Acabo de encontrar un recodo en la ribera y unas grandes ramas me ocultan del ataque. Estoy solo. Muy solo. Cada piedra del camino que he seguido por la orilla ha dejado puyazos en mi piel. Necesito más amparo. Más para un alma rota por un rayo…. Ojalá pudiera huir, que desaparezca el nudo de mis tripas, el horror sobre las uñas y la saliva enmohecida de mis labios.
En el suelo, rompía ella un círculo de sangre oscura al lado de mi libro de matemáticas. Ella era mi madre. Aún estará allí.
Ahora crecen las aguas. Me recuesto sobre las piedras para buscar algo de cielo a través de los resquicios. Resquicios de amor. La cruz del puente se desliza, se ríe de las aguas que han pasado por mi lado, me señala con un brazo de su travesaño y dispara otro rayo que vuelve a matar mi alma.
Ella era mi madre. Él era mi padre. En su dormitorio, la cama estaba deshecha por un lado, el que no tenía sangre.
Antes de que me diera la vuelta, la última de las balas atravesó su cerebro.