La gaceta de los socios 22Belén Mateos

Se desmorona el puntal de la torre,
la argamasa aferrada al campanario,
los guijarros helados en el vértice
del badajo.

Se golpea el bronce
con la azada invertida de mutismo,
con el cayado envejecido de espera,
con el vidrio empañado de arenisca.

 

Hay una cuerda arrimada al carillón,
una siega silente de fruto,
un campo baldío de ceniza,
una pavesa en el remanso turbio del rebaño.

Hay un barranco gris de cielo,
una esquirla de rosario,
un maitines sonoro en cada cuenta
de plegaria.

El cementerio es muralla de roca y
la piedra arcada de tiempo.

Duerme el agua, las manos,
el rumiar de un pájaro,
la chimenea robada al ocaso,
la aceituna en la espalda de mi voz.

Duerme la edad de la tierra,
los cuatro estómagos de mi sed,
el buche de las romerías
enriquecidas de queso y miel,
los olmos, las encinas,
las colmenas, el membrillo,
la promesa enclavada
en una colmena.

El río apenas cuenta
con una decena de cantos
(que ya no ruedan)
con la carencia de un panal sostenido
en un fragmento de melaza.

Duerme lo absurdo en la astilla
de una estufa sin pueblo,
en el resquicio de un hogar
sin zánganos ni dueño.


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