Antón CASTRO
El 1 de julio de 1987 entré a trabajar en ‘El Día de Aragón’, que dirigía Plácido Díez Bella. Gracias a los amigos de la librería Muriel había publicado algunos textos en el suplemento de los domingos que coordinaba Lola Ester, entonces redactora jefa y quizá máxima responsable de la sección de Cultura, aunque este cargo de modo más operativo, a diario, lo había asumido Ana Rioja. Poco después de incorporarme, de un modo bastante literario (me pidieron que transcribiera allí, en sus naves, una entrevista con Néstor Luján; entonces, entró Plácido y me ofreció la posibilidad de hacer prácticas de verano; ingresaron entonces Dalia Moliné y Pilar Barranco), empecé a colaborar en el suplemento de Cultura, que coordinaba Lola Ester. Y yo pasé a ser su segundo y el que le dedicaba, con ella, más horas desde las instalaciones de El Portazgo. Entonces se creó un comité de redacción, o de elección de temas y asuntos, con varios colaboradores: Félix Romeo Pescador, Fernando García Mercadal, Ángel González Pieras (que luego se incorporaría a la sección de Aragón y a la sección de Política). Solíamos reunirnos una vez a la semana, proponer asuntos, aperturas y críticas concretas. Otros colaboradores externos, entonces, eran Desirée Orús, en crítica de arte, y Juanjo Blasco ‘Panamá’ y Javier Losilla, en crítica de música. Cuando Juanjo Blasco, muy querido en la redacción por su sentido del humor y su aire ‘british’ se fue al servicio militar, las páginas de música las coordinó el fallecido Miguel Goyanes con su propio equipo. A menudo se sumaban a las colaboraciones y reseñas Luis Alegre y Eloy Fernández Clemente (que tenía una página completa: ‘La sargantana’ en el periódico), y otros nombres como José-Carlos Mainer, Manuel Vilas, Antonio Pérez Lasheras, José Luis Rodríguez García, Jesús Duce, etc. Lola Ester, durante bastantes semanas, aceptó la publicación de una página completa dedicada a diversos poetas que coordinaba José Antonio Rey del Corral.
Poco más tarde, con Lola centrada en otros quehaceres del diario, Ana Rioja se marchó como responsable de Cultura al recién creado ‘Diario 16’ y a mí me nombraron jefe de Cultura, Espectáculos y Televisión. Y asumí la responsabilidad de coordinar el cultural. En consenso con ella y quizá con Félix Romeo, que siempre tenía nombres para casi todo, y con Plácido Díez, decidimos bautizar nuestro cuaderno cultural de los domingos como una novela de Ramón J. Sender que se acababa de publicar en Prensas de la Universidad de Zaragoza, ‘Imán’, que además era la primera de todas y una narración antibélica. De inmediato, con un tipo de letra semejante a la Ibarra, no recuerdo si la diseñó Mariano Gistaín, juraría que sí, el suplemento empezó a echar con nuevo nombre y nueva maquetación. Poco a poco, con naturalidad, Lola Ester fue delegando en mí. Y allí hicimos un poco de todo. Quizá uno de los números más impresionantes era casi monográfico se lo dedicamos a Ramón Acín, con motivo de la gran exposición que se le hizo en Huesca y Zaragoza en 1988. Félix Romeo, que no tardaría en marcharse a ‘Heraldo’ con otro colaborador durante años en letras como Ramón Acín (como también lo había sido Javier Barreiro), firmó varias páginas y yo recuerdo que hice una de las entrevistas más especiales de mi vida: Sol Acín nos contó la historia familiar, la vida de sus padres y sus premoniciones. Un día, mientras la peinaba, le dijo a su madre Concha Monrás: “Mamá, que te matarán”.
No fue aquel el único monográfico que hicimos. Recuerdo uno, total, de las ocho páginas dedicado a Ramón José Sender. Contacté con Carmen Sender y la visité en su casa de la plaza de San Francisco, encima de Cálamo. Fue todo un viaje al universo del autor de ‘Crónica del alba’: allí viendo los materiales, oyendo a su Carmen (profesora en el Goya, con muy buenos recuerdos de su alumno más amado: Ángel Guinda), observando todos los libros de Sender, cartas, fotografías, recuerdos, comprendí mucho mejor a Sender. Y nos salió un suplemento muy interesante y completo. A aquella apuesta se sumarían otras muchas de Marcel Proust, Franz Kafka o de Antonio Saura, con motivo de una gran exposición en Huesca. Y en un tiempo en que los derechos de autor no parecían estar tan regulados ofrecíamos los retratos de escritores y fotos artísticas de los mejores fotógrafos de todos los tiempos.
Nos interesaba todo. Prestábamos mucha atención a las letras aragonesas, y en aquellas páginas salieron conversaciones que luego yo recogí en un libro, ‘Veneno en la boca’ (Xordica, 1994), con Jesús Moncada, Soledad Puértolas, José María Conget, José-Carlos Mainer, José María Latorre, Javier Tomeo, Ignacio Martínez de Pisón y muchos otros. Aquella aventura fascinante para mí duró hasta el 30 de junio de 1990, que pasé a ‘El Periódico de Aragón’ y fue una maravillosa escuela de periodismo: de curiosidades, de aprendizaje, de primicias, de rescates, de apuestas. Al margen de los citados, tenía dos referentes al alcance de la vista: Roberto Miranda y Mariano Gistaín. Y en fotografía todo lo que me enseñó Rogelio Allepuz me llevaría algunas horas recordarlo.
En ‘El Periódico de Aragón’ coordinaría dos suplementos: ‘Rayuela’ y ‘La Cultura’, pero cuando miro atrás siento lo que mucho que se hizo, que se buscó, que se indagó y percibo que ‘Imán’, con Lola Ester y conmigo, fue una puerta abierta a los jóvenes. Son muchos los lectores y críticos literarios que publicaron allí sus primeras reseñas.