María Dolores Tolosa

BRINDIS

 

Siempre nos ha preocupado el paso del tiempo. Mi madre solía decir que «el tiempo vuela» y que «el tiempo es oro». Carlos Gardel en su tango, Volver, nos cantaba «que veinte años no es nada».  Hemos vertido esta preocupación en dichos, poemas, canciones… pero el paso del tiempo es una consecuencia inevitable de la vida y eso hay que celebrarlo. Por esa razón, este año 2023 celebramos el vigésimo cumpleaños de la Asociación Aragonesa de Escritores. Para no abandonar el tono nostálgico me remontaré a mi primera experiencia con ella, allá por el año 2004 cuando participé en su segundo congreso celebrado en Barbastro.

Es cierto que a veces los recuerdos son tan vívidos que el tiempo parece haberse detenido y lo que aconteció hace años es como si hubiera sucedido ayer. Sin embargo, otras veces los recuerdos permanecen ocultos en un rincón de la memoria y afloran cuando menos lo esperamos.

Yo acababa de aterrizar en la literatura de la mano de mi primer editor, Rafael Egido. Como «de bien nacidos es ser agradecidos» (vuelvo a los dichos), nunca olvidaré que él fue quien me abrió la puerta de este apasionante mundo con la publicación de mis dos primeros libros, uno de cuentos infantiles y otro de relatos cortos. Lamenté su muerte, no hace mucho; siempre fue conmigo un caballero que me animó a seguir adelante. También fue él quien me introdujo en la Asociación Amigos del Libro y, a través de ella y de mi querida amiga, María Teresa Ezquerra, entré en contacto con la de escritores.

En aquel mi primer congreso como miembro de número, conocí a otros compañeros a los que también he de agradecer lo que me enseñaron porque en la escritura, como en la vida misma, siempre estamos aprendiendo y siempre tenemos a nuestro alrededor alguien que nos sirve de ejemplo a seguir. Recuerdo que durante la comida compartí mesa con José Antonio Román Ledo, con su yerno, José Ángel Monteagudo y con Emilio Quintanilla, entre otros. Pido disculpas a los demás comensales por mi memoria selectiva y olvidadiza.

Ya que nuestra mesa era redonda, a los postres no podía faltar la tertulia. Se habló de poesía y yo, que había compuesto recientemente un poema en honor a mi madre, tuve la osadía (en aquel tiempo era tímida) de recitarlo. Para mi sorpresa, a Román Ledo le gustó y me propuso publicarla en la revista Barataria. Iba a ser mi primera incursión poética en una obra literaria colectiva. Después vendría la de Criaturas Saturnianas, que más que una revista parecía un libro con sus  doscientas y pico páginas. En aquellos años mis colaboraciones versaban sobre temas de pedagogía o literatura infantil y juvenil. La nueva revista Imán y su posterior digitalización fue, sin duda, un gran paso adelante para la difusión y comunicación entre los socios y los lectores.

 

El segundo congreso al que acudí fue en Daroca y allí conocí a Joaquín Callabed y a su esposa, Julia Emperador. Del doctor Callabed me atrajo enseguida su cultura y su humanismo. Él apadrinó uno de mis libros de literatura juvenil; nos unía el interés por la educación y el desarrollo de los más jóvenes, aunque en distintos ámbitos profesionales. De Julia, también excelente escritora y persona, me atrapó su simpatía y sencillez. Algún año más tarde, en la presentación de uno de sus libros me enteré de que había sido alumna del colegio de las Paulas en la Ciudad Jardín de Zaragoza, mi colegio. El mundo es un pañuelo. Habíamos sido compañeras de clase. Ya decía yo que el apellido Emperador me resultaba familiar. Nuestras fisonomías habían cambiado por culpa del implacable Cronos y no nos habíamos reconocido, pero enseguida nos recordamos. Más tarde yo pasaría al Instituto Miguel Servet y nuestros caminos se separarían. Durante varios años hemos estado en contacto los Callabed-Emperador y yo, intercambiando libros y compartiendo algunos eventos. He aprendido de ellos que los sabios no necesitan airear sus virtudes.

En este congreso al que aludo, tuve ocasión de asistir a la conferencia que impartió sobre el flamenco el Premio Nacional de las Letras 2004, Félix Grande (fallecido en 2014). Con él comprendí por qué Federico García Lorca era un enamorado de la lírica popular.

También este congreso supuso mi bautismo como trovadora a pie de calle. A pesar de que me muevo con más facilidad en la narración, confieso que he hecho mis pinitos en el terreno poético. Pues bien; se había programado una ronda por la ciudad, el tema sería la poesía erótica. Nunca había compuesto nada en ese estilo, solo un par de poemas de amor de inspiración becqueriana, pero me animé y, tras la cena, allá que nos fuimos unos cuantos con nuestras trovas amorosas a la luz de unos velones que los organizadores pusieron en nuestras manos. Acompañados por un buen grupo de gente amiga, que se nos unió al ver aquella singular comitiva, fuimos recorriendo la histórica villa haciendo alto en algunas de sus plazas.

En otro de los congresos en la ciudad del Jiloca, que se venían celebrando en los años impares, recuerdo especialmente el recorrido histórico artístico por sus monumentos más emblemáticos de la mano y la voz de José Luis Corral, hijo de la villa y a la sazón nuestro presidente. Ante nuestros ávidos ojos y nuestros incansables pies se fueron desplegando las murallas, la Puerta Alta, la Puerta Baja, la Fuente de los Veinte Caños, el casino (donde tenían lugar nuestros actos académicos), la Colegiata de Santa María (hoy basílica), donde se conserva la venerada reliquia de los Corporales y las iglesias románico-mudéjares de San Juan y San Miguel. En esta última no puedo evitar relatar una experiencia curiosa.

Belén Gonzalvo y yo tenemos una afición en común, además de ser compañeras en el mundo literario, formamos parte de un coro. Para ser exactos: ella forma parte, yo hablo en pasado porque lo dejé hace años, pero estuve durante muchos cantando con la Coral Zaragoza. Llevábamos nuestra polifonía culta y popular por pueblos y ciudades de Aragón bajo la dirección del profesor Lorenzo Blanco (ya fallecido) a quien debo agradecer casi todo lo que sé de música. Él fue también profesor de Belén. Cuando habíamos terminado la visita a la iglesia de San Miguel y todos los compañeros habían salido a la calle, nos quedamos un momento rezagadas las dos y hubo entre nosotras un instante de comunicación, diríamos, telepática.

 

– Qué magnífica sonoridad tiene esta iglesia. – dijo ella.

– Dan ganas de ponerse a cantar. ¿Te sabes el Canticorum jubilo de Händel? –añadí yo.

– Por supuesto. Yo hago la voz de contralto.

– Yo, soprano, aunque soy mezzo.

 

Y, sin más preámbulos, nos pusimos a interpretar la preciosa armonía de las dos voces femeninas, aunque la canción fue escrita para coro mixto. No habíamos terminado la primera estrofa, cuando todos los que estaban en la calle volvieron a entrar en el templo atraídos por nuestra música. Fue un pequeño concierto improvisado y emotivo, el marco y el auditorio no podían ser mejores. Aquella noche, en la ronda poética por la ciudad, entusiasmadas aún por el éxito de la mañana, volvimos a cantar, esta vez un par de canciones anónimas del siglo XVI atribuidas al Cancionero de Palacio: ¡Ay, linda amiga! y Amor que me cautivas. De todos es sabido que la música y la poesía son hermanas que se avienen a actuar juntas en múltiples ocasiones.

Estas experiencias de poesía nocturna en la calle se fueron convirtiendo con los años en una constante en nuestros congresos celebrados en distintos lugares de Aragón. Recuerdo con especial gusto los de Calatayud, Fraga, y Caspe.

Calatayud ha dejado en mí una huella imborrable. Fue allí donde canté por primera vez con dos compañeros, Chus Fuentes y Luis Bazán, la jota chesa, S’a feito de nuei. Formamos un trío acústico muy curioso y bien afinado, todo hay que decirlo. La ensayamos casi en voz baja, no muy seguros de nuestras aptitudes, frente a la Iglesia de los Francos y la interpretamos esa noche en una de las plazas de la ciudad, creo que fue la del Carmen, como parte de la ronda poética.

En otra ocasión viajé a Calatayud para participar en Copa de Letras, evento organizado por Blanca Langa, y tuve el honor de conocer a José Verón Gormaz (fallecido en 2021). Excelentes poetas ambos, personas afables, educadas y totalmente exentas de vanidades.

Un par de años después, volví de nuevo a la hermosa ciudad del Jalón, esta vez para formar parte de la Primavera de los Poetas. Aquí pude conocer parte de su historia, de su patrimonio histórico artístico, recitar poemas con varios poetas de la Asociación, incluído José Verón, en el seminario de Nobles, en la Plaza de España y en otras del casco histórico y, no puedo olvidarlo, escuchar el magnífico órgano de la iglesia de San Juan el Real.

¿Y en Fraga? Allí conocí a la poeta Inés Ramón, que tuvo la amabilidad de llevarnos a algunos  en su coche hasta el castillo donde se iba a celebrar la conferencia de Javier Sierra basada en su último libro. También aquí celebramos un pequeño recital en la explanada. Ni que decir tiene que en estos congresos se aunaban las actividades culturales con las comidas de hermandad no menos instructivas y placenteras.

Del congreso en Caspe me viene a la memoria cómo Chus Fuentes y yo andábamos apuradas con la revisión de las galeradas de nuestro Duetto y mientras los compañeros rondaban las calles de la ciudad, nosotras repasábamos el manuscrito en la habitación del hotel donde nos alojábamos.

No solo los congresos, con ser parte importante de nuestra historia como asociación, han sido los motivos y circunstancias que han promovido la relación entre los socios, transformada en muchos casos en amistad. Las ferias del libro en las que hemos compartido stand, intentando apoyar a nuestros editores en la venta o promoción de nuestras obras, han sido una de esas circunstancias.

Otra, sin lugar a dudas, es la Gala de la Letras Aragonesas que se viene celebrando desde el 2009. En ella se concede el Premio Imán a uno de los asociados que se haya distinguido por su trayectoria profesional y apoyo a la Asociación. Tras los saludos, el anuario audiovisual de las actividades realizadas, los discursos y los parabienes, nos vamos a cenar a algún restaurante. Y qué buenos momentos hemos compartido alrededor de una mesa donde no solo es protagonista la gastronomía, sino también la conversación con los compañeros que, indefectiblemente, acaba en brindis.

No puedo olvidar otros actos más directamente relacionados con el trabajo literario personal de cada uno de nosotros: las presentaciones de libros. Presentar un libro es como bautizar a un nuevo hijo o al menos introducirlo en sociedad. En esto nuestra asociación juega un papel importante porque siempre ha dado difusión a estos eventos de sus socios. Mucho han cambiado los usos y modos desde hace veinte años.

Recuerdo mis primeras presentaciones en el salón de actos de la Biblioteca de Aragón. Tras el acto, en el cual el padrino (presentador), editor y autor exponían al auditorio las cualidades de la obra y el autor firmaba ejemplares, venía un ligero ágape que tenía lugar bajo el hueco de la escalera (sí, habéis leído bien); bueno, en realidad, en ese hueco se situaba la mesa con el aperitivo y las bebidas, el público asistente la rodeaba mientras charlaba, comía y bebía todo en voz baja para no molestar a los usuarios de la biblioteca. El refrigerio era gentileza del editor que agradecía así a los amigos su presencia y la compra del libro. Esto debía suponer una merma en los beneficios previstos, además de no resultar muy ortodoxo, como es evidente. Al poco tiempo, se suprimió esta costumbre y solo se permitió vender los libros en una mesita a la puerta del salón, siendo la invitación en el bar más cercano y, con frecuencia, a cargo del autor.

Lo cierto es que cada hijo que nace es una nueva alegría y un motivo para festejar, de ahí que uno se ponga sus mejores galas y elija un sitio adecuado para la ocasión sin reparar en gastos.

En 2018, Belén Gonzalvo y yo habíamos publicado Mujeres en el andén, patrocinado por el Instituto Aragonés de la Mujer. El sitio elegido para la presentación fue el salón de actos del Museo Provincial de Zaragoza. Y allí estaban con nosotras la Directora del IAM, el Director de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón y unas decenas de amigos y simpatizantes (además de la galería de próceres y académicos que orlan las paredes). El ambiente no podía ser mejor y todo salió perfecto. Sin embargo, he de confesar que no es menor la emoción que se siente cuando se presenta un nuevo libro en el Centro Cívico de un barrio, en la biblioteca municipal de un pueblo o incluso en la trastienda de una librería sin tu editor, que ha tenido que ausentarse dejándote sola con el público, y has de echar mano de tus dotes interpretativas para no enfadarte y seguir con el plan previsto. De todas las experiencias se aprende y… cuántas se van acumulando a lo largo de los años.

 

La más reciente y podría decir que una de las más placenteras es el teatro. En el año 2017 formé con varios compañeros de la asociación el grupo, La Pajarita Teatro leído. Así nos llamamos en honor a nuestro logotipo. Y llevamos el apellido «leído» porque, tal como explico al inicio de la representación a los espectadores, nosotros no somos actores, sino escritores y lectores y todas las obras que se ven en teatro, cine, televisión o formatos digitales tienen como soporte madre un texto escrito. Por otra parte, ¿no llevan los músicos de una orquesta su partitura delante? Pues nosotros somos los músicos de la palabra. Ya hemos hecho unas cuantas representaciones y a la emoción del juego dramático se une que las obras son siempre inéditas y, como diríamos coloquialmente, de nuestra propia cosecha.

Cuando yo era niña ya apuntaba en mí esta afición además de la musical. Preparaba pequeñas escenas que representaba con mis amigas en la calle (entonces los niños podíamos jugar en la calle), más tarde formé parte de un grupo de teatro en el Instituto (y también del coro) y cuando fui maestra escribí y preparé con mis alumnos las obras que representábamos en los festivales de navidad o de fin de curso. Se supone que voy a añadir: y también un coro. Pues sí, efectivamente. Padres y profesores cantamos durante varios años adaptaciones fáciles de algunas obras del repertorio que aprendí en la Coral Zaragoza, pero eso ya es otra historia que quedó muy atrás. Cómo vuela el tiempo.

Según nuestro Jorge Manrique, «solo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor» de modo que, basta de nostalgias. Vivamos el presente y brindemos por el futuro de la Asociación Aragonesa de Escritores para que las nuevas generaciones mantengan en alto, y por muchos años, la defensa de la cultura y la ilusión por la creación literaria.

María Dolores Tolosa


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