(Accésit Premio “Antonio Machado”, Premios del Tren, Madrid 2011)
I Nací junto a un andén, que es donde nacen la lejanía y el escalofrío, y tengo la pupila fatigada de tanto no ver campos ni caminos, pero he visto más trenes, más ausencias, más desgarros, más lágrimas he visto que oscuridades puede ver un ciego o guijarros un río. Como Neruda, como Quasimodo, como Aleixandre, yo también soy hijo de un hombre seducido por los trenes que hizo del tren su oficio. Yo sé bien dónde nacen las ausencias y conozco su caldo de cultivo: en la tristura de los desarraigos, en la germinación de los exilios, en los andenes de las estaciones brota el alejamiento. Yo fui niño de andén. No entiendo nada de gaviotas, pero entender de ausencias es sencillo: una persona parte, otra se queda, te quiero... cuídate... Siempre lo mismo. II Partir dejando atrás lo que se quiere es dejarse los ojos, los oídos, las manos y la boca en el andén de donde se ha partido y clavar, aunque crezca la distancia, un pie en el suelo y otro en el estribo aferrado a un recuerdo doloriento por eso que quisiste haberle dicho. Este tren hacia el alba de incierto recorrido que perfora el tapiz de mi memoria; este vagón que habito mientras me absorbe una distancia elástica, es la evidencia de un contrasentido porque quiere alejarme de lo que sin embargo va conmigo. Estoy haciendo el viaje de espaldas a la marcha, porque miro hacia el andén donde quedó enlazado con el latido suyo, mi latido. Llevo en mi cazadora ese perfume que dejaron sus ramos de jacintos y su fotografía en mi mochila, entre las hojas vírgenes de un libro. Tren hacia el alba: cuando te abandone olvidaré al bajar —siempre lo olvido— los restos de una ausencia en la butaca y la piel de un poema en el pasillo.