Nada es semejante, ni siquiera la transparencia del agua,

cuando selladas las caricias se desnuda la Soledad

para que el aire colme los brazos del destierro.

 

La fragua de la hondura es un diminuto tafetán

incapaz de reproducir el grito de los ajusticiados.

 

La permanencia recuerda la metáfora imperfecta de un jardín ignoto:

al consumirse la raíz cada instante nos persigue con su nombre.

 

El azar suele agotarse cuando los dados están cargados

y la queja se vislumbra en el bondadoso nombre del regreso.

 

Nada es semejante al ágora poblada con silfos y diademas

cuando el fuego precipita los candados del mar

y los galeones dejan de brotar al confundir la flor del infinito.

“Si quieres hacerme llorar

llora tú primero” J.C. Mestre


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