© José Luis CORRAL, 2023

EL ORIGEN DE LA AAE

José Luis Corral   Ocurrió a finales de 2002, durante un viaje a Toulouse. Durante un programa de intercambio literario, visité algunos liceos de esa ciudad francesa en compañía del escritor Ramón Acín. Viajamos en coche desde Zaragoza, cinco horas de ida, cinco de vuelta y dos días dan para muchas horas de conversación. Hacía algún tiempo que rondaba por mi cabeza la idea de constituir la Academia de Escritores Aragoneses, y se la expuse a Ramón, que desde hacía más tiempo aún estaba empeñado en promocionar la literatura en Aragón y a los autores aragoneses. Convinimos en que era necesaria esa academia y en el viaje de vuelta fuimos pergeñando cómo podríamos ponerla en marcha. Lo de «Academia» era demasiado pomposo, de manera que, con buen criterio, Acín me propuso que sería mejor llamarla «Asociación». Tenía razón.

asamblea constituyente AAE

Constituir una asociación cultural nueva no era demasiado complicado, pues existían cientos de ellas y bastaba con copiar los estatutos de alguna similar, adaptarlos a nuestras necesidades, presentarlos en la ventanilla de la Delegación de Gobierno y adelante. Pero estábamos (y estamos) en Aragón, una tierra de gente individualista en la que los movimientos asociativos no gozan precisamente de notable aceptación. Y, además, se trataba de organizar una asociación de escritores, con todo lo que ello supone de egos, fobias y filias. Para ponerla en marcha necesitábamos contar con una figura incuestionable, a la que todo el mundo respetara y que fuera un referente de la literatura aragonesa. Ramón no tuvo duda alguna: Rosendo Tello. Pocos días después de regresar de Francia tuvimos los tres una reunión en la que Rosendo se mostró entusiasmado con la idea; acordamos ponernos a ello. Había que llamar a todos los escritores aragoneses que quisieran sumarse al proyecto y lo hicimos convocando un congreso constituyente en la ciudad de Daroca para los días 28 y 29 de junio de 2003.

AAE

A la cita acudimos algo más de sesenta escritores. Allí, en el salón de actos que nos cedió el ayuntamiento, decidimos constituirnos en asociación y establecer el procedimiento para nombrar una junta directiva provisional que, mediante elección directa y secreta designó a nueve escritores, entre los cuales se elegiría a un presidente, un vicepresidente y un secretario. Con ilusión y un cierto aire asambleario que recordaba la frescura de tiempos pasados, el Congreso comenzó a andar dirigido por la batuta maestra de Ramón Acín. «Asociación de Escritores Aragoneses» fue el nombre que se aprobó por unanimidad. Al anochecer paseamos por las calles encantadas de Daroca, todavía bañadas en la luz anaranjada del largo atardecer de comienzos del estío -Rosendo hacía poesía con la luz y las piedras- para ver sus monumentos, palacios e iglesias por doquier. El domingo 29 amaneció tan luminoso y radiante que parecía un presagio de que el Congreso acabaría bien. Y así fue. Tras la última sesión de trabajo, en la que se discutió, y cuánto, sobre el esfuerzo y la dificultad de los autores para editar sus obras, se procedió a constituir formalmente la Asociación Aragonesa de Escritores, y a elegir la que sería su primera Junta directiva, encargada de redactar los estatutos y ponerla en marcha. Siguiendo la práctica asamblearia y libre que se había impuesto desde el principio, se procedió a elegir a la Junta Directiva, siguiendo el criterio de que el presidente sería el más votado, y que los ocho siguientes serían los vocales de la misma, con misiones específicas que se encargaría de repartir la propia junta. Los nueve elegidos, entre los que estábamos los tres promotores, nos reunimos esa misma tarde en mi casa de Daroca y decidimos ratificar a Ramón Acín como primer presidente, por haber sido el más votado de los nueve, elaborar unos estatutos y someterlos a la aprobación de una asamblea.

Congreso Calatayud AAE

Los trámites legales fueron rápidos, cosa rara en un país de lenta y tediosa burocracia administrativa, y fue así de eficaz gracias a la labor de Javier Fernández, miembro de esa primera junta, que como jurista y profesor en la Facultad de Derecho conocía bien el procedimiento administrativo a seguir. En octubre de 2003 ya estaban legalizados los estatutos, en funcionamiento pleno la Junta Directiva provisional, establecidos los contactos con las principales  instituciones aragonesas (Gobierno de Aragón, Diputaciones Provinciales y Universidad de Zaragoza) y configurado el armazón necesario para que la AAE se pusiera a caminar. Gracias a un convenio, la Universidad de Zaragoza nos cedió el uso de un despacho en el Paraninfo, pudimos acceder a programas culturales, llegamos a superar los doscientos socios y contratamos a una persona a tiempo completo para llevar los asuntos de gestión diaria y la asesoría a los socios. No había pasado un año desde la fundación en Daroca, cuando celebramos el Congreso de Barbastro, los días 8 y 9 de mayo de 2004, donde se procedió a elegir la Junta Directiva definitiva, que encabecé en una lista única que resultó elegida por unanimidad. Veinte años después, la AAE se ha consolidado como una de las asociaciones de escritores más dinámicas de España y ha logrado convertirse en un verdadero motor para la difusión de la literatura en Aragón y de los autores aragoneses o que escriben desde Aragón. Y ahí seguimos.


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