Autor: Emilio Quintanilla Buey.
Hace ya más de un siglo, un grupo de aragoneses residentes en Barcelona se reunió por primera vez en el número 82 de la Calle Baja de San Pedro, de la Ciudad Condal, para fundar el Centro Aragonés de Barcelona. Era el mes de enero del año 1909, y a todos ellos les movía una misma ilusión y un mismo proyecto: se trataba de crear un punto de encuentro, un espacio donde reunirse y donde mantener viva la memoria de Aragón.
La sede cambiaría de lugar en varias ocasiones. De la calle Baja de San Pedro pasaría a la calle Mendizábal 17, después a la calle del Correo Viejo número 5, después a la Plaza Real número 12, después a la calle Sepúlveda número 179 y finalmente, a la calle del Poniente número 68, calle rebautizada en 1923 por iniciativa del Centro Aragonés con el nombre de Joaquín Costa, donde el centro se mantiene desde 1916 en un bello edificio construido por Miguel Ángel Navarro.
De la pujanza con que nació el Centro Aragonés en Barcelona da idea el número de personas que desde el primer momento se congregaron en torno al proyecto. En el banquete con que se celebró el acto fundacional se reunieron en el Teatro Condal ochocientos comensales, y en el festival de jota y rondalla organizado esa noche en el Palacio de Bellas Artes se agotaron las localidades. Al finalizar el año de su fundación el centro disponía ya de 1.300 socios.
Al cumplirse en el año 2009 el centenario de la fundación del centro, el escritor y periodista Antón Castro publicó el interesante libro “Cien años del Centro Aragonés de Barcelona”, un volumen magníficamente editado e ilustrado, al que hemos acudido para obtener gran parte de los datos que en este artículo se citan.
Ante todo era necesario que el centro dispusiera de edificio propio, y a ello se consagró toda la Junta directiva encabezada por su presidente Pascual Sayos. Se consiguieron ayudas, se obtuvo presupuesto, se compró un solar de 1.240 metros cuadrados en lo que eran las ruinas del convento de Valldonzella y se solicitaron los servicios de un prestigioso arquitecto, Miguel Ángel Navarro, hijo del famoso arquitecto Félix Navarro. Se concibió un edificio de cinco alturas en cuya planta baja se incluía un teatro, el Goya, con 330 butacas de nogal y 49 palcos.
La obra se inició de manera simbólica el día 31 de mayo de 1914 con la colocación de tres piedras de las tres provincias aragoneses: una de Zaragoza, procedente de la muralla romana, otra de Teruel que era un sillar del torreón de Andaquilla y otra de Huesca tomada de la vieja muralla de la ciudad en la ronda de Montearagón.
El 7 de septiembre de 1916 se inauguraba oficialmente la flamante nueva sede del Centro Aragonés de Barcelona. Desde Zaragoza llagaron trenes con 1.200 personas y numerosas autoridades de las tres provincias aragonesas. Se organizó un desfile desde la sede antigua hasta la nueva, con la banda de música de Barcelona encabezando la marcha. Presidieron el acto los alcaldes de Zaragoza y Barcelona, se pronunciaron discursos y se organizó una comida para 500 invitados en el Mundial Palace.
La puerta de acceso del nuevo edificio se encontraba en el chaflán de las calles Torres Amat y Poniente, calle a la que, como ya se indicó y por iniciativa de la Junta Directiva del Centro, se le cambió el nombre en 1923 pasando a llamarse calle Joaquín Costa.
Los festejos de la inauguración duraron varios días. No faltó un festival de jota en el que intervinieron Cecilio Navarro de Zaragoza, “El chino” de Huesca y León Albertino de Teruel. Intervino el Orfeón Zaragozano, y se organizó en la plaza de toros Monumental una corrida en la que intervinieron Florentino Ballesteros y Algabeño II. Además se inauguró una exposición de bellas artes con obras de García Condoy, Mariano Barbasán, Joaquín Pallarés, Juan José Gárate, Gascón de Gotor, Salvador Gisbert, Mariano Oliver, María Bagüés y Pablo Gargallo. La exposición contaba con 117 piezas, 77 cuadros, 12 esculturas, 17 dibujos y diversas muestras de joyería, orfebrería y muebles artísticos.
Todos estos acontecimientos fueron recogidos en un número extraordinario del “Boletín del Centro Aragonés” donde se reproducían los discursos inaugurales e infinidad de cartas y escritos de adhesión.
Este Boletín del Centro Aragonés era el órgano de expresión del Centro, y convivió durante mucho tiempo con la revista “El Ebro”, que también editaba el Centro, a veces con artículos y opiniones encontradas. El “Boletín” y “El Ebro” eran como dos campos de batalle ideológicos, aunque ambos contaban con colaboradores comunes.
También fueron célebres las “Tertulias aragonesas” que se celebraban todos los jueves desde 1917 y que suscitaron gran interés y no pocas controversias. Aquellas tertulias a veces se convertían en verdaderos debates en los que se abordaban asuntos polémicos porque era inevitable que surgieran temas políticos. El ambiente resultaba un tanto paradójico: Por una parte se vivía en el Centro Aragonés de Barcelona un período de pujanza, pero por otra parte empezaban a surgir desencuentros y renuncias. Juan José Alonso dejó la dirección del Boletín en 1917, y en 1919 sería Pascual Sayos quien abandonaría la presidencia por “razones de salud” aunque parecía haber otras razones de peso, singularmente la aparición de un “Foro de Acción Aragonesista” que dio origen en 1917 a la Unión Regionalista Aragonesa (URA).
A Pascual Sayos lo reemplazó el pediatra Andrés Martínez Vargas, que simpatizaba con la Unión Monárquica Nacional. Desde la revista “El Ebro” se cuestionaba el “feudalismo” imperante en el Centro Aragonés de Barcelona.
El empresario, periodista y líder del aragonesismo, Gaspar Torrente, de vez en cuando avivaba el debate y eso le ocasionaba el rechazo de la Junta Directiva: “Somos aragoneses y aragonesistas –decía-, no aragoneses y centralistas ¿Ha existido la nación Aragonesa? Si ha existido, ¿por qué negarla?”.
Entre la revista “El Ebro” y el “Boletín” se mantenía una crítica y un antagonismo no exento de complicidad, lo que contribuía a mantener vivo el espíritu de Aragón en Cataluña. A Martínez Vargas le sustituyó en 1922 Rafael García Fando, y a éste, al año siguiente, el republicano Rafael Ulled cuyo mandato coincidió con la dictadura de Primo de Rivera. Ulled trajo una bocanada de aire fresco y de apertura ideológica. Era frecuente que algunos disidentes como Manuel Sánchez Sarto dieran charlas y conferencias, y que se descubriese una lápida en honor de Joaquín Costa, en un acto en el que participaron varios colectivos como el Centro Obrero, el grupo excursionista Ordesa o la Unión Aragonesista y su filial Juventud Aragonesista. Estos actos colectivos se repitieron en varias ocasiones, como en la celebración del nacimiento de Francisco de Goya. En octubre de 1927 se organizaron bajo la coordinación de Julio Calvo Alfaro unas jornadas sobre la participación aragonesa en el descubrimiento de América. Se leyeron artículos de Isidro Comas, Andrés Giménez Soler y Ricardo del Arco, aunque ninguno de ellos pudo asistir personalmente.
Desde el “Boletín” se apoyaron acciones como la creación de la Confederación Hidrográfica del Ebro, la Academia General Militar, la línea ferroviaria de Canfranc o la Universidad de Verano de Jaca.
Por otra parte la actividad de la sección de Instrucción era exhaustiva: organizaba sesiones dominicales de solfeo y piano, corte y confección, francés e inglés, geometría y gramática, derecho mercantil, etc. sin descuidar su magnífica biblioteca, su grupo de folclore con rondalla, canto y baile, cuya continuidad estaba asegurada gracias a la escuela de solfeo, de canto, de rondalla y de jota; su coral, su sección de bombos y tambores, su grupo de ajedrez, su equipo de fútbol sala, su escuela de kárate, sus cursos de fabla y manualidades o el mantenimiento de varias peñas de socios como ·El guitarrico”, “El cachirulo” y “El moquero”.
Los años de mandato de Rafael Ulled fueron muy fecundos. En 1923 se consiguió que la calla Poniente pasara a denominarse Joaquín Costa, en recuerdo del insigne aragonés. Se creó una sección de deportes con boxeo, gimnasia, tenis y fútbol, y en enero de 1924 se convocaron por primera vez los Juegos florales “La corona de Aragón”, y en mayo del mismo año se fundó el Orfeón Goya, con 82 voces de ambos sexos, que pronto adquirió fama y que llegó a actuar en el Liceo en 1930.
El magnífico trabajo desempeñado por Rafael Ulled fue reconocido por el Ayuntamiento de Zaragoza, cuyo alcalde Allué Salvador visitó el centro y le impuso la medalla de la ciudad.
Otro acontecimiento importante fue la Exposición Universal de Barcelona de 1929, donde el Centro Aragonés jugó un importante papel programando una semana aragonesa en el Palacio de Proyecciones.
Tras el paréntesis de la Guerra Civil, en que el centro pasó a denominarse temporalmente “Casa de Aragón” se sucedieron varios presidentes siendo especialmente significativo en el año 1945 Amado Serraller Carral, considerado un buen gestor. Afrontó varias reformas en el edificio y formalizó el contrato de arrendamiento del teatro Goya al empresario Enrique Marcé, quien financió el elevado coste de las obras de remodelación del edificio.
Entre los días 30 de mayo y 14 de junio de 1959 el centro celebró sus primeros cincuenta años: sus bodas de oro. Dos semanas de actividades de lo más diverso. Hubo desde una misa de difuntos en recuerdo de los socios fallecidos hasta una Caravana de la jota, un concierto del Orfeón en el propio teatro Goya, corridas de toros, banquetes, concurso de fotografías, baile de gala. Incluso se consiguió que los soldados nacidos en Aragón que estuvieran cumpliendo el servicio militar en Barcelona pudieran disfrutar de un permiso especial. A los principales actos asistieron el arzobispo de Barcelona, el Gobernador civil, el presidente de la Diputación de Zaragoza y el alcalde de Zaragoza. También asistió a algunos actos el escritor José Camón Aznar.
Los años sesenta fueron especialmente fructíferos. En España se empezaba a remontar una época de recesión. Se multiplicaban los polos de desarrollo y la llegada de aragoneses a Barcelona se incrementó notablemente. El edificio del Centro Aragonés de Barcelona era un espacio de encuentro, un lugar de tertulia y el refugio común de los aragoneses que acudían al baile popular de los domingos o a las distintas actividades (billar, ajedrez, naipes, rondalla y jota).
Llegarían después las bodas de platino del centro (1909-1984). La conmemoración de esos 75 años consistió en una serie de conferencias (José Manuel Blecua, José Luis Merino, Guillermo Fatás y Luis Monreal Tejada). En junio de 1984 se inauguró un monumento a Francisco de Goya. Asistió el alcalde de Barcelona Pascual Maragall. El monumento lo realizó el escultor José Gonzalvo y costó cuatro millones de pesetas.
Hoy en día el Centro aragonés de Barcelona sigue manteniendo una gran vitalidad. En el magnífico edificio de la calle Joaquín Costa 68 se desarrollan gran número de actividades y propuestas. La Junta Directiva se esfuerza para que el centro sea un lugar dinámico de encuentro, de convivencia y de intercambio, cumpliéndose el objetivo de que el centro sea “la casa de todos los aragoneses”.
Autor: Emilio Quintanilla Buey.
Nacido en Juneda (Lleida) en 1932. Poeta, narrador, ensayista y crítico. Es Graduado social, colegiado en Madrid. Vicepresidente de la Asociación Aragonesa de Escritores.
Vida profesional en Madrid, en una multinacional de alimentación donde ha sido director del Área de Recursos Humanos. Es autor de varias publicaciones técnicas en el campo de su actividad profesional.
A finales del siglo XX, abandonadas ya sus ocupaciones laborales, se instala en Zaragoza, donde se dedica por entero a la poesía, el relato, la novela y algún ensayo.
Desde entonces viene cosechando éxitos y premios tanto en narrativa como en poesía.