Descendiente de tus ecos dorados,
de tus eternas lenguas
sepultadas por la mirada seca
en torrente ciego y embravecido,
dilatadas ante estos
ojos silentes
de grafito que intenta capturar
el alumbre que dejas en mi pecho a tu paso.
Soy yo, atónito huésped
de tu morada sin puertas
donde tus voces,
salvadas del hueco silencio por
las almas de los árboles,
se desmenuzan en trigo, agua y vida
entre las manos
dibujando un camino de venas compartidas.
En un ángulo anónimo
espero atento tus palabras resonando
en cada recoveco de mis huesos.
Me tejiste en fino silencio un tuétano
de geometría y estrellas verdes.
A ti me han conducido mis caminos.
Todos.
Y por los muertos
por los vivos
por los que han de nacer
por los que son como tú
por los que no te entienden y te odian
para que sigas cantando,
Poesía,
quiero ser leve granito
bajo el ópalo que a tu cúpula sustenta,
viga anónima de tu catedral,
lechuza inexperta sobre tu boca.

Alejandro Bona Ester


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