Fotografía: Estatua de Franz Kafka, realizada por el escultor checo Jaroslav Róna, instalada en 2003 en el barrio judío de Praga (República Checa).

Representa a Franz Kafka cabalgando sobre los hombros de una figura sin cabeza, en referencia al cuento de 1912 del autor “Descripción de una lucha”, una escultura, al igual que todos sus textos, sin objetivos morales, pero sí de un extraordinario simbolismo.

Según declaraciones del escultor Róna, la interpretación del texto mencionado, y del resto de la obra de Kafka, es muy complejo y difícil de abordar; así que, para la creación de esta escultura, apeló a su sentido del humor negro, reminiscencia de su sangre judía, y nos invita a que no lo tomemos demasiado en serio. Humor negro que, en contra de lo que a veces se cree, también tenía Franz Kafka, al igual que la sangre judía.

A Jaroslav Róna creo que sí debemos tomarlo en consideración, como escultor y como conocedor de Kafka; ya sabemos que no hay nada más serio que el humor.

“Este Círculo estrecho encierra mi vida”, en este caso Kafka se refería a Praga. La escultura está ubicada en una de las calles donde vivió, dando la espalda a la que fue su casa.

Como en la obra de Kafka, también en la escultura hay múltiples interpretaciones. Una de ellas es que está inspirada en el texto ya mencionado: “Descripción de una lucha”. Bien, veamos algunos fragmentos del citado texto.

 “Descripción de una lucha” (1912)

Fragmentos:

      “Pero a mí me emocionó mucho y me resultó doloroso pensar que quizá mi larga figura, al lado de la cual la suya parecía acaso demasiado pequeña, pudiera desagradarle”.

La escultura de bronce mide 3,75 m de alto y pesa 800 kg.

“Yo, en cambio, dije para mis adentros: «¡Qué insensible es este hombre! ¡Qué explícita y significativa es su indiferencia frente a mis humildes palabras! El caso es que es feliz, y es algo muy propio de la gente feliz encontrar natural todo cuanto ocurre a su alrededor. Su felicidad crea un contexto luminoso. Y si yo saltase ahora al agua o cayese presa de terribles convulsiones aquí mismo, sobre el adoquinado, debajo de este arco, al final acabaría adaptándome pacíficamente a su felicidad”.

La escultura es una versión peculiar de una estatua ecuestre. En el empedrado del suelo donde se ha colocado la estatua, unas antenas y patas rodean a la base, recordando a su novela corta más conocida, “La Metamorfosis”.

“pero es que dominarse todo el día supone ya un esfuerzo enorme. Uno duerme precisamente para recuperar fuerzas y poder hacerlo; cuando no dormimos, nos ocurren muchas veces cosas absurdas, aunque sería descortés por parte de nuestros acompañantes manifestar su asombro en voz alta».

El sueño y la vigilia tan importante en su pensamiento.

«¿Por qué andas con este hombre? No lo quieres y tampoco lo odias, pues su felicidad sólo consiste en una muchacha y ni siquiera es seguro que esta lleve un vestido blanco. Este hombre te es, pues, indiferente, repítelo, indiferente. Además, tampoco es peligroso, como has podido comprobar. De modo que sigue caminando con él al monte San Lorenzo, pues ya estás en camino y la noche es bella; déjalo hablar, eso sí, y diviértete a tu manera; de ese modo —dilo en voz muy baja— es como mejor te protegerás».

“Diversiones o demostración de que es imposible vivir

  1. Cabalgata

       Con una habilidad inusual salté al punto sobre los hombros de mi conocido y, clavándole los puños en la espalda, lo hice avanzar a un trote ligero”.

Aunque hemos dicho que se trata de una figura ecuestre, el traje no es de jinete ni militar; un pantalón y chaqueta vacíos a modo de persona sin cabeza (o una cabeza vacía), sin pies o manos, es el encargado de soportar el peso del jinete.

“Incluso exageré el movimiento trotón sobre los anchos hombros de mi conocido, al tiempo que me aferré con ambas manos a su cuello y, echando la cabeza hacia atrás, me puse a observar las variadas nubes que, más débiles que yo, volaban pesadamente con el viento. Me reía y temblaba de puro arrojo. Mi abrigo se abría y me daba fuerzas. Y entonces apreté mucho las manos fingiendo no darme cuenta de que estaba estrangulando a mi conocido”.

Otra interpretación apunta a que el traje es la representación de su padre Hermann, ya que trabajaba de sastre y mercero, y cuya relación no era precisamente paterno filial modélica, y al que tantas veces ha representado en su obra y muy explícitamente en “Carta al padre” (1919). Dicho texto empieza así: “Queridísimo padre:

No hace mucho me preguntaste por qué afirmo tenerte miedo”.

“Ellos son todos felices, y lo son muy en particular cuando otro lo sabe. Creen estar pasando una velada feliz y ya por eso se alegran de la vida que les espera. En ese momento se desplomó mi conocido, y al examinarlo descubrí que tenía una herida grave en la rodilla. Como ya no podía serme útil, lo dejé sobre las piedras y me limité a silbar a unos buitres que, bajando de las alturas, se posaron sobre él obedientes y con pico serio para custodiarlo”.

Sin duda, la batalla más dura que Franz Kafka tuvo que afrontar fue con su interior, una persona en permanente conflicto consigo mismo.

“Encantado con esta visión, me tumbé en el suelo y pensé, mientras me tapaba los oídos para no oír el temido llanto, que allí podría ser feliz. «Pues todo es aquí solitario y bello. No hace falta mucho valor para vivir aquí. Habrá que torturarse como en cualquier otro lugar, pero no hará falta moverse con gracia. No será necesario. Pues solamente hay montañas y un gran río y aún soy lo suficientemente juicioso como para considerarlos inanimados. Sí, cuando de noche tropiece a solas en los empinados caminos de las praderas, no estaré más abandonado que la montaña, sólo que lo sentiré. Creo, sin embargo, que también esto pasará”.

Su obra y su vida tuvo una conexión extraordinaria con la naturaleza.

“Torcí la boca, como hago siempre que me dispongo a hablar con decisión. Di un paso adelante con la pierna derecha y me apoyé en ella, dejando que la izquierda reposara negligentemente sobre la punta del pie, posición que también me da firmeza”.

Observemos la posición de la escultura: la parte inferior, la que sostiene.

       «Tiene usted un modo muy divertido de salvarse, y consiste en suponer que los demás comparten el estado en que se encuentra».

«Nunca ha habido un momento en el que estuviera convencido de mi vida por mí mismo.

 

       » ¿Verdad que sí? ¿Por qué habría de avergonzarme —o por qué habríamos de avergonzarnos— de no caminar erguido y con aplomo, de no golpear el adoquinado con mi bastón ni rozar la ropa de la gente que pasa ruidosamente a mi lado? ¿No debería más bien quejarme con porfía y razón de avanzar a saltitos, pegado a las casas como una sombra de hombros angulosos que, a ratos, desaparece en el cristal de los escaparates?”

La forma de no caminar erguido era algo que enfrentaba con frecuencia a Franz, de complexión frágil y enfermiza, y a su padre que se lo rectificaba sin piedad.
«El caso es que la verdad es demasiado agotadora para usted, caballero, pues basta con ver qué aspecto tiene”.

«Tenga usted la bondad de dejarme tocar ahora, distinguido señor, pues estoy a punto de ser feliz».

Como no me hacía caso, me quedé un rato perplejo, pero luego, venciendo mi timidez, empecé a ir de un invitado a otro y les decía de pasada: «Hoy tocaré el piano. Sí».

Todos parecían saber que era incapaz de hacerlo, pero se echaban a reír con gesto amable al ver tan gratamente interrumpidas sus conversaciones. Sólo prestaron plena atención cuando le dije en voz muy alta al pianista: «Tenga usted la bondad de dejarme tocar ahora, distinguido señor. Ocurre que estoy a punto de ser feliz. Se trata de un triunfo».

 

No hay mayor triunfo que estar a punto de ser feliz; en el momento que eres feliz ya no hay triunfo.

«¿Qué deben hacer nuestros pulmones?», grité, sí, grité. «Si respiran deprisa, se asfixian ellos mismos por sus venenos interiores; si respiran lentamente, se asfixian por el aire irrespirable, por la indignación de las cosas. Pero si tratan de buscar su propio ritmo, ya en la búsqueda perecen.»

 

Su delicada salud se vio reflejada en toda su obra.

 “ Pero no, no es esto… yo soy pequeño, por ahora pequeño… voy rodando… rodando… ¡soy un alud en la montaña!
Por favor, vosotros que pasáis por aquí, decidme cuán alto soy, medid estos brazos, estas piernas”.

Este párrafo me parece de una belleza que hiere y que le confiere alma a la obra de Jaroslav Róna y Franz Kafka.

Si nos fijamos en la escultura, veremos el pie izquierdo del que imaginamos el jinete, mucho más brillante, acariciado, sobado. Quizás porque nosotros, pequeños peatones, despistados turistas, también nos sintamos intimidados por esa parte derecha del padre, adelantada, fuerte y enraizada. Acaso, sin darnos cuenta, inconscientemente, nos vayamos a la izquierda donde esa enorme bocamanga no nos amenaza. Igual nos perturba el traje sin nombre, el vacío craneal; tal vez los más atrevidos se asomen al abismo. Puede que nos aterre la lucha interior que nos parece oír en las entrañas del bronce. O, simplemente, el pie izquierdo de Kafka nos sirva de asidero para hacernos una fotografía y decir que estuvimos en Praga.


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