Los versos de Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) siempre nos deslumbran. Son el fuego de la esencia que crepita la palabra tras el humo de las meras apariencias «para alcanzar la verdad de las cosas, su ser, su tuétano» (Guinda, 2011: 52), su brasa vitalista, su integridad, su significado auténtico, su plenitud, su corazón de fruto apasionado más allá de la piel sucia del mundo y, en definitiva, ese adentro que encuentra quien ¾bajo la concepción de que «siempre lo sobrenatural está después» (Guinda, 2011: 76) y «siempre lo preternatural está afuera, más allá del orden natural» (Guinda, 2011: 74)¾  ha logrado ascender con paso lento pero firme, trabajo y paciencia al otro lado de las cosas ¾trans-scandere¾ para entonces pasar a hallar ese significado velado que se oculta más allá de lo subrepticiamente superficial y de esta manera descubrir cómo «todo lo que ha de arraigar exige ser plantado muy profundamente, y en este sentido hay que distinguir muy de verdad entre la trascendencia y la banalidad» (Guinda, La diferencia).

Ángel Guinda Iman 24

Dibujo ©Pilar Aguarón Ezpeleta

Es este fuego trascendente el verdadero hogar de su palabra itinerante, el viaje a lo desconocido transmutado en una morada de albor donde la lumbre de la creación en algunas ocasiones cobra forma de aforismo, en otras de voces de expresión minimalista, y también de manifiesto, de verso libre o de «poema de largo aliento, Espectral, presentado en prosa fragmentada» (Guinda, La diferencia). Pero independientemente del tipo de andamiaje literario que apreciemos en unas obras o en otras, a lo largo de todos sus textos vemos un punto común en el latido de fondo en el que palpita ese característico poso que deslumbra, esta llamada poética que profiere la llama de quien sugiere que se escriba «como una sacudida» (Guinda, 2020: 13) y lo predica con el ejemplo de unos poemas en los que no se lee la vacuidad del humo sino la tea avivada, y donde cada palabra a su vez es una descarga de eléctrico ademán exclamativo; o también bajo la silueta interrogante que profiere quien considera que cualquier tipo de crecimiento parte de la idea de que «¡Toda semilla es una pregunta!» (Guinda, 2011: 42) y «la poesía es una pregunta a todas las respuestas» (Guinda, 1983: 44), y es consciente por lo tanto de que el ser humano viene precisamente definido por su duda, por ese desconocimiento del propio origen y fin de la existencia; quien en consecuencia decide conferir a su lenguaje el poder de renombrar la incertidumbre, hallando así «el prodigio del detrás de todo, la poesía como forma de desconocimiento: ¡lo nuevo en bruto, único, vivo, descubierto!» (Guinda, 2011: 54).

Es de esta forma como Guinda no desvela la respuesta a este interrogante pero sí que reconoce «Ya ni siquiera creo que no creo. Creo que soy agnóstico. Creo que dudo.» (Guinda, 1992: 29), y a partir de esa incertidumbre originaria descubre la esencia del eterno misterio que se encuentra al otro lado de las cosas, y además reformula dicha duda en su escritura al preguntar «¿Qué hay una palabra más allá?» (Guinda, 2011: 29), rompiendo a menudo los límites al encaminarse «más allá del mar y más allá del más allá» (Guinda, 1983: 24) y transgrediendo las fronteras de la imaginación creadora para encontrar espacios inéditos de posibilidad donde desconocerse y a continuación poder pasar a reconocer los lugares no transitados del mundo.

Una forma de apreciarlo ¾que, pese a que pueda parecer anecdótica y ajena a la creación, resulta sin embargo realmente ilustrativa en lo que concierne a su concepción de la elevación del lenguaje, en cierto sentido desde la posición de instrumento o herramienta cotidiana hasta la cima de la poesía¾ es la de sus dedicatorias. Al leer algo similar a «con de por en para» precediendo a su nombre, el destinatario del libro no puede sino sentir que tiene algo grande en esa letra firme y manuscrita. Y ese algo es la trascendencia que cobra en manos de Ángel Guinda la palabra como un ser vivo que «nace, crece, se reproduce, enferma, y puede llegar a morir y a matar» (Guinda, 1992: 47); la construcción poética como esa unión de preposiciones que acumula, revaloriza e incluso llega a resucitar el significado erosionado que a lo largo del tiempo se ha venido negando a los nexos por ser concebidos tan solo como meras categorías gramaticales que únicamente relacionan términos. Lo vemos también en otros poemas, como es el caso de la máxima unión, alianza y complicidad que apreciamos en «Cópula: con con» (Guinda, 1992: 21); o en la soledad absoluta del poema «Solo», que viene definido por la ausencia de compañía que establece la relación que entre ellas mantienen las preposiciones «Sin con» (Guinda, 1983: 72); o en el juego que construye en «Poesía: conciencia con ciencia» (Guinda, 1992: 28); o en la oposición de «Escribo contra la realidad, no sobre ella» (Guinda, 1983: 67).

Además, bajo la percepción de que hay que «escribir como se vive» (Guinda, 1992: 21) y de que «Ser poeta no es una profesión. Ser poeta es una posesión» (Guinda, 1992: 59), Ángel Guinda refleja de qué modo el barrio cosmopolita en el que vive «es el centro descentrado de todo» (Guinda, La diferencia), y en este sentido advertimos la apertura de quien busca la esencia de la libertad tanto en la vida como en la poesía, de quien funda la meta en el camino del nomadismo estético y vital y el conocimiento del propio recorrido, de quien se exilia de sí mismo para reconocerse como alguien distinto y trasvasado y asegura «Eran mis pasos los que yo escuchaba, los pasos de mi espíritu en busca de una salida más allá del cuerpo, más allá de este tiempo y este espacio vacíos del vacío. ¡Trance! Dentro de mí camina un fugitivo» (Guinda, 2011: 51). Y por eso, consciente además de esta experiencia de la errancia y de la «huida al regreso» (Guinda, 1991: 79) ¾acrecentada quizás por su traslado a Madrid desde Zaragoza¾, considera que para él no existe «otro escenario que la fuga» (Guinda, 2011: 42) y que «encontrarse es perderse del exterior confuso, completarse, fundirse» (Guinda, 2011: 74), reencontrarse con lo desconocido y reconocerlo a pesar de no haberlo visto nunca. De ahí que nos deslumbre en exclamaciones como «¡Me he arrojado dentro de mí mismo!» (Guinda, 2020: 21) o «¡Huimos siempre hacia nosotros mismos!» (Guinda, 2011: 23) o «¡Salgo del mundo para entrar en mí!» (Guinda, 2011: 12), desvinculándose de un cronotopo anterior con el que ya no se identifica, o «Me voy, me voy. ¡No volveré conmigo!» (Guinda, 2011: 23), desligándose por otro lado de sí mismo.

Y una vez que recurre a esta experiencia de la desposesión y del vaciado, a esta «¡Invasión de la ausencia!» (Guinda, 2011: 61), reconoce que escribe para «tomar pulso al abismo» (Guinda, 1992: 88) y se pregunta «¿Es el vacío abismo o plenitud?» (Guinda, 2011: 19), renombrando la incertidumbre del interrogante para sugerir a su vez cómo el abismo no es el fondo de la vida, no es un hoyo en el que todo concluya de pronto y termine por romperse al entrar en contacto con el fin de la oscuridad, sino que es la apertura a la ausencia de límites, que por tanto permite ascender al otro lado de lo conocido y proyectar la palabra hacia lugares inexplorados por la voz. De ahí que el poeta a menudo efectúe una completa ruptura de los límites aparentes y se salga incluso de sí mismo, disuelva su identidad en su exilio interior con respecto al mundo, y en otras, también en su proyección hacia la anécdota trocada en la universalidad y la otredad de quien lo escucha.

A nivel formal, da la impresión de que la mejor síntesis de su concepción creadora podemos encontrarla en su manifiesto «Poesía útil», donde la tradición y la originalidad dialogan desde los dos extremos de un mismo eje horizontal. Lo vemos cuando proclama «Propugnamos una poesía heredera de la tradición mejor asimilada, abierta a caminos nuevos en la forma y en los temas» (Guinda, «Poesía útil»).  Y por eso el poeta se sitúa en el justo punto medio entre los extremos, consciente del sinsentido que supondría una mera imitación del modelo tradicional del que procede, pero a su vez del ejercicio opuesto, esto es, de la búsqueda adánica de una voz propia que no tuviera en consideración ni pusiera en valía el legado anterior. Es por esto por lo que Guinda actúa con mesura y se posiciona en un lugar de simbiosis entre estas dos tendencias, sabiéndose heredero de la tradición de una poesía que conoce y degusta, pero encontrando a su vez el espacio personal de su palabra propia e inimitable, que abre de manera inédita el lugar de una misma duda compartida por todos. De ahí que rechace la poesía «mimética» (Guinda, «Poesía útil»)que no aporta nada sino que únicamente reproduce algún modelo que en otro tiempo fue novedoso pero que ha acabado por erosionarse con el tiempo y por convertirse en una fórmula que conduce a esa «poesía domada por las tendencias dominantes» (Guinda, «Poesía útil»), que a menudo trata de crear poemas a imagen y semejanza de otros que, sin embargo, en cierto modo los superan. De ahí también que se oponga a los «poemas de tubo de ensayo» (Guinda, «Poesía útil») concebidos como meros experimentalismos sin otro trasfondo, o aquellos con «banalidad de pensamiento» (Guinda, «Poesía útil») y sin reflexión. Y de ahí que por encima de todo proclame la libertad plena de una «poesía en estado salvaje» (Guinda, «Poesía útil»), de una escritura que suponga un «testimonio radicalmente sincero de la experiencia vital e intelectual, de nuestra convivencia con la realidad del existir y con la idea de la muerte» (Guinda, «Poesía útil»).

Esta presencia de la muerte es un elemento clave en su creación, un compromiso que Ángel Guinda mantiene con el miedo que en algún momento nos ha obsesionado a todos, con «el estremecimiento frente a lo fantasmal del mundo» (Guinda, La diferencia), con una realidad exterior más espectral que el miedo interior de los fantasmas conocidos. En este ámbito, el poeta muestra a veces a un yo lírico que se presenta como un asesino que evoca el «matando, muerte en vida la has trocado» de San Juan de la Cruz o la concepción rilkeana del ángel que vemos en el poema en el que asegura «todo ángel es terrible: / nací matando, ciega su visión / y a la muerte endemonia / divinizando la pagana vida» (Guinda, 1983: 17), reflejando el golpe que supuso la pérdida de su madre como consecuencia de un parto desafortunado. Desde ahí la muerte se convierte en tema esencial de este «ángel destructor» (Guinda, 1983: 41), y eso explica que encontremos versos como «esa muerte frustrada que es la vida»(Guinda, 1992: 32) o «en nombre de la vida matarás» (Guinda, 1983: 71) o «a cambio de mi vida, cuando muera mataré dos crímenes» (Guinda, 1983: 68). Pero a pesar de todo, nuestro poeta no pierde su ironía, como vemos cuando reconoce «no soy un ángel malo sino un diablo bueno» (Guinda, 1992: 59). Por otro lado, la muerte también está presente en versos como «y, al final de tus días, tu obra / sea más que tu vida / porque te contramuera» (Guinda, 1992: 115), de tal manera que la muerte no se convierte en vacío sino en la memoria de la obra concluida.

Nos encontramos, en definitiva, ante una poesía verdadera con una gran «tensión ética y estética», al decir de Alfredo Saldaña (apud Guinda, 1992: 73), una poesía trascendente con ebriedad de luz y de esa esencia «que sirva al ser humano: moralmente, para vivir; culturalmente, para ensanchar y afianzar su saber; y estéticamente, para gozar» (Guinda, «Poesía útil»). Y a pesar de los reconocimientos a su trayectoria ¾tales como el Premio de Poesía de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza (1970), el Premio Santa Isabel de Portugal de la Diputación de Zaragoza (1974), el Premio de las Letras Aragonesas del Gobierno de Aragón  (2010), el Premio Imán de la Asociación Aragonesa de Escritores (2012) o la calificación de Finalista al Premio Nacional de Poesía (2012)¾ y de que ¾como se podía leer en una de las primeras críticas que recibió¾los malos vientos reinantes no lo han arrastrado y se encuentra ya en el ascenso a la más alta cima de los consagrados, Ángel Guinda sigue siendo un poeta humilde y vitalista que considera que el éxito y la fama corrompen la personalidad, que hay que abominar a los que pretenden dar imagen de poetas tan solo «con pose, movidos / por el éxito, la fama o el poder» (Guinda, 1991: 115), mientras que hay que fijarse en la poesía sincera de «aquellos para quienes escribir / ha sido una incurable enfermedad» (Guinda, 1991: 115).

Porque al fin y al cabonuestro poeta considera que la originalidad no consiste sino «en el reencuentro con los propios orígenes» (Guinda, 1992: 64), en el retorno a la duda del principio, a la incertidumbre, a la humildad humana que trasciende con de por en para el propio Ángel Guinda.

Celia Carrasco Gil

 

Bibliografía

Guinda, Ángel (1983), Crepúscielo esplendor, Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía.

______(1991), Claustro, Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía.

______(1992), Breviario, prol. Túa Blesa, epíl. Alfredo Saldaña, Zaragoza, Lola Editorial.

______(2011), Espectral, Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía.

______(2020), Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones, Zaragoza, Olifante Ediciones de Poesía.

______La diferencia. Accesible en internet: http://la-diferencia-pelicula.blogspot.com/[última visita: 19-04-2021]

______«Poesía útil». Accesible en internet: http://www.angelguinda.com/p/manifiesto-poesia-util.html [última visita: 19-04-2021]


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