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1. Don QuijoteEste año se ha celebrado el IV Centenario de la publicación de la segunda parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, obra cumbre de la literatura universal. Si en Aragón se ha recordado que varios capítulos de esta segunda parte transcurren en estas tierras (en la Aljafería están situados los capítulos de maese Pedro y su retablo de titerero; en las aguas del Ebro navegan Sancho y Don Quijote en su barco encantado; en el palacio del Duque –tradicionalmente localizado en Pedrola– se trenzan sus más imaginativas aventuras donde ambos vuelan en Clavileño; en la Ínsula Barataria –asociada a Alcalá de Ebro) también es bueno recordar que Don Quijote es un personaje proteico de la narrativa contemporánea reencarnado en numerosas obras de autores tan diversos como Giovani Papini, Thomas Mann, Nabokov, Graham Greene, Borges y otros escritores hispanoamericanos a los que nos referimos en este ensayo.

 

 

 

 

Imaginemos por un instante que Don Quijote fuera borrado de golpe de la historia de la literatura universal. Supongamos que la novela de Cervantes nunca se hubiera escrito, que desapareciera de la memoria de la humanidad y de todo archivo porque simplemente no ha existido. Con esta exclusión que parece a priori un juego sin consecuencias, desaparecerían, sin embargo, bibliotecas enteras de estudios cervantinos; monumentos, bustos y retratos de su autor; se desvanecerían calles, avenidas y centros que llevan su nombre; perecerían traductores, exegetas y estudiosos que han consagrado su vida a las andanzas del ingenioso hidalgo de la Mancha y hasta buena parte de sus incondicionales lectores perderían la razón de su vida. En resumen, una catástrofe de incalculables proporciones, ya que tras Don Quijote también desaparecerían los Quijotes apócrifos, las traducciones, adaptaciones teatrales, ilustraciones, óperas y composiciones musicales, cuentos y novelas inspirados en sus andanzas.

Lo que parece una simple ucronía imaginaria es una realidad en el relato Así pensó el niño de la mexicana Carmen Boullosa. El niño protagonista de ese breve cuento, frustrado en su condición de escritor por un padre autoritario que pretende hacerle estudiar ciencias en lugar de letras, decide eliminar una obra de la faz de la tierra para hacer comprender a su progenitor la importancia que tiene la literatura. “Voy a vengarme —dice el niño— Voy a borrar un solo libro, sólo un libro voy a borrar del mundo, y el imbécil verá lo que por la desaparición de algo que él llama inútil sucede” y elige el Quijote. Más allá de su intención —dar una lección a su padre— el vengativo niño descubre atónito como su gesto provoca una catástrofe que no había previsto, tal es la cuantiosa herencia de Cervantes repartida por el mundo entero (1)

Herencia de la que América ha sido privilegiada beneficiaria desde que fuera publicado en 1605. Es bueno recordar que en febrero y en abril de ese mismo año salieron desde España rumbo al Nuevo Mundo los primeros ejemplares de la edición príncipe: 103 llegaron a Cartagena de Indias, 262 a México, pese a la censura de que fuera objeto en algunos puertos y al contrabando que generó (2). Ediciones locales no tardarían en circular en todo el continente. La exitosa recepción de Don Quijote —que José Enrique Rodó explicó afirmando que “la filosofía del Quijote es la filosofía de la conquista de América”, ya que hay “entre el genio de Cervantes y la aparición de América en el orbe profunda correlación histórica” (3)— ha sido glosada y estudiada por eruditos y estudiosos e integra una bibliografía de más de cinco mil títulos y casi diecinueve mil entradas, sin contar los numerosos índices nacionales cervantinos repertoriados (4).

Tan abrumadora presencia de erudición, donde todo parece haber sido dicho, debería disuadirnos de cualquier intento por ser originales. Sin embargo creemos con Borges —un escritor que le ha dedicado sagaces observaciones y un hermoso poema, Sueña Alonso Quijano— que aunque parezca “una tarea estéril e ingrata discutir una vez más el tema Don Quijote, ya que se han escrito sobre él tantos libros, bibliotecas enteras, biblioteca aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero”, siempre hay placer, siempre hay “una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo” (5).

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La herencia américana de Don Quijote

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Con esta “felicidad” y un idéntico “placer” quisiera en estas páginas hablar de la renovada inspiración con que Don Quijote se ha prolongado con asombrosa versatilidad en otros textos, de cómo se ha reencarnado a través de los siglos en diversos personajes, transformándose en un ser proteico y eterno protagonista de una vasta obra inconclusa que tiene en América una fuente inagotable de inspiración. Debo decir desde el principio que la americanización de Don Quijote o la identificación de la obra de Cervantes con aspectos y preocupaciones americanas —que no es lo mismo, aunque lo parezca— me ha interesado siempre.

Por lo pronto, me ha interesado para intentar comprender porque Don Quijote viaja y cabalga con éxito por la Patagonia de laAlberdi mano de Juan Bautista Alberdi en Peregrinación de Luz del Día. Viaje y aventuras de la verdad en el Nuevo Mundo; por una Cuba identificada como “Ínsula Encantada” por Luis Otero y Pimentel (6) y por los andes venezolanos con Tulio Febres Cordero, autor de en Don Quijote en América o la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha, donde el “Ingenioso” hidalgo se transfigura en el caballero cosmopolita de la Libertad y el Progreso. También comprender porque Don Quijote es parte de los juegos oníricos de Jorge Luis Borges, Enrique Anderson Imbert, Mario Denevi, Mario Levrero, José Balza o Ana María Shua.

“El hidalgo fue un sueño de Cervantes /Y don Quijote un sueño del hidalgo/ El doble sueño los confunde y algo está pasando que pasó mucho antes”, nos dice Borges en “Sueña Alonso Quijano” (7). En un juego en el que un sueño tal vez se produce en el interior de otro, Enrique Anderson Imbert narra en “La cueva de Montesinos” cómo Don Quijote sueña durante tres noches seguidas que se encuentra con el mago Merlín y cuando éste le va a hablar, se despierta. El sueño parece confirmarse cuando Don Quijote desciende realmente a la cueva donde encuentra al mago quien, al reconocerlo, se muestra extrañado de que cada vez que lo ha invitado a entrar a su palacio se ha desvanecido (8).

Pero hay más: no es sólo Don Quijote, sino el propio Cervantes quién se reencarna en América. Es sabido que Cervantes intentó en repetidas oportunidades ser nombrado por el Consejo de Indias en algún destino del Nuevo Mundo. En todas fracasó, incluso cuando el 21 de mayo de 1590, solicitó en forma simultánea varios puestos vacantes: contador del Nuevo Reino de Granada o de las galeras en Cartagena, gobernador de la provincia de Soconusco en Guatemala o corregidor en la ciudad de La Paz. La respuesta fue rápida —menos de quince días— y lapidaria: “Busque por acá en qué se le haga merced”.

Cervantes debió —como le fuera indicado— buscar “por acá” su destino y olvidarse con cierto despecho de América. De modo que ese “Busque por acá en qué se le haga merced”, famosa respuesta real del 6 de junio de 1590 — rotunda negativa en realidad— a la petición de Cervantes para pasar a América, cercenó los deseos de su autor pero en absoluto impidió que, andando no demasiado tiempo, su libro cruzara el océano y triunfara allende los mares, al punto de que Don Quijote adquirió carta de ciudadanía americana.

Tal vez por ello, José Balza imagina en Historia de alguien que Cervantes pudo efectivamente radicarse en el Nuevo Mundo al ser nombrado por Felipe II con un puesto oficial en las Indias. Gracias a este “ejercicio narrativo” —como Balza define su relato— Don Quijote se escribe en tierra americana. “Estaba en las Indias, como había soñado, como habían soñado tantos otros”, se anuncia desde el principio. En América, Cervantes comprende que si bien “la pluma es lengua del alma”, únicamente:

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En un Nuevo Mundo se puede desafiar la retórica: convertir en versiones libres todo lo que ya ha sido y será codificado. Sólo dentro de esta luz y ante este mar que lo convoca y lo acoge podrían surgir los versos que ya se le convierten en prosa: la historia de un otro y su otro, el refugio de alguien múltiple (9).

separador_25En ese instante, el Cervantes indiano deja que la pluma escriba la primera frase: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”

Sin embargo, es sabido que, en realidad, Cervantes, al no obtener su nombramiento, quedó resentido no solo con el Consejo de Indias, sino con el propio Nuevo Mundo. “Las Indias son el amparo de los desesperados de España, “iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas […], añagaza general de mujeres libres” —escribe en El celoso extremeño, para sentenciar que son ”engaño común de muchos y remedio particular de pocos” (10). El “remedio particular” de pocos, la verdadera fortuna americana, aunque no fuera para Cervantes, lo fue para el Quijote, ya que su espíritu puede reconocerse en la mayoría de las literaturas nacionales del continente.

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Los Quijotes gauchos

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En el caso de la Argentina el paralelo entre el espíritu quijotesco y el espíritu gauchesco es notorio. Es “del eterno Quijote la aventura/ porque Quijotes nuestros gauchos fueron”, se versifica en Don Quijote en la pampa (1948) de Pedro Manuel Eguía y Fernando Vargas Caba. Antonella Cancellier al analizar esta obra reconoce que “hay algo entrañable en la inserción del tema cervantino en el mundo rioplatense, y hay algo profundo y trascendente en el perpetuarse del dinamismo caballeresco en aquellas tierras”. La recepción del mito se refleja en los arquetipos de la pampa y la meseta castellana, del caballero y el gaucho y en los paradigmas del Quijote que se reconocen en Martín Fierro y Don Segundo Sombra en los que coincide la crítica argentina (Ricardo Rojas y Emilio Carilla) y española (Azorín y Guillermo Díaz Plaja). “El personaje, una vez independizado de su autor —recapitula Cancellier— pasa a ser objeto de una continua re-creación a través de adaptaciones, trasposiciones, interpretaciones, parodias, citaciones, pre-textos, pastiches, y otras estrategias de recuperación” (11).

La crítica reconoce también el espíritu del Quijote “impregnando” La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa  (12) y en El mundo alucinante de Reynaldo Arenas, donde el homenaje a Cervantes “se transforma en parodia precisamente para ser un verdadero homenaje entendido a la manera cervantina” (13). Alejo Carpentier, en cuya obra se pueden rastrear las huellas cervantinas, hizo creíble su boutade: “Cervantes es el novelista mayor de Cuba”.

Teniendo en cuenta estas influencias de la que este ensayo sobre las huellas del Quijote en la literatura intenta ser un aporte, Carlos Fuentes configura su “territorio de La Mancha” a partir de la lengua común compartida, proyectando la modernidad de la novela desde la orilla americana del idioma, donde el Quijote habría sido la caja de herramientas del español más creativo de los autores latinoamericanos contemporáneos. Para Fuentes, Cervantes y Colón se embarcaron en “la nave de los locos” para descubrir uno el Nuevo Mundo y el otro la novela moderna (14).

Una dimensión americana que Dante Medina convierte en el simbólico diálogo entre Don Quijote y el poeta nahuatl Neazahualcóyotl, auténtica metáfora del “encuentro de dos mundos” conmemorado en 1992. Si Cervantes no pudo viajar a América, lo hace su personaje: “Porque hubo viajes que Don Quijote quiso hacer. Porque Don Quijote es un viajero. Y el sueño de todo viajero es terminar, por fin, de una maldecida vez su aventura para tener derecho a la gracia de contar el viaje”. Al dirigirse a Cervantes, le dice: “Miguel, tú que soñaste con el viaje a ultramar lo sabías mejor que nadie, Don Quijote fue un pasajero de Indias” (15).

Pero Don Quijote no sólo se “trasplanta” a las Indias como un héroe popularizado gracias a sus desgracias con las que se identifican, cuando no se solazan en forma revanchista, los “humillados y ofendidos”, los pobres y explotados del continente, sino que tiene “descendencia”, como se dice del padre Quijote, párroco de El Toboso, en el relato Monseñor Quijote de Graham Greene que desciende de un personaje de ficción —Don Quijote— lo que provoca la sorpresa del obispo: “¿Cómo se puede descender de un personaje de ficción?” (16).

La QujotitaEsa “descendencia” puede ser incluso femenina como propone La Quijotita y su prima (1818) de José Joaquín Fernández de Lizardi, aunque en su perspectiva el quijotismo no sea precisamente una virtud. Fernández de Lizardi, defensor de la educación femenina, contrapone en La Quijotita y su prima la formación intelectual ilustrada de Pudenciana a la de su prima Pomposa, apodada Quijotita por sus “locuras”, mimada y malcriada por sus padres. “Pomposa, aunque seas bonita,/ Y aunque ves que te queremos,/ No por eso dejaremos/ De llamarte Quijotita;/ Y pues tu locura incita/ A ponerte este renombre”, la bautizan sus compañeros de colegio. Mientras la primera aprende a desenvolverse en forma independiente en la sociedad gracias a sus conocimientos prácticos y técnicos, la segunda es victima de su falta de formación y muere dramáticamente.

Descendencia que puede ser también una forma de inmortalidad como sugiere el cuento D.Q. de Rubén Darío, donde el protagonista, un extraño abanderado de la compañía que lucha en Santiago de Cuba, tiene como cincuenta años, aunque podrían haber tenido trescientos, ya que “miraba profundamente con una mirada de siglos” (17). Una vez patrióticamente inmolado se descubre que el abanderado no era otro que Alonso Quijano.

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El espíritu quijotesco de cada época

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Al modo del Orlando de Virginia Woolf, el personaje de Cervantes vive, a través de los siglos, una misma prolongada existencia.  Tulio Febres CorderoCon otras palabras lo afirma Tulio Febres Cordero para explicar su presencia en América en 1905: por “transfusión espiritista” Don Quijote vive y viaja, aparece y desanda por el mundo, encarnando el espíritu de cada época. En ese momento es “apóstol de la ciencia y del progreso”. “El Héroe de los Molinos está vivo y muy vivo, apostado en cada encrucijada del mundo”—afirma Febres— ya que cada persona libremente puede hacer un Quijote a su medida:

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Don Quijote es un fenómeno del mundo invisible, un ente particular, que ora por hipnotización, ora por transfusión espiritista a través de las generaciones, cualquiera que sea su médium evolutivo, es lo cierto que el Héroe de los Molinos de Viento, vive y viaja, aparece y desanda por el mundo, como el judío errante: en él ha encarnado el espíritu de cada época…” (18)

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Una creación personalizada cuyo peligro hemeneútico advierte Adelis León Guevara (19). Años después, en1943, tras la guerra civil española, Mario Aguilera Fuentes en el ensayo En un lugar de América, imagina a Don Quijote deambulando exiliado por tierras americanas.

Don Quijote se transforma en América en un personaje proteico de variadas aristas, también lo hace Dulcinea del Toboso. Según Marco Denevi quien ha perdido realmente la razón leyendo novelas de caballería es Aldonza Lorenzo, una moza que se hace llamar Dulcinea del Toboso. En su delirio se inventa un galán al que da el nombre de Don Quijote de la Mancha, locura que aprovecha “un hidalgo de los alrededores, un tal Alonso Quijano” para hacerse pasar por el propio Quijote. La versión de Denevi en Dulcinea del Toboso incluye otras variantes. Según la más original, habría habido una verdadera “epidemia de Dulcineas” a partir del rumor de que un joven apuesto y rico, locamente enamorado de una dama del Toboso a la que no conoce, vendría en cualquier momento a pedir su mano. Todas las jóvenes del pueblo quieren ser la Dulcinea de los amoríos de ese caballero andante y lo aguardan en vano. Envejecerán solteras entre suspiros. “Las versiones, orales y disímiles, dirán que Don Quijote se ha prendado de la dama sin haberla visto sino una sola vez y desde lejos. Y que, ignorando como se llama, le ha dado el nombre de Dulcinea. También dirán que en cualquier momento vendrá al Toboso a pedir la mano de Dulcinea” (20).

Porque en realidad es Dulcinea la causa de la locura de Don Quijote. Alonso Quijano se “pasó la vida eludiendo a la mujer concreta”—nos dice Juan José Arreola— prefiriendo el goce de la lectura y los “vagos fantasmas femeninos” que aguardaban a los caballeros al fin de sus aventuras. Cuando una joven campesina “con un fuerte aroma de sudor y lana” lo asedia, el hidalgo se vuelve loco y se lanza a las conocidas aventuras narradas por Cervantes. A su regreso y cuando muere: “un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente” (21).

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La autoría compartida de Don Quijote

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En buena parte, si Don Quijote establece tan activo diálogo con su capacidad transformadora, es porque la obra original que narra sus aventuras y desventuras invita desde el propio texto a nuevas versiones e interpretaciones. Debido a los sugerentes equívocos que procura su intertextualidad y una ambigua autoría compartida, se explica la tentación que han tenido muchos escritores de retomar su destino. Hay que recordar que el propio Cervantes se disimula como autor detrás de la presunta traducción española por parte de un morisco aljamiado de una obra escrita en arábigo titulada Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Una historia de cuya veracidad duda el propio Don Quijote al recordar que es innato en los moros “ser embelecadores, falsarios y quimeristas”.

La autoría compartida del Quijote tiene otras variantes: en 1614, cuando Alonso Fernández de Avellaneda, al apropiarse del éxito de la primera parte de la obra de Cervantes, prolonga la autoría equívoca de Cervantes en una obra apócrifa a la que, a su vez, se refiere un año después Cervantes en la Segunda Parte de Don Quijote. Allí, el Caballero de la Triste Figura no sólo tiene ecos de sus “falsas aventuras”, sino que descubre por azar como corrigen las pruebas de la obra en una imprenta de Barcelona, lo que ha permitido al escritor colombiano Fernando Vallejo exclamar: “¡Pero cómo! ¿No es que ya estábamos en la Segunda Parte? ¿Es posible que estemos viviendo y nos estén imprimiendo a la vez?” (22).

Si Sancho trata de “hideperro” a Avellaneda, Don Quijote, aunque lo califica de “ignorante hablador”, concede “retráteme el que quisiere… pero no me maltrate” (23). Frente a esta reiterada presencia de Avellaneda en la obra de Cervantes, no puede olvidarse que queda la posibilidad —sugerida por Nabokov— de que Cervantes escribiera su propio Quijote apócrifo, algo sobre lo que ironiza Monterroso:

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Y nadie acepta ya que el autor del Quijote de Avellaneda sea otro que Cervantes, quien finalmente no pudo resistir la tentación de publicar la primera (y no menos buena) versión de su novela, mediante el tranquilo expediente e atribuírsela a un falso impostor, del que incluso inventó que lo llamaba manco y viejo, para tener, así, la oportunidad de recordarnos con humilde arrogancia su participación en la batalla de Lepanto (24).

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Gracias a este vasto juego de autorías compartidas, entre ficción y realidad, auténtica “parodia de los libros de caballería a la segunda potencia” (25), Cervantes incorpora al personaje Don Álvaro Tarfe del Quijote de Avellaneda al capítulo LXXII de la segunda parte, para hacerlo dialogar con el ingenioso hidalgo, esfuminando aún más los confusos límites del mundo real con los de la ficción, esa “disolución de los bordes del espacio imaginario” que caracteriza la “apertura” del Quijote como obra literaria (26) .  Una apertura que es al mismo tiempo la de otros destinos posibles para un personaje tan proteico como Don Quijote.

Sean historia, ficción, “traducción novelada” o mero calco ficticio de un manuscrito historiográfico fraudulento, Don Quijote y Sancho ya son conscientes en la segunda parte publicada en 1615 que sus aventuras de la primera parte han sido narradas con éxito (hablan de doce mil ejemplares vendidos). Se saben personajes “escritos”, en cierto modo inmortalizados, aunque Sancho precise que entre los lectores hay “diferentes opiniones: unos dicen: loco, pero gracioso; otros, valiente, pero desgraciado; otros, cortés, pero impertinente”  (27).

Personaje “escrito” al que aspira Don Quijote desde su primera salida, narrada en el segundo capítulo de la primera parte. En ese momento ya está seguro que alguien en “los venideros tiempos” escribirá “la verdadera historia” de sus “famosos hechos”, aunque lo haga con una ampulosa retórica clásica que Cervantes parodia: “Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos […] cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante…”. El hidalgo proyecta satisfecho la “dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronce, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro”  (28).

Don Quijote vivirá así sus aventuras en función del “sabio encantador” que será “coronista desta peregrina historia”, recurrente protagonismo donde los papeles no dejan de mezclarse y tornarse paradójicos: el personaje literario tiene una mayor verosimilitud de ser un héroe real al ser sujeto de una ficción en segundo grado. El hecho que se escriba y publique su historia le otorga una gran “autonomía” e intensifica la “ilusión” de que tiene una existencia previa e independiente de la que puede leerse en el texto, ilusión que se ha resaltado al recordar que el propio Cervantes ironiza sobre el ser histórico de Don Quijote y que “como tal, bien podían existir versiones narrativas diferentes de su vida” (29).

En efecto, a su regreso y poco antes de morir, obligado por la promesa que ha hecho al Caballero de la Blanca Luna de abandonar las armas por un año si fuera derrotado, Don Quijote se propone iniciar una nueva vida. “No quiero otra satisfacción sino que dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego” (30), le exige el Caballero de la Blanca Luna como condición para aceptar el duelo. Por ello, al ser vencido —y lejos de amilanarse— Don Quijote invita a Sancho, al bachiller Sansón Carrasco y al cura a dedicarse a ser pastores y “entretenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus pensamientos, ejercitándose en el pastoral y virtuoso ejercicio” (31), para lo cual compraría ovejas y ganado suficiente y se rebautizaría con el nombre de Quijotiz. Es bueno recordar que este destino lo lleva a cabo en la Patagonia argentina donde el Quijote funda la República de carneros de Quijotanía, según nos cuenta Alberdi en Peregrinación de Luz del Día. Viaje y aventuras de la verdad en el Nuevo Mundo.

Por ello, tal vez, “uno debería ser borrado por sus personajes, de quienes uno apenas estuvo al servicio” —insinúa Monterroso al contraponer a Cervantes a Kafka, cuyos personajes le sirven más a él que él a ellos: “El más sabio ha sido Cervantes al esconderse tras otro nombre para contar la historia de Don Quijote, incluso al grado de que se ha llegado a considerarlo un idiota al lado de su personaje”  (32).

Las referencias de Augusto Monterroso a Don Quijote son múltiples, especialmente en Lo demás es silencio (1982), donde reseña en forma deliberadamente ramplona una nueva edición del Quijote a la que sigue una carta de un lector indignado por los errores que contiene. En otros textos, Monterroso se divierte combinando los apellidos de Gustavo Doré (ilustrador del Quijote) y Alberto Durero o presuponiendo que Cervantes usó el seudónimo de Avellaneda y, por lo tanto, fue el autor del Quijote apócrifo.

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Un lector de libros atrapado en otros libros

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No hay que olvidar, además, que Alonso Quijano es Don Quijote a causa de los libros que ha leído. En muchos momentos, confrontado a la proliferación de lectores, poetas, escritores y escribidores que tratan de libros a lo largo de la obra, se manifestará incluso como agudo crítico literario. La identificación de lo imaginario con lo imaginario remite a Don Quijote a la lectura —“Don Quijote viene de la lectura y a ella va” (33) — lo que permite a Simón Alberto Consalvi imaginar al hidalgo leyendo La inmortalidad de Kundera e indignarse cuando repite que “Don Quijote era virgen”  (34) según lo había calificado Avellaneda.

Lector de libros de caballería que lo trastornan en la obra de Cervantes, Don Quijote pasa a ser lector de El origen de las especies de Darwin, causa de su locura en Peregrinación de Luz del Día (1874) de Juan Bautista Alberdi. “No hay libro moderno no hay doctrina social ni teoría política ni descubrimiento científico, cuya noticia haya escapado a su curiosidad ambiciosa”, nos dice Alberdi, para anunciar que Don Quijote ha dejado de mano las hazañas de Tirante el Blanco o de Pentapolín del Arremangado Brazo por el constitucionalismo de Constant, la moral de Bentham y la filosofía biológica de Darwin  (35).

Lo mismo sostiene Tulio Febres Cordero en Don Quijote en América o la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha (1905). Los modernos libros de caballería del Progreso sustituyen a los de la caballería del honor y de las armas por lo que el caballero de la Triste Figura se transfigura en el Caballero cosmopolita de la Libertad y el Progreso, “apóstol de la nueva idea, enamorado del Ideal, atleta del modernismo científico y literario”. Hasta Dulcinea se reencarna en la idea del progreso moderno, mientras Don Quijote se proclama seguidor de Darwin. Los modernos libros de caballería del Progreso sustituyen a los de la caballería del honor y de las armas (p.137), por lo que Don Quijote está convencido de que “mi patria está donde hay tinieblas que disipar, multitudes irredentas que instruir y campos sin cultivo donde aventar la fúlgida simiente del modernismo redentriz” (p.192). En las justas y torneos de la civilización, los Caballeros del Progreso deben llevar adelante máquinas e instrumentos científicos (p.194) (36).

Otros escritores, como la argentina Ana María Shua o el uruguayo Mario Levrero, intertextualizan no solo el Quijote sino el relato de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote. Ana María Shua en “El ojo de la cerradura” imagina que Cervantes a través de un “instrumento rudimentario” para entrever el futuro, pudo conocer la obra de Pierre Menard antes de componer su Quijote  (37).

Por su parte, Mario Levrero propone —a partir del famoso relato de Borges— que “Pierre Menard, autor del Quijote” fue escrito en realidad veinte años antes por un italiano llamado Giambattista Grozzo y publicado en una revista donde colaboraba Italo Calvino. Un investigador, Salvatore Ragni, habría descubierto que Borges, impresionado por la teoría de la “reescritura”, no hizo otra cosa que traducir el texto de Grozzo del italiano al castellano. Rizando el rizo, Levrero se pregunta si en realidad Grozzo no sería un seudónimo del propio Borges que habría decidido, ayudado por Calvino, publicar una primera versión en italiano de Pierre Menard  (38).

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El Quijote indiano

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Obra literaria, obra abierta y por lo tanto inconclusa, Cervantes propone en el Quijote un libro donde el lector y los personajes se saben leídos y el autor se sabe escrito por un escritor libresco y donde la historia de Don Quijote puede ser contada por otros. ¿No invita a ello la última línea de la primera parte: “Forsi altro canterà con miglior plectro”?; ¿no lo hace también Avellaneda cuando repite en castellano el mismo verso: “no faltará mejor pluma que los celebre”? (39).

MontalvoPese a la advertencia de Cervantes —“Tate, tate, folloncitos/ De ninguna sea tocada,/ Porque esta empresa, buen Rey,/ Para mí estaba guardada” (40) — las plumas lo celebrarán y las mejores estarán en América. Juan Montalvo lo reconoce explícitamente, ya que según el autor de Capítulos que se le olvidaron a Cervantes el autor del Quijote y la importancia de El Quijote de Avellaneda en la configuración de la segunda parte invitan a continuar una obra que parece inconclusa, aunque se pregunte si tiene derecho “un semibárbaro del Nuevo Mundo” a intentar “emular” a Cervantes, cuyo lenguaje nadie ha podido imitar, por lo que “no es bueno que un americano se ponga a contrahacerlo”. El “hijo de los Andes” no puede salir airoso de tal empresa —sostiene Montalvo—aunque “la naturaleza prodiga al semi bárbaro” de ciertos bienes que “el hombre en extremo civilizado no da sino con mano escasa”: la sensibilidad y la imaginación.

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Proponerse imitar a Cervantes, ¡qué osadía! Osadía, puede ser; desvergüenza, no. Y aun ese mundo de osadía viene a resolverse en un mundo de admiración por la obra de ese ingenio, un mundo de amor por el hombre que fue tan desgraciado como virtuoso y grande (41).

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A ello contribuye una naturaleza americana —montañas, páramos, ríos de cauce proceloso— que infunde un amor hecho de “sensaciones rústicas”. Al parecer le sirve de excusa la ignorancia y el atrevimiento, “prendas del hombre poco civilizado” (42). El “semibárbaro de América” no tiene miedo y advierte que ha escrito un Quijote para la América española, y de ningún modo para España, pese a lo cual si algún español, “hermano en religión, lengua y costumbres”, la leyera, le pide que sea “benévolo”, aunque como señala Gonzalo de Zaldumbide el Quijote de Montalvo “nada tiene, ni en los personajes, ni en el ambiente, ni en el paisaje, peculiar a la América”, a todo lo más “un airecillo de sierra ecuatoriana” (43).

Cuando Tulio Febres Cordero publica en 1905 —en ocasión del tercer centenario del Quijote—su obra Don Quijote en América o sea la cuarta salida del ingenioso hidalgo de la Mancha es acusado del “sacrilegio intento de continuar la obra de Cervantes”, autor de “una caricatura irreverente” (44) y de una “vituperable profanación” (45), desatando una fuerte polémica, lo que le permitió agotar rápidamente la primera edición. “Si el solo título “Don Quijote en América” indispone luego el ánimo sin poderlo remediar; si el subtítulo “la cuarta salida del ingenioso hidalgo de la Mancha”, no nos deja ya duda de que se trata de una vituperable profanación […] ¡cuánto crece nuestro disgusto al ver, por el segundo párrafo del prólogo, que el Quijote americano pretende ser nada menos que el mismo de Cervantes en espíritu y en verdad!…” sostiene Pedro Fortoul Hurtado en carta abierta al autor.

En la introducción a la segunda edición, Febres se defendió afirmando que Cervantes “produjo un hijo capaz de realizar en su tiempo y en los venideros” generosas empresas (46), por lo que había que “aprovechar la clarísima antorcha que su genio encendió en el mundo, para llevarla a campos necesitados de esa luz benéfica” por lo que “el héroe de los Molinos de Viento está vivo y muy vivo”.

Un Quijote indiano, un Quijote criollo es —a su juicio— “acequia de regadío del río grande y majestuoso de la obra de Cervantes” (47)- por lo cual se lo puede imitar, aprovecharse de sus pensamientos, resucitar los personajes creados por su fantasía y tratar de continuar sus narraciones en tierra americana viviendo “aventuras modernas o modernistas”. “Vamos a correr por repúblicas democráticas, y no por vetustas monarquías” le anuncia Don Quijote a Sancho antes de emprender viaje (48). Sin embargo, no todas serán “repúblicas democráticas” las que el Quijote recorre en esta y en otras obras de la variada y múltiple autoría compartida que encarna. Porque, por el contrario, en América se siente “el lastimero clamor de los pueblos sedientos de luz y progreso”.

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La juventud americana de Alonso Quijano

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Un “lastimero clamor de los pueblos sedientos de luz y progreso” que, al parecer, escuchó Alonso Quijano, antes de ser DonPapini Quijote, en su juventud. En el breve relato “La juventud de Don Quijote (de Cervantes)” incluido en El libro negro (1951), el escritor italiano Giovanni Papini, creador del inefable personaje Gog, nos cuenta el hallazgo de un texto autógrafo e inédito de Cervantes entre una colección de manuscritos desconocidos comprados a un anticuario de Londres. Lo interesante del texto encontrado —que, al parecer, Cervantes no habría podido terminar antes de su muerte— es que aborda uno de los puntos más intrigantes de la vida de Alonso Quijano: su pasado. ¿Cuál fue la infancia y la juventud de quien, al “frisar los cincuenta años”, se transformaría en Don Quijote? El manuscrito Mocedades de Don Quijote nos lo revela, no sin dejar de sorprendernos.

Según el original inédito de Cervantes, Alonso Quijano provendría de una familia noble venida a menos; habría sido un errático estudiante en Salamanca, oscilando entre la filosofía y las letras y, tras un amor frustrado, novicio en un convento de carmelitas donde sufrió la decepción de comprobar cuan mundana era la conducta de los religiosos. Gracias a la protección de un tío marqués, y con casi treinta años de edad, Alonso Quijano entró en la Corte de Madrid. Nuevas frustraciones le aguardarían: intrigas, altanería de los grandes y comportamiento rastrero de los humildes; celos y corrupción de su entorno que lo llevaron a solicitar un nombramiento en el Nuevo Mundo como oficial de la guardia de un virrey, lo que —según el manuscrito— le fue concedido. Alonso Quijano parte, entonces, a las Indias.

Lo que no pudo conseguir el propio Cervantes lo habría obtenido su personaje Alonso Quijano, aunque Papini sugiere en la ambigüedad del título de su relato —“La juventud de Don Quijote (de Cervantes)”— qué también ese pudo ser el destino de su autor. Sin embargo, en América, el futuro Caballero de la Triste Figura, no sólo descubre la grandiosa naturaleza ante la que se rinde admirado, sino también “las atroces exacciones y cargas a que eran sometidos los pobres indios”. Al parecer:

La crueldad y la jactancia de los conquistadores, la avidez y concusión de los oficiales del Gobierno, los abusos y depravaciones de la soldadesca, le llenaron de náuseas, de repugnancia y de horror (49).

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“Cristiano y gentilhombre como era, el futuro defensor de los débiles” no pudo soportar la visión de esas iniquidades y las denunció ante el Consejo de Indias. Sin embargo, el inquisidor encargado de su verificación, coludido con el Virrey, dictaminó que eran el fruto de un “loco desatinado”, de un visionario calumniador, por lo cual Alonso Quijano es arrestado, conducido a España y encarcelado en Alba de Tormes donde, sin ser juzgado por ningún tribunal, pasa varios años prisionero. Liberado al fin, melancólico y derrotado, vuelve al hogar paterno, para consagrarse a la lectura de libros de caballería y refugiarse en la fantasía de la épica. El resto es historia conocida, porque en ese momento de la vida de Alonso Quijano—“frisando la cincuentena”— empieza la consagrada novela de Cervantes.

La desconocida experiencia americana del hidalgo manchego revelará su importancia. Al final del relato sobre “la juventud de Don Quijote”, Gog, el narratario de Papini, anota en su diario que “me parece que en esta obra apenas esbozada, actualmente en mi poder, se encuentra la verdadera clave y justificación de las fantasías y de las empresas de Don Quijote de la Mancha”. Y sentencia: “Quien no conoce la juventud de Alonso Quijano, no puede comprender la madurez de Don Quijote de la Mancha y sus generosas extravagancias” (50).

La metáfora existencial sugerida —América como catalizadora del loco sentimiento de justicia de Don Quijote— instala la génesis de la novela en una dimensión donde el Caballero de la Triste Figura se convierte no sólo en contemporáneo de Bartolomé de las Casas (1472–1566), sino en compañero de su lucha.

¿Qué se extrae de esta ficción y de todas las glosadas en este ensayo? Por lo pronto, que el quijotismo es ingrediente esencial de un humanismo raigal. Ana María Borrero ya vio en 1943 a Don Quijote como un verdadero bastión de la resistencia. Nada mejor que las palabras —envueltas en lírica prosa— de esta entusiasta cubana para terminar este periplo felizmente inconcluso entre los cronistas de la “peregrina historia” que nos propuso en 1605 Cervantes y su misterioso alter ego morisco:

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Quijotes por herencia directa y por la ensoñación perenne de nobles aventuras, pero Quijotes domeñados, podados por el sol de los trópicos, no hemos de perder sin duda nuestras capacidades espirituales ante las disciplinas que se avecinan, sino que, muy al contrario, llegaremos más presto al equilibrio que sólo es capaz de producir el viejo rosal de antiguas culturas en la fresca y fragante rosa de América  (51).

En todo, algo mejor que el triste pronóstico de Monterroso de que los primeros lectores del Quijote se reían; “los románticos comenzaron a llorar leyéndolo, excepto los eruditos […] y los moderno ni se ríen ni lloran con él, porque prefieren ir a reír o a llorar en el cine, y tal vez hagan bien” (52)

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(1) Carmen Boullosa, “Así pensó el niño”, La cervantiada, Julio Ortega, Editor, Madrid, Ediciones Libertarias, 1993, pp.25–31.

(2)“Reinaldo Arenas cuenta el caso de como “el mismo Quijote había sido retenido en un bergantín sin decidirse la aduana a desembarcarlo por “traer cosas de la vida muy mundana y falaz”. Y allí se consumían, entre polillas y aguardientes dulzones, todos aquellos gruesos volúmenes, hasta que al fin los marineros decidieron contrabandearlos”. Reinaldo Arenas, El mundo alucinante, Caracas, Monte Ávila, 1968, p.48.

(3)   José Enrique Rodó, “La filosofía del Quijote y el descubrimiento de América” publicado con el título “El centenario de Cervantes”, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1967, 1210–1212.

(4) Fernando del Paso, Viaje alrededor de El Quijote, Madrid, FCE, 2005, pp.16 y 33.

(5) Jorge Luis Borges, Conferencia pronunciada en la Universidad de Austin, Texas, publicada en Papel Literario, El Nacional, Caracas, 1 agosto, 1999.

(6) Luis Otero y Pimentel escenifica Semblanzas caballerescas o las nuevas aventuras de Don Quijote de la Mancha (1886) en Cuba a la que el protagonista llama “Ínsula Encantada”.

(7) Jorge Luis Borges, La rosa profunda, Obras completas, Buenos Aires, Emecé, 1975.

(8) Enrique Anderson Imbert, La cueva de Montesinos”, El gato de Cheshire, Buenos Aires, Losada, 1965, p.135.

(9) José Balza “Historia de alguien”, El síndrome de Pierre Menard, La cervantiada, o.c., p.p. 23-37.

(10) Miguel de Cervantes, Novelas ejemplares, Nota preliminar de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Emecé Editores, 1946, p.339.

(11) Antonella Cancellier, “Don Quijote en la pampa: una reescritura en versos gauchescos de la I parte del Quijote de Pedro Manuel Eguía y Fernando Vargas Caba” en Volver a Cervantes, Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Lepanto 1/8 octubre de 2000, Tomo II, Palma Universitat de les Illes Balears, 2001, p.1122.

(12 Guadalupe Fernández Ariza rastrea el espíritu quijotesco de La guerra del fin del mundo en “Mario Vargas Llosa, lector de Cervantes”, Homenaje a Mario Vargas Llosa, Asociación de bibliófilos extremeños, Almendralejo, 2005.

(13) Ana Pellicer, “Quijotismo y cervantismo areniano en El mundo alucinante. Del homenaje a la parodia”, Actas del Congreso Territorios de la Mancha. Versiones y subversiones cervantinas en la literatura hispanoamericana, Almagro, 27-30 septiembre 2004 (en prensa).

(14) Carlos Fuentes, Cervantes o la crítica de la lectura, México, FCE, 1976.

(15) Dante Medina, “Un encuentro de dos mundos”, La Cervantiada, o.c. pp.65–71.

(16) Graham Greene, Monseñor Quijote, Barcelona, Seix Barral, 1982, cap.1.

(17) Rubén Darío, “D.Q.·, Cuentos completos, Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1994, p.360.

(18) Tulio Febres Cordero, Don Quijote en América o sea la cuarta salida del ingenioso hidalgo de la Mancha, Mérida, Universidad de los Andes, 2005, p.210.

(19) Adelis León Guevara, Introducción, Don Quijote en América, o.c. p.17.

(20) Marco Denevi, “Dulcinea del Toboso·, Falsificaciones, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 1999, p.276..

(21) Juan José Arreola, “Cantos de mal dolor”, Bestiario, México, Joaquín Mortiz, 1978, p.76.

(22) Fernando Vallejo, “El gran diálogo del Quijote”, Babelia, El País, Madrid, 10 septiembre 2005, pp.12-15.

(23)  Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c. Tomo 2, II.59.

(24) Augusto Monterroso, “De atribuciones”, Movimiento perpetuo, Madrid, Biblioteca El Mundo, 2001, p.26.

(25) Edgardo Rodríguez Juliá, “El final del Quijote. Borges, Nabokov, Siempre Cervantes”, La Cervantiada, o.c., p.191.

(26) Félix Martínez Bonati, “La unidad del Quijote”, El Quijote de Cervantes, George Haley (Editor), Madrid, Taurus, 1997, p.359.

(27) Cervantes, Don Quijote, Madrid, Joaquín Gil, 1932, Tomo II, p.523.

(28) Idem, Tomo I, p.29.

(29) Edward C.Riley, La singularidad de la fama de Don Quijote, Universidad de Sáo Paulo, Cuadernos de Recienvenido, 8, 1998, p.11.

(30)  Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c. Tomo 2, 1932, p.983.

(31) Cervantes, Don Quijote de la Mancha, o.c., Tomo 2, p.1034.

(32)  Augusto Monterroso, Viaje al centro de la fábula, México, UNAM, 1981, p.136.

(33) Carlos Fuentes, Cervantes o la crítica de la lectura, México, Joaquín Mortiz, 1992, p.77.

(34) Simón Alberto Consalvi, “Discreta querella de Don Quijote de la Mancha con el autor de La inmortalidad”, La cervantiada, o.c., pp.271–280.

(35) Juan Bautista Alberdi, Peregrinación de Luz del Día. Viaje y aventuras de la verdad en el Nuevo Mundo, Buenos Aires, Ed.Choel-Choel, 1947, p.18.

(36)  Tulio Febres Cordero en Don Quijote en América o la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha (1905)

(37)  Ana María Shua, “El ojo de la cerradura”, La cervantiada, o.c. p.117.

(38) Mario Levrero, “Gianbattista Grizzi, autor de Pierre Menard, autor del Quijote”, El síndrome de Pierre Menard, Antología y prólogo de Juan Manuel de Prada, Barcelona, FNAC, 2005, pp.291-297.

(39) Alain-René Lesage, traductor al francés del Don Quijote de Avellaneda tomó al pie de la letra la invitación y continuó sus aventuras.

(40) Cervantes, Don Quijote, o.c. II, LXXIV.

(41) Juan Montalvo, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, edición de Ángel Esteban, Madrid, Cátedra, 2004, p.108.

(42) Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, o.c. p.115–116.

(43) Gonzalo Zaldumbide, Juan Montalvo, Puebla, Editorial JM.Lapica, 1960, p.71.

(44) Maximiliano Grillo, “Don Quijote en América”, El Correo Nacional, Bogotá, 20 febrero 1906.

(45) Misiva reproducida en el prólogo a la tercera edición de Don Quijote en América, oc., pp.24–28.

(46) Respuesta de Febres Cordero a Foroul Hurtado, Idem., p.30.

(47)  Febres Cordero, Idem, o.c., p.40.

(48) Febres Cordero, o.c. p.68.

(49) Giovanni Papini, “La juventud de Don Quijote (de Cervantes)”, El libro negro, Obras, Tomo I, Madrid, Aguilar, 1962, p.740.

(50)  Papini, o.c., p.741

(51)  Ana María Borrero, “Cuba espera su hora”, Revista de La Habana, 1.11, 1943, p.476.

(52) Augusto Monterroso, “A escoger”, Movimiento perpetuo, o.c., p.111.

 

 

 


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