerdo al gran Miguel Labordeta, con un poema de honor en la contraportada.
Albaida, Revista de Poesía (1977-79), duró lo que duró, y milagrosamente. Todo nos lo hacíamos nosotros, en casa. La maquetación, la distribución, la venta… Me acuerdo yendo por los quioscos, por algunas librerías, para ver si lo que habíamos distribuido se vendía. Y algo se vendía. Pese a que sus entregas llevaban lo mejor de la poesía del momento, de España e Hispanoamérica, con nombres de mucho lustre y de noveles de indudable calidad, más el añadido de unas colaboraciones críticas de gran rigor; pese a los muchos parabienes de escritores de aquí y de allá, y de la prensa y las revistas literarias nacionales, el empeño no se pudo prolongar.
Albaida, con sus nuevas señales de la poesía, creo que fue digna heredera de las revistas del Niké, y abrió la puerta quizá –esa puerta simbólica de su portada– a otros campos literarios que vendrían luego.

***

Frente a la constante aparición de revistas literarias en los años precedentes, los setenta suponen un prolongado silencio que será roto en 1977 con la aparición de Albaida, “la de más proyección de las aparecidas en Aragón en las últimas décadas”, según se dijo. Específicamente dedicada a la poesía y dirigida por Rosendo Tello y Ana María Navales, con la participación de Juan Domínguez Lasierra y Maribel Sánchez Aparicio, prolongaba la larga tradición de las revistas literarias nacidas a partir de la guerra civil, vinculadas a nombres destacados de nuestra poesía: Miguel y José Antonio Labordeta (Despacho Literario, Orejudín), Julio Antonio Gómez (Papageno), Luciano Gracia y Guillermo Gúdel (Poemas), Manuel Pinillos (Ámbito)…, hoy recuperadas en la colección de facsímiles editadas por la DGA. Hay que señalar, también, un anexo poético de la revista ciclostilada del Cine Club “Saracosta” que, con el título de Catarsis, sirvió de vehículo creativo en los primeros años setenta, y, sobre todo, que en 1972 se había producido la aparición del periódico aragonesista Andalán, de contenido general pero con gran atención a los empeños literarios.*

albaida ilustración antonio fernandez Revista Imán Número 20

Ilustración: Antonio Fernández Molina

Albaida nació en Zaragoza en la primavera/verano de 1977 (números 1-2). Tuvo una amplia colaboración de destacados autores y en ella aparecieron incluso inéditos de Juan Ramón Jiménez (nº 4) y Juan Gil-Albert (nº 5-6), entre otros.
Durante sus ocho números (en seis entregas, dos de ellas de numeración duplicada), y de datación estacional, Albaida mantuvo su formato, número de páginas (32), su portada y la estructura de su contenido: poemas (originales, y, en algunos casos, versiones al español de poetas extranjeros), estudios sobre poesía, notas críticas y noticiario, dentro de un equilibro entre creación y crítica. Figuraba en portada –junto a la ilustración- la relación de los colaboradores. En contraportada se publicaron textos de autores de especial significación (M. Labordeta, V. Aleixandre, L. Buñuel, Juan Gil-Albert, José Camón Aznar y Odysseus Elytis, el entonces reciente premio Nobel, del que conseguimos sus primeros poemas vertidos a nuestro idioma). Ilustraron la revista Teresa Grasa, A. Fernández Molina, C. Barboza, J. Orús, Gloria Torner y Laura. A los autores propios de la región, Albaida unió, desde el primero numero, poetas conocidos de diferentes generaciones (desde los maestros del 27 como Aleixandre, Jorge Guillén, Gerardo Diego o Juan Gil-Albert, a los más jóvenes, como Colinas, Carnero o Luis Antonio de Villena), sin adscripciones de escuela o tendencia. Su último número apareció en la primavera/verano de 1979. Poetas y autores aragoneses presentes en Albaida fueron J. M. Aguirre, J. Aranda, E. Frutos, I-M. Gil, C. Pérez Gállego, L. Gracia, M. Luesma, M. Pinillos, M. Esquillor, A. Guinda, J. E. Aragonés, C. Pérez Gracia, J. Sánchez Vallés, J. L. Alegre Cudós, M. Estevan, G. Gúdel o J. Barreiro.**
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* Sobre esta década y las dos siguientes véase el artículo de Ramón Acín “Contextos de la poesía aragonesa a partir de la democracia. Revistas literarias y similares”, Alazet, 8 (1996), Instituto de Estudios Altoaragoneses, págs, 9-26.
**Domínguez Lasierra, Juan: «Albaida (1977-79)», GEA, Apéndice II (1987), p. 19.
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De su contenido, doy cuenta detallada en lo que sigue:

Albaida. Revista de Poesía.
(1977-1979)

Albaida, hermana menor en el tiempo de las revistas que le precedieron –Pilar, Almenara, Ansí, Orejudín, Despacho Literario, Papageno, Poemas…–, desearía parecérseles en sus mejores cualidades: libertad imaginativa, independencia creadora, universalismo. Hoy, cuando tantos manifiestos proliferan, nos resistimos a preconizar el nuestro, por creer que un auténtico compromiso nunca es preconizable.
Simplemente, nos sumamos a las voces justas que claman porque se devuelva al escritor su identidad. Respetamos todas las ideologías, pero digamos sin rodeos que Albaida se alza contra toda oligarquía cultural y contra todo centro de poder que pretendan ahogar una de las más nobles iniciativas de libertad, la poesía. Porque por encima de todo, pensamos que debe atarearnos una sola pasión: la defensa del hombre en lo que le es más constitutivo y esencial. Su libertad y su independencia creadoras. Y como nos desea Aleixandre, “que Albaida nazca y medre y dé nuevas señales de la poesía española”.

(“Nuevas señales de la poesía”, núm. 1-2)

Albaida, Revista de Poesía (1), nace en Zaragoza en la primavera/verano de 1977, núm. 1-2, fundada por Rosendo Tello (director), Ana María Navales (subdirector), Juan Domínguez Lasierra (redactor-jefe) e Isabel María Sánchez Aparicio (secretaria de redacción). Durante sus ocho números (en seis entregas, dos de ellas de numeración duplicada), de datación estacional, Albaida mantuvo su formato, número de páginas (treinta y dos), su portada –ilustración sobre un motivo del palacio zaragozano de la Aljafería, original del dibujante Carlos Barboza– y la estructura de su contenido: poemas (originales y, en algunos casos, versiones al español de poetas extranjeros), estudios sobre poesía, notas críticas y noticiario, dentro de un equilibrio entre creación y crítica. Figuraba en portada –junto a la ilustración– la relación de los colaboradores. En contraportada se publicaron textos de autores de especial significación (M. Labordeta, V. Aleixandre, Luis Buñuel, Juan Gil-Albert, José Camón Aznar y Odysseus Elytis). Ilustraron la revista Teresa Grasa, A. Fernández Molina, Carlos Barboza, José Orús, Gloria Torner y Laura.
A los colaboradores propios de la región, Albaida unió desde el primer número poetas españoles e hispanoamericanos (con alguna presencia no hispana) abriendo sus páginas tanto a autores noveles como a poetas consagrados de las diferentes generaciones (desde los maestros del veintisiete como Aleixandre, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Juan Gil-Albert, a los más jóvenes, como Colinas, Carnero o Luis Antonio de Villena), sin adscripciones de escuela o tendencia. Su último número apareció en la primavera-verano de 1979.

I. El número 1-2 (Primavera/verano 1977, 32 pp.) dedicó su contraportada a Miguel Labordeta como reconocimiento a la significación de su obra en el panorama de la poesía aragonesa. Un poema de Autopía recogía su póstuma poética:

Escucha joven poeta inadvertido
escribe para todos
es decir para nadie

no lo olvides

del pueblo vienes
y el pueblo es tu raíz
en consecuencia
no hagas caso del pueblo

vuelve sagrado cuanto toques
natural
cuanto toques sagrado
vuélvelo natural
es decir
haz lo que te dé la gana
quema estas advertencias por favor

es mi consejo póstumo.

Abrieron la aparición de Albaida poemas de V. Aleixandre (“Si alguien me hubiera dicho” (2), César Aller, Joaquín Aranda (“El poeta, la poesía y la historia”, tres plagios sobre poemas de W. H. Auden), Agustí Bartra, Francisco Brines, Alfonso Canales, Ana María Fagundo, A. Fernández Molina, Eugenio Frutos, lldefonso-M. Gil, Jorge Guillén (“Presente que rebosa”, inédito y manuscrito), Philippe Jones, Concha Lagos, Luis López Anglada A. López Gradolí, Rafael Morales, Anxeles Penas, Nivaria Tejera, Francisco Umbral, y Arturo del Villar.
En la sección de Estudios, J.M. Aguirre, el que fuera director de Ansí, escribía sobre “Arcadia-Realidad-Utopía: esquema para un modelo crítico”; Luisa Capecchi sobre “Montale y la fortuna de una crítica”; Isabel Paraíso de Leal sobre “El paraíso perdido y recobrado de Concha Lagos”; Cándido Pérez Gállego, de “El mundo T.S. Eliot”, y R. Tello Aína de “La visión mágica en Miguel Labordeta”. Notas de C. Pérez Gállego (los poemas de Dylan Thomas), J. Domínguez Lasierra (el libro de A. Prieto y L. A. de Villena El tema del amor en la poesía) y Ana María Navales (Dos centros para el estudio de la poesía). El noticiario iría firmado en todos los números por J. Domínguez Lasierra. Un texto clásico sobre la Zaragoza Antigua (la Albaida árabe) se recogería en éste y otros números.

II. El número tres (otoño 1977) se hacía eco de la concesión a Vicente Aleixandre del premio Nobel de Literatura. La contraportada recogía el poema aleixandrino “¿Para quién escribo?” y una nota editorial, bajo el título “Vicente Aleixandre, premio Nobel” señalaba:

Vicente Aleixandre acaba de obtener el premio Nobel de Literatura. Y podemos decir que al concedérsele a nuestro gran poeta, se le concede a toda una generación de poetas magistrales. Pero debemos añadir algo más. Su alta capacidad de asimilación juvenil, su constante atención a las sucesivas promociones posteriores que él ha sabido interpretar y alentar con su vigilante magisterio y con la entrega de su vida a la poesía. “Una conciencia puesta en pie, hasta el fin”, es frase suya que resume toda una trayectoria ejemplar, desde Ámbito (1928) hasta Diálogos del conocimiento (1974). Vicente Aleixandre compendia una lección de exigente trato con la palabra de deslumbrante belleza, una comunicación siempre abierta hacia lo humano y una tensión que se refleja en esa aspiración hacia la luz, “culminación -son sus palabras- a una respuesta general”. Albaida, que tuvo la satisfacción de contar con su colaboración y estímulo al iniciarse, se congratula de poder abrir esta segunda entrega con tan gozosa noticia para las letras hispanas.

Se publicaron poemas de Elena Andrés, Olga Arias, Joaquín Casalduero, Ángel Crespo, Miguel Ángel Cuevas, Gerardo Diego (“Creación”), Mauricio Fernández, Ramón de Garciasol, Juan Gil-Albert (“El primer día del otoño”), Luciano Gracia, Miguel Luesma Castán, Leopoldo de Luis, Joaquín Márquez, Jorge Montes, Ana María Navales, Manuel Pinillos, Mariano Roldán, Álvaro Salvador y Ángel Urrutia.
Eduardo Alonso escribía sobre “Memorias y mesteres de Arcadio López Casanova”; Gaetano Chiapini, sobre “Aproximación a Umberto Saba”; R. Tello Aína, de “La implacable lucidez de Francisco Brines”; Francisco Ynduráin, “Sobre poesía y poetas coreanos”. Notas de C. Pérez Gállego sobre Poetry and Repression de Harold Bloom; de R. Tello Aína sobre El grado fiero de la escritura, de Jorge Urrutia; de Arturo del Villar, en torno a la Antología de urgencia de Juan Rejano.
Un suelto se hacía eco de la favorable recepción de la revista: Albaida quiere dar las gracias a los medios informativos de toda España por la cordialidad con que han acogido en sus páginas la aparición de nuestra revista. “Abrir una estría profunda en la cultura aragonesa” (F. Martínez Ruiz) por el camino de “una interiorización regional” (Dámaso Santos) pensamos que es la mejor manera de instalarnos en un plano imaginativo donde toda expresión auténtica tenga vehículo y cabida operantes. Gracias también a nuestros colaboradores y suscriptores sin cuya ayuda sería imposible la existencia de Albaida. Y, cómo no: un recuerdo para las también predecesoras nuestras, Noreste, Cierzo y Proa, a las que se echó en falta en nuestra nota de presentación. Gracias por todo.

III. El número cuatro (invierno 1977) se abría con un poema inédito de Juan Ramón Jiménez, “Esta parada con mi verja” (3):

La llave de mi verja no abre fácil,
pero ¡lo que yo veo cuando abre!
Torpe cierra la llave de mi verja,
pero ¡lo que yo guardo cuando cierra!
Diario obstáculo distinto
de un defecto de tiempo y de lugar
¡cómo me relacionas con mi vida!

¡He llegado a creer tanto a esta llave
y a esta cerradura que me escitan
un momento, y que luego, en punto dócil,
me arrastran con su brusca suavidad!
No sería posible de otro modo
(después de esta parada de mi prisa)
este ver mío que me envuelve en mí
con el minuto mío retardado.
No sería sensible esta ternura
del vencimiento al fin, la simpatía
de este ceder al cabo de dos cosas;
todo este amor que está en el punto
de dos cosas;
la mudez sonriente en la que espera,
el escitarme ciego en la que llega.

(Y todo contenido por mi mano.
Suprema concordancia
que viene por la fe
de mi mano en el dios del metal; por la fe
del metal en el dios de mi mano.

Dioses constantes de lo más frecuente,
sostenes del objeto y el sujeto,
de su relación, lenta, melodiosa,
en la noche, en el día.)

Se publicaron poemas de José-Benito Alique, Juan Emilio Aragonés, Federico Bermúdez-Cañete, Guillermo Carnero (“Icono: Alejandro Sawa”), Gabino-Alejandro Carriedo, Ernestina de Champourcin, Mariano Esquillor, José García Nieto (“A Rafael Alberti”), Ángel Guinda, Miquel Herráez, Cristina Lacasa, Manuel Mantero, Ana María Navales, Manuel Ortiz y Pedro Luis Ugalde.
José María Balcells se ocupaba de la “Poesía española del primero de mayo”; Luisa Capecchi, de “La sed extrema de Ungaretti”; José González Muela, de “Rafael Alberti: surrealismo y cante hondo”; Víctor Infantes de Miguel, de “Apuntes sobre un desconocido: Luis Alberto de Quesada”, y R. Tello Aína de “Mariuca o la salvación por el amor”, de Ramón de Garciasol. En notas, C. Pérez Gállego se refería al libro de Derek Traversi T.S. Eliot. The Longer Poems; R. Tello, a Sobre el rigor poético en España y otros ensayos, de José Manuel Blecua; Julio­César Santoyo comentaba un poema de Anthony Thwaite, “Demasiados poetas” (“¿Poema o mnemotecnia de poetas actuales de Gran Bretaña?”, se preguntaba el autor, ya que el poema relacionaba una numerosa serie de representantes de la actual poesía inglesa, para concluir: “Una sola cosa es cierta. Que somos demasiados”) y J. Domínguez Lasierra daba noticia del poeta sirio Muhamed Munzer Lutfy, del que se traducía un poema. En contraportada, un texto poético de Luis Buñuel, “Pájaro de angustia” (4), en recuerdo de la obra literaria del cineasta aragonés.

IV. El número 5-6 (primavera/verano 1978) se sumaba a la conmemoración del sesquicentenario de Goya, con un artículo editorial bajo el título “Año de Goya”:

Albaida se coloca a la sombra del genial aragonés de Fuendetodos, cuyo 150 aniversario, conmemorativo de su muerte, se viene celebrando en Aragón y en España, en este año de 1978. Aunque no sea el nuestro el campo del arte que Goya cultivó, ninguna presencia más digna podríamos invocar para la aventura perseguida en esta tierra, que él más que nadie representa. Y porque Goya lo llena todo y lo desborda todo, incluso el marco de su propia pintura, arte y vida en él se transfiguran en el sentido universal, una modernidad que a todos nos comprende. Goya no se limitó a pintar; subrayó con la palabra, tierna a veces, feroz y crítica casi siempre, el trazado prodigioso de su intuición genial, y cuando estas expresiones no le bastaron, empleó a fondo su vida con el agrio gesto de una altiva independencia. Independencia que queremos nos asista, tan sólo doblegada en su fidelidad a la vida profunda, que nadie como Goya elevo a un plano de ejemplaridad.

Se dieron a conocer poemas de Agustí Bartra, Antonio Colinas, Carmen Conde, Vicente Gerbasi, María Luisa Domínguez, Oscar Gómez­Vidal, José Gutiérrez, Jesús de la Hoya, Roque Laurenza, Félix Martín, Miguel Mas, Ana María Navales, Fernando Ortiz, Luisa Pasamanik, Pedro J. de la Peña, César A. Pérez Gracia, José A. Rey del Corral, Joaquín Sánchez Vallés y César Simón.
Ángel Crespo escribía sobre “Los héroes de Sade”; J. L. García Martín de “La música y la magia de las palabras en un poema de Luis Cernuda”; Leonardo Romero, de “La presencia de lo pictórico en Garcilaso”, R. Tello Aína, de “Divertimento en torno a El majo de la guitarra de Francisco de Goya. En notas, Pilar Gómez Bedate se ocupaba de Poemas junto a un pueblo, de Carlos de la Rica; C. Pérez Gállego, de A map of misreading, de Harold Bloom, y R. Tello de la revista Calle del Aire en homenaje a Juan Gil-Albert, quien precisamente ocuparía la contraportada del número con un texto inédito, de 1949, titulado “Por tierras de Aragón”.

V. El número siete (otoño/invierno 1978-79) se abría con un poema de Luis Pimentel, “La poesía es el gran milagro del mundo”, del libro Sombra do Aire na Herba, en traducción castellana de Joaquín Aranda. Seguían poemas de J. L. Alegre Cudós, Alfonso Canales, Ana María Culebras, Manuel Estevan, Francisco Gordo-Guarinos, Guillermo Gúdel, Miguel Herráez, Roque Laurenza, Francisco Mena Cantero, Ana María Navales, Manuel Ortiz, Manuel Pinillos, Juan Luis Ramos, Antonio Rodríguez Jiménez, Rafael Soler, Jorge Urrutia y Luis Antonio de Villena.
Sobre “La marcha del hombre hacia la luz: trascendencia de lo natural-concreto en Profunda caravana, de Jorge Guillén”, escribía Luis F. González-Cruz; Isabel Paraíso lo hacía “A propósito de Ser de palabra de José María Valverde”, y R. Tello Aína se ocupaba en “Cuatro poetas aragoneses” de recientes libros de Miguel Luesma Castán, Joaquín Sánchez Vallés, Mariano Esquillor y Ana María Navales. En notas, Luisa Capecchi hablaba de “Ángel Crespo y su nuevo Paradiso”; Pedro J. de la Peña, de El cuerpo fragmentario, de Jenaro Talens; y R. Tello, de Alerta, amantes, de Mariano Roldán. La revista se hacía eco asimismo del homenaje recibido en Zaragoza por la recitadora y actriz Pilar Delgado al que los poetas aragoneses dedicaron el libro colectivo Poemas para una voz, del que se reproducía un poema de Alfonso Zapater.
En contraportada, un fragmento del poema dramático Goya, de José Camón Aznar, el académico y escritor aragonés recientemente fallecido.

VI. El número ocho y último (primavera/verano 1979) se abría con un poema de Gottfried Benn, “Esto no puede ser un duelo”, en traducción de Joaquín Aranda, y con la célebre “Oda a un ruiseñor” de John Keats, en versión de Pedro Luis Ugalde. Seguían poemas de J. L. Alegre Cudós, José J. Barreiro, Luis F. González-Cruz, Jacinto Luis Guereña, Roque Laurenza, Víctor Longoria, Muhamad Munzer Lutfy (en versión de Naël Zalaf y J. Domínguez Lasierra), Anxeles Penas, Ana María Navales, Antonio S. (ánchez) Podadera, Nivaria Tejera, Francisco Vallés y Miguel Velasco, joven poeta que posteriormente ganaría el premio Adonais”.
Mauricio Vicenzo Josia escribía de “Andrés Athilano y el onirodismo”; R. Tello Aína, de “Juan Gil-Albert o el pitagórico deleite” y Manuel Villar Raso, de “e.e. cumming, el mayor poeta técnico norteamericano”, del que se traducían dos poemas: “Las señoras de Cambridge” y “Cualquiera vivía en una muy bella ciudad”. En notas, Luisa Capecchi daba noticia y traducía dos poemas de Ercole Ugo d’Andrea: Manuel Jurado López se ocupaba de “La barroca mediterraneidad de Carlos Clementson”; Ana María Navales, de Un vaso pequeño, pero mío, de Joaquín Buxó Montesinos, y Rosendo Tello, de Como unos guantes grises, de Leopoldo de Luis. Se dedicaba un recuerdo al profesor y poeta Eugenio Frutos, recientemente fallecido, del que se publicaban dos poemas inéditos, enviados por el propio poeta para su publicación en Albaida, donde ya colaboró en el número 1-2: “Sol sobre viento” y “Otras fases de la luna”. La contraportada estaba dedicada a Odysseus Elytis, reciente premio Nobel de Literatura.

(1) En su número 1-2, el domicilio redaccional fue Millán Astray, 69, 6º izqda., en los restantes números, Camino de las Torres, 105, pral. B, ambas en Zaragoza. El núm. 1-2 se imprimió por Interdiagramas, Ctra. de Valencia, s/n., los restantes en Talleres Editoriales de Heraldo de Aragón, Calvo Sotelo, 9, en Zaragoza. La revista admitía publicidad.
(2) Perteneciente al libro Poemas de la consumación, y publicado por expresa indicación del poeta.
(3) Es el poema 1.124 de Leyenda, edición de Antonio Sánchez Romeralo, Madrid, Cupsa Editorial, 1978, aunque con distinta disposición a partir de la primera estrofa.
(4) El poema fue publicado originariamente en Hélix, núm. 4 (1929), y pertenecía al libro inédito Un perro andaluz, recogido recientemente en Luis Buñuel. Obra Literaria, introducción y notas de A. Sánchez Vidal, Zaragoza, ediciones de Heraldo de Aragón, 1982.

albaida ilustración José Orús Revista Imán Número 20

Ilustración: José Orús

Selección de Poemas publicados en
Albaida, revista de poesía

Ana María Culebras Biografía
Ana María Fagundo Tú
Ana María Navales Condenados
Ángel Guinda Ten confianza
Antonio Fernández Molina Recuerdo de un soneto
Anxeles Penas Espejo cóncavo
Carmen Conde Tener un camino
Concha Lagos Ulises y las sirenas
Cristina Lacasa Toma mi frente
Ildefonso Manuel Gil Poema
Joaquín Sánchez Vallés Me marcharé
José Javier Barreiro Bastará que me mueva
José Luis Alegre Cudós y/o/y
Juan Gil-Albert Por tierras de Aragón (inédito)
Manuel Estevan Ciudad de noche
Mariano Esquillor Conciliación
Miguel Labordeta “Escucha joven poeta inadvertido”
Miguel Luesma Castán Desde ti
Muhamad Munzer Lutfy La cabaña
Jorge Guillén Presente que rebosa
Rafael Soler Yo no subí las cimas coronadas de tu cuerpo
Vicente Aleixandre “¿Para quién escribo?”

Ana María Culebras Biografía

Esmeralda entera huyendo del cincel
inocente y abatida presa
desprendida de su hogar remoto
en un ataque de liras depravadas.
Plaga de jacintos
inicia el seno en ascuas
exhortación del nombre
a su camarada opuesto
limpio el escollo en que sólo limpieza queda
y el azar regio de su propia mansedumbre.
Agrada la sirena por su placer ambiguo
arisco el uso cuando el óvalo flexiona
fulmina el descubrimiento de su holgura
enervante el curso de su ley
mísero tributo a su constancia
la unión del lago y el umbral
la rebelión ridícula del área
que hurga afuera un jugo independiente.

Ana María Fagundo Tú

Yo sé de un tacto azul de luz sobrepasando mis esquinas,
yo sé de un borde claro en mi raíz más íntima,
un son suave que me respira espacio y me hace infinitas las horas
y me crea la noche
y me amanece el día
y me hace la hechura de las cosas más justas,
más a la medida de mi ansia
una espiga de voz que se me habita en los pulsos
y me susurra su sangre en manantial de vida nueva
y me alza a la punta más alta del ser
y me ata
y me lleva a la deriva del tacto
hecha cintura y brisa,
labio de luz para el espacio
gozosa mirada que entrega su azul de noche
para que amanezca el día sonoro de cumbres
y escale el perfil de la entrega
y mi cuerpo conozca su abismo y su borde
y estrene universos en sus rincones
y siembre huellas
y ponga nombres nuevos a la dicha de ser,
de palparse siendo
y sentir el termómetro del tiempo subiendo los grados de vida,
de fiebre de ansia, de punta hacia arriba en azul ascendente;
más alto y más azul el pulso,
más infinito el vuelo trascendido de cuerpos al unísono
creándose a imagen y semejanza de sí mismos
en medio del misterio;
misterio total de dos seres amando el universo,
poniendo su huella en el espacio
y palpándose nuevos, inéditos, únicos,
fulgurantes astros en lo alto
y pequeños guijarros en los hollados caminos.

Yo sé de un borde claro, clarísimo,
un borde que resplandece sobre el polvo
y anilla de luz todos los límites.
Un borde donde el labio que se nombra en otro labio
es infinito y más allá del tacto de la piel
sobrepasando la concreción de un espacio,
se eleva desasiéndose de su peso y su huella
y asciende ala en vuelo, amanecida de luz,
a la cima que nunca se corona.

Ana María Navales Condenados

Escribes sobre la rama seca que cabalga el aire con bramidos de amor hacia el vacío. Pluma de águila o cometa en guerra contra el fuego. Sombra bajo el palacio y amarga serpiente de ira rastrean tu silueta por las almenas de la noche. Qué dioses han caído como nieve destrozando las túnicas que cubren tu muerte en la palabra. Ven a la tierra donde arde con humo de misterio el árbol que sostiene un mundo en cada herida. Pero nadie llega hasta el silencio de tu espanto. Todos los hombres se hunden en un solo cadáver de lluvia caliente sobre el océano que el sol abrasa. Otra vez penetras en la alcoba del verso y te nacen espinas en los dedos. Poeta, estás condenado a la mentira de tu espejo.

Ángel Guinda Ten confianza

Ten confianza.
Acepta que mi carne te dé lo que no puedo
darte desde la voz. Deja tu blanca frente
apoyada en mi pecho. Pero no tiembles. Haz
que el arco de tu brazo recorra mi cintura
como un mar que se acerca y se acerca y se acerca.
Sé fuerte. Pero sé débil.
Deja que yo te venza. Después de ti no hay tiempo,
después de ti no hay cielo, no hay regreso, no hay nada.
Después de ti la huella de tu cuerpo desnudo,
de tu cuerpo caliente, húmedo, que yo beso;
después de ti los ríos, los vientos invasores
y esa orilla del sol, que es futuro, nosotros
definitivamente sedimentados, vivos.
Esa orilla de ti que soy yo si te pienso.
Piensa en mí. Piensa en este
pedacito de roca nacida de un volcán
siempre mirando fuego, siempre esperándote.
No soy más que ese árbol, ese insecto, ese óxido,
no soy menos tampoco que un amanecer:
Soy yo, ten confianza.
Soy yo, un pasajero puñal de frío en frío
que antes de llegar al valle de la sombra
se ha detenido en ti para afirmar la luz.
Para reconocerme.

Antonio Fernández Molina Recuerdo de un soneto

Con el cuello cortado
una hoja rodaba sobre el pavimento…
A modo de sombrero ancho cual túnel
y encima de la testuz, la trompeta,
recostada al abrigo del ábrego
contribuía a sujetar la tapia.
Las nubes daban balidos, sacudían
la piel de tambor del horizonte.
En el camaranchón de la Seo
apareció el hocico del cisne.
El viento goteaba, agonizaban las bombillas,
la soledad era una flor húmeda…
pólvora… botines…
El río pegado a la pared de la muralla.
La ciudad acudió en consulta. Tenía
baldados los lomos. Se apretaban en sacos
semillas de aceradas raíces. Rezagados
junto a la cabina telefónica los vilanos
jugaban a las cartas sobre las hojas
comidas de un libro cuyo final era
un soneto que terminaba en este verso:
“Brillante testimonio el de las lámparas”

Anxeles Penas Espejo cóncavo

Hay un grito latente. Se contiene
como una cordillera junto al río.
Quiebra la vida sus sombríos gestos
por espejos de azogue irrespirable
las caras desdibujan calaveras.

Como toros la pena, tal rejones
de asta dura y silente cuerpo arriba
suben los hierros, la amenaza sube,
construye sus castillos milenarios,
puebla el vampiro las funestas torres.

Algo conspira contra el amor.

Un pájaro tenaz pica los ojos:
el loco ríe, el tonto no comprende,
la ternura se esconde entre las piedras.

La noche vítrea clava sus clarines
en el asombro azul del miedo niño,
pero tú gritas ¡No! y una alegría
acecha solapada entre las nieblas,
fuga su luz el sueño hacia otras lindes,
crece el espacio tras las tristes cuencas.

Carmen Conde Tener un camino

Tener un camino,
sin saber por qué va
o hasta dónde irá llevándonos
dejándole correr por sí mismo.
Sus extensiones conoce,
sin revelarlas a nadie
su movimiento consigue.
Lo importante, bien se sabe,
es tener un camino, El Camino,
entregándose a él sin reservas.
Conscientes de que orillas
desiertas o pobladas a él concurren
cual a veces riachuelos,
y muros contra los que un día
muchos hombres murieron…
Seguir es lo que importa.
Asir el comienzo, avanzando
para sembrarlo de cuerpos.

Concha Lagos Ulises y las sirenas

No era la melodía de sus voces
lo que a los navegantes subyugaba.
Era el misterio, a medias desvelado,
que en submarina arena se escondía.

Ulises persistió, captó la onda
cuando el viento y las olas le impulsaron
en golpear constante, en torbellino.
Y terco pidió fuertes ataduras
apretando los dientes y los ojos.
Pero el canto, mecido por la brisa,
traspasándole más le aniquilaba.

No eran sirenas, no, ángeles eran
con pupilas acuosas, transparentes,
de bien tallada aguamarina en prismas.
Cabellos ondulantes, rubias algas;
los senos, casi nácar, casi nieve,
de tan acariciados por la espuma.

Todo el misterio, oh mar, tú le ofrecías
el que la antigua arena atesoraba,
mas él, endurecido en tempestades,
lo rechazaba con firme voluntad.

Hacia el retorno iba, hacia su tiempo,
a la tela tejida y destejida
bajo las manos fieles de Penélope.

El mar, más importante, se atrevía
a naufragarle nave y pensamiento,
a empaparle de sales y de espumas
para arrojarle en tibia playa luego.

Nausica, florecida en primaveras,
la de níveos brazos torneados,
le deslumbró cual loto en un estanque.

Fue su postrer quedarse a la deriva,
enraizado en un casto y tibio fuego
y la siguió sonámbulo, inocente,
limpio el deseo y limpia la mirada.

Cristina Lacasa Toma mi frente, lluvia

Lluvia:
Haz que crezcan espigas como manos
fraternales;
donde la guerra puso su semilla
de tanques haz que crezcan
arados milagrosos que en los surcos
labrados por la bomba y por la sangre
injerten miel, hogazas, fresca hierba
y aromas de esperanza.
Lluvia:
Tú que lavas mi frente, tú que inclinas
el polvo de los vientos de sequía,
abate ya los secos corazones
de los turbios políticos que esgrimen
para anudar las guerras viejas redes
de rencor y egoísmo.
Y el amor allá solo, sin apenas adeptos
verdaderos, que lo alcen desde su alba
en un día total;
oh, lluvia: empuja las cornisas
hasta entrar en la casa del hombre;
filtra en su pulso sombra a sombra,
todo lo torvo que hay en el planeta.
Aquí tienes mi frente, sin almenas:
tómala, inúndala,
y desde este principio, en voluntario
ensayo yo entregándome,
pasa todas las frentes por tu filo finísimo.

Ildefonso – Manuel Gil Poema

Los ojos parpadean. Una abeja aleve vuela, vuelve, ventallea
leves pétalos suaves al posarse. La brisa se adorme-
ce para que cante el ruiseñor y suenen las escondi-
das cítaras del agua.

Se siente suyo el cuerpo. De la tierra suben vahos de fuego
que lo avivan como la savia por las verdes venas.

Recogido en sí mismo, liberado de prisa y amenazas, concien-
cia limpia de sudor y sangre, el corazón refrenda
su aceptación gozosa del latido.

Está nevando ahora en el recuerdo, los párpados recogen la
frescura de los copos errantes vuelos albos que a
intimidad convocan y unifican la tierra y el asfalto.

Se anegan las distancias en un suave sopor de mediodía de
aquel verano antiguo en que nos vimos como ahora
somos.

avenidas del tiempo tan largamente apenas recorridas, trigos
de antaño siega la esperanza, sus manos hunde en
aguas matinales

vivas memorias pétalos blanquísimos en donde el corazón des-
cansa el vuelo.

Joaquín Sánchez Vallés Me marcharé

Me marcharé,
mientras se quema el día.
Mientras callan los perros heridos del crepúsculo,
mientras un ángel serio
vierte un poco de sal en cada puerta.
Me marcharé.

Cuando aún quede verano.
Cuando el mar arañado de los golfos
no evite herir la carne de una playa cautiva,
cuando las hojas sean
un animal vencido tiritando de lluvia
y estéis todos
-quizás-
repitiendo mi nombre en voz muy baja.

Mientras mi sombra vive cosida con el aire.

Me marcharé
despacio.

Mordiéndome la boca con una flor cualquiera.

José Javier Barreiro Bastará que me mueva

Bastará que me mueva
que no sombra de desastre.
Rehuí el cepo y la fiebre canta.
Fincó sus garras el ceño.
Salva de luz, vientre espeso, molde móvil
y esa medusa de tu sexo:
el remolino de un río.
Gloria y muerte.
Musguean sobre un mapa filas de héroes:
este asombro reencontrado
luce en sus pupilas un ramalazo de angustia
y casi canta.
Si el día no llega
estoy y todos vosotros.

José Luis Alegre Cudós y/o/y

Oscuro. Lento. Verde
pasó la oscuridad, la larga noche tierna
de rodillas, su túnica
de olvido recosido.

Que fuimos cicatriz, que sí lo fuimos,
que sí lo somos, ojos, que lo somos
aun oscuramente.

Lento el labio
se rasgó lo que dijo, lo que vimos
volar como las piedras olvidadas
de sus alas, sus olas.

Suciedad
de besos maltratados llueve
oscuro lento, verde
el morir.

Se rasgaron vestiduras
las palabras. Venían ya las muertes
oscuras, lentas, claras, ciegas
oscura y ciega y lenta y claramente.

Aquello fue ternura, noche, aquello
ya lo fuimos, un poco
de silencio blanquísimo y ya breve.

Y la túnica rasga y rasga el viento
la desnudez.
Pasó la oscuridad. Y pasa. Y vuelve.
Y morimos. Y nacen. Y nacemos.
¿Y qué quieren los besos de nosotros?
¿Y qué quieren, cicatriz, y qué quieren,
aquí bajo la lluvia,
esta tarde de perros, y qué quieren
de nosotros los besos,
los besos y la muerte?

Pero llueve
y estoy desnudo y verde y no pregunto
si es tierra lo que vivo
o vive lo que digo, cuando crece.

Juan Gil-Albert Por tierras de Aragón (inédito)

Remontando las tierras de Aragón, consideraba yo sobre aquellas rugosidades, como de corazón viejo, que supo latir en su día tan pródigo, y que ahora parecía ofrecerse a nuestras meditaciones, inánime como una reliquia, replegado y mudo en su fanal de luz y de silencio. Este es el lado cordial de España –me decía-, su centro ladeado hacia la izquierda, de potentes resortes; pues lo cordial no es sólo lo sentimental; es, sobre todo, lo bronco, lo sanguíneo, el hontanar de la vida, el afán misterioso hecho ritmo propulsor, algo, a la vez, ingente y tierno como la vida misma. Con frecuencia, y en sus apariciones más características, lo aragonés histórico se adorna con ropajes levantinos: vemos al Conquistador, desde las márgenes costerizas de su reino, cortejando a Mallorca; a su mismo padre, entre trovadores, perdiéndose gentilmente en una aventura provenzal; a los Borja, del alto Aragón, irrumpir como setabenses bajo el palio de Roma… Y, por otro lado, tiempo tuvo que pasar para que se supiera hasta qué punto, Fernando el Católico, montaba tanto como la figura más visual, y abstracta a un tiempo, de Isabel, en el trono de España; seguramente porque lo aragonés, a fuerza de energético, es de naturaleza inasible. Goya es también la energía, el pintor de la energía vital, sombra latente tras las delicadas epidermis humanas; el fragoso murmullo de la sangre rigiendo, más ineluctable que la conciencia, el paso de las criaturas. De ello deducía yo, a la par que ante mis ojos se desarrollaban, inertes, aquellas rugosidades obscuras, pardo-rojizo-amoratadas, objeto de mi meditación, la extrema gravedad que revisten ciertas dolencias en el organismo secular de un pueblo; hay enfermedades, o morbos, creadores, desarreglos de la mente o de las entrañas, hambre o deficiencia, que obran como estimulantes incisivos del genio en la conquista de una realización singular: la locura de Don Quijote, el “cante hondo”, pertenecen a este orden de realizaciones, cuyos síntomas enfermizos son, sin embargo, reveladores de fuerzas muy agudas, agudizadas, si se quiere, por el mismo padecimiento; pero cuando lo doliente es el corazón –cuando el corazón se enfría o se seca- , tenemos motivos de sobra para estar alarmados; entonces no será tan sólo la muerte la que nos amenaza, ya que se puede seguir viviendo, durante días, años, siglos, casi como muertos; se puede seguir viviendo en pleno colapso.

Juan Ramón Jiménez Esta parada con mi verja (Poema inédito)

La llave de mi verja no abre fácil,
pero ¡lo que yo veo cuando abre!
Torpe cierra la llave de mi verja,
pero ¡lo que yo guardo cuando cierra!

Diario obstáculo distinto
de un defecto de tiempo y de lugar
¡cómo me relacionas con mi vida!

¡He llegado a creer tanto a esta llave
y a esta cerradura que me escitan
un momento, y que luego, en punto dócil,
me arrastran con su brusca suavidad!

No sería posible de otro modo
(después de esta parada de mi prisa)
este ver mío que me envuelve en mí
con el minuto mío retardado.

Ni sería sensible esta ternura
del vencimiento al fin, la simpatía
de este ceder al cabo de dos cosas;
todo este amor que está en el punto
de dos cosas;
la mudez sonriente en la que espera,
el escitarme ciego en la que llega.

(Y todo contenido por mi mano.
Suprema concordancia
que viene por la fe
de mi mano en el dios
del metal; por la fe
del metal en el dios
de mi mano.

Dioses constantes de lo más frecuente,
sostenes del objeto y el sujeto,
de su relación, lenta melodiosa,
en la noche, en el día.)

Manuel Estevan Ciudad de noche

En este balcón compuesto de auras
el cuerpo se doblega entre barrotes
asomando a la calle la mirada,
vaciedad apurada en los colores.

Se diluye el estar de las personas
y cuanto emerge de los ojos cobra ausencia,
porque no hay más alucinación que las venas corrientes.
Desilusionarse ocupa huecos sin más dudas
que aquellas ya pasadas
o las que las edades nos enseñan.

¿Por qué la ciudad una mentira?
¿Por qué vislumbrar medio apagadas farolas
frente a la prontitud y el falso encanto?

Caminan solos, con nada topan,
desde un balcón se vislumbran,
apenas de la pena de pensar
sienten fatiga.

Mariano Esquillor Conciliación

No te alejes de esta fiesta que hoy nos llama desde tan
cercanas luces.
Guardemos en los vientos de la paz
y hundamos en el pozo de las dudas
aquella bandera ondeando en una explosión de salvas de asfixia
y hagamos saltar la cerradura del presente
que oprime el alma de nuestro fondo elevado y estremecido.
Alcemos de nuevo las manos ante el grito de tan espontánea
y resplandeciente vida abierta que aún nos llama con sus noches
y días jóvenes
y no viviremos más en la idea y la desesperación
del que busca la luz después de haber muerto en las sombras
de una caverna hundida por los golpes del silencio
el espanto y la espera.

Miguel Labordeta

Escucha joven poeta inadvertido
escribe para todos
es decir para nadie
no lo olvides
del pueblo vienes
y el pueblo es tu raíz
en consecuencia
no hagas caso del pueblo
vuelve sagrado cuanto toques
natural
cuanto toques sagrado
vuélvelo natural
es decir
haz lo que te dé la gana
quema estas advertencias por favor
es mi consejo póstumo.

Miguel Luesma Castán Desde ti

En tu cuerpo perdido, tramo a tramo,
selva a selva, mujer, y lumbre a lumbre,
voy y vengo, mi amor, y en tu techumbre
no sé quién soy; me llamas y te llamo.

En ti me adentro y, luego, me derramo.
Devora mi huracán, hazte costumbre,
sé mi cielo y mi infierno, sé mi cumbre;
devora mis defensas, sé mi amo.

Tronco a tronco, a la contra, hambre contra hambre,
yuxtapuestos los dos, sangre con sangre,
macho y hembra en el campo de batalla.

Una vez, y otra vez, sueltos y unidos,
lance a lance, mujer, somos vencidos.
La piel vence a la piel; todo restalla.

Muhamad Munzer Lutfy La cabaña

Pasé grandes fatigas
para alcanzar la cabaña,
alzada sobre durmientes praderas
en un viejo camino
a la sombra de los álamos.
Allí viven dulces recuerdos
de una vida que se fue.

Cuando soplaba la canción del viento
recordaba aquellos ecos del pasado.

Hoy la invadieron las golondrinas,
vienen en grupos, otros se van.
Se enamoraron de ella pequeñas aves
y por morada permanente la tomaron.

Prisionero soy de la pureza de su vida
y de los perfumes de sus rosas.

Jorge Guillén Presente que rebosa

Junto al pretil del muelle viendo el río
se paró.
Contemplaba el curso manso
del agua con espumas en la orilla.
Y la dama apagaba su mirada,
Vaga entonces quizá, más bien absorta,
sobre aquella fluencia, suficiente
compañía en la luz de aquel domingo.
Sola por entre gentes, rubia, firme
con energía erguida resguardando
sabe Dios qué potencia de futuro,
¿a dónde encaminaba su hermosura,
aquel tesoro implícito en espera….
De qué? Con un pasado de treinta años
quizá ¿qué impulsaba ahora la impelía?
¿Cuál sería su nombre en su lenguaje?
Ese tiempo compacto de presente
condensaba en figura femenina,
certera su atracción, una inminencia
deslizante, fatal hacia una incógnita:
el minuto siguiente de una vida.

Rafael Soler. Yo no subí las cimas coronadas de tu cuerpo.

Yo no traje los acantilados
a este páramo de sangre,
ni forjé las noches de tormento que me dices
ni puse viento en la acerada mies de tus entrañas;
yo no elegí ser el primero en navegarte
surcar tu cuerpo cada noche como un rio
bebiendo amaneceres que no me pertenecen;
yo no subí las cimas coronadas de tu cuerpo
ni bajé a sus profundidades;
yo no busqué la deriva de tu sueño
ni tengo cien años para darte.

Yo estaba en mi camino
sentado con la tarde. Y tú pasaste.

Vicente Aleixandre

¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista
o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni
para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado
índice admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
(entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a
la aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,
le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de
mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura,
viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora
de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que
al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme, está mi palabra.

albaida ilustración antonio fernandez Revista Imán Número 20

Ilustración: Antonio Fernández


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