Autor: Gonzalo J. Gonzalvo.

Textos e ilustraciones, lenguaje e imágenes, cine y literatura: binomios de términos unidos entre sí por una relación tan antigua como intensa en la vieja Europa y que, en concreto en Francia, podemos observar cómo se desarrollaron con una importancia y vitalidad enormes antes de extenderse al resto del mundo.

Para encontrar el origen de este hermoso idilio entre palabras e imágenes, hemos de remontarnos a los espectáculos visuales anteriores al cine: Las sombras chinescas, la linterna mágica, el Diorama y el teatro óptico. De las primeras, ya hay constancia de espectáculos en el siglo XI en China. Francia fue el país europeo en el que estos espectáculos gozaron de una existencia más duradera: el más famoso (ya en 1880 y próximo a la aparición del cine) fue “Le Chat Noir” de Rudolph Salis. La linterna mágica, descrita con rigor en 1671 por el jesuita alemán Athanasius Kircher (1601-1680), lingüista y naturalista, fue un aparato óptico que, por medio de una lente, hacía aparecer amplificadas sobre un lienzo o pared figuras pintadas en tiras de vidrio intensamente iluminadas (constituye la base de lo que sería en el siglo XX el moderno proyector de diapositivas). El Diorama fue creado en Paris en 1822 por Louis-Jacques Mandé Daguerre (inventor del “Daguerrotipo” y cuya obra fotográfica fue clave para la posterior evolución del cine) y sobrevivió durante casi 30 años. Luego vino Emile Reynaud (inventor y padre del cine de animación) con su Praxinoscopio-Teatro o Teatro óptico (Le Théâtre Optique de Reynaud) en 1877. En 1892 logró perfeccionar su sistema colocando las imágenes en una banda rotativa y pasándolas de una bobina a otra. Tres años más tarde, el 13 de febrero de 1895, los hermanos franceses Auguste y Louis Lumière (fabricantes de artículos fotográficos en Lyon) patentaron en Francia una cámara individual y un proyector que constituían el primer sistema satisfactorio para captar y proyectar imágenes en movimiento: lo llamaron Cinématographe (el Cinematógrafo). El 22 de Marzo de ese mismo año realizaban con notable éxito la primera exhibición pública en la Societé d´Encouragement a l´Industrie Nationale: ”Salida de la fábrica Lumière” (La sortie des usines Lumière á Lyon). La primera exhibición para el público en general tuvo lugar en el Gran Café del Bulevar de los Capuchinos nº 14, en París La capacidad del local (un sótano alquilado) era de cien sillas y el precio de la entrada de un franco. El espectáculo duró treinta minutos y se proyectaron doce películas. El cine nació así como documental. En 1902, cine y literatura se hermanan de la mano de otro francés, Georges Méliès, con su “Viaje a la luna” (Le voyage dans la lune), extraído de textos del novelista Julio Verne y adaptados por Adolphe Dennery. A Méliès se le puede considerar el inventor de los efectos especiales y, a partir de él, podemos considerar ya el cine como un arte visual y narrativo con creatividad. Su principal aportación (en los casi cuatro mil filmes que realizó) fue dotar a las películas de más duración gracias al empleo de un cada vez mayor número de planos y sentar algunas bases del lenguaje cinematográfico, con distintos encuadres de cámara y fundidos-encadenados).

Quienes, como yo, amamos el cine, la atracción que nos despierta resulta difícil de explicar. Tan difícil como esa primera vez que vimos a una hermosa niña con coletas y caímos prendados de ella. En mi caso fue así. Un amor a primera vista. Como Totó, el niño de “Cinema Paradiso”, la hermosa película de Giuseppe Tornatore. Aprendí a amar cada cinta que veía y, al mismo tiempo, aprendí de todas ellas. Gracias a ellas, pude vivir nuevas experiencias, otras vidas. Algo que ocurre también cuando abrimos un libro y nos sumergimos en sus palabras en un viaje mágico. Totó (Salvatore) es para mí como un extraño y lejano hermano de celuloide. Ese niño que, al igual que yo, creció y se formó cautivado por su amor al séptimo arte; arropado por la música que surgía de una pantalla blanca que se llenaba de imágenes y de vida.

Cada vez que veo la secuencia final de “Cinema Paradiso” no puedo evitar que las lágrimas afloren a mis ojos. Todos aquellos besos fílmicos que Alfredo, el proyeccionista, le había guardado con tanto cariño. Esos besos que cada película que nos enamora nos lanza directos al corazón y a nuestra mente. Esos besos que, casi de manera imperceptible, nos besan el alma.
Gracias libros, gracias cine, por emocionarnos y hacernos soñar. Os amo y os amaré más allá del espacio y el tiempo. Brindo por vosotros, Totó y Alfredo. Y porque todos esos besos de miles de películas se unan en una secuencia interminable que nos acompañe siempre.

Autor: Gonzalo J. Gonzalvo Bueno. Escritor y Crítico de cine y gastronomía. Periodista Free Lance y digital en revistas digitales y redes sociales. Ha publicado numerosos artículos en revistas culturales y webs, varias novelas y el estudio-ensayo sobre cine: “Balas , sirenas, patillas y jazz: las décadas del Neo Noir” (2016, Esebook). Diversos premios obtenidos en certámenes literarios de prensa y radio (RNE): 500 gotas de agua/500 imágenes de Aragón/ 1º Premio Bodegas Victoria. RNE: “la siesta”/ “Afecto elevado al cubo”.


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