por Emilio Gil

Allá por el año 2000 descubría el formato .pdf, justo cuando estaba acabando mi licenciatura de hispánicas, entonces estaba decidiendo algunas alternativas laborales en las que moverme.  Difícil tarea para un filólogo, hay páginas por Facebook, una de estas redes sociales de moda en la actualidad, que reivindican que los filólogos sirven para algo. Y que la lectura es guai y todo.

History of the Internet, © Ubé, (http://jmube.com)La informática, mi pasión de niño con la programación basic y los viejos juegos del Spectrum, ganaba su terreno laboral en mí.  Al contrario que mis profesores de entonces, yo veía que la “informática” (palabra como “cacharro” que lingüísticamente designa a un todo de una nada) casaba estupendamente con las letras, es más, me parecía que el Internet y los formatos de digitalización que se empezaban a desarrollar estaban hechos para la gente de letras.

El formato pdf eliminaba todos los problemas de espacio y de la archivística de las bibliotecas, ¡el formato digital era y es la solución a los problemas de difusión de la cultura de la historia de la humanidad!

A partir de aquí, ya por entonces, empezaba a pensar en conceptos que posteriormente también ha ido desarrollando el mundo académico como es la comparativa de internet con la explosión de la cultura en el nacimiento de la ilustración con la vieja imprenta, en la distribución de textos mucho más rápida que el cambio de la oralidad a la impresión en papel de las primeras letras, etcétera.

Teníamos de nuevo todos los viejos conceptos pero con nuevos formatos, y no sólo nuevos formatos sino que en realidad son los viejos textos pero con nuevas combinatorias y posibilidades que nos brindan nuevos dispositivos de lectura.

Ahora la lectura electrónica puede recuperar la oralidad de los textos, aunque ya sabemos que hay que matizar, que no es lo mismo la literatura oral que tener una grabación que siempre repite la misma entonación con el mismo cuento.

Portadas que se van a poder mover, textos que van a interactuar con el lector, autores que preguntan a sus fans cómo continuar con la trama. Sí, claro, ya teníamos inventadas las tertulias y los juegos de rol hace mucho tiempo, pero es que parece que la nueva literatura pasa por las preguntas de grupo y las comunidades de lectores.

Oh, sí, la difusión digital y sus formatos ya no tienen marcha atrás en la literatura, abrazados en loas vanguardistas por unos, y rechazados por otros con argumentos simples como decir: yo voy a seguir leyendo en papel y todo esto de Internet me da igual, el Quijote es el Quijote de siempre.

Y claro que va a ser así, en realidad es lo mismo. Sin embargo, el cambio es complejo y ya está socavando ciertos aspectos culturales, principalmente el de la vieja industria, no así el de los lectores, pues hasta los estudios de la Federación de Libreros indican que actualmente se leen más libros que nunca.   Otros estudios recientes indican que, gracias a los blogs, los mails y las redes sociales, también se han escrito más líneas que nunca superando en 10 años todos los textos escritos por la historia de la humanidad.

Internet y la nueva distribución de textos están dando un nuevo rumbo a  una parte de la historia, algo que los maestros de la ciencia ficción ya adelantaban, aunque los actuales en vez de plantear tantos futuros se están yendo por las ramas del suspense y lo policíaco, con la nueva hipervelocidad de la comunicación. ¿No conciben nada nuevo? Sí, claro que sí, pero  utilizan para ese futuro conceptos ya existentes, o cambian completamente de escenario. Bueno, todavía queda por superar el aspecto de los ansibles que proponía Ursula K. Leguin en una comunicación tecnológica instantánea igual a la telepatía y que servía para la exploración del espacio.

Sin embargo en la Tierra esta instantaneidad ya es una realidad desde hace unos años.

Pero los beneficios culturales no son tales para todos. Medimos el poder del dinero donde tenemos una vieja industria, una nueva pelea por la difusión de los textos controlados por los derechos intelectuales de las obras, ciberguerras en Internet, que muchos textos periodísticos empiezan a nombrar y los cuales  el lector ya no sabe si tiene que leerlos en clave sensacionalista o real. Wikileaks como paradigma del nuevo periodismo donde no sabemos si se escribe con la verdad que siempre hemos sospechado del poder y que ve la luz gracias a las filtraciones con los nuevos cibertextos, o simplemente es una estrategia del poder nuevamente oculta.

Ortega y Gasset con el inicio de las vanguardias predecía un lector más crítico que nunca para evitar la tomadura de pelo de algunas creaciones.

Todo ganado y todo perdido nuevamente, el problema ya no es la escasez de los textos y de la información sino que el nuevo paradigma funciona en el otro extremo de la balanza.

La vieja industria se ve obligada a cambiar, la nueva distribución de los libros en las nuevas librerías digitales se enfrenta a nuevos retos como el posicionamiento, la propiedad intelectual, los metadatos de sus autores y sus obras, los nuevos impuestos, los DRM de los ficheros, los ficheros compartidos punto a punto en las redes, etcétera.

Ciberliteratura, literatura electrónica, blognovelas, etcétera, acaban de empezar las nuevas aventuras, al igual que cada etapa literaria acogía a las anteriores, sólo que ahora nos enfrentamos a nuevos mundos, pero esta vez en distribuciones y ventas.

El problema de la difusión cultural actualmente viene dado por la industria y por los derechos de autor. Los viejos autores se sienten pirateados y robados.

Hernan Casciari, escritor y pionero bloguero en las novelas por Internet explicaba recientemente en un post titulado “Para ti Lucia” en el que opone dos mundos con esto de la nueva difusión cultural de los libros:

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo. Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».
El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.
El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

(Hernan Casciari – http://orsai.bitacoras.com )

Así el problema actual no viene dado por números agotados, ediciones extintas, ni  obras menores publicadas por editoriales pequeñas que no se encuentran en las librerías. Existe un viejo mundo de contratos en el que el libro era un producto que se regalaba o se compraba. y si no encontrabas el libro en cuestión no había problema, ya teníamos servicios exclusivos de las distribuidoras, e incluso se podía prestar para su lectura, no había problema para la industria. Bueno, sí, el problema empezó con las fotocopias donde hace poco menos de 20 años, cuando en el caso de que alguien fotocopiara un capítulo de un libro poco menos que había que cortarte las manos.

Qué anticuado suena eso de las fotocopias en el mundo de los contenidos digitales donde la obra del escritor ha pasado a ser una cuestión de datos.

El lector se ha convertido en el mayor beneficiario de toda la nueva difusión, y a la vez el más perseguido, por las procedencias “cuestionables” de sus descargas.

¿Así cuáles han de ser las nuevas fórmulas para difundir todos estos libros sin lugares?

En toda la cultura, no sólo en la literatura, se percibe un cambio de perspectivas por parte de los usuarios, desde una vieja industria a una nueva,  como estamos viendo.

Por un lado las bibliotecas públicas y las universidades que están abriéndose a compartir sus fondos, aunque limitados por un estado de poder que censura los nuevos usos.

Y por otro unas librerías que ven cómo hace un tiempo cerraron la mayoría de los videoclubs del mundo y cómo la industria de la música está cambiando irremediablemente de la misma forma.

Y como la legislación va a depender de cada país y en muchos casos está marcada por las  inclinaciones industriales que parece que vaya a barrer a toda la antigua forma de difusión, en algunos casos las viejas marcas se están adaptando y en otros están surgiendo nuevas marcas que difunden la cultura entrando a formar parte del negocio de la literatura.

En la Distribución de la vieja industria, en muchos casos,  el autor apenas percibía un 10% de su creación. Así los autores también se encuentran divididos, como explicaba Casciari, entre unos autores consagrados en la forma tradicional de difusión y la nueva ciberliteratura, donde muchos ciberliteratos crean su obra de forma independiente y autoeditada sin pasar por una editorial que decide lo que es bueno y lo que es malo, siendo la gran masa de lectores la única jueza del asunto.

Editoriales todopoderosas que, en algunos casos, trataban al lector como idiota pensando que cualquier cosa que editaran la podía comprar el gran público; algo que Internet ha hecho, ciertamente,  y esas mismas voces han criticado la misma falta de calidad que ellas practican.

Así aparece una difusión en la que un autor novel cuenta con la misma estrategia que otro consagrado, y que transcurre normalmente por un blog, las redes sociales de moda, comportamientos virales, correos de prensa avisando de su obra, presentación a concursos y sitios como Amazon donde les permiten poner su libro a un precio muy competitivo con un botón de compra para promocionarse.

Si el autor triunfa es noticia en los grandes medios, como lo era antes, y como lo es ahora.  La estrategia ha variado un poco, el autor, y ahora también nuevo emprendedor ha decidido esta estrategia en la que va a encontrarse con sus lectores, algo que antes era patrimonio exclusivo de las grandes editoriales donde el autor dejaba su obra a través de un contrato firmado con ciertas condiciones.

Por su parte, desde hace un tiempo también las pequeñas editoriales trataban de ofrecer un valor añadido, un mimo a ciertas obras, un valor especializado, etcétera. Sin embargo, con todo este nuevo tipo de estrategia, también se ven obligadas a adaptarse o desaparecer,  pero sin la capacidad financiera con la que cuentan las grandes.

Una editorial pequeña con X autores de limitadas ediciones se nutre de la misma comunicación que acabamos de nombrar, el autor promociona su libro editado en papel con sus propias estrategias y así la editorial suple la escasez de presupuesto de márketing que supone una edición limitada con el trabajo complementario de su autor.

Terminando,  © Ubé, (http://jmube.com)

¿Y la comunidad lectora, y los consumidores de la vieja nueva obra/contenido?

1. +sinerrata editores se plantea si, ya que las comunidades de lectores nacieron con el libro en papel, tienen más sentido en el mundo digital
2. La tecnología contribuye a las comunidades de lectores, ya que proporciona herramientas para compartir y estar conectado. Las editoriales deberían aprovechar esa tecnología y fomentar la creación de comunidades.
3. Editoriales y autores se benefician de que los lectores los conozcan y compartan sus libros. El autor puede recibir un feedback directo de los lectores, por ejemplo.
4. Se barajan diferentes opciones para las editoriales: fomentar las comunidades de lectores surgidas de los propios lectores; crear las suyas propias o aprovecharse de las existentes. Todo ello con el apoyo de los autores.
5. solodelibros dice que los lectores se fían de las recomendaciones de otros lectores más que de cualquier estrategia de marketing tradicional.
6. Editorial Intangible lanza una pregunta: ¿la comunidad se forma desde la editorial, desde el libro o desde el autor?
7. Juan Luis Chulilla afirma que las comunidades dejan desnuda a la editorial: ésta tiene que lidiar con críticas que van a ser leídas. Por ejemplo: la crítica principal desde las comunidades es el precio del ebook. Y tiene consecuencias, claro.
8. Valentín Pérez dice que las editoriales al final le dan un “giro marquetiniano”, pero es el autor el que puede realmente crear comunidad en torno al libro.
9. La comunidad no se forma desde la editorial, el libro o el autor; se forma desde el lector.

(Recopilado por el Google+ de Emiliano Molina)

Así los problemas de “la vieja industria” pasan por la adaptación a todo este nuevo mundo digital. Y los problemas a los que se enfrenta a la nueva industria son sobre todo por los formatos digitales y esta nueva difusión de la obra/contenido.

El pastel literario a repartir por los nuevos autores que van a seguir generando contenidos es demasiado grande para ignorarlo (¿alguien lo duda?).

Nos encontramos con un nuevo lector, el de los formatos digitales, el de la obra/contenido, que quiere leerlo en su dispositivo favorito.   La editorial ya no decide esto, no decide que va a hacer tantos soportes libros para la distribución, unos libros para coleccionistas, otros de ediciones populares, etcétera, con distintos precios más o menos asequibles, sino que el nuevo lector con su dispositivo paga (dejemos al margen la piratería y las suscripciones de momento) por ese contenido y quiere leerlo en su dispositivo favorito y creándose sus propias bibliotecas, el mismo viejo concepto desde el formato papel también.

Este nuevo lector, pero de todas las edades, se enfrenta de momento a la tendencia de estandarización de los formatos disponibles, grosso modo el pdf con el que empezábamos a divagar en este artículo, la lectura del html, el epub que parece estar imponiéndose por su gran versatilidad tanto para maquetadores como para los lectores.

El pdf es un formato estático que soporta bien las antiguas maquetaciones de los formatos papel, revistas, periódicos o libros que no mantengan una estructura más al uso que la simple narración, pero no muy bueno para la lectura en ciertos tipos de dispositivos como los readers de tinta electrónica, no así los tablets (estos aparatos que dan luz por por los leds de la pantalla).

Sin embargo, es a través de los dispositivos readers, lo más cercano a la experiencia de la lectura de toda la vida, algo que demandan la mayoría de los lectores cansados de las pantallas que emiten luz y que identifican mucho más con el trabajo o con otro tipo de lectura más interactiva como se están reconvirtiendo la prensa, blogs y redes sociales.

Y a través de visores en Internet se permitirá el disfrute de la lectura mediante suscripciones, por ejemplo, a bajo coste.  El usuario se conectará al sitio/biblioteca y a través de un visor podrá leer ciertas obras a su disposición sin necesidad de descargarlas, pagando sólo por su lectura. Esto es perfecto para la lectura con dispositivos de conexión a Internet, sobre todo tablets y smartphones, pero no tanto para la tinta electrónica “más torpe” que un software visor.

Resumiendo: el libro y la tinta electrónica para las lecturas de “toda la vida”.

¿Pero qué pasa con estos formatos y la Ley de Propiedad Intelectual?

Que con ciertos dispositivos se vende la exclusividad de ciertas librerías eliminando el resto del mercado, es decir, se venden dispositivos de una marca en la que sólo podemos meter libros con esa marca del dispositivo.

Es lo mismo que ocurrió con Microsoft cuando perdió el juicio del feroz monopolio de su sistema operativo.  Algo paradójico, la empresa de Bill Gates acercó un ordenador a todo el mundo que no sabía en los 80 ni siquiera que existían los ordenadores, pero ante la ignorancia de ese mismo mundo obligó a que en su sistema operativo sólo entraran sus propios productos.

Así Amazon y su Kindle podrían funcionar como una operadora de telefonía y regalar su dispositivo y cobrar por sus datos manejados y sus librerías protegidas con sus condiciones.

De esta manera los DRM, Gestión digital de derechos (a veces escrito también gestión de derechos digitales) o DRM (sigla en inglés de digital rights management) es un término genérico que se refiere a las tecnologías de control de acceso usadas por editoriales y propietarios de derechos de autor para limitar el uso de medios o dispositivos digitales.

Estos DRM paradójicamente en muchos casos abren la puerta a ciertos lectores que han pagado por su obra/contenido al pirateo con la excusa de que ya han pagado pero que no pueden leer el formato en el dispositivo que les venga en gana, y por lo tanto lo convierten a otro que sí se lo permita (esto está sucediendo muy frecuentemente, no hay que engañarse).

Lo mismo ocurre con la música. Puedes pagar actualmente por cierta canción, descargártela pero luego no oírla fuera del aparato en el que te la has descargado, es decir, te la descargas en tu “teléfono” (por ejemplo) pero luego no puedes oírla en tu cadena de música o en tu propio coche, y así nuevamente, aunque se ha pagado por la obra, ese mismo comprador acaba preguntando a gran hermano Google cómo pasar ese contenido a distintos dispositivos saltándose como se puede ese sistema anticopia que tantos quebraderos de cabeza trae. Los DRM están aplicándose ahora mismo a todo tipo de dispositivos y formatos digitales.

¿Cuál es el término medio? ¿Dónde están los derechos de unos y terminan los de otros?

La difusión de la cultura ya hemos quedado en que actualmente es absoluta.

Recientemente el cierre de MegaUpload ha puesto en primera línea todas estas cuestiones.  En esa plataforma el autor no percibía ninguna minuta por una creación suya, pero la difusión de archivos funcionaba a todo tren y para todo el mundo, y con una conexión pagada en muchos casos por los usuarios.

Es decir, el usuario sí que quiere pagar por los contenidos y recientemente le han demostrado y enseñado cómo conseguirlo a bajo precio y muchos de estos usuarios que han pagado reivindican lo mismo: si el propietario de los derechos de estas obras me las pone al mismo coste claro que preferimos pagar a su auténtico propietario.

Sin embargo, como hemos citado, en las editoriales en muchos casos el autor gana un 10% de su creación, negociable según el autor y la editorial, pero no controlado por ese autor sino por esa industria que todavía no decide adaptarse del todo y lo está haciendo a pequeños pasos asegurándose en cada uno de ellos que todo está de su parte como lo estaba hace unos  años.

Metadatos, datos sobre datos, hipertexto, formatos, lectores, industria, dispositivos y fabricantes de dispositivos, obras/contenidos y nuevas difusiones.

El nuevo paradigma está servido con muchas variables en el proceso, antes y ahora surgen nuevos autores, antes y ahora habrá lugar para nuevas editoriales, antes y ahora abrirán nuevas librerías que satisfagan las demandas de los viejos y nuevos lectores. Estamos en épocas de crisis, estamos ante una nueva época de maravillas comunicativas, como siempre tendremos que observar hacia dónde se inclina la balanza. Sin embargo, los nuevos acontecimientos sociales nos demuestran que parte del mundo no se va a estar callado. Y aunque cierren puertas a este nuevo ente de juguetes comunicativos y multimedias narrativos que se mueven por Internet,  no se podrán poner puertas al cibercampo.

Lo que está claro es que ya no hay vuelta atrás a todos estos procesos de cambio.


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