Autor: Sergio Gómez García.

COMO UN FLANEUR.

¿Quién, en su infancia, no se ha llevado una concha al oído para escuchar el ruido del mar?

Chantal Maillard.


¿Qué me lleva a ir, de un sitio a otro de la ciudad, buscando voces?.
Sobre el suelo pegajoso del Candy Warhol. Por amenazantes y oscuras calles hacia Las Armas. Interferencias. Ángel Azul. Miro mis pies, las huellas de mis pasos como si hubiera andado sobre la arena. En la recogida Campana de los Perdidos. Con una máquina del tiempo en La Bóveda del Albergue. Poeta Eléctrico. Zorro. Pienso en qué voy a encontrar en el resto del trayecto. Un refugio antiaéreo en la Pantera Rossa. Amistosas conspiraciones en el Pasaje a Marte o en La Casa de Zitas. Metamorfosis, Cabaret Café. Deambulo, ando sin rumbo. Aspiro a descubrir algún tesoro enterrado en la playa, aunque no lleve plano. La música como hábitat en el Puerto de las Ánimas. Tras los límites de Panero, Vallejo o Bolaño. Páramo, Coyote, Mantis bar, Atrio… No recuerdo bien qué me llevó a caminar ni donde comencé la travesía, seguramente en la Universidad y su poesía de los jueves. Faltan lugares por nombrar, espacios que han sido y son. Estoy seguro de que algunos más serán, se crean cada día mientras otros desaparecen. Lugares de poetas: con libro e inéditos, espectadores e intérpretes, adolescentes y maduros, locos y serenos, genios y mediocres.
Busco una caracola que llevarme al oído, el sonido que espera dentro de su concha.

LA LITURGIA.
Se parece en esto a la oración para el que todavía puede orar. Roberto Juarroz.
Silencio. Parte importante del ritual de la palabra, del sonido. Desde el escenario se reclama, se necesita. Desde allí ha de venir el poema, el que se escribe y el que se recita; también allí ha de llegar, al público que aguarda mudo. Estoy en un recital de poesía. Escucho el ritual del silencio. Tiene su ritmo, su método. La presentación, las intervenciones, los descansos, los aplausos convenidos y los sinceros, la foto final, las enhorabuenas, el vino trasladado al epílogo en esta celebración. Alguien porta la palabra, el micro se enciende. La palabra trajo la creación. Sergio_Gómez_2Y algo se construye en ese espacio, mientras habla el iniciado. Callamos. Parece y aparece algo sagrado, envuelto en las condiciones de lo religioso, de lo que liga, se dan los pasos de una ceremonia para sectarios. Para los perdidos por la poesía. Todos los que estamos allí sabemos, incluso sin ser plenamente conscientes, que lo sagrado es algo que hace falta, la reproducción de unos ritos que nos sitúen, aquello que vino de la verdad para ser repetido. Necesitamos que algo sea verdad y no tan solo lo parezca. Iniciamos el culto de la poesía compartida. Nos asalta una revelación que se rebela contra el no-ser: la violencia de afirmarse junto al otro cercano y de negarse ante los otros lejanos, multitudes que quedan fuera de esta fiesta. Hay algo político en este gesto. Toda poesía es política: revolución íntima, altercado poético. Cogemos el micro y los santos se acojonan[1].

VIVIR EN LA BURBUJA.
El silencio es un espacio. Antonio Gamoneda.
La palabra crea un lugar, un espacio. La palabra que llega del silencio, que fue y que será silencio. Solo esa. Necesito suelo, seguramente eso es lo que busco, por eso he venido. Necesito un lugar. Fuera apenas existen los lugares. Las plazas públicas se han convertido en cristal y hormigón de centro comercial; el viaje es turismo, estampa fotográfica y selfie; se dan por artísticas las búsquedas del placer inmediato, la imitación y el simulacro, el kitsch; la vida se reduce a experiencias mercantilizables en cajas de regalo. Fuera solo hay no-lugar, no-arte, no-vida. Solo es el no-ser. Y el ruido no deja oír la caída del árbol. Por eso se necesita silencio.
Siempre que entro en un recital de poesía, se ubique en planta calle, primer piso o subterráneo, tengo la impresión de bajar a un sótano, un lugar bajo la realidad, su(b)rreal. Me introduzco en un refugio desde el que escuchar las bombas y resguardarme de ellas, mis ojos y mis oídos por debajo del mundo, bajo tierra. Alguien sube al escenario a leer un objeto llamado poema. Otro espera su turno, rebusca en el móvil y relee nervioso en la pantalla. Otro se acerca, me confía un papel, la dirección a un blog donde se confiesa. Otro escucha. Otro bebe. Otro susurra al oído de un amigo. Sergio_gómez_3El otro está allí, la protección es el otro, el que lee sus textos y también el que escucha la voz extraña. Todos ellos son las paredes del refugio. Cuando alguien escribe lo hace para detener una hemorragia de su sangre, mientras que el lector identifica su propia herida. De la misma manera, la palabra pronunciada sobre el escenario propicia el rito del dolor compartido. Caemos en la cuenta de que el mundo nos resulta un lugar ajeno, y ese extrañamiento se revela como un gesto común, comunitario. Creamos una burbuja donde vivir, como esos niños enfermos que necesitan una burbuja para no ser infectados, una habitación aislada del exterior. No somos ingenuos, conocemos su duración, pronto será pinchada. Saldremos a la calle, se derrumbarán las paredes. Nos parecerá sorprendente conocernos, insólitos compañeros de viaje. No obstante, seguimos empeñados tras cada noche en volver a ella, empeñados en lo imposible del silencio. El silencio de un piano que se toca en el centro del ruido, silencioso.

LA INTIMIDAD DESBORDADA.
Di las palabras, transmite los datos y hazte a un lado. Leonard Cohen.
Ese empeño me lleva a seguir buscando dentro de los sótanos, el poeta sube al escenario, todos lo miran. Yo también observo. Veo cómo, algunas veces, el poema se convierte en el anuncio del poeta, a través del efectismo y la grandilocuencia que comparte con los eslóganes de la publicidad. El poeta, siempre expuesto, no vence la tentación de exhibirse. Quiero gritarle: Hazte un lado, di las palabras. Nos quiere convencer de que él es el único que sufre, o que ama, y de que esa, su manera, es la única válida, la auténtica manera de sufrir o amar. Amaneramiento. Así, el milagro de la burbuja es imposible. Cree ser el único amante, el mejor en la cama, el más sensible de los animales nocturnos, el único que aúlla. La intimidad se desborda. Exagera el gesto, fuerza la voz, pronuncia palabras mil veces repetidas que solo buscan el aplauso. Demasiado ruido y el silencio ya no se comunica, el refugio ya no nos protege. El poeta entonces se hace solo un producto, un lugar común, también será un no-lugar. No es eso lo que busco, me marcho, mi mente ya no está allí. Ocurre el poeta y el poema no ocurre, el ego lo fagocita. Tenía algo que decir, o eso ha pensado, y simplemente lo dice porque tiene un micrófono para hacerlo. Quiso llamar mi atención, solo la distrajo. Ese peligro siempre existió. Se encuentra en la poesía escrita, se acentúa cuando se recita. Los ojos aparecen más cercanos y el éxito se mide por la cantidad de ojos que miran. Hay que llenar. Cuidado.

¿ES ESTO UN POEMA?.
Haz vibrar todo lo que guarde un sonido. Wen fu.
Cuidado. Peligro. Sigo seducido por los sonidos, que me llevan de un lugar a otro, pero ahora ando con precaución. El foco de los ojos alumbra a un poeta en el escenario. Dudo, en ocasiones, sobre si lo que escucho es un poema o tan solo una voz que llega como una letanía hacia las butacas. El lugar donde ocurre un poema es en la mente del que escucha, resuena en su cerebro como una vibración. El peligro es creer que el autor es lo valioso, que solo importa el poeta, y que éste se hace a través del aplauso. No es así. Lo único trascendental en una lectura de poesía es el silencio en que el público se bebe las palabras, el agua que ha dejado de estar envenenada. El poema sucede después del poema. Si éste no ocurre, si solo se da el poeta, la experiencia poética se reduce a un gozo efímero, a un segundo de disfrute en el mejor de los casos, que deberá ser renovado constantemente. En la eterna insatisfacción se inicia el comercio. El poema convertido en producto se degrada. Es más fácil vender la imagen de un autor que una metáfora, una ocurrencia que un pensamiento crítico, una consigna que una palabra original.
Suena el acople del micrófono. Me dispongo a escuchar. Me sorprende la confesión de que los textos han sido escritos para ser leídos hoy, no son independientes de su representación en la escena, no tienen vida propia. Sé que algunos tienen su valor y he aprendido a disfrutarlos, son juegos entretenidos para la mente, meritorios ejercicios de equilibrismo lingüístico o transmisores de buenas ideas. Pero cuidado. Un poema no es gemido de youtube, estrategia de marketing, imagen de Instagram o llanto frente al micrófono. Un poema solo es un poema, precisamente, si sobrevive a esas expresiones. Solo algunos poemas sobreviven a un recital de poesía. Como resistió la antigua poesía, tantas veces anónima, transmitida de boca en boca, hasta encontrar la piedra, el papiro, el pergamino, el papel, la imprenta. Solo esta última consagró la autoría. Antes fue la poesía que el poeta.
Sigo buscando. Desbrozo la espesura. Hago un camino. Descubro buenos poetas, nacen en el escenario, pasarán por la página. Aplaudo. Me encuentro con grandes, nacieron en la página, pasan por el escenario. Aprendo. Participo en juegos divertidos. Celebro el ritual. Calmo mi sed. Tapo mis oídos ante algunos gritos. Vislumbro Egos. Me refugio. Oigo mi propia voz sobre el escenario. Piso tierra. Respiro en la burbuja. Doy las gracias a todos los que la construyen.
Miro al suelo, asimilando el sonido que llega del escenario, lo bebo. Rueda ante mí una caracola, entre la arena. La llevo a mi oído, escucho el ruido del mar.

[1]

[1] Sanz, Rafa, 2016. Manifiesto Underground. Zaragoza: La herradura Oxidada.

 

Autor: Sergio Gómez García. Ejerce como profesor de Filosofía en el IES Ítaca de Zaragoza. En 2011 fue becado por el Ministerio de Cultura para el curso Fundamentals of Poetry. En solitario ha publicado 60 gramos (Aqua, 2011), ganador del VII Premio Delegación del Gobierno en Aragón, y Un piano silencioso (La Herradura Oxidada, 2016). Además ha participado en varias antologías y libros colectivos, entre ellos Locus Amoenus, Los Borbones en Pelota, Parnaso 2.0., Amantes y Altercado poético. Colabora habitualmente con revistas literarias y filosóficas.

 


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