A la mujer rural turolense

AZUCENA

Rosa Montolío Catalán

                                                                                              Escritora

Día 1

Después de algunas visitas acompañada por el gerente de la agencia inmobiliaria, era la primera vez que estaba sola. Su secreto: comprar la casa o no. Ante ella, Altabás Alto, ‹‹esa antigua masada››, aparecía enorme, resplandeciente, rodeada de trigales y de luz. Abrió la puerta y en la entrada dejó su mochila sobre una silla de enea, desvencijada. Cogió el móvil, echó una mirada alrededor, y como atraída por algo subió a la primera planta dirigiéndose a las salas, y sin saber por qué fue directamente a la última. Empujó la puerta medio entornada y un arcón de madera deteriorado, mal cerrado y polvoriento, le dio la bienvenida. Situado al lado de una pared con grietas, manchado y carcomido transmitía el paso de los días. Con ambas manos corrió la tapa. ‹‹¡Agg! ¡Cuánto polvo! Cómo huele a viejo››.

Dejó el móvil en el suelo, miró hacia dentro y movió un trozo de tela de flores rojas y verdes desdibujadas por el tiempo, y una saya negra, larga y fruncida, que destapó un reloj de cuerda de bolsillo, una cartuchera de soldado de guerra e infinitos papeles amarillo-marrones que yacían en desorden por el fondo. Embaucada por un sentimiento extraño, levantó la cabeza y siguió el haz de luz hasta un pequeño ventanuco, se aproximó y miró através, en su retina se repetían los campos amarillos bajo un horizonte azul. Volvió al arcón. Sacó la ropa y la colocó en lo que quedaba de un palanganero de hierro, sacó la cartuchera, sacó el reloj e intentó darle cuerda, pero no funcionó, ‹‹¿de quién sería este reloj?, ¿y la cartuchera?, ¿moriría el soldado en la guerra?››. La dejó al lado del reloj y contempló los papeles, cogió uno y se dio cuenta de que era como una hoja de libreta, escrita con tinta, ya desvaída, leyó: ha vuelto a llover, los relámpagos y los truenos me dan miedo, ha caído piedra, vamos a perder la cosecha, ‹‹parece una especie de diario››. Desempolvó otra hoja: el manzano ya da manzanas, ¡qué bien!, y otra: mi madre llora y yo no sé cómo consolarla, siempre lavando, fregando, zurciendo, cocinando y pariendo; desde que mi padre no está hasta labra, veo lo que me va a tocar a mí, y otra: Coto ha venido ladrando, mi hermana lo ha seguido y han encontrado a Avelino, el pastor, medio cojeando con las ovejas cerca de la poza. ‹‹¡Qué interesante! ¿Cuánto tiempo llevarán aquí?››. Apenas se podía distinguir lo escrito, la tinta estaba diluida, solo se podía deducir algunos fragmentos, que solo y solo ella los podía leer. Sonrió.

Sonó un mensaje de móvil: ¿Vas a venir a x mí? Era Michael, Michael Hug, historiador empedernido de la Guerra Civil, que investigaba los hechos y lugares acaecidos en Teruel sobre las Brigadas Internacionales desde una perspectiva actual, proyecto de la Universidad de Oxford en colaboración con la asociación de voluntarios International Brigade Memorial Trust y el Ayuntamiento de Teruel. La guerra española le apasionaba y aún más desde que viera una y mil veces Tierra y libertad (Land and freedom), la película de Ken Loach, y leyera libros bien documentados sobre el tema. Por su interés en la guerra había aterrizado en Teruel y conocido a Elba en Fuentes Calientes, comprando miel. Ella era apicultora y defendía ante todo el medio rural, a ambos les gustaba la naturaleza y aprovecharon aquel día visitando los pueblos de alrededor y sus peculiaridades naturales como Perales del Alfambra y su chopo cabecero. Les gustó. El día los unió, y la noche, y todos los días y las noches que siguieron. Buscaban paz, calma, silencio, en definitiva, calidad de vida. Elba, Elba, Elba, le había gustado su nombre, celta. Le había contado que Elba estaba grabado en un cuenco que apareció en unas excavaciones en el pueblo de montaña de donde eran sus padres, y para no olvidarse nunca de su origen se lo pusieron a ella, Elba, Elba.

 

Por eso, Altabás Alto reunía todo lo que ambos podían imaginar. A unos 30 kilómetros de Teruel capital, ella emprendería su negocio con las abejas y él indagaría sobre voluntarios (aún anónimos) que habían participado en aquella zona de guerra, tan cruenta, pero él aún no sabía nada de Altabás. Elba estaba entusiasmada. También quería plantar lavanda para elaborar colonia, aceites esenciales…, pero la lavanda era una idea, experimentaría; la tonalidad lila azulada le podría dar un toque de color al paisaje amarillo que rodeaba la casa. Ella haría la miel y lo de la lavanda se lo dejaría a Michael, que le gustaban las plantas. Dejó de pensar.

 

Día 2

Tomaron un ligero desayuno y caminaron cogidos de la mano hacia la Torre de San Martín dejando atrás la calle Amantes, donde vivían (no podía ser de otra manera para dos empedernidos románticos como eran), hasta llegar a la Biblioteca Pública, acabando su corto paseo matinal con un abrazo y un beso. Michael entró y Elba continuó hasta alcanzar un coche, subiendo sigilosamente para dirigirse a ‘su secreto’. Al salir de Teruel se desvió por un atajo que pensaba que la llevaría directa, pero no, se equivocó y llegó a un pueblo minero, abandonado, sin nadie, que la invadió de una terrible soledad, estaba sola contemplando un paisaje sin vida. Se metió en el coche y condujo por donde había venido fijándose (esta vez muy bien) en las señales de tráfico.

Llegó a Altabás y antes de subir a la sala del arcón decidió dar un paseo por allí, para localizar algún lugar donde poner las cajas de las abejas. Al poco rato, pisó algo, se paró, miró al suelo y se estremeció, había pisado un pájaro muerto, ‹‹pobre››. Sylvia Platz apareció en su mente y recordó el poema La llegada de la colmena*: ‹‹Encargué esta limpia caja de madera / Cuadrada como una silla y casi imposible de levantar. / Diría que es el ataúd de un enano de Liliput / O de un bebé… ››. Cerró los ojos ‹‹no, no, no››, mejor dejar el paseo y entrar en la casa. Volvió y entró. Subió al arcón, para seguir leyendo aquellas anotaciones que le atraían. Leyó una: por fin han llegado las abejas, ya es primavera, ‹‹¡no, no!, ¡más abejas no!››. Leyó otra: ayer fusilaron a mi padre, ‹‹¡no, no!, otra tragedia no. Volveré mañana, me voy››.

 

Día 3

A la mañana siguiente, Elba se levantó contenta, haría fotos. Cogió el móvil y (por si acaso) la cámara de fotos y se fue a la masía. Lo tenía claro, hoy era el día, se lo diría a Michael, las fotos le gustarían.

Sacó innumerables fotos exteriores con todo tipo de planos de los campos amarillos y de la casa de piedra, para después en el interior fotografiar la cocina, las salas, los graneros y los pocos enseres que todavía quedaban. Las visionó y se sintió feliz. Se pasó la mano por su abultada barriga y notó una patadita: su hija. Maya nacería en aquel lugar, tendría una infancia dulce, rodeada de naturaleza y miel. Sonrió, ¿qué más podía pedir? ‹‹Voy a leer››, e instintivamente se fue al arcón: hoy ha venido un vendedor ambulante, mis hermanas y yo hemos comprado canciones, esta es mi preferida: Las estrellitas del cielo / las cuento y no están cabales / falta la tuya y la mía/ que son las dos principales. ‹‹¡Qué bonita!, es una jota de amor››. Elba se dio cuenta de que todos los papeles estaban escritos con la misma letra, dedujo que era una chica, joven, enamorada. Podía sentirla, podía percibir su olor a jabón, su figura fantasmagórica. Se giró.

Llegó a Teruel y al entrar en el piso notó el silencio, perturbador. Al dejar la mochila, se fijó en una carta depositada en el mueble de la entrada, con membrete oficial, estaba abierta, la sacó del sobre, empezó a leer y le llamó poderosamente la atención: … su proyecto de investigación en España ha terminado, tiene que regresar a…  ‹‹¡¿Qué?! Imposible››. Algo tendría que hacer, no iba a renunciar ni a sus abejas ni a su miel.

*The arrival of the bee box: ‘’I ordered this, this clean wood box / Square as a chair and almost too heavy to lift. / I would say it was the coffin of a midget / Or a square baby… ‘’.


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