Última novela de la autora.

Publicada en 2020, por La Fragua del trovador.

https://lafraguadeltrovador.com/

Seleccionado por Pilar Aguarón Ezpeleta

Comienzo de la novela: “El banquete de la rendición” de Ángela Abós Ballarín.

Ángela AbósLucas está muerto no sé donde, y yo, a pesar de este dolor insufrible, estoy aquí y sigo viviendo. La herida más profunda que ha causado su muerte en lo más hondo de mi ser es la del hueco que deja su presencia. Su no estar es lo que ahonda el presentimiento de no poder ya volver a amar. Un hueco en el aire que no me deja respirar.

Pasado aquel tiempo inquietante de los quince años homosexuales, pensaba siempre que la peor de las experiencias que puede vivir un diferente es el de la adolescencia, justo cuando el amor al otro se convierte en una necesidad acuciante.

En contra de lo que se cree, de niño no es preciso resolver las contradicciones de la vida porque no se identifican como tales. Yo ya sabía desde los siete años que no era exactamente igual que mis compañeros del colegio; y cuando digo exactamente sé por qué lo digo: calzoncillos iguales y coloridos que llamábamos gayumbos, camisetas intercambiables, pantalones largos, vaqueros o no, bien ajustados a la cintura, jerséis, sudaderas, cazadoras, chaquetas de punto y el primer cinturón de hombre; todos vestíamos aproximadamente igual, pero recuerdo que nos gustaba mucho estrenar calzado: zapatos solo para los domingos, zapatillas de deporte siempre, en competición por las más modernas y sandalias de chico o chanclas en el verano.

¿Por qué nunca utilicé la expresión “de chico”, habitual entre mis compañeros?, ¿qué me lo impedía? Creo recordar que lo solucionaba con un “no me gustan”, que enfadaba a mi madre, siempre preocupada por mis rarezas.

A los nueve o diez años, todos tenían una novia menos yo. Dorita —Dora— me asaltaba por detrás y me estrujaba el cuello para ahogarme, según decía, y yo la dejaba hacer, pero su abrazo guerrero y a traición me repelía.

—Eres tonto —Daniel—, cuando te pegue un achuchón de esos, date la vuelta y agárrala por las tetas, que no se ven, pero se notan con las manos, y luego, en la cama, te puedes tocar pensando en ella.

Portada El banquete de la rendición

Claro que me tocaba, pero no pensando en ella sino en él, en el tono cómplice con el que me lo había contado. Todo era, aún, como un juego; yo quería tocar a Daniel y él me sacudía en el plan “machote” que a mí tanto me gustaba.

Pero es ahora, en medio del dolor inaplazable, cuando recupero las penas más hondas, los lloros, la angustia y   el encogimiento vital que traería consigo más tarde la adolescencia.

En la clase de Literatura, en el instituto, leíamos poe-mas en voz alta porque el profesor consideraba que así se aprendía a leer, a declamar y a profundizar mejor en el arte de los escritores. A mí se me daba bien aquella lectura un poco dramatizada, hasta que un día aciago, como dicen los poetas, algún bruto inocente, desde el centro de la clase, mientras una chica leía un poema de forma expresiva y dramática, soltó:

—Lorca era maricón, y se nota.

—¿Qué se nota? —el profesor.

—Que no escribe como un hombre.

—¿Cómo escriben los hombres, según tú?

—Con fuerza y con corazón.

—¿Y crees que Lorca no tiene fuerza ni corazón en sus escritos?

—Es muy bueno escribiendo, pero es blando.

—Mañana leeremos dos textos suyos nuevos, a ver qué os parecen.

En la clase siguiente la misma chica se prestó a leer “La casada infiel” del Romancero Gitano y a continuación yo leía la parte tercera del “Llanto” por Sánchez Mejías, Cuerpo presente: “ Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura / los que doman caballos y dominan los ríos:/ los hombres que les suena el esqueleto y cantan / con una boca llena de sol y pedernales / Aquí quiero yo verlos, delante de la piedra, delante de este cuerpo con las riendas quebradas”,  terminaba yo al borde del sollozo sujeto a la garganta.

Un silencio anhelante en la clase que solo quiebra la voz del profesor.

—Dos tipos de hombre nada blandos, que Lorca conocía bien.

—A mí me gustan los dos estilos de hombre —el mismo chico— el primero porque, como un tío normal, aprovecha la situación que se le pone a tiro y el segundo porque no se arruga ante la muerte.

—Los dos tipos como personas son horribles —la chica—. Autoritarios, prepotentes y brutales. En los dos casos Lorca los describe bien porque los encuentra a   cada paso.

No me atreví a decir allí que yo coincidía totalmente con la compañera, pero hasta la carrera, en la universidad, evitaba, en lo posible, leer a García Lorca, porque me empujaba al llanto.


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