Por un camino de cabras casi intransitable, bajo un cielo azul limpio de nubes entre montañas cerca de el Monte CABEZABRETAS.

Hace muchos, muchos años, caminaban cuatro jóvenes, alegres y cantarinas, con risas y canciones de la época, Manolita se encargaba de la mula Felisa que en sus alforjas llevaría la carga, que para eso era de su propiedad, la acompañaban Inés, Frígida y Carmencita, amigas de siempre y vecinas de uno de los pueblos perdidos entre montañas y más cercano del Monte CABEZABRETAS.

Tenían una tarea muy antigua, recoger una arena muy especial de una  de las cuevas que había servido a aquellos pueblos durante generaciones  para frotar con estropajo de esparto sartenes y cacerolas ennegrecidas por el fuego del hogar a orilla del rio.

Hicieron un alto en el camino para merendar y de paso intercambiar confidencias, que siempre era el mismo tema. Los mozos del pueblo. Que, si a Manolita la pretendía Joaquín, hijo de el más rico de la comarca, y entre chismorreos y bromas sobre los mozos, siguieron la marcha.

Por fin, y después de mucho caminar al paraje de las cuevas y el valle, pleno de vegetación, aunque ellas sabían a ciencia cierta cuál de esas cuevas era la que buscaban. Penetraron en ella justo hasta donde les llegaba la luz natural, cada una de ellas con su saca y la de Manolita que debía quedarse fuera con la mula.

Allí estaba Manolita con La Mula Felisa escuchando cantar a las tres jóvenes, cuando de pronto vio como una culebra se arrastraba  entre las patas de la mula que espantada, comenzó a patear el terreno como  si estuviese poseída, justo encima de la cueva donde las jóvenes  realizaban, inocentes,  su labor. Cuando la  mula notó el temblor que había provocado con su pataleo salió despavorida hasta el camino justo antes del derrumbe del techo de la cueva, sepultando a las tres jóvenes. Manolita horrorizada consiguió atar a la mula a un árbol, corrió a la entrada de la  cueva, escuchando como seguía el derrumbe y el temblor bajo sus pies, que le hizo salir  huyendo como la mula hasta  el camino y sin parar corrió al pueblo pidiendo ayuda a gritos contando lo ocurrido.

No había tiempo que perder las familias y el pueblo entero llegaron al lugar, comprobando con horror que no había nada que hacer, todavía se escuchaba como cedía el terreno bajo sus pies.

Esa terrible tragedia sumió a aquellas familias y al pueblo entero en un dolor perdurable durante generaciones hasta nuestros días, cuentan los lugareños que donde ocurrió el suceso todavía se escuchaban las voces cantarinas que salían de las entrañas de la tierra.

 Y es que como ya sabemos que la profundidad del suelo que pisamos a veces es todo un misterio.


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido