Breve introducción.
No quisiera dejar pasar esta época (2016-2020) de la revista IMÁN sin publicar algo en ella. Como presidente de la editora, la Asociación Aragonesa de Escritores, me gustaría que quienes se acerquen a su índice encuentren algo de mi autoría en este número.
Todo lo que escribo, ensayo y novela, tiene que ver con lo militar, tanto historia como derecho constitucional, y tratar de encontrar en estos temas algo que encaje en la línea habitual de IMÁN es complicado, aunque pienso que no imposible.
Tengo casi acabada una novela sobre los años que Franco pasó en Zaragoza, 1928-1931, como director de la Academia General Militar, una etapa decisiva en su formación para lo que sería después: dictador tras vencer su bando en la guerra civil (1936-1939). He decidido que ese sea el tema de este artículo.
La Academia General Militar en Zaragoza
Se ha afirmado con frecuencia que Zaragoza es una ciudad de curas y militares. Sobre el tema eclesiástico no tengo conocimientos, por lo que me abstendré de opinar, pero sobre el militar algo sé. Es la AGM la razón principal de que haya un número notable de militares en Zaragoza por lo que no estará de más que haga un breve relato del cuando y el porqué se instaló este centro en nuestra ciudad. Fue el riojano Práxedes Mateo Sagasta el primer ministro que puso a la firma del rey Alfonso XII el decreto de creación de la AGM, en el año de 1882, siendo el padre de la idea el entonces ministro, y famoso autor de la paz de Zanjón y del pronunciamiento de 1874, el general Arsenio Martínez Campos. La ciudad elegida para instalar aquel centro fue la castellana Toledo y el objeto de su creación el de tratar de unificar criterios entre todas las Armas y proporcionar a los futuros oficiales un espíritu de colaboración hasta entonces inexistente. Se achaca a los artilleros el ser los principales artífices, por su elitismo, de la desunión entre las Armas, y el que hayan sido disueltos hasta cuatro veces en los siglos XIX y XX tal vez conceda algo de razón a esa afirmación. En 1893, siendo ministro el artillero Antonio López Domínguez, se disolvió la AGM (otra vez con Sagasta en la presidencia), volviéndose a los antiguos métodos de formación, cada cual en su centro, sin contacto entre los futuros oficiales de diferentes Armas.
De los cadetes que estudiaron en la AGM toledana el primero que ascendió al empleo de general fue Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Tras hacerse por la fuerza, exhibida aunque no utilizada, con el gobierno de España, uno de sus sueños fue el de retomar la idea de la AGM y así fue como le puso a la firma a Alfonso XIII el decreto de la apertura del centro continuador de aquel toledano de gran recuerdo para él. Lo que no se mantuvo fue la ciudad, ya que las nuevas necesidades militares exigían espacio para realizar prácticas, algo inexistente en Toledo. Zaragoza fue la elegida puesto que disponía de un campo de maniobras, el hoy denominado de San Gregorio, entonces de Alfonso XIII, y debo reseñar que el general Mayandía (con calle en la ciudad) fue el artífice de aquel espacio tan decisivo para traer la AGM a la capital aragonesa.
El general Franco director
Francisco Franco fue un alumno muy poco distinguido. Las promociones de oficiales se ordenan, escalafonan, puesto que la antigüedad es precisa a la hora de obtener destinos, ascensos, etc., y el cadete Franco se situó en uno de los puestos más bajos del escalafón de su promoción, el 251 de un total de 312. Salió segundo teniente en el año de 1910 y, a los dos años, tras ascender a primer teniente, fue destinado a África, de donde solo saldría, antes de su nombramiento como general, en un brevísimo periodo de tiempo.
España, tras los acuerdos de Algeciras, participó en el reparto colonial de África y quedó bajo su responsabilidad la parte más occidental del norte de este continente. Para mantener el orden de este territorio fue preciso que se organizasen diferentes Unidades, muy necesitadas de oficiales de los empleos más bajos, y un número notable de soldados de reemplazo tuvieron que realizar su servicio militar allí. Franco fue uno de los oficiales que más se destacó en los combates en aquellas tierras y, además, con la habilidad, o suerte, de que solo resultó herido de gravedad en una ocasión. Para combatir “a los moros” se utilizaban métodos nada modernos y el valor era casi el único requisito exigible para mantenerse allí durante años como oficial y, por poco que nos guste Franco, hay que reconocer que valor sí tuvo.
Acciones muy negativas para las tropas españolas las hubo con frecuencia en estos años y si debemos destacar una de ellas es “el desastre de Annual”, a finales de julio de 1921. Esa derrota quedó grabada a fuego en los oficiales españoles que siempre tuvieron en su mente la necesidad de lavar aquella afrenta. El presidente del gobierno, Miguel Primo de Rivera, planeó un desembarco a gran escala para derrotar a Abd el Krim, el cabecilla que nos infringió la derrota de Annual. En el desembarco de Alhucemas, 1925, se reunirían tres oficiales de triste recuerdo en la historia de España: Primo de Rivera, como general en jefe (se autonombró), Sanjurjo, como responsable de la operación, y Franco al frente de la primera línea de ataque.
El éxito de esta operación terminaría de encumbrar a Franco, que ya era todo un héroe en las páginas de sociedad de la prensa conservadora, el ABC especialmente. Primo de Rivera no tuvo nunca a otro mando en la cabeza para dirigir la AGM y cuando en septiembre de 1928 comenzó el curso, allí estaba el pequeño general para arengar a los futuros oficiales.
La vida en Zaragoza
Franco ascendió al empleo de general de Brigada el 13 de febrero de 1926. Una gran alegría para él, por una parte, pero una cierta decepción, en otra. Dejando de lado los mitos laudatorios que durante años le dirigieron los suyos sobre si era el general más joven de la historia, lo cierto es que su carrera fue meteórica al ir consiguiendo ascenso tras ascenso por méritos de guerra. Los combates en África fueron muy rentables para algunos militares y, entre ellos, para el que más para este futuro dictador. El lado negativo, para él, de su ascenso, fue tener la certeza de que ya no volvería a combatir en la forma en la que lo había hecho hasta entonces. Los generales no dirigen en primera persona las embestidas contra los enemigos y ese era el verdadero objetivo hasta entonces del militar gallego.
Como general conoció la rutina cuartelera, en Madrid, donde fue destinado como máximo responsable de la primera Brigada de la primera División, en teoría la mejor de las Unidades de la península. En la capital de España fue consciente de que su vida militar, como la había entendido hasta entonces, había terminado. Y tenía que darle un giro. Los estudios no eran el camino, ya que nunca fue llamado por ese lado. Si la mayoría de los oficiales a lo largo de su carrera hacen diferentes cursos de especialización, Franco fue la excepción. Los libros y él fueron como agua y aceite. Tenía, por tanto, que ir por otro camino y fue su esposa Carmen quien le dio el consejo adecuado: “Paco, tienes que relacionarte”. El tímido general empezó a frecuentar tertulias y a conocer a personas de la vida política.
Y esto que comenzó a hacer en Madrid fue su principal actividad en Zaragoza, al margen de lo militar, claro.
De las relaciones civiles, comenzaré por citar a los cuatro alcaldes que tuvieron que ver con la AGM y Zaragoza, de los que, los dos últimos, trataron al general. Gonzalo González Salazar, Julián Cerezuela Alegre, Miguel Allué Salvador y Sebastián Banzo Urrea. De ellos fue Allué quien lo frecuentó en los tres años de director, y el que decidió ponerle su nombre a una calle de la ciudad, en el barrio entonces en expansión, el Arrabal, y quien lo agasajó de forma reiterada. El republicano Banzo convivió con él, con escaso contacto, en los últimos cuatro meses.
La burguesía zaragozana estuvo encantada de tener en nuestra ciudad a un personaje como el general Franco. Fue muy popular, yendo a los toros, al teatro e, incluso, a partidos de fútbol en el campo de las calles Bilbao-Canfranc. También fue un asistente muy asiduo a las tertulias del casino o de las cafeterías de la plaza de España (entonces de la Constitución), donde entabló amistad con varios de los alemanes más notables de la ciudad. Para su futuro serían decisivos los contactos con estos germanos (procedentes del Camerún en 1916) así como con alguien tan importante en el franquismo como Ramón Serrano Súñer, abogado del Estado destinado en Zaragoza y que comenzaría a festejar con la que luego sería su esposa, Ramona (Zita), la hermana de Carmen Polo, y no al revés, como a veces se ha contado. Primero contactó con Franco y después conocería, por medio del general, a Zita. Serrano Súñer era un perfecto “trepa” y se acercó al general pensando que en un futuro sería alguien importante. El rector Ricardo Royo Villanova (medicina), el decano, de esa misma carrera, Ricardo Lozano Monzón y el también decano (letras), Domingo Miral López, fueron también asiduos de esas tertulias. Otros personajes a los que conoció, aunque no frecuentó, por evidentes diferencias ideológicas, fueron el ingeniero Manuel Lorenzo Pardo o el arquitecto Francisco Albiñana Corralé.
También hay que reseñar quienes fueron los militares que vinieron a nuestra ciudad para acompañarle en su aventura docente. Todos ellos de su absoluta confianza ya que los conocía por haber estado destinados con él alguna vez, especialmente en Oviedo, en el regimiento Príncipe. El coronel Campins, jefe de Estudios de la AGM, el único al que podemos considerar “intelectual” y estudioso, una “rara avis” en el profesorado, todo él elegido personalmente por Franco por razones “africanistas” y no docentes. Sus otras personas de confianza fueron Álvaro Sueiro (el de la calle recientemente sacada del callejero zaragozano), Camilo Alonso Vega y Francisco (Pacón) Franco, su primo.
A Franco nunca le gustó Zaragoza. Las ciudades que él propuso para instalar la AGM fueron El Escorial y Aranjuez. Cuando llegó a nuestra capital se quejó de tener que instalarse en el cuartel del Carmen (calle Hernán Cortés) al no estar acabadas las instalaciones, así como de tener que efectuar los primeros exámenes de ingreso en el Colegio Costa, ya construido pero aún no inaugurado. Vivió en la céntrica calle Costa y aquí fue donde su hija Carmencita pasó desde los dos hasta los cinco años.
En el tiempo que vivió en nuestra ciudad, en España tuvieron lugar importantes episodios políticos: el término de la dictadura de quien le nombró, Primo de Rivera; los gobiernos del general Berenguer y del almirante Aznar; el final de la monarquía con la salida de nuestro país de Alfonso XIII, de quien él era gentilhombre de cámara; y la instauración de la república, con Manuel Azaña como personalidad más relevante.
De estos años hay que destacar las relaciones que mantuvo con dos generales, más antiguos que él, Miguel Primo de Rivera y José Sanjurjo. Con el primero tuvo al principio una relación difícil ya que Franco lo consideró abandonista, por una intervención en el Senado en ese sentido, años antes, pero terminó siendo seguidor de sus políticas. Con Sanjurjo pasó lo contrario ya que eran amigos y compañeros africanistas, ambos se ayudaron mutuamente en todo lo que pudieron hasta que llegó 1932 (fuera del espacio temporal de este artículo), cuando Franco se negó a defender a Sanjurjo en el Consejo de Guerra que lo juzgó por liderar un intento de golpe de Estado, el 10 de agosto de ese año, contra la República. La razón que esgrimió Franco fue que quien es capaz de organizar una acción así se gana el derecho a morir por ello.
En relación con la República, Franco vivió en Zaragoza dos episodios dignos de ser recordados. El primero, la sublevación de Jaca, y el segundo, el cierre de la AGM por orden del ministro Azaña. Respecto de la acción de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, cuando se dirigían hacia Huesca el mando consideró una tesis probable el que pretendieran llegar hasta Zaragoza, por lo que se ordenó a Franco preparar a sus alumnos para entrar en combate con el fin de evitar esa posibilidad. Finalmente, no llegaron a actuar ya que Huesca fue el fin de la intentona liderada por Galán. Cuando el 14 de abril de 1931 fue proclamada la Segunda República, Franco seguía siendo el director de la AGM y los cursos siguieron su camino hasta el final. Los alumnos sí pudieron observar algún detalle sorprendente puesto que la bandera monárquica siguió ondeando en el mástil oficial de la Academia ya que su general afirmó que no había recibido orden alguna para arriarla y sustituirla por otra. El Capitán General, Leopoldo Ruíz Trillo, se lo ordenó el día 20 y entonces sí que dejó de ondear la bandera bicolor en el centro. Al finalizar el curso Franco ya sabía del cierre de la AGM, decisión tomada por el gobierno algún tiempo antes y en el discurso de fin de curso dirigió una arenga a los alumnos en la que está contenida la evidente contrariedad del director con esa medida, motivo por el que fue sancionado. Hay quien ha querido ver en esa discrepancia con Azaña el germen de su animadversión a la República. Con el cierre de la AGM puso Franco fin a sus años de vida en nuestra ciudad.
Javier Fernández López
Militar. Profesor universitario.
Presidente Asociación Aragonesa de Escritores.
Javier Fernández López. Doctor en Derecho por la Universidad de Zaragoza (“Los militares en el cambio de régimen político en España -1969-1982”, es el título de su tesis doctoral), es Teniente Coronel del Cuerpo General de las Armas (Ingenieros) actualmente jubilado.
Ha desarrollado una amplia actividad docente, ligada a la Facultad de Derecho de Zaragoza, la Academia General Militar y el Instituto Universitario “Gutiérrez Mellado”.
Entre 2004 y 2012 estuvo al frente de la Delegación del Gobierno de España en Aragón.
Perteneció a la Junta Directiva de la Fundación de Estudios Políticos y Constitucionales “Lucas Mallada”, fue presidente de la Fundación “María Domínguez”, dedicada al pensamiento y la reflexión política, y es presidente de la Asociación Aragonesa de Escritores.