Malas prácticas en los concursos literarios

por Francisco Javier Aguirre


La cudicia rompe el saco“, dice Cervantes en la primera parte del capítulo XX del Quijote.

Corrían las primeras semanas de la segunda década del siglo XXI. En un pequeño pueblo aragonés, de cuyo nombre sí quiero acordarme pero omito por discreción, se convocaba por octava vez un concurso de relatos de alcance internacional. El mérito de los organizadores era grande porque aquel pequeño pueblo lo era tanto que sólo contaba con 43 habitantes censados. Las bases del concurso se publicaron en los medios habituales, particularmente en las páginas web donde aparecen este tipo de convocatorias que llegan a todo el mundo. En la lejana América alguien las leyó y decidió presentar un relato al concurso. Concluyó el plazo señalado en las bases para presentarse al mismo y se reunió el jurado. Previamente había leído todos los relatos recibidos y habían hecho una selección de los que consideraron mejores. Tras sucesivos descartes, quedaron finalistas cinco de los presentados, que fueron objeto de debate hasta llegar a la conclusión de que uno de ellos superaba en méritos a los demás.

Al jurado no dejó de sorprenderle el título del relato, que parecía no guardar relación con el contenido. No obstante, se comunicó por correo electrónico al ganador la decisión del jurado, utilizando este procedimiento porque residía en un país lejano y no era cuestión de establecer una comunicación telefónica en aquellos momentos de penuria económica. Al mismo tiempo, como suele hacerse en muchos casos para comprobar la honestidad del autor al presentar su trabajo, se inició por parte del jurado una búsqueda a través de Internet.

Se dice honestidad en lo literario al cumplimiento estricto de las bases de un concurso; también es importante que el autor no trate de sobornar o ‘tocar’ de cualquier modo a los jurados. Las condiciones habituales que se señalan para participar son que el relato sea original, inédito en cualquier soporte, incluido Internet, no haya sido premiado anteriormente en otro concurso y no esté presentado simultáneamente a otra convocatoria similar pendiente de resolución.

Las pesquisas de los jurados dieron resultado negativo. Aquel autor había ganado varios premios, pero al parecer, el relato presentado cumplía las condiciones señaladas las bases. ¿Por qué tantas precauciones?, se preguntará el curioso lector. La respuesta es sencilla: en la primera convocatoria de aquel mismo concurso, en el pequeño pueblo aragonés de tanto mérito, se premió un relato valioso y se entregó el galardón al ganador, que acudió a recogerlo. Acudió a recogerlo sin ningún empacho, sabiendo que incumplía las bases, puesto que su relato ya había ganado un premio anterior e incluso estaba publicado. Esto se descubrió dos años después, cuando el ganador de la tercera convocatoria informó a los organizadores de que aquel relato –que se había incluido en una modesta publicación con el apoyo de las instituciones– lo había leído hacía varios años en una revista cultural editada en Andalucía. Los organizadores del concurso se sintieron engañados, pero la cuestión ya no tenía remedio.

La cosa no terminó ahí, porque al año siguiente, uno de los miembros del jurado, que realizaba la misma función en otros concursos, descubrió que el mismo relato, ya premiado y publicado al menos dos veces, optaba nuevamente al galardón en otro pequeño pueblo aragonés. Había variado mínimamente la forma, pero el relato era el mismo. Y continuó la racha, porque poco después el mismo relato volvió a aparecer en otro concurso, con clara desvergüenza por parte del autor, ya que es condición general en todos los concursos que los textos presentados sean inéditos y no hayan sido premiados anteriormente. Por fortuna, en ninguno de los dos últimos casos obtuvo ningún reconocimiento al detectarse el intento de fraude.

Pero volvamos a nuestra historia, la de los inicios de la segunda década del siglo XXI en el pequeño pueblo aragonés de 43 habitantes. Todo discurría normalmente. El ganador ya había designado a un representante para recoger su premio, situación que contemplaban las bases, porque no era rentable desplazarse desde América para tal misión. Se había comunicado a los medios el resultado del concurso y se acercaba el día en que se entregarían los premios coincidiendo con las fiestas patronales del pueblo. Como las cosas se habían hecho con la debida antelación, aún faltaba un mes para las celebraciones previstas.

Una tarde, uno de los miembros del jurado, detectó casualmente en Internet que el mismo autor acaba de ganar un premio de relatos convocado por un ayuntamiento importante de la Comunidad Valenciana. Le llamó la atención que el título aludía al tema que desarrollaba el relato ganador en el concurso del que recientemente había sido jurado. Inmediatamente comunicó el hallazgo a los organizadores, que aquella misma noche escribieron al autor argentino felicitándole por su nuevo premio. Al mismo tiempo, y recordando el fraude de que habían sido objeto en la primera convocatoria, le pedían que declarase bajo palabra de honor que su relato no tenía nada que ver con el premiado en la Comunidad Valenciana.

El autor no respondió. Movidos por la sospecha, los organizadores se pusieron en contacto con el ayuntamiento levantino para contrastar el contenido de ambos relatos. Para sorpresa, disgusto e indignación de todos, se trataba exactamente del mismo texto. Sólo se había cambiado el título y el nombre del protagonista. En las bases del concurso levantino figuraba lógicamente que la narración no debía haber sido premiada anteriormente. Se cotejaron fechas y actas de ambos concursos y se comprobó que el ganador había incumplido lo exigido en los dos casos. Inmediatamente fue desposeído del premio en el ayuntamiento levantino, causándoles un contratiempo importante porque la entrega se iba a celebrar durante una fiesta literaria programada aquella misma semana. El presunto ganador había presionado al ayuntamiento para que alguien le representara, situación que no estaba contemplada en sus bases, a pesar de lo cual habían aceptado la propuesta. El fiasco fue aún mayor, porque implicaba al representante, un conocido del autor.

¿Por qué no respondía el hombre a la demanda que se le había hecho desde el pequeño pueblo aragonés? Parecía evidente. Los organizadores estaban disgustados y esperaban que se explicase. Había incumplido las bases del concurso, que señalaban expresamente la no presentación simultánea a otra convocatoria pendiente de resolución. Finalmente llegó por correo electrónico una escueta nota del autor confesando que, efectivamente, el relato era el mismo. Añadía que, habiendo renunciado al premio del ayuntamiento levantino, todo estaba arreglado. Nueva desvergüenza, tratando de ignorar lo que explícitamente se exigía en las bases.

La respuesta por parte de los organizadores no podía ser de otra que desposeerle del premio y reprobar su falta de honestidad literaria. Se comunicó a los medios la situación y se decidió dejar el premio desierto. A los jurados les quedó una sensación contradictoria. Por una parte estaban orgullosos de haber seleccionado un buen relato, coincidiendo con sus colegas levantinos, pero por la otra tuvieron que vivir la amargura de comprobar la falta de honestidad literaria de algunos sujetos que, incomprensiblemente, no tienen en cuenta algunos proverbios de la sabiduría popular, como el cervantino que dice ‘La cudicia rompe el saco’ o aquel otro que afirma ‘Antes se pilla al mentiroso que al cojo’.


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