En el año 2016 tuve la oportunidad de participar en el encuentro «Parnaso 2.0», organizado por el Gobierno de Aragón, con una conferencia sobre la obra de Verón Gormaz. Aprovecho ahora la oportunidad que nos brinda la revista Imán, para rescatar esas palabras ya que, sin duda, la prolífica, variada y premiada trayectoria del poeta bilbilitano José Verón Gormaz (1946) bien merecen atención. El objetivo de estas líneas es, por tanto, contribuir, en la medida de lo posible, a la comprensión y difusión de la poesía de Verón a través de una lectura crítica de algunas de sus obras, para comprender mejor su poética y, de la misma manera, contribuir a la gestación de un aparato crítico y bibliográfico que pueda ser de utilidad en el futuro al curioso y al investigador.
El año 2015 estuvo marcado, en lo poético, por la aparición de nuevas y potentes voces que han hecho algo inusitado en este campo: vender libros. Algunos nombres como Irene X, Escandar Algeet, Marwan, Rayden, Carlos Miguel Cortés[1]… despuntan en el extraño y voluble mundo de la poesía, trayendo en no pocas ocasiones la polémica sobre la calidad y profundidad de sus versos. Aunque no es más que una teoría personalísima, parece referirse Verón Gormaz a esta nueva hornada de escritores en la siguiente cita, que nos interesa, no tanto por el panorama dibujado, sino porque es el propio autor quien nos explica su aspiración como escritor:
… desde hace años ya se estaba gestando lo que hoy me parece un desastre para la actividad poética. No deseo censurar a ninguna persona en particular, sino a la situación creada. Alguien trata de despojar a la poesía de su misterio lírico, una de las características esenciales que subyace en el surgir de la palabra y su descubrimiento paulatino de territorios íntimos. Un misterio que se identifica con la experiencia de conocimiento que es, o debe ser, la poesía[2]. Al amparo de las propuestas dominantes aumenta, quizá, el número de lectores, puesto que revisten el verso de sencillez y de claridad expresiva, aunque lo alejan del horizonte poético y lo convierten en otra cosa. (Erial, 2015: 7)
Así pues, y teniendo en cuenta este esbozo de poética, nos adentramos en la obra de José Verón Gormaz; para ello, comentaremos alguna de sus obras, ordenadas por su año de publicación.
Legajo incorde (Accésit al Premio San Jorge 1979) es la primera obra del autor, si bien había publicado anteriormente poemas en algunos libros colectivos. Con el título del libro se refiere el autor a un «atado de papeles» sin sonido, un instrumento sin cuerdas; y es que hay un esfuerzo teórico en el continente de la obra, tal y como se explicita en una hermética«Nota previa a la lectura» en donde se comenta que existen varias posibilidades de lectura en las dos partes (La espada y la pared y Cenizas junto al muro) que conforman el texto, según una obra de Charpentier titulada Estructura y pre-estructura. Notas sobre la guerrilla poética.
Dos son las obsesiones que pueblan las páginas que componen esta obra, en donde encontramos algunos de los temas recurrentes de la obra del autor, si bien, todavía
[1]http://www.abc.es/cultura/libros/20150305/abci-marwan-poesia-intranerso-201503042010.html
[2] Similar definición da el propio autor en una entrevista (Castro, 2014): “La poesía es misterio, adivinación, conciencia, ejercicio de palabras… y muchas cosas más. Entre otras cosas, es una forma de expresión de la realidad, una transformación de las percepciones y de los sentimientos propios, incluso del dolor más íntimo, en belleza escrita y en misterio”.
esquematizándose: los recuerdos y el poema como instrumento de conocimiento, libertad y, por lo tanto, de vida. A estas palabras debemos sumar la presencia constante de la música, no como compañía o trasfondo, sino como auténtico tema o, incluso, voz poética.
Comienza el libro con un soneto, forma tradicional que apenas volveremos a ver en la producción de Verón Gormaz, coincidiendo con la dinámica de la poesía contemporánea en español, en donde este metro se convierte en una rareza: «quiero vivir mi vida y mis recuerdos / mi vida es culto al mundo de los cuerdos: / mi culto a la locura es el poema» (1980: 13).La palabra recuerdos aparece mencionada en varios poemas desde una concepción dicotómica, esto es, en algunas ocasiones provocan emociones positivas: «¡Oh, los recuerdos! / Imponderables / Cálidos / Inéditos algunos todavía… (21), mientras que en otras ocasiones son motivo de miedo o desesperanza («Cercado por recuerdos / enciendo / una vez más / el último cigarro de la tarde…»(29)
Con respecto al segundo tema comentado, el propio poema, hallamos ya un signo clave de la poesía de Verón, la metapoesía, esto es, la reflexión sobre el valor de la palabra escrita, que tendrá en su obra una importancia capital. En el poema «Angustiosa búsqueda y liberación de un confuso poema», esta confusión da lugar al milagro de la palabra, condición indispensable de la humanidad y del pensamiento: «Como gritos naciendo / furia o palabra / bronces de sombra / melancólicos mundos inhabitados nocturnos o supuestos / horada la caverna /insisten los deseos / y un confuso vestigio se ilumina: el grito de los signos liberados» (16).
En la segunda parte del libro encontramos un ritmo mucho más narrativo y un profundo culturalismo. En el poema «Luz que agoniza» (22) ya se nos anuncia el hundimiento de Venecia, es imposible no relacionarlo con «Oda a Venecia ante el mar de los teatros» de Gimferrer, claro exponente de esta estética. Encontramos en este apartado continuas referencias culturales, sobre todo musicales, autores y obras con los que el autor dialoga. Así, encontramos a los músicos King Oliver, Charlie Parker o a Mozart, y es que la música suele acompañar a la voz poética de estos poemas en su búsqueda de esperanza: «Es más de medianoche, y te levantas» (62).
Para finalizar el breve análisis de esta obra, es llamativa la disposición tipográfica, en donde los versos se sitúan en cualquier lugar de la línea y que funcionan, en ocasiones, como elementos sorpresivos para el lector puesto que, en la línea de la narratividad ya comentada, a menudo funcionan como colofones de extrañamiento y sorpresa.
Ocho poemas componen Rayuela Blues, obra metaliteraria y metacultural, en donde la voz poética conversa con el legado universal de la obra de Cortázar, que acaba convirtiéndose en una pieza musical cuya tonalidad es la palabra: […]«Las calles de París y Buenos Aires / aún tristes se encontraban al mirarse, / despiertas pero tristes, y solas, y otoñales, / como si ya nadie escuchara la voz aventurera / del saxo encantador de Charlie Parker» (2000: 16).
Grandes músicos pueblan estas páginas, como Charlie Parker —recurrente en la obra de Verón— Brahms, o Bach. De la misma manera, escritores se entremezclan con el genio argentino, como Rilke o Villon. Todos ellos, autores de carne y hueso, y ficciones del autor argentino, pueblan un territorio en donde la búsqueda constante de la Maga, y la terrible incertidumbre («¿Encontraría a la Maga?», 33) es un claro indicio de nuestra propia vida, de que nuestras aspiraciones, acaso, no pasan de ser un mero juego de imágenes reflejadas en el espejo que se podría leer de varias formas y con varias posibilidades: «Así es el grito, / parcial, muy subjetivo, / como el poema, / como una carta / destinada a quién sabe / (aunque lo sabe) / y arrojada al otro lado del espejo» (26).
Lo más relevante quizá, el mensaje más importante, directamente extraído de la estructura de una obra desestructurada, es que, tanto la esperanza de que «un viento diferente /nos abra nuevamente la ventana» (17) o la amargura de que una puerta se abra «hacia la nada» (21), nos presenta la vida como un juego y una posibilidad, y es que «nunca quiso cerrar la puerta del misterio» (45).
«Han llegado hasta mí niebla y palabras / desde el confuso mar de la memoria. / Les pregunto qué quieren o qué buscan / en el cansado yermo que hoy habito, / y callan. / No resonden, pero en una hoja en blanco del cuaderno / han dejado un poema» (2007: 14). Parece pertinente comenzar con el primer libro, En las orillas del cielo (parte de la Trilogía del tránsito y la duda junto con El exilio y el reino y El jardín transparente) puesto que el poeta ha titulado esta pieza como «Poética», es decir, su concepción de la poesía, su búsqueda constante, como más tarde veremos.
Como vemos en estas palabras, la reflexión en torno a la palabra es la piedra angular sobre la que Verón sustenta sus poemas. Palabras que pueden ser de esperanza («palabras misteriosas escritas por la noche / descubren los secretos de un viejo laberinto / ¿quién logrará escapar?»13), pero también, como en una terrible pesadilla en la que nos hallamos inermes, de destrucción: «Sin huellas ni horizonte, / su voz a lo indecible se abandona. / Duerme, / pero no tiene nada que soñar» (24).
El poemario se divide en tres partes sin título de extensión similar. La longitud de los poemas, en donde no podemos localizar rimas ni metros tradicionales suele ser muy breve, ya que en la mayoría de los casos son cuartetos.
En cuanto a la temática, debemos añadir a la ya mencionada, la visión alucinatoria del paisaje («nubes», «tormenta», «firmamento», etc.), que se une con la reflexión en torno al yo —estos elementos se suelen presentar en comunión—. A este paisaje debemos unir algunos elementos que tradicionalmente representan el tema de la identidad, como son los espejos y los relojes, en ocasiones, en relación con un trasfondo surrealista, pienso, por ejemplo, en el cuadro de Salvador Dalí «Persistencia de la memoria», en donde los relojes se derriten, quizá como nuestro tiempo en este mundo. De este modo, dice la voz poética, que “Invadieron el tiempo / cuando el tiempo dormía / y sembraron la nada de relojes» (29), o que «Una palabra sola, / como un ave nocturna, / surca el aire dormido. / Una sola palabra / perdida entre los ecos / de la nada creciente. / ¡Oh recuerdo que avivas / la herida inexpresable de la ausencia, / el espejo sin rostro de lo efímero» (40).
Finalmente, el yo poético se ve asaltado en numerosas ocasiones por el entorno, que en ocasiones adquiere tintes alucinatorios, aunque las más de las veces por sí mismo, sorprendido una y otra vez –la duda sobre la identidad- por su propio yo en un tiempo y en un espacio que no le pertenecen y que, acaso, sólo las palabras pueden ordenar y dotar de sentido: «Se oye un rumor confuso / en el fluir lejano de la tarde; lo reconozco, sí; son mis pasos de ayer / que aún no han llegado» (16).
Como en el caso anterior, Ritual del visitante se divide en tres secciones (Entre las horas, Voces y versos y Sombra de la ciudad). Los poemas que conforman el libro suelen ser breves, algunos de cuatro versos, de seis o algo más amplios. En la tercera sección encontramos algunos más extensos, llegando a 21 versos el más extenso de ellos («Billie´s Blues»). En cuanto al estilo, como es frecuente en su la obra del autor que nos ocupa, el léxico estándar, accesible a la mayoría de los lectores convive con frecuentes cultismos y no pocas referencias culturales.
Cuatro serían las palabras claves que destacaría de Ritual del visitante: dónde, palabra, paz y silencio. Es esta obra un constante interrogante, una búsqueda continua de los términos reseñados, como si la mera cuestión pudiera llevar de un concepto a otro de alguna misteriosa manera, o como si hubiera un lugar del no lugar que es el misterio del lenguaje y, por lo tanto, de la poesía, verdadero tema del poemario: «¿Dónde está tu secreto, / tu enigma de penumbras? / tanto tiempo a tu lado y continúo sin reconocerte. / Sólo cuando regresas, cuando asomas / con tu ropaje de triste transparencia / sé que eres tú otra vez, melancolías» (2012: 17); «Palabras son, palabras, / solamente palabras que despiertan. / Una luz las mantiene / a salvo de la sombra. / Buscan, bajo la lámpara, / el amor de algún verso. / No apagues esa luz». (15)
En los dos primeros apartados del libro habla una voz poética en primera persona, un yo decoroso que hace lo que se supone que debe hacer un visitante, preguntarse por lo que ve, interrogar a su alma y al mundo que va descubriendo sobre lo que le rodea. Sin embargo, sabemos que el viaje es tramposo porque el destino es el idilio (en términos del crítico Bajtin) del no-lugar: «La mística agonía de las casas / que ya no engendran calles. / Un duende triste, oculto entre las ruinas / de cada pueblo abandonado, / toma la voz prestada del viento susurrante / para decirle a nadie que no hay nada» (2012: 21). Así que, probablemente, ni siquiera existe, puesto que es un viaje interior a los arcanos del lenguaje, al valor de la palabra y las posibilidades de esta para la creación, tema que, como bien sabemos, ha obsesionado a lingüistas, filólogos, filósofos y, en general, a cualquier persona consciente del poder creador: «Entender el lenguaje / del lugar y del tiempo. / ¿Ver sin ver?” (29); «En él invoco ahora a la palabra. / En él invoco siempre a la palabra / que a ciencia cierta no sabe qué nombrar, / si la sombra, que entre la luz se oculta, / o el abismo interior, / la maldad o el trabajo, / el amor o el enigma, / o quizá el estallido de la alegría breve / que la fiesta y sus ritos nos proponen…» (39).
El valor de la palabra está unido al silencio, que aparece nombrado en numerosas ocasiones con varios sentidos ([…] «El silencio anuncia / que no puedo entender esas palabras», 44). Uno de ellos es la duda acezante que habrá asaltado a cualquier escritor en más de una ocasión, ¿por qué? ¿Por qué amar la soledad para plasmar pensamientos, ideas y emociones? ¿merece la pena?: «Bajo los negros lirios de la noche, / en un lugar sin puertas ni caminos / purificado por la soledad, / nace un poema que nadie ha de leer / y un olvido que impone memoria» (33); «¿Quién habla y para quién, qué extrañas voces / quieren vencer la espesa lejanía / y alzarse con el viento de la tarde? / ¿Qué indicios o qué signos, / qué sonoras distancias / descienden hasta el lecho del silencio? / Augurios muertos, / versos imposibles, / palabras, voces, ecos, viento, nada»(43).
A pesar de todo, sabemos los letraheridos que nos queda la certidumbre de que la escritura, el ruido, pero también el silencio, nos aportan algo de paz. En algunas ocasiones encontramos ecos de la poesía de los siglos de oro, en este caso y en torno a este tema, la «vida retirada»de Fray Luis de León resuena por doquier:«Inciertos los destinos te parecen / disperso el horizonte, / escondida la senda / que adonde te ha de llevar es a ti mismo (41); […] «Hablarán los silencios del eterno retorno, / existirán las dudas, los versos fugitivos, / algún instante anónimo de efímera belleza / que ponga en paz al mundo y a la vida, / habrá un sonido armónico que llegue al firmamento / y justifique el orden de los astros lejanos, / un gesto, una visión, una palabra, / siempre un indicio de luz estremecida, / en la eterna frontera que se oculta en el tiempo» (75).
La paz, el encuentro con el yo se rompe en el tercer apartado del libro, el que trata de la ciudad, esa «pobre ciudad sin alma, / perdida entre paredes (72). De igual manera, el yo pasa al nosotros («Eran tiempos sumidos en penumbra. / Buscábamos los días en la dársena…» 70), como no podía ser de otra manera en la ciudad igualadora de identidades y, como consecuencia lógica, el silencio se rompe por el ruido:«Roto quedó el silencio por dos veces» (69); «Humildemente está naciendo el alba / sobre los signos de un papel dormido. / En la sala se agitan los instantes / crecientes de la luz. / Las palabras se mueven» (61).
Al final, queda siempre la belleza, puesto que el arte tiene la obligación de hablar de ella, también, cómo no, la esperanza: «Los cautivos escapan / por el hueco sutil de la belleza» (80).
Sala de los espejos (2014) es, sin duda, la más divertida de las obras poéticas del autor, no en vano, la mayor parte de los poemas que componen el libro son epigramas, forma que por definición de la RAE es una «frase breve e ingeniosa, frecuentemente satírica». Por supuesto, si hablamos de epigramas, es inevitable citar al poeta hispano Marcial, «hombre ingenioso, agudo, mordaz y que, escribiendo, tenía a raudales tanto sal como hiel y no menos candor» (Guillén, 2004: 3). Es bien conocida la afición de Verón Gormaz por el poeta bilbilitano de inicios de nuestra era, así lo expresa Domínguez (2013: 403): «Ha estudiado a Marcial y ha hecho epigramas dignos del latino», aunque no sólo eso, sino que además, ha novelizado su vida en Las puertas de Roma (2012, Mira). En cualquier caso, y tras haber analizado varias de sus obras ya, el eco de Marcial es tan solo uno de los aspectos de la obra de Verón.
En esta Sala de los espejos, debemos subrayar la presencia en el título de la obra de uno de los símbolos por excelencia de la identidad, el espejo, instrumento que devuelve no la imagen en sí, sino un reflejo. Se sirve el autor en este caso para analizar al ser humano («La Humanidad, el hombre, el ser / humano… / Llámale como quieras, / pero el desastre siempre será el mismo» 2014: 54) y nuestra sociedad en un tono mordaz, usando como instrumento habitual la ironía. Así, muy diversos temas aparecen en las tres partes que componen la obra (Gabinete de crisis, Intermedio personal y Meditaciones), como por ejemplo la importancia del dinero —en algunos momentos recuerda la sátira menipea de Luciano, como el poema «Dioses sin alma», en donde «Un templo han levantado en Wall Street / al poderoso dios de los mercados…» (82)—; las hipotecas, el sexo, las infidelidades amorosas, la prostitución, la política —«Él era el más luciente de todos los ministros, / el más dulce de todos los oradores, / el tribuno ejemplar. Hoy es el menos locuaz de los presos comunes» (49)—, el fútbol, la envidia y un largo etcétera. En la tercera parte prima el tono de denuncia social, lo que resta algo de frescura a las composiciones, si bien ganan en eficacia al ser más directas.
Hay también espacio para la literatura y la palabra, en no pocas ocasiones se hace referencia a la forma de hacer antologías: «¿Qué criterios emplea el poeta Falerno / para confecciona su densa antología / de poesía actual? / Uno y solamente uno: que los seleccionados, / aunque es harto difícil, / sean peores que el poeta antólogo»(35) o lo que supone la tortura de la palabra, tema ampliamente tratado en su obra: «Sexto, el poeta emergente, / ha venido a decirte que tus versos son viejos, / y tú le has preguntado si sabe leer. […]Porque Sexto, / el poeta emergente, / no sabe leer: sabe copiar». (29).
En resumidas cuentas, y aunque en muchas ocasiones muchas de las composiciones podrían parecer un mero divertimento a primera vista, los espejos devuelven el reflejo de una imagen que es la de nuestra sociedad y, en no pocas ocasiones, la de nosotros mismos, en lo que es, finalmente, un tratado filosófico sobre nuestro tiempo a través de la poderosa arma del humor.
CONCLUSIONES
A través del breve análisis de las siete obras comentadas del poeta aragonés, que recorren 34 años de su producción, tenemos un corpus lo suficientemente amplio para comprender mejor su obra. Podemos reseñar algunas constantes en su obra. La primera es la continua reflexión sobre la palabra y, por lo tanto, sobre el papel de la poesía y del poeta en nuestra sociedad. Es, por tanto, la poesía de Verón, en muchas ocasiones, metapoesía, en donde la palabra adquiere tintes de regalo divino, perdición y esperanza para el ser humano. En estas reflexiones sobre el acto de escribir aparece habitualmente un tono de melancolía, en ocasiones situado en espacios naturales, aunque las más de las veces, en un entorno cultural, pues la aparición de otros escritores y de otros artistas, notablemente músicos clásicos y de jazz, contribuyen a crear un ambiente totalizador en donde la verdadera voz poética es la cultura.
Finalmente, en este ambiente de melancolía, los recuerdos aparecen por doquier, mero trasunto de las ilusiones vitales pasadas, presentes y futuras, que también juegan un papel esencial en la formación poética de una obra siempre en construcción, coherente y que, con el paso del tiempo —tal y como vemos en el itinerario que hemos transitado— no hace sino crecer en profundidad, calidad y sinceridad.
Pablo Lorente Muñoz
BIBLIOGRAFÍA
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DOMÍNGUEZ LASIERRA, J. (2013): De Marcial a los penúltimos poetas, Delsán, Zaragoza.
GUILLÉN, J. (2004): Epigramas de Marco Valerio Marcial, Institución Fernando el Católico, Zaragoza. En formato electrónico: http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/23/14/ebook2388.pdf
VERÓN GORMAZ, J., “Espacio dedicado a José Verón Gormaz”. En formato electrónico: http://www.juanveron.com/joseverongormaz-html/jvg-menu-general.htm
– (1980): Legajo incorde, Institución Fernando el Católico, Zaragoza.
– (2000): Rayuela Blues, Lola editorial, Zaragoza.
– (2005): El exilio y el reino, Prensas Universitarias de Zaragoza.
– (2007): En las orillas del cielo, Tropo, Zaragoza.
– Instrucciones para cruzar un puente,
– (2012): Ritual del visitante, Olifante, Zaragoza.
– (2014): Sala de los espejos (Epigramas, enigmas y otras contemplaciones), Olifante, Zaragoza.
VV.AA. (2015, 6-7): Crisis, Revista de crítica cultural, diciembre, Erial Ediciones, Zaragoza.