Autor: Manuel Martínez Forega.
El mito de Apolo desde el análisis del Himno II. A Apolo de Calímaco de Cirene[1]
Himno II. A Apolo
Los Himnos (y, en consecuencia, también el de Apolo):
no son el exponente de una creencia, sino que su componente religioso es más bien escaso. Por otra parte, su vinculación a los ritos, religiosos o no, es simplemente nula o en último término muy escasa[2]
Con estas premisas, tendremos que desmenuzar las referencias, cualesquiera que éstas sean, para atestiguar no sólo la preeminencia obvia del propio dios y su traslación significativa, sino aquellas relaciones con el entorno toponímico, con sus contenidos simbólicos, atributos alegóricos, etc. En los Himnos –dice Jordi Redondo:
…abundan no sólo las digresiones destinadas a la aclaración de un hecho, costumbre, nombre, etc. (…), sino también los mitos de carácter moralizante o cómico[3]
En el caso del Himno II, Calímaco, por así decir, ha barrido para casa, tomando especial cuidado en situar su lugar de nacimiento (la ciudad de Cirene, en la actual costa de Libia), muy cerca del culto de Apolo. Leamos, para ilustrarlo, los versos 72-79:
Esparta tuya fue, Carneo, a título de primerísima mansión, y luego Tera la segunda; tercera y última, la ciudad de Cirene: desde Esparta, el sexto fruto de la sangre de Edipo te condujo a la fundación de Tera; y el robusto Aristóteles[4] te hizo viajar de Tera al país Asbístide; allí te construyó un muy hermoso santuario, e instauró en la ciudad una ofrenda mistérica anual, en la que, mi señor, por la postrera vez se abaten sobre su flanco numerosos toros.
Se remonta, pues, a la antigüedad del culto a la propia Tera, “metrópolis de Cirene [situada, en efecto], en la antigua costa asbístida, hoy Libia”[5]. Pero veamos cómo descifrar, en ese párrafo, algunas de las perífrasis atributivas y cuál fue el recorrido que Calímaco siguió para ilustrar la fundación de Cirene. Todo se inicia con Teras, que, aunque de origen tebano (es hijo de Autesión y, por lo tanto, descendiente de Edipo por la rama de Polinices; es decir, Teras era nieto de Polinices), es héroe espartano, pues su padre se había establecido en Esparta. Al morir su cuñado (la hermana de Teras, Argía, se había casado con Aristodemo, uno de los jefes de las Heraclidas), se hizo cargo de sus hijos gemelos (Procles y Eurístenes), educándolos hasta que pudieron ocupar el trono espartano. Terminada su función de tutor, Teras decidió emigrar, y, al frente de un grupo de Minias (descendientes de los niños nacidos de la unión de los Argonautas con las mujeres de Lemnos), llegó a la isla entonces llamada Caliste (= ‘la Hermosísima’), situada al norte de Creta, isla que más tarde se llamó Tera en recuerdo del héroe.
Tenemos, entonces, la explicación al “sexto fruto de la sangre de Edipo” (Autesión) y la fundación de “Tera la segunda”; además, aquel Aristodemo (el cuñado de Teras) fue el fulminado por el rayo durante la conquista del Peloponeso por los Heraclidas, y fue el oráculo de Delfos, oráculo de Apolo, el que finalmente les sugirió cómo (atacando por el estrecho en vez de por el istmo) y con quién (alguien con tres ojos: Óxilo, hombre tuerto a lomos de un asno) tomarían finalmente la región.
De estos versos se deduce también un asunto que tiene que ver más con la leyenda[6] que con el mito: el enmudecimiento como castigo. Una antigua historia cirenaica, vinculada a las narraciones sobre la fundación de ciudades[7], decía que el jefe de la colonización de Cirene (aquel Aristóteles de Tera, de quien se hace descender Calímaco), enmudeció por razones desconocidas. En tanto el enmudecimiento era en el mundo antiguo signo de deshonra, Aristóteles de Tera preguntó al oráculo de Delfos qué podría hacer para ganar el favor de los dioses, y la Pitia le ordenó hacerse a la mar y fundar una ciudad. Una vez llegado a la costa libia y fundada Cirene, el combate con un león permitió a Aristóteles recuperar la voz[8].
Queda, por fin, ese epíteto –Carneo– con el que Calímaco se dirige al dios, y que alude a uno de los numeroso atributos con que Apolo es identificado. Como Carneo se le conocía en Laconia (donde se celebran las fiestas carneas) obedeciendo a una identificación del señor de las epidemias (otro de los atributos apolíneos) con alguna divinidad laconia llamada precisamente así, Carneo o Carno, que presidiera la fecundidad del ganado, pues no hay que olvidar que aun en el mito las actividades de Apolo como pastor son meramente anecdóticas, mientras que, por otro lado, no existe un solo epíteto que se refiera de modo expreso a esta faceta del dios[9]. Es menester pensar, por lo tanto, que Calímaco se está refiriendo aquí a la denominación del santuario espartano consagrado a un Apolo Carneo, que estaría más directamente relacionado con el origen de Calímaco, y así lo atestiguan los versos 69-72:
Señor Apolo, muchos te invocan como Boedromio, y como Clario muchos otros, que por doquier, sábelo bien, es tu nombre diverso; a mi vez, yo te doy el de Carneo; para mí, tal es conforme al uso en mis mayores.
Y, en los versos 87-88, refiere las fiestas carneas en su honor: se unieron en la danza a las rubias mujeres de Libia cuando llegaron las carneas, para ellos sagradas.
Pero son éstos los versos más egotistas del poeta, los que quieren darnos cuenta de la naturaleza noble de su ascendencia, ya avanzada en los versos 65-68:
Febo precisamente reveló mi ciudad, de fecundo solar, a Bato y, cual cuervo propicio a su pastor, guió al pueblo que a Libia arribaba…
Hasta el verso 72 y tras el 89 transita eufórico Apolo. Calímaco inicia su himno celebrando el nacimiento del dios:
¡Cómo rompe a agitarse el retoño de laurel de Apolo, y cómo lo hace su casa, toda ella! Lejos, lejos de ella, quienquiera sea impuro. Pues ya está Febo Apolo golpeando con bello pie las puertas. ¿No ves? Dulcemente se ha inclinado de súbito la palmera de Delos y en el aire declama su hermoso canto el cisne. (vv. 1-5).
Usa Calímaco ‘retoño’ en su doble acepción literal y figurada, anfibología que asimila en el mismo término el chito del arbusto (el laurel es el árbol consagrado a Apolo -a partir de su episodio con Dafne, ninfa que pidió ser transformada en laurel para que Apolo no pudiera unirse a ella-, con cuyas ramas se adornaba a los vencedores en los juegos píticos y se ceñía la frente de los poetas) y el niño Apolo dado a luz. Pero, ¿por qué golpea con su bello pie las puertas? Calímaco lo presenta en estos versos como Apolo Aguteus (= ‘Callejero’), a cuya invocación tenían las puertas de las casas una estela o un altar que debía impedir la entrada en las mismas de cualquier enfermedad[10], de ahí también el que se mencione que, lejos de la casa de Apolo (la más pura, claro) cualquiera puede ser impuro. La palmera de Delos se inclina porque Leto, madre de Apolo, se apoya en una palmera durante el parto del dios, como el propio Calímaco atestigua en el Himno a Delos (páginas 95-112; versos 209-210, en página 106). Nace Apolo en la isla Ortigia o Asteria, llamada Delos (= ‘Brillante’) desde entonces porque, según la leyenda, se había cubierto de una capa de oro al producirse el nacimiento divino[11]. Cuando, más adelante, Calímaco (versos 33-37) viste, calza y arma a Apolo con túnica áurea, áureas sandalias, áureo arco y áureo carcaj, áurea lira … pues Apolo es inmenso en oro y bienes; en Pito los podrías comprobar, no está refiriéndose a esta circunstancia del nacimiento, sino al santuario levantado, en efecto, en Pito (nombre con que se conocía también la ciudad de Delfos) y que “se hizo famosa por la acumulación, siglo tras siglo, de incalculables riquezas producto de las ofrendas continuas en honor del dios, lo que motivó varios intentos de saqueo –el primero de ellos en 480 a. C., a cargo de los persas- algunos de ellos coronados por el éxito”[12]. Y en el aire declama su hermoso canto el cisne, termina el poeta estos versos, pues el día del alumbramiento de Apolo los cisnes sagrados dieron siete vueltas a la isla.
Calímaco emplea ya desde el principio el epíteto Febo asociado a Apolo, lo que inequívocamente revela la asunción de una de las dos tradiciones enfrentadas en torno a la llegada del dios a Delfos: se dice unas veces que el monstruo Pitón asolaba el país destruyendo las cosechas, devorando a hombres y animales y contaminando las aguas; otras, que la serpiente, sabiendo que moriría a manos de Apolo, había perseguido a Leto para impedir su alumbramiento. Ambas tradiciones tratan de justificar la conducta de Apolo, y la primera explica, además, la favorable acogida de los habitantes de Delfos, que se repetía ritualmente cada año, al parecer, en ciertas fiestas conmemorativas de la llegada del dios. La segunda versión de los hechos presenta a Apolo como un simple usurpador del oráculo que hasta entonces había presidido Gea (o Gea y Posidón conjuntamente), si bien existe una variante de esta segunda tradición que habla de una ocupación pacífica del lugar por parte de Apolo, suponiendo que el oráculo de Delfos había pertenecido sucesivamente a Gea, Temis y Febe, y que esta última, abuela y madrina del dios, se lo había cedido gustosamente[13]. De su abuela Febe se hacía, pues, proceder el epíteto Febo que le es a Apolo tan característico.
Hablemos del nacimiento y cronología[14]: aunque parece estar claro que Apolo no es un dios heleno, sino que procede del medio oriente (véase, al respecto, Falcón Martínez et alia, en edición citada, páginas 55-60, donde se da exhaustiva cuenta de las diversas teorías en torno a sus orígenes), el mito, ya helenizado, dice que Apolo pertenece a la segunda generación de los llamados dioses Olímpicos y es, como su hermana Ártemis, hijo de Zeus y de Leto. Ya hemos dicho que nació en la isla Ortigia (con este nombre la cita también Calímaco en el verso 60, y le añade el epíteto “la bella”) o Asteria: era el día séptimo del primer mes de primavera (2ª mitad de marzo y 1ª de abril) y siete fueron las vueltas que dieron entonces los cisnes sagrados en torno a la isla, como siete también las cuerdas que puso luego el dios en su lira[15]. Alimentado por la diosa Temis con néctar y ambrosía el recién nacido se convirtió pronto en un hermoso joven (Calímaco da cuenta dela hermosura de Apolo en los versos 37-38 de su Himno: es siempre hermoso, siempre joven también).
Montado en un carro de cisnes, regalo de su padre, salió de la isla de Delos hacia el país de los Hiperbóreos. Después de vivir allí un año, partió de nuevo, esta vez en busca de un lugar donde establecer su oráculo. Parece que le gustó una fuente de Beocia situada junto a un acantilado entre Haliarto y Alalcómenas, pero habitada a la sazón por la ninfa Telfusa, quien, temiendo que el recién llegado acabara por desplazarla, le convenció para que se dirigiera a Delfos. Allí, Apolo hubo de dar muerte a Pitón, la serpiente que custodiaba una antiquísima gruta oracular de Gea. Se decía que, tras haber dado muerte a la serpiente, Apolo había dejado pudrir su cuerpo insepulto (el verbo griego “píto” (= ‘pudrir’) explicaba así el nombre de Pitón dado a la serpiente y el de Pito, antiguo nombre de la ciudad de Delfos y de toda la región donde estaba el oráculo, aunque dichos nombres fueron relacionados también con Pintánomai (= ‘averiguar’; ‘inquirir’). Calímaco también atestigua en estos términos:
Bajando hacia Pitó, te salió al paso la maravillosa fiera, una horrible serpiente; tú acabaste con ella disparando, uno tras otro, agudo dardo… (vv. 100-102).
Los versos 48-54 del Himno refieren a un Apolo pastor y retoman la tradición mitológica del castigo que Zeus le impone. Efectivamente, cuando Zeus fulmina con el rayo a Asclepio (hijo de Apolo[16] entregado al centauro Quirón para que le enseñara el arte de la medicina[17]) por haberse atrevido a resucitar a los muertos, Apolo, enfurecido, mató a los Cíclopes, que eran quienes fabricaban los rayos de Zeus. A punto estuvo entonces el dios de ser arrojado al Tártaro por su padre, pero gracias a las súplicas de Leto, éste se conformó con humillar al culpable ordenándole que trabajara durante un año al servicio de un mortal. Apolo sirvió entonces a Admeto, rey de la ciudad tesala de Feras, y quedó tan contento del trato recibido allí que recompensó a su patrón haciendo que las vacas de sus rebaños tuvieran siempre partos dobles[18]. Calímaco lo refiere así:
…desde aquel tiempo en que a la vera del Anfriso pastoreaba yeguas de tiro, del todo inflamado por su deseo del núbil Admeto. Que el pasto sin esfuerzo florezca más copioso, que no estén privadas de retoños las cabras sometidas a rebaño en las que Apolo descansó la vista, mientras se apacentaban; ni queden tampoco las ovejas faltas de leche ni estériles, sino que todas sean cubiertas por los machos; y que al punto se torne madre de doble fruto la que uno solo tuvo.
Como vemos, la generosidad que Apolo mostró a Admeto es, según Calímaco, mucho mayor que la que refiere la tradición.
Un aspecto importante de Apolo es el de profeta, el de dios oracular. En el santuario délfico fue donde alcanzó su mayor importancia como tal; allí se encontraba el famoso ónfalo u “ombligo del mundo”, que identificaba aquel lugar con el centro de la tierra. Los consultantes eran reyes, embajadores o particulares, y accedían al oráculo en un orden determinado por la suerte. De este oráculo emanaron constituciones de ciudades, consejos políticos y militares, normas prácticas de carácter moral y toda una doctrina sobre el homicidio.
Otra faceta muy característica de Apolo es la de músico. No sólo se le representa frecuentemente tocando la lira, sino que se hace de él patrono de las Bellas Artes y presidente del coro de las Musas. La asociación de Apolo con la lira parece ser muy antigua (a juzgar por los mitos de Marsias y de Midas), así como por la paternidad de los músicos Orfeo, Lino y Filamón atribuida a Apolo. Se ha apuntado que el carácter de músico debió de ser solidario del de pastor, teniendo en cuenta que la música aparece en el mito como ocupación favorita de los pastores; sin embargo, es curioso que la leyenda relativa a Apolo pastor presente a éste recibiendo de Hermes la lira a cambio de sus rebaños, como si Apolo dejara de ser pastor cuando empieza a tocar la lira, y también el hecho de que los instrumentos considerados como pastoriles sean la flauta y la siringe[19], pero no la lira, que es característica, en cambio, de los poetas. Y cabe recordar, a este respecto, que la relación de Apolo con el pastoreo queda circunscrita a unas cuantas zonas del continente griego. Por consiguiente, parece más lógico pensar que la lira es un atributo de Apolo en la medida en que éste preside la adivinación y precisamente ese tipo de adivinación que se produce por contacto directo del vidente con la divinidad, teniendo presente sobre todo hasta qué punto en la Grecia arcaica la inspiración poética estaba relacionada con el fenómeno de la mántica, y el papel que jugaba la lira en esta experiencia.
Por fin, los epítetos “portador del arco”, “flechador” y “el del arco de plata” lo presentan como un arquero, sin que debamos pensar por ello en un dios de la guerra o de la caza. En el pasaje de la Ilíada que describe la irrupción de la peste en el campamento aqueo, las flechas del dios son el agente simbólico de la enfermedad, disparadas primero contra los mulos y los perros, y luego ya contra los hombres.
Calímaco recoge en su Himno todos estos aspectos y atributos de Apolo de forma sintética, pero hiperbólica, en los siguientes versos:
Nadie por su destreza hay que abarque lo que Apolo: él ha reunido en sí al arquero y al aedo –a Febo, a no dudarlo, así el arco como el canto se encomiendan-, suyos son profetisas y adivinos;… (43-47)
En cualquier caso, las alusiones a los atributos del arquero y del músico son las más abundantes en el Himno II. Hay un fragmento (la estrofa formada por los versos 18-24) en que se enfatizan esos dos atributos más significativos y en el que se advierte una comparación de acento dramático y no únicamente (valga aquí el adjetivo) apologético:
Callad así que al canto de Apolo atendéis. También el ponto calla cuando ensalzan los aedos la cítara o el arco, armas ambas de Febo Licoreo[20]. Ni siquiera su madre Tetis gime desconsoladamente por Aquiles, en cuanto oye “Hié peán”, “hié peán”; remite en sus dolores el roquedal bañado en lágrimas, la húmeda peña que en la frigia ribera se sustenta, mármol a guisa de mujer que algún lamento exhala.
Veamos algunos matices de estos versos que aluden a otras leyendas colaterales. En efecto, la ninfa Tetis llora la pérdida de su único hijo –el héroe Aquiles- cuya génesis comparte con el no menos heroico Peleo. La tradición dice, además, que la flecha de París que acabó con Aquiles fue guiada hasta su punto exacto por Apolo que, como recoge la Ilíada, defendía la causa troyana.
El roquedal bañado en lágrimas que remite en sus dolores al escuchar el canto de Apolo, remite a Níobe, hija del rey de Frigia –Tántalo- y madre de numerosos hijos habidos de Anfión, rey de Tebas; eran siete varones y otras tantas hembras, a todos los cuales perdió al jactarse de su fertilidad delante de Leto, madre tan sólo de Apolo y Ártemis. Conmovido por su dolor, Zeus la transformó en una roca del monte Sípilo, en Frigia, de la que Pausanias cuenta que manan las lágrimas de la desconsolada Níobe[21].
Pero el Apolo adorado como dios del sol (y la leyenda moral a él asociada relativa a la condena de la arrogancia y de la desobediencia encarnadas en su hijo Epafo) no aparece en el Himno de Calímaco. Aunque es bien cierto que, a pesar de la importancia que tuvo este aspecto en las épocas helenísticas del culto del dios, no parece remontarse a la época más antigua, ya que por entonces era Helio el único y verdadero dios griego del sol.
Bibliografía
- Bernabé, Antonio (editor), Historia de la literatura griega, Madrid, Zero, 1998, página 95.
- Calímaco, Himnos y Epigramas (edición de Jordi Redondo), Madrid, Akal, 1999.
- Falcón Martínez, Constantino, Fernández-Galiano, Emilio y López Melero, Raquel, Diccionario de mitología clásica, Madrid, Alianza Editorial, 1980 (11ª reimpresión, 1996).
- Ghul, Erik. y Koner, Wolfgang., Los griegos, Madrid, Edimat, 2002 (traducción de Mª Jesús Sevillano Ureta).
- Jung, Carl Gustav, El hombre y sus símbolos, Barcelona, Caralt, 1980.
- Ruiz de Elvira, Antonio, Mitología clásica2, Madrid, Gredos, 1982.
[1] Base de consulta: Calímaco, Himnos y epigramas, Madrid, Akal, 1999 (edición a cargo de Jordi Redondo).
[2] Ibidem, página 13.
[3] Ibidem, página 16.
[4] No se trata del Aristóteles filósofo, sino de un tal “Aristóteles de Tera, de quien se supone que descendía Calímaco y que fue el colonizador de Cirene”…, en A. Bernabé (editor), Historia de la literatura griega, Madrid, Zero, 1998, página 95.
[5] E. Ghul y W. Koner, Los griegos, Madrid, Edimat, 2002 (traducción de Mª Jesús Sevillano Ureta), página 148.
[6] Cfr. Antonio Ruiz de Elvira, Mitología clásica2, Madrid, Gredos, 1982, páginas 7-15.
[7] Ibidem, páginas 96-97.
[8] Véase Jordi Redondo, ed. citada, página 28.
[9] Falcón Martínez, Fernández-Galiano y López Melero, Diccionario de mitología clásica, Madrid, Alianza Editorial, 1980 (11ª reimpresión, 1996), página 61.
[10] Ibidem, página 61.
[11] Ibidem, página 51.
[12] E. Ghul y W. Koner, ed. citada, página 211.
[13] Antonio Ruiz de Elvira, ed. citada, páginas 426-427.
[14] Seguimos el relato contenido en Falcón Martínez… (páginas 51-55) y Ruiz de Elvira, ed. citada, páginas 76-77.
[15] En el contenido simbólico del número 7 se funda otro argumento que avalaría la procedencia oriental de Apolo en tanto “es el único dios “griego” relacionado en especial con el séptimo día del mes y con el número siete, lo cual nos remite a la semana oriental de siete días, frente al calendario lunar griego, que estaba basado en el número diez” (Carl Gustav Jung, El hombre y sus símbolos, Barcelona, Caralt, 1980, página 92.)
[16] Y de Corónide, hija del rey arcadio Flegias. Habría nacido en el monte Mirtio, cerca de Epidauro; Corónide habría abandonado allí mismo al pequeño, que fue amamantado por una cabra y custodiado por un perro pastor (Antonio Ruiz de Elvira, ed. citada, página 430).
[17] He aquí también los siguientes versos de Calímaco: por gracia, en fin de Febo, han aprendido los médicos la dilación de la muerte (46-47).
[18] Falcón Martínez et alia, ed. citada, página 54.
[19] Flauta de varios caños de longitud diferente y, por lo tanto, de notas múltiples, semejante a la común flauta tan popular entre los músicos callejeros de procedencia andina.
[20] Epíteto derivado del topónimo Licorea, estribación meridional del monte Parnaso que lleva precisamente a Delfos (Jordi Redondo, página 71, nota 5).
[21] Ruiz de Elvira, ed. citada, páginas 294 y 188, respectivamente.
Autor: Manuel Martínes Forega.
Generos literarios: Poesía, ensayo, traducción
Molina de Aragón (Guadalajara) 1952.
www.forega.net
Cursó estudios de Derecho y es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, ciudad en la que reside desde 1958.
Poeta, ensayista y traductor, ha publicado más de treinta títulos en esas disciplinas, entre los que destacan los poemarios He roto el mar (Premio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1985), 333 días (Premio Internacional “Miguel Labordeta” en 2005), El dolor de la luz (premio “Poesía de miedo” en 2009), Ademenos (finalista del Premio nacional de la crítica en 2009), Berna, Labios o su más reciente Litiasis; también son relevantes sus traducciones de poesía checa y francesa o la edición canónica de Monsieur Teste de Paul Valéry; sus ensayos y artículos de crítica literaria y de arte están reunidos en volúmenes como Sobre arte escritos, sobre artistas o El viaje exterior (Ensayos censores).
Fundador y director de Lola Editorial desde 1989. Fundó también en 1985 la colección de poesía “La Gruta de las Palabras” de Prensas Universitarias de Zaragoza y, en 1984, co-fundó el programa “Poesía en el Campus” de la universidad zaragozana.
Ha sido incluido en diferentes antologías poéticas de España y del este de Europa, y su obra está traducida al checo, búlgaro, ruso, italiano y alemán.
Campeón de España de pesca en la modalidad de “Salmónidos-lance” (Asturias, 2007).