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Por Emilio Quintanilla

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Luis Cernuda aprendió de los poetas ingleses, que tanto influyeron en ese  estilo reflexivo y filosófico que impregna gran parte de su obra, un recurso literario que empleará en varias ocasiones y según el cual un personaje célebre (real o imaginario) toma el protagonismo y la palabra en sus poemas.

    “Aprendí de la poesía inglesa —nos confirma el propio Cernuda en Historial de un libro— y particularmente de Browning, a proyectar mi experiencia emotiva sobre una situación dramática, histórica o legendaria…”

Se trata, pues, de un ejercicio retórico mediante el cual Cernuda cede la voz a un personaje de notable singularidad para que sea él, y no el poeta, quien en primera persona se encargue de transmitirnos aquella experiencia emotiva a que se refería Cernuda. Esto ocurrirá en varios de sus poemas: Silla del Rey, Lázaro, Quetzalcóatl, El César, Las islas y algunos más.

De la misma forma que Robert Browning (uno de los reconocidos monitores de Cernuda), para narrarnos en The Ring and the Book un enrevesado asesinato en la Roma del siglo XVII, va hablando por boca de los diversos actores que protagonizaron aquellos violentos acontecimientos, nuestro poeta sevillano también es capaz, por ejemplo, de sentirse resucitado en el cuerpo de Lázaro y, como Lázaro y no como Luis, decirnos qué sensaciones está experimentando mientras resucita: Yo no recuerdo sino el frío / Extraño que brotaba / Desde la tierra honda… Y así, en un largo y bello monólogo, nos iremos encontrando expresiones como “En mi cuerpo dolía un dolor vivo”, “Quise cerrar los ojos”, “La luz me remordía”, etc. Y aunque la religiosidad del poeta era cuando menos contradictoria, llega a sorprendernos con unos versos propios de un fervoroso creyente, probablemente porque es consciente de que quien se está dirigiendo al lector no es Luis Cernuda sino Lázaro de Betania:  Él conocía que todo estaba muerto / En mí, que yo era un muerto / Andando entre los muertos. / Sentado a su derecha me veía…

También quiere Cernuda, en su Quetzalcóatl (dentro de Como quien espera el alba, incluido a su vez en La realidad y el deseo) encarnarse en una sutil simbiosis del dios mesoamericano que da título al poema y del Hernán Cortés más idealista y apasionado. Y es por boca de éste último que se dirige a “vosotros” (sus expedicionarios). “Yo estaba allí, mas no me preguntéis…”  “…Cuerpos acometí, arrancando sus almas…” “Del viento nació el dios y volvió al viento que hizo de mí una pluma entre sus alas…” Hay en este poema un choque de sentimientos: junto a unos versos de autoinculpación o remordimiento: “Astucia, fuerza, crueldad y crimen / Todo lo cometimos…”,  hay otros versos que tratan de ser exculpatorios: “…Mas vencimos, y nadie hizo otro tanto”. Quetzalcóatl constituye uno de los poemas-monólogo donde el discurso de Cernuda/Cortés se hace más crudo e intenso.

En el poema Silla del Rey, (de Vivir sin estar viviendo), el poeta también recurre a ceder su voz a otro narrador porque quiere hablarnos a través de un intermediario histórico (Felipe II) a quien atribuye una postura ideológica que probablemente Cernuda no comparte pero que, fiel a ese desdoblamiento que asume, ha de respetar y respeta por más que íntimamente pueda resultarle inasumible: No puedo equivocarme, no debo equivocarme; / Y aunque me equivocase, haría / Él que mi error se tornara / Verdad, pues que mi error no existe / Sino por Él, y por Él acertando me equivoco… (Obsérvese la mayúscula con que Cernuda escribe el pronombre “Él”, en este caso de evidente connotación divina, con que el rey Felipe II se está  expresando).

 No queremos dejar de mencionar El César (último poema del cuaderno Vivir sin estar viviendo, dentro de La Realidad y el Deseo). En esta ocasión Cernuda se transfigura en un poderoso César (algunos analistas han querido identificarlo con Tiberio). El poeta se siente casi un dios que contempla a las criaturas del mundo desde una posición privilegiada, segura, inaccesible: Conmigo estoy, yo, el César, dueño / Mío y en mí del mundo… Sin embargo está lejos de ser feliz. La soledad, la vejez, la incertidumbre, el temor y hasta el miedo pueden con él. Se sincera hablándonos de “sueños que me cuestan lágrimas y gemidos”, “…para el placer soy viejo”. ”Cuando mis manos fláccidas contemplo…”

En algunos poemas en los que Cernuda se propone hablar de sí mismo, este desdoblamiento se produce en sentido inverso porque deja ya de tener interés la identidad de aquél en quien se transforme. En efecto, cuando es el propio Luis Cernuda quien desea darnos a conocer sus íntimas reflexiones, entonces (y solo en algunos poemas) el poeta también se evade de su propio cuerpo, pero lo hace para, utilizando la segunda persona de singular, poder dirigirse a sí mismo. Esto ocurre, por ejemplo, en el poema Peregrino (de Desolación de la Quimera) donde un Cernuda expatriado es interpelado con dureza por alguien que no sabemos quién es ni nos importa: …¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas / Sino seguir libre adelante… Y en los primeros versos de la última estrofa ese desconocido aconseja al poeta: Sigue, sigue adelante y no regreses / Fiel hasta el fin del camino y tu vida / No eches de menos un destino más fácil

Luis Cernuda

    Finalicemos recordando que en La realidad y el deseo, y dentro del cuaderno Como quien espera el alba, podemos encontrar un  soberbio poema-testimonio titulado A un poeta futuro, donde Cernuda incluye un verso que dice: 

Que otros ojos compartan lo que miran los míos.

Tal vez en este deseo explícito pueda encontrarse la clave de esa disociación, de ese desdoblamiento que se ha tratado de destacar en este breve trabajo; un desdoblamiento que en varias ocasiones lleva al poeta a encarnarse en un ser distinto para, desde él y sin inhibiciones, darnos a conocer su mensaje.


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