Camino del rey Jon LaukoCamino del rey

Debe de estar cerca porque los recuerdos más lejanos, los recuerdos de esos primeros años, se agolpan como si fueran golondrinas y aviones bullendo apostados en los alambres de la luz a la espera de su partida.

&

El patio de la casa con la puerta de la calle cerrada. La madre que llega de misa y, sin quitarse la mantilla, calienta la leche para el desayuno, el tazón rebosante con pellizcos de pan remojados. El jardín con el manzano ―un columpio cuelga de una de sus ramas―, el corral al otro lado de la verja de alambre con las gallinas picoteando el suelo sin cesar. La cocina con la bombilla mortecina que alarga las siluetas desde mi baja estatura. La escalera que sube a las habitaciones: la de los padres, la de las chicas, la mía, el baño, el retrete, y continúa después hasta el desván donde se guarda la fruta sobre los cañizos; las tinajas de la matanza, los bidones de la leche en polvo que mandan los americanos a la Escuela, una silla de anea desvencijada, un jergón, dos jamones colgando al oreo.

Hoy he ido con mi padre a la era para aprender a ir en bicicleta. La bicicleta de mi padre tiene barra y no me llegan los pies a los pedales, así que he de meter la pierna derecha por debajo de la barra. Más que una era es un gran descampado en el que pasamos la mayor parte del día jugando: a fútbol, a los pitones, a luchar con las espadas de madera, a cabalgar sobre nuestros corceles que tienen el cuerpo de una escoba. Cuando jugamos a fútbol, todos queremos ser del Real Madrid y nos ponemos en camiseta y calzoncillos, una camiseta blanca y unos calzoncillos blancos que todos llevamos, pero como nos conocemos bien sabemos quién es del equipo contrario y quién del nuestro.

Corre el mes de septiembre y la Escuela está cerrada. Después de comer, a pesar de que amenaza lluvia, he ido a casa de Luisito. Su abuela nos ha obligado a quedarnos hasta después de la merienda. Luego, hemos cogido los caballos con cuerpo de escoba, las espadas y nos hemos ido persiguiendo, luchando en cada recodo como lo hacían el domingo en el cine los espadachines que admiramos. Ha empezado a tronar, a gotear, unos goterones gruesos de tormenta, a diluviar. Nos hemos resguardado en el bar de la carretera y hemos hecho una tregua hasta que dejara de llover; después hemos continuado nuestra batalla, incansables, trotando con nuestros corceles, luchando sin tregua, persiguiéndonos. Al cruzar un campo mojado, Luisito se me escapa porque su corcel tiene un trote más ligero que el mío. La tierra está húmeda, se apelmaza en los cascos de mi caballo y hace que la cabalgada sea cada vez más difícil. Veo que Luisito se aleja y llega al final junto a una tapia que cierra el cercado. Hay una puerta, la abre y desaparece. Me quito los zapatos, saco todo el barro que han acumulado sus suelas, me los pongo y sigo a galope tendido; tan ofuscado estoy que no me doy cuenta de que al otro lado de la puerta corre una acequia y caigo en ella. La corriente es muy fuerte y me arrastra. Me arrastra hacia el puente que salva la carretera, el puente que con los ojos henchidos de agua me va a engullir. Al otro lado de la carretera está el Cuartel. El guardia de la puerta me ha visto caer y viene corriendo. Doy dos brazadas acercándome a la orilla y, unos instantes antes de ser tragado por el ojo negro del puente, me agarro a un matojo de juncos y salgo. Desde la orilla, mi amigo Luisito me mira asustado. Cesa la lucha y nos vamos cada uno a su casa.

Mi madre está cocinando. Con la luz mortecina de la bombilla no se da cuenta de que estoy empapado y tirito. Llega mi padre, le cuenta a mi madre el suceso que a él le ha contado el guardia. Me coge en volandas y subimos al baño. Me desnuda, me seca con una toalla y me da una tunda de zurras que me hace entrar en calor y llorar a moco tendido. Me mete en la cama y me quedo profundamente dormido.

&

Por si aparece antes de lo que me gustaría, para que no me coja de improviso, he ido hasta allí y me he plantado delante de la casa poblada de vivencias infantiles. He mirado cada ventana recordando las estancias. Luego he ido donde estaba la era en la que aprendí a ir en bicicleta (que ahora la pueblan corrales y naves) para coger un puñado de tierra que pienso llevármela cuando cruce al otro lado. Si me tropiezo con San Pedro, que dicen que hace de portero, le enseñaré el tarro de cristal con la tierra de la era donde aprendí a ir en bicicleta para que sepa de dónde vengo, de dónde soy.


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido