Carta de Norah Giraldi Dei Cas.
Junio 2019

Querido Fernando Aínsa, Maestro y Amigo Al escribir esta misiva que me propongo sea la primera de una nueva serie, no puedo sino pensar en tus hijos y tu esposa, Mónica, inteligente y solidaria, atenta a todo lo tuyo, tu cómplice, la persona que supo ser tu sostén cada vez que fue necesario, la cuidadora de tu hogar, la primera lectora de tus textos, la siempre presente prodigándote afectos y comprensión. Vislumbro que en la soledad de este tristísimo momento, entre sombras, con una fuerza que no se sabe de dónde surge, conversa con tu imagen presente por doquier. Nada ni nadie puede alcanzar a subsanar tu ausencia en ella.

Dejé pasar unos días para escribirte pero no puedo sino comprobar que la primera impresión que tuve cuando supe la noticia subsiste: te fuiste demasiado pronto y nos dejaste solos, sin tus generosos consejos, literal y literariamente huérfanos de tu erudición, de los conocimientos que acopiaste, huérfanos de una crítica enciclopédica a la que pocas personas pueden pretender hoy día y que tu representas y expones con sostenida inteligencia en tus ensayos, imprimiendo así la marca de quien ocupa un lugar único y mayor entre los especialistas de la literatura y de la historia cultural de América latina. Todos lo reconocemos; hace poco me mandaste el artículo de José Manuel Camacho Delgado 1, con su respuesta a la pregunta que le había hecho la revista digital Aurora Boreal, sobre quién era, según él, el mejor crítico literario vivo. Estas son sus palabras:

Yo destacaría una figura clave, rutilante, un maestro con proyección internacional,
una figura modélica, con grandes valores éticos, como es el escritor y
ensayista hispano-uruguayo Fernando Aínsa, maestro de maestros. Toda una
Luz para tiempos abisales, de oscuridad y “postverdades”.

Coincidimos con este juicio ya que ante tu prolífico y excelso trabajo de crítico no cabe sino reconocer el alto rango que ocupas entre los ensayistas contemporáneos. Experto, a la vez, en la categoría de los generalistas y en la de los especialistas, has explorado los grandes períodos de la Historia cultural de América y las corrientes de pensamiento con que se ha intentado interpretarla y, paralelamente, has abierto caminos penetrantes sobre sus particularidades al focalizar momentos literarios, autores y obras. Cómo no recordar en estos momentos tus primeros trabajos sobre Juan Carlos Onetti que fueron pioneros en el estudio de su obra sin par.

Como Don Quijote lo hace con amor y respeto por la cultura que rescata de la Edad Media para leer su presente invirtiendo el sentido de todo aquello que se recibe como norma preconcebida, creencia o ideología dominante (por eso también seguimos leyendo la insuperable novela cervantina, para ayudarnos a desatar los nudos trabados y oscuros de nuestro presente), con tu trabajo te has convertido en Caballero de las Letras hispanoamericanas por el andar sin pausa y con acierto removiendo la historia cultural y literaria del continente. Tu obra escudriña contenidos de los más variados discursos que han contribuido en la construcción del imaginario latinoamericano, de Cristóbal Colón al Inca Garcilaso, de José Martí a José Vasconcelos y Leopoldo Zea, de Juan Carlos Onetti a Alejo Carpentier y Carlos Fuentes, de Horacio Quiroga a Juan Rulfo y a Rubén Bareiro Saguier. Y pienso que te gustaría que citara aquí, para saludar la gracia y exactitud de tu verbo y la resistencia con que has actuado frente a ciertas acometidas que tú también recibiste, al gran Rubén Darío en su “Letanía de nuestro Señor Don Quijote”:

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Tu laboratorio está en este andar sin pausa con paso certero que significa inmersión total en el conocimiento de los mitos, la historiografía, el pensamiento filosófico de América y, por supuesto también, su literatura y otras expresiones artísticas. Esta matriz toma cuerpo en tu trabajo de “editor y alentador de buena lectura” que como dice Edgar Montiel, tu gran amigo y compañero de trabajo en la UNESCO, era alentador advertir que tus ideas, tus tesis, tu visión de América circulaban más allá de tus libros:

en mensajes, discursos, e incluso informes oficiales destinados a las Cumbres
Iberoamericanas, por supuesto sin que se mencionara su nombre, pues como cuidadoso
Letrado sabía que estas elaboraciones pertenecían a la Organización”.2

Con estas sólidas bases que has ido atesorando durante más de cinco décadas, has logrado establecer enganches y pasarelas entre autores y obras que traducen tu visión y pensamiento sobre América latina y que has plasmado en la constelación de estudios que dan a conocer tu valioso aporte sobre la cuestión de la identidad mestiza del continente como resultado del crisol de culturas, de pasajes y de circulación de modelos que la caracterizan. El primero de ellos, Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986), tiene sus ramificaciones en libros posteriores entre los que cito sólo algunos: Espacios del imaginario latinoamericanos. Propuestas de geopolítica (2002), Pasarelas. Letras de dos mundos (2002), Espacio literario y fronteras de la identidad (2005) 3 . Del mismo modo, has construido una genealogía de la noción de utopía americana, sus orígenes y sus ramificaciones 4. En una entrevista que te hace Jorge Boccanera explicas cómo nace ese trabajo:

Como tantas cosas en la vida, el origen está en la literatura. Todo empezó cuando
creí descubrir en la ficción y la poesía latinoamericana una intención utópica,
idea que fui articulando en artículos publicados en la década de los setenta y que
planteé en forma orgánica en Los buscadores de la utopía (1977). Allí rastreé
en cuentos y novelas esa búsqueda raigal en lo más profundo del continente
—selva, sabana, llanos, pampa y montañas— o en los reflejos que se reenvían
América y Europa a través de la ficción diaspórica, transnacional, cuando no
cosmopolita de muchas de sus mejores páginas, búsqueda dual que amplié y reelaboré
en Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986) y cuyas
expresiones paradigmáticas eran Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, para
lo raigal, y Rayuela de Julio Cortázar para el juego de espejos entre América y
Europa. 5

Con admiración y entusiasmo que heredas de filósofos como Ernst Bloch llevas a cabo la necesaria revisión de conceptos y formulaciones y reivindicas, por medio del análisis de los grandes pensadores americanos sobre la utopía, la necesidad de representarla como una realidad subyacente que promete un mejor futuro para América. Una necesidad que parece desvanecerse en el pensamiento de nuestro tiempo ya que, como tú lo comentas en tus ensayos, muchas realidades dolorosas de América y del mundo han traicionado la idea y han modificado los imaginarios que la vehiculizan a través de los siglos:

El «soñar despierto», según la definición de Ernst Bloch en El principio
Esperanza, que caracterizó buena parte de la historia del pensamiento utópico
del siglo xx, se ha transformado en un inventario de decepciones, cuando no de
pesadillas y toda intención utópica reenvía a la triste realidad de utopías realizadas
o de utopías negativas del tipo de Nosotros de Eugene Zamiatin, Un
mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell. Lo que ha permitido
que se confunda sin mayor rigor el fin del “gran relato de la historia” con el “fin
de las utopías”, tras un siglo en que proliferaron ambos por doquier.6

Quedamos huérfanos digo, pues, otra vez, de contactos y de tu generosidad para entablarlos. Todos aquellos que, a través tuyo se han ido hilando entre investigadores, académicos y artistas de diferentes continentes preocupados por el saber y por el deseo de profundizar conocimientos sobre la cultura y, en particular, la literatura de América latina y los puentes que se tienden entre esa cultura y la de otros continentes, en particular Europa. Huérfanos, porque en todo momento al exponer tu análisis y estudios de crítica literaria en conferencias, congresos, y obra publicada, la claridad del verbo es una de tus armas que, junto al conocimiento enciclopédico y a la vez profundo de la materia que tratas, nos deja pasmados y nos hace reaccionar diciéndonos: tenemos que seguir adelante. Tu obra es y seguirá siendo un estímulo para seguir profundizando en el saber. Y en lo más hondo, quedamos huérfanos en amistad, ésa que tú sabías mantener como la llama que agita el espíritu y nos mantiene alerta. Por todas esas ausencias que pesan, dejé pasar unos días para poder escribirte esta misiva de una nueva serie que remplaza la de las cartas y mensajes e-mails que intercambiamos todos estos años, sobre todo desde que dejaste París para instalarte en la tierra paterna, sin dejar de navegar de Zaragoza a Oliete, entre natura y literatura, y también por el mundo, a París, a México, a Montevideo… Y siempre navegando con tu universo de las letras a cuestas para presentarlo en seminarios, conferencias, congresos. Zaragoza / Oliete no fue otro exilio sino un volver a renacer, fecundo para tu pluma ya que despertó en tu voz sonoridades y temáticas inesperadas que se plasman en tu poesía. Me conmoví hoy, al consultar el sitio internet que construiste con tus trabajos y otros trabajos de crítica sobre tu obra. Allí me encontré con el trabajo que hice sobre tu admirable poema “Poder del buitre sobre sus lentas alas”. Lo presentas en la Sección que dedicas a tu Poesía y lo publicaste con una foto estupenda en la que se nos ve en el CRLA-Archivos (Centre de Recherches sur l’Amérique latine – Archivos) de la Universidad Poitiers, en la sesión de trabajo que organizó Fatiha Idmhand en octubre del 2017. Ese momento fue importante ya que fuimos testigos del trabajo que está  realizando desde hace dos años, por parte de Fatiha y el equipo de investigadores que trabajan con ella y que consiste en dar a conocer los archivos que donaste a dicha universidad, por medio de un trabajo de clasificación de los materiales que contienen, la digitalización de los mismos, lo que permite su difusión. También fuimos testigos de los estudios y trabajos de investigación sobre tu archivo que ya están dando sus frutos. Nos despedimos ese día diciéndonos hasta pronto; lamenté no haber podido ir a la ceremonia que tuvo lugar en la Universidad de Poitiers, para entregarte el título de Doctor Honoris Causa, así que no hubo ese otro encuentro que esperábamos. Comprendo, por haber sufrido este íntimo e inexplicable dolor de la separación con respecto a los seres más queridos de mi familia aquellos que me estructuraron como persona, que todo es cuestión de distancia, de perspectiva, de lente con el que las presencias se mantienen aunque vayan cambiando de forma. Algo así sucede en el exilio; tú lo analizaste muchas veces y lo expones en tus textos de poesía, narrativa que dedicaste al exilio y a la “extranjería”. Los cambios que se producen en esos procesos de alejamiento son insondables, invisibles à l’oeil nu (expresión que utilizo en francés porque, a mi manera de ver, “visible a primera vista”, como se le traduce frecuentemente en español, no dice lo mismo). Esa extranjería, por haberla vivido, supone, como tú lo analizas, algo que es inexplicable, como el estar ahí y allá al mismo tiempo, algo que permanece inacabado e incompleto, algo de lo que hay que ocuparse seriamente para que no fragilice la persona ya que, al mismo tiempo, nos aleja y nos acerca de lo que dejamos atrás y puede convertirse en algo negativo o en algo positivo: ya sea como freno, ya sea como propulsión hacia una nueva vida que comienza. Y tú lograste ese difícil equilibrio trabajando tenazmente como Responsable de Ediciones de la UNESCO, como escritor y poeta, como ensayista y periodista. Y por haber logrado ese equilibrio, supiste recibir y brindar afectos. Por eso, más allá de la soledad y el silencio que nos acompaña desde que te fuiste más lejos, el 6 de junio pasado, hoy necesito establecer esta nueva conversación contigo para seguir adelante, trabajando. Y para terminar esta primera conversación, abriré un abanico de recuerdos con el inigualable «Je me souviens» de George Pérec que me permita transformar el pasado en eterno presente de lo que queda escrito. Je me souviens de una mañana de sábado otoñal, allá por comienzos de los 90. Tú venías caminando por el quai de la Seine, a la altura de Trocadéro y la Tour Eiffel, con tu hijita Paulina de la mano. Y yo venía bajando con mi madre y mis cuatro hijas por la rampa que lleva hasta el bâteau mouche… Nos encontramos y hablamos de Uruguay, de su nuevo destino encaminado hacia una nueva democracia y también de una conferencia que darías en el CRICCAL(Centre de Recherches Interuniversitaire sur les Champs Culturels en Amérique latine), invitado por Claude Fell. Je me souviens que nos habíamos conocido en el CELCIRP (Centro de Estudios sobre las Literaturas y Civilizaciones del Río de la Plata) fundado por Paul Verdevoye, y luego nos vimos regularmente desde fines de los 80 en los seminarios del CRICCAL fundado por Claud Fell en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle, y que contó con la participación activa de otros catedráticos franceses como Eve-Marie Fell, François Delprat, Amadeo López, Christian Guidicelli, Osvaldo Obregón. Asistían regularmente a esos seminarios decenas de investigadores franceses y latinoamericanos y tus intervenciones marcaron esa época de cambios metodológicos y de innovaciones con respecto al planteo, la formulación y el análisis de problemáticas que conciernen las culturas de América latina. Y en esas reuniones periódicas de los sábados de mañana frente a un grupo consolidado por los que estaban en tesis, los ya doctorados, los académicos y otros especialistas, tú diste una serie de conferencias que fueron contribuciones mayores, hoy publicadas en la revista América y de las que Osvaldo Obregón da cuenta del interés y la importancia de las mismas en el libro que se publicó con las contribuciones de los participantes al homenaje que te rendimos en la Universidad de Lille, en 2009 7. Je me souviens que, gracias a tu intervención, conseguimos organizar en la UNESCO el Coloquio internacional para celebrar los 50 años de la publicación de Nadie encendía las lámparas (1947) de Felisberto Hernández. En las carpetasque conservo con los intercambios que tuve con los especialistas que participaron en este importante encuentro, consta tu participación activa que yo subrayo en los correos que envié a las instituciones que auspiciaron este acto académico: la Embajada del Uruguay en París, la Academia Nacional de Letras de Uruguay, la Universidad de Lille y el Centro de Estudios y Civilizaciones del Río de la Plata (CECLCIR) 8. Je me souviens de la organización del Homenaje que tuvimos la alegría de poder rendirte en la Universidad de Lille, el 5 y 6 de junio del 2009, en el marco del proyecto Lieux et figures du déplacement que dirigí en el Laboratorio CECILLE (Centre d’études sur les Civilisations, les Langues et les Littératures étrangères) y para el cual contamos con los auspicios de la Academia Nacional de Letras – Uruguay, la Academia Venezolana de la Lengua – Venezuela, la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos – España, el Centre de recherches sur les Champs Culturels en Amérique latine (CRICCAL –Paris 3), el Laboratorio d’études Italiennes, Ibériques et Ibéro- américaines (LEIA de la Universidad de Caen) y el Centre de Recherches sur l’Amérique latine (CRLA de la Universidad de Poitiers). Recordamos a menudo con Fatiha Idmhand y Cécile Chantraine-Braillon, investigadoras y colaboradoras infatigables que organizaron conmigo el Homenaje, los pormenores de esta actividad que tuvo una magnitud, inesperada para nosotras, y que no hubiera sido posible llevarla a cabo sin tu participación casi cotidiana durante más de un año. Fue un homenaje internacional al que respondieron más de 200 personas 9, profesores e investigadores, artistas y responsables de políticas culturales que trabajan en diferentes países de África, Asia, Europa y en las Américas, personas que te fueron conociendo a lo largo de los años y para quienes tu verbo ha sido ejemplar y tus conocimientos y consejos siguen guiándolos. Al saber del homenaje, quisieron estar presentes; no todas pudieron acercarse a Lille, pero todas respondieron con múltiples mensajes que dan una clara idea de la dimensión que ocupa tu palabra en el seno de la comunidad de actores que trabajan por la difusión y el conocimiento de las culturas de América latina y, en particular, de su literatura. En ese homenaje leíste una conferencia que lleva un hermoso título, muy semejante a otros de Roland Barthes: «Fragmentos para una poética de la extranjería ». Como en el caso de Barthes, estos Fragmentos son un himno, y tu discurso, amoroso e ininterrumpido, se refiere al exilio. En la primera parte sitúas con claridad la cuestión de vivir “con acento extranjero”10 y entre el aquí y el allá, en el contexto de las sociedades actuales. Representas con fuerza poética ese entre dos que es también entredós (ya que funciona metafóricamente como el galón o la puntilla que, al mismo tiempo, acerca y aparta los bordes de dos telas diferentes). Y como en la pintura brumosa de Turner, comienzas con un detalle que se va dilatando luego en el devenir del discurso y que hoy resuena en mí con las tonalidades del Ubi sunt de Manrique. El detalle surge en el viaje en tren que nos trae de Caen a París después de haber participado en el coloquio sobre la Ciudad latinoamericana en la literatura, organizado por nuestra amiga, Teresa Orecchia Havas, en la Universidad de Caen:

Hará unos años —para ser precisos en mayo del 2005— volvíamos en tren de
Caen a París con Norah Giraldi y otros colegas después de un coloquio sobre la
ciudad contemporánea en la literatura latinoamericana. Mientras atravesábamos
la grisura casi eterna de Normandía, hablamos de una de las características
más originales de la narrativa latinoamericana actual: la pérdida del “mapa”
de los referentes identitarios tradicionales (territorio, nación, costumbres), la
abolición de fronteras, el surgimiento de una “geografía alternativa de la pertenencia”,
las “pulsiones de otro lugar” que asaltan al escritor, la importancia del
viaje en la nueva ficción, la trasgresión, la mezcla de códigos y la exaltación del
descentramiento y la marginalidad, así como las lealtades múltiples que se gene-
ran a través de la pluralidad y la intercultaridad en que vivimos; en resumen, el
carácter transterritorial de la literatura de este nuevo milenio, lo que supone la
ruptura de un modelo de escritor y la recomposición de su papel en la sociedad.

El homenaje de Lille duró tres días y resultó un coloquio de alto nivel que los participantes recuerdan, también, por haber sido un momento de muy amena convivialidad. La mayoría de los trabajos están dedicados a tu obra; se destacaron diferentes facetas de tu intensa labor de editor y de tu obra de crítica literaria, de ensayística y de creación literaria. Y vale la pena releer hoy esos trabajos que componen una magna semblanza de tus quehaceres, de tu actuar sin parar en medios diversos para trasmitir tu saber y difundir la cultura de América latina. Otros participantes optaron por evocar otras figuras de autores o problemáticas relacionadas con las que tu trabajas, la Historia, las identidades y las fronteras representadas en la literatura, los exilios… El editor Klaus Verbuert con quien colaboraste tantas veces a lo largo de los años, adhirió al Homenaje y publicó en Iberoamericana el importante volumen que titulamos Homenaje a Fernando Aínsa. El escritor y el intelectual entre dos mundos. Figuras y lugares del desplazamiento. Para la compilación de los trabajos y el plan que dimos a la publicación contamos también con tu valiosa ayuda. Je me souviens très bien que, una vez más, durante el año que nos llevó la preparación de ese libro, disfrutamos de tus comentarios y tuvimos la oportunidad de apreciar tu magistral experiencia en el trabajo de edición en el marco de las reuniones que tuvimos en París y por videoconferencia. El volumen de 916 páginas, reúne 78 escritos de investigadores y destacados escritores. Para hacer resonar en la estructura del volumen el entre dos, una de las problemáticas centrales en este libro dedicado a resaltar lo que implican los desplazamientos, en particular en el caso de un exilio (pérdidas, cambios de identidad, nuevos aprendizajes y nuevas relaciones, experiencia de la frontera, creación y reelaboración de mitos y utopías, desencantos, transgresiones, experiencia de la transculturalidad), decidimos darle la forma de un plan que divide el libro en 10 partes. Y, en cada parte resuena la voz de los artistas, ya que decidimos, en común acuerdo contigo, que cada parte estaría encabezada por la la palabra de un escritor y que otro de ellos la cerraría. Así recogimos los valiosos aportes de los escritores Jor17 ge Arbeleche, Efer Arocha, Washington Benavídez, Hugo Burel, Jorge Cortés, Dante Liano, Enrique Fierro, Alfredo Fressia, Rudy Gerdanc, Saúl Ibargoyen Islas, Virgilio López Lemus, Raúl Carlos Maícas, Pablo Montoya, Cristina Peri Rossi, Consuelo Triviño, Luisa Valenzuela, Enrique Vila-Matas e Ida Vitale. El ensayo que escribiste para el encuentro en Lille debería ser difundido hoy, no solo en la Universidad sino también entre los niños de las escuelas de Europa y de América, allí donde se levantan con odio y a golpe de falsedades, fronteras artificiales, murallas y paredones con alambres de púa para perseguir a gente que busca salvarse de la guerra, la miseria y la persecución ideológica. Con finas pinceladas, a la vez eruditas e intimistas, presentas tu recorrido de vida enfocándolo desde la condición de extranjero. Este lente te ha servido a lo largo de los años para analizar diferentes aspectos de la transculturalidad americana en tus ensayos y es, también uno de los filtros para ver más allá y en profundidad, lo esencial que recoge tu obra literaria, y que muchos de tus títulos evocan: De aquí y de allá (1986), Con acento extranjero (1984), El Paraíso de la reina María Luisa (1997), Capitulaciones del silencio y otra memorias (2015). Tus palabras ilustran experiencias disímiles que han ido configurando tu personalidad, desde aquellas, en la infancia, cuando sientes en carne propia lo que se sufre un ser marginalizado hasta la voluntad de no dejarse caer que se descubre leyéndote, y que te lleva a convertir ese lugar de las márgenes en fuerza positiva para llegar a ser el insigne passeur de conocimientos al servicio de la difusión del saber que la comunidad de artistas e investigadores a la que perteneces reconoce y saluda. Y si te muestras agradecido con aquel Uruguay que te recibió con tus padres y donde te formaste desde el Liceo hasta tus estudios de Abogacía, es también ahí que la palabra exilio se encarna y la vives con los republicanos españoles amigos de tu padre:

…la condición de extranjero de la quisiera hablar hoy no es una opción personal,
sino el resultado de un destino no elegido voluntariamente. Algo de aquello que
Albert Camus llamaba: “el destino de los que padecen la historia”, personajes
que consideraba más interesantes que los presuntos héroes que la hacen y creen
protagonizarla.
Padecida, aunque no haya sido el mío un destino particularmente excepcional,
pese a que desde el día en que nací fui un extranjero en mi propia tierra. Hijo
de padre aragonés y madre francesa, al nacer en plena Guerra Civil española en
Palma de Mallorca, fui siempre un “forastero” entre mis compatriotas, calificativo
—forastero— que solo oiría luego en las películas del Oeste y sus héroes
mitificados, imponiéndose con aplomo y pistola en mano en pueblos donde no
impera la ley.
Forastero sometido a una cerrada insularidad, al franquismo opresor y al catolicismo
ultramontano aliados en esa hidra que asfixiaba toda diferencia, crecí en
un hogar heterodoxo construido sobre lecturas de libros prohibidos por el régimen
y mirillas abiertas al pasado reciente que oficialmente se ocultaba y a las tierras
que existían más allá de los Pirineos. No fue fácil, lo repito, al recordar con mal
sabor cómo en la escuela era el “forasté da merda” a quien mandaban “hacer
puñetas”, condición que me valió encerronas y agresiones. Mis únicos amigos
en aquel universo hostil fueron “peninsulares” de origen como yo: un bilbaíno,
vasco por más señas, un castellano y, como no podía ser menos, un chueta, judío
mallorquín, también extranjero en su propia tierra.
Extranjero en la ciudad en que había nacido, aprendí desde pequeño a mirar el
mundo desde los márgenes, esa “mirada oblicua” y “descolocada” que me apasionaría
luego en literatura: de Kafka a Onetti, de Dostoievski a Cortázar, el
ángulo del absurdo y la parodia de tantos “raros” uruguayos, ese “extranjero”
paradigmático de la obra homónima de Camus.
En plena represión franquista la emigración se impuso y el apacible Uruguay de
un diciembre de 1951, esa “Suiza de América” como se lo había engañosamente
bautizado, nos acogió en forma tan generosa que me olvidé de inmediato de mi
infancia insular mallorquina a la que desterré a los sótanos de la memoria. En
Malvín, el que sería mi barrio para siempre, me integré a una “barra” e hice
rápidamente amigos de esos que son para toda la vida. Un par de años después,
viviría con intensa felicidad el momento en que me entregaron mi credencial de
flamante ciudadano uruguayo: ya no era un extranjero y hasta podía votar. ¡Qué
más se podía pedir!
Sin embargo, aunque no me sintiera extranjero en Uruguay, la palabra exilio,
término que había sido erudito hasta que lo popularizó la guerra civil española,
fue familiar, por no decir ineludible en el mundo que me rodeaba. Pese a que
sentía que no me correspondían las generales de la ley por haberme transformado
en uruguayo, los exiliados —y no los exilados, como se diría después— fueron
los amigos de mi padre, aquellos que dividían claramente el mundo entre el Bien
y el Mal, principios categóricos que habían dado respectivamente republicanos y
franquistas, rojos y azules.
Vivía en Montevideo en un mundo de refugiados, como se los llamaba también,
donde la devoción a la España republicana derrotada era tan grande como el
odio a la España franquista imperante. La única España válida y legítima era
la “España Peregrina”, la del exilio, la de los transterrados —ese feliz neologismo
acuñado por José Gaos— la de los empatriados en ese país generoso
que nos había acogido sin ambivalencias. Nadie podía sentirse verdaderamente
desterrado o expatriado en el Uruguay de entonces, tantas facilidades tenían los
españoles, desde la ciudadanía legal adquirida sin dificultad hasta los derechos
cívicos y políticos que permitían ser electores y elegidos en un sistema democrático
hasta ese momento indiscutido y único en el continente. De un modo u otro, ese
transtierro fue más bien un empatriamiento” nos dices en ese célebre pasaje de
tu ensayo.

En la distancia, querido Fernando, y siempre con tus libros abiertos para consultarlos en mi mesa de trabajo, me acostumbré a despedidas sin protocolo que pueden resumirse con la imagen de un “eterno retorno”. Por eso, la presencia que has tomado de ahora en adelante no tiene para mí la dimensión ni los límites de una despedida, sino la fuerza de un hasta pronto con el abrazo sentido y de reconocimiento. Porque todo lo que nos dejas es vida y nos llevará a volver a leerte. Será cada vez un nuevo encuentro, el reencuentro con tu legado intelectual, con tu humor y tus cuentos, con tus enseñanzas y tu erudición de humanista.

Norah Giraldi Dei Cas
Profesora emérita de la Universidad de Lille

 


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