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[De mi amigo Esquillor atesoro recuerdos, evocaciones vitales grabadas en mi pecho a fuerza de escucharlas de su boca; también conservo testimonios inconfesables sobre la poesía, la intuición, la delgada línea que separa la realidad inmediata de lo sutil que deja entrever el otro lado… Y la añoranza. Mientras laborábamos en nuestra amistad tejimos cinco volúmenes (seis poemarios) que se publicaron en Libros del Innombrable, mi sello editorial. Esta es una pequeña historia de cómo y en qué condiciones se originaron esos libros. Y también de algunas cosas más].

 

Fluía el año 1999 cuando visité por vez primera a Mariano Esquillor en la Casa de Amparo de Zaragoza, me acompañaban el actor Marcos Agón y el pintor y escritor Antonio Fernández Molina. Recuerdo que era un domingo gris por la mañana, tal vez fuera invierno, o quizá otoño. Hasta entonces de Mariano solo había leído una pequeña selección de poemas que me había trasladado Fernández Molina; no recuerdo a qué libro o libros pertenecían. Por entonces, aún vivía su esposa Fuensanta a la que el poeta se dirigía con el cariñoso apelativo de Fanny. Mariano comenzó a leer mi poesía porque ella refirió, tras ojear uno de mis libros, que le gustaba “porque no decía que la lluvia moja y cae hacia abajo, ni evidencias así”. Confieso que esa revelación, enunciada por boca del poeta tiempo después, me sorprendió.

Durante la jornada de ese primer encuentro, tal vez por lo desapacible del día, no acudimos a ninguno de los bares en los que Mariano se refugiaba para escribir, o donde congregaba a poetas y amigos para departir sobre la vida y la poesía. En la cafetería de la Casa de Amparo nos tomamos juntos el primer café con leche de muchos; bueno, en el caso de Esquillor, el primer cortado de muchos. La verdad es que casi de inmediato se manifestaron entre nosotros simpatías y gustos comunes. Ese día, o uno de los siguientes, le presté una antología de poesía postista, sobre la que tiempo después me dijo: “¡Cómo me gustaría escribir también así, pero mi estilo es diferente!”. Al cabo de unos meses me declaró su admiración por Juan Eduardo Cirlot y, posteriormente, por Eduardo Chicharro, lo que me sorprendió, ya que Chicharro se encuentra muy alejado de las propuestas estilísticas y poéticas de Esquillor.

Con el transcurrir de los años, el autor me trasladó observaciones relacionadas con sus poemas que me hicieron comprender que, sirviéndose de símbolos y metáforas, transmutaba la realidad, los recuerdos, la memoria, los trasuntos cotidianos, aunque no por ello menos excepcionales, en la materia prima de sus versos. “El otro día, me decía, de pronto recordé a una chica de tal pueblo con la que bailé en una verbena durante el servicio militar, y escribí este poema sobre sus ojos”. A menudo, de la hebra de su memoria surgían radiaciones, intuiciones, visiones y elementos que al propio autor le apresaban. Mariano me explicó que escribía arrastrado por una fiebre incontenible, a la que tal vez podríamos denominar inspiración, al igual que algunos poetas románticos, o que los iluminados paganos atendidos por Orfeo. Tras una primera redacción (revelación) Esquillor ingresaba el fruto de su mente en el sueño de los justos. Lo recuperaba meses después para corregirlo. Pero entonces no se reconocía en lo escrito, lo contemplaba como si perteneciera a otro. En repetidas ocasiones conversamos sobre este fenómeno, al que también Antonio Fernández Molina se refería con frecuencia.

Mariano me regaló ejemplares de sus libros, los cuales devoré con una premura que fue mutando gradualmente en admiración. Más tarde me ofreció un primer manuscrito: Playa de tormentas mudas. Me entusiasmó. Una vez emprendida la edición le pregunté si él acostumbraba a dibujar o pintar, aunque fuera de cuando en cuando, con el fin de incluir en el volumen algunos de sus esbozos. Me respondió que no, pero que tantearía realizar algún dibujo. Y así inició Esquillor su obra plástica. Antes de adentrarse en las bellas artes pidió asesoramiento a Pilar Catalán, que, por entonces, impartía clases de pintura en la Casa de Amparo. Tras experimentar con óleos y otros materiales el poeta se decantó por los lápices iluminados, por las ceras. Al principio empleó sobre todo colores planos. Posteriormente comenzó a difuminarlos con la mano. Durante un tiempo también practicó con figuras geométricas. En una etapa más temprana de sus pinturas emanaban rostros con un aire próximo al expresionismo. Esquillor mostró sus primeros intentos gráficos a Antonio Fernández Molina, que, de inmediato, le animó a que perseverara. En ningún momento pretendíamos (ni Esquillor, ni Molina, ni yo mismo) la perfección técnica, sino elaborar algo a lo que nosotros nos referíamos, familiarmente, como “dibujos de poeta”. Mariano realizó una exposición de sus dibujos en la Casa de Amparo y llegó a ilustrar un calendario. Siempre he desconfiado de los que en literatura, o en arte, lanzan soflamas con la pretensión de hacerte abandonar un camino o una condición. En mi opinión, algunas de las grandes lecciones que en el mundo han sido las han impartido supuestos aficionados. En muchos aspectos, en la actualidad, se pretende instaurar una mezcla de academicismo corporativo.

Playa de tormentas mudas se publicó en el año 2000, con una selección de los primeros dibujos del autor y un prólogo de Antonio Fernández Molina que terminaba así: “Lírica, novela, entregas y ejemplar autobiografía que sin duda admirarían Cervantes y el mismo Proust”. El volumen se completaba con once cartas, once cartas en el olvido llevaban por título; una correspondencia de enamorados que en 1945 habían mantenido el poeta y Fuensanta, la que luego sería su esposa. Los textos reescritos, afilados por Mariano, llegaron a interesar a Fernando Arrabal que, desde París, tras recibir un ejemplar de la obra, me pidió más detalles sobre el poeta y las epístolas. En la contraportada del libro tuve la osadía de imprimir: “Los lectores que aún vivan inocentemente en la ignorancia de Mariano Esquillor, por fin abrirán sus ojos a los de un poeta excepcional”. El poemario, con toda justicia, estaba dedicado a Marcos Agón, el actor, y también generoso amigo, que devoró poesía de manera insaciable.

En el año 2002 Libros del Innombrable publicó, en una colección de pequeño formato llamada Sarastro, otro poemario de Esquillor: Opio. Utilizamos para la portada un fotograma de una película de serie B de los años 60 con algunos retoques. La imagen de la cubierta y el título, según me confesaron algunos lectores, hizo creer a los desprevenidos que el autor era un adolescente, o un joven poeta. De nuevo, como sería habitual en los libros que publicó Esquillor en la editorial, el poemario iba acompañado con algunos de sus dibujos. Me pidió que le hiciera el prólogo porque, por algún extraño motivo, parecía sentirse cómodo en las recreaciones de su persona que configuraba un servidor en tales ocasiones. Creo que a Antón Castro le entusiasmó Opio, ya que, en una reseña sobre el mismo afirmaba:

“… un libro inquietante, donde las fuerzas opuestas se conjuran. Pasión y dolor, desesperación y esperanza, cántico o madrigal y elegía, incluso la persona amada es fuente de sombra y de claridad, es un narcótico y un bálsamo, una aspiración a la totalidad desde la cercanía de la muerte”.

De nuevo, en la biblioteca Golpe de dados, colección que ya no abandonaría, publicó Esquillor Huracán de Sol en el año 2004. En ese caso el libro carecía de prólogo, pero el autor me insistió para que, al menos, escribiera un epílogo; lo que casi venía a ser lo mismo. Miguel Ángel Ordovás mencionó este libro en el título de la necrológica que sobre el vate publicó en El periódico de Aragón el 13 de mayo de 2014. En verdad, el poemario fue muy celebrado, lo que nos sorprendió a ambos: autor y editor. Para la contraportada seleccione un breve fragmento del libro:

“Amar es fácil. Difícil sobrevivir entre tantas manos que devoran”.

Su esposa, Fuensanta, Fanny, había muerto hacía unos meses, así que a ella iba dedicado el volumen.

Hace unos meses, durante el sepelio del poeta, antes de la cremación de su cuerpo, pedí que le entrelazaran las manos con un ejemplar de este libro. Así, de algún modo, me pareció que mi amigo no partía solo, sino acompañado por los poemas que dedicó a su musa Fanny.

Algunos amigos, en diversas ocasiones, le insistimos para que redactara unas memorias, o algo semejante. Sus evocaciones sobre la guerra civil, sobre su vida, sobre sus primeros encuentros con lo literario, con la poesía, creíamos que no debían perderse entre su memoria y la nuestra. Mariano adaptó esta idea a sus propios intereses y comenzó a redactar un diario, un raro dietario. En esas páginas entremezcló su actividad cotidiana en la Casa de Amparo, con alguna extraña fábula en la que intervenían animales y curiosos personajes. Pese a que Mariano y yo hablábamos a menudo con especial cariño de ese libro, y aunque a los dos nos parecía el más curioso de los suyos, lo cierto es que, por las noticias que fuimos recibiendo, algunas personas quedaron perplejas y desorientadas con el contenido. Mariano lo tituló Columpio autobiográfico. Se publicó en octubre de 2005. La dedicatoria mencionaba a la poeta Ángela Ibáñez, que ese verano había organizado un homenaje al poeta en Fraga, en el día de la poesía. La portada lucía un dibujo de Esquillor. En su interior, casi por imperativo de Esquillor, algunos dibujos míos se acomodaban con la pretensión de ilustrar el contenido. Aunque no se trata de una obra narrativa, en el sentido más ortodoxo, la publicamos bajo ese apelativo, ya que ambos pensábamos que parte de su contenido era lo más próximo a ese género que el poeta había realizado hasta la fecha. Y, también, porque nos intrigaba cómo sería recibido un libro de Esquillor editado bajo la designación de narrativa. Las entradas del peregrino diario transitan por un breve lapso de tiempo, de agosto a diciembre del año 2004. Sobre Columpio autobiográfico Manuel Martínez Forega escribió: “Al margen de las anécdotas (escasas en tanto que tales); al margen de los encuentros —pocos— con amigos (homenajes de gratitud que le honran), al margen de las fábulas (unas cuantas de suculento sabor humano), Columpio autobiográfico está habitado por el amor. Amor bifronte: místico y erótico (¿pero acaso no se encuentran en la misma trayectoria?, ¿no son gemelos con génesis idéntica, pese a su distinta vestidura?). Amor.”.

Esquillor trabajaba de manera pertinaz e imparable. En su cuarto se amontonaban los dibujos. Tal vez para no sucumbir sepultado bajo sus propios esbozos, con la generosidad que le era propia, obsequiaba con ellos a los amigos para que engalanaran las paredes de sus casas. Con frecuencia me mostraba sus nuevos textos. La mayoría de nuestros encuentros comenzaban o terminaban con Mariano inquiriéndome sobre mi parecer respecto al título que había pensado para el poemario que escribía en ese momento.

En el año 2008, coincidiendo con el décimo aniversario de la editorial Libros del Innombrable, Esquillor agrupó en un volumen dos poemarios: La Cítara, dedicado a su yerno Martin y a su hija Maite, junto a La bahía de los diablos, que brindó a la ciudad de Zaragoza. En la portada el autor insistió en incluir uno de mis cuadritos. En esta ocasión, el prólogo lo realizó la poeta y traductora Alicia Silvestre, pero, de nuevo, el poeta insistió para que el que esto suscribe redactara un epílogo. También reclamó el autor que nos turnáramos la responsabilidad de los dibujos del interior, suyos en el primer poemario, míos en el segundo. Al azar en La bahía de los diablos encuentro el siguiente fragmento: “Toda belleza es digna y terrible, cuando asoma desbordando sus incógnitos deseos”.

Mariano Esquillor en una caseta de la editorial Libros del Innombrable

Mariano Esquillor en la caseta de la editorial Libros del Innombrable, en el décimo aniversario de la editorial (http://bit.ly/1tuBWAi)

Esquillor disfrutaba de la música con especial delectación. El piano era su instrumento favorito. En una ocasión le regalé un compacto que incluía algunas de las piezas más previsibles de la música clásica para piano, junto con varias composiciones del músico y compositor de jazz Thelonious Monk. Manifestó que la mezcla le había gustado y que, incluso, le había servido de inspiración para algún poema. También conservaba con especial cariño unas grabaciones de María Callas. Recuerdo algún encuentro entre Fernando Burbano, José Antonio Conde, Mariano Esquillor y quien esto escribe, en donde la música emergía vibrátil y mistificadora sobres nuestras cabezas.

En el año 2011 Esquillor publicó Caricaturas de un diario, el último de sus libros en vida, y, hasta la fecha, el último editado bajo su autoría. De nuevo, insistió en incluir en la portada uno de mis lienzos. Sin duda, un honor inmerecido. También me pidió que le redactara un nuevo prólogo. Al parecer en esta ocasión quedó especialmente satisfecho con el resultado de mi trabajo. A pesar del entusiasmo que algunos lectores, como Magdalena Lasala, manifestaron por el título, lo cierto es que pasó relativamente desapercibido… En algunos aspectos Caricaturas de un diario, no tanto por el libro en sí, sino por su paso discreto por el efímero mundo de las novedades, supuso para Mariano una pequeña frustración. A la que convendría añadir su constante espera, para alguien que apenas esperaba ya nada, de un Premio de las letras aragonesas que nunca llegó. Dios se apiade de las almas de los que no tuvieron alma.

Hasta el momento de su muerte hablamos a menudo de publicar un nuevo libro. Entre sus inéditos disponíamos de varios títulos. Durante su último año Mariano componía un inmenso libro, al que solía referirse como su último poemario, y del que, según me confesó en mi última visita a la Casa de Amparo, ya llevaba escritas más de cien páginas. “Solo te pido que antes de morir me publiques un último libro que se titula…” No fue posible.

En los últimos años Mariano afirmaba sentirse cansado. Primero dejó de mecanografiar sus manuscritos. Después empezó a tomarse ligeras treguas en la escritura y en la pintura porque sus manos no le permitían el esfuerzo. A veces anunciaba que pronto abandonaría la escritura. El final le llegó con un libro inacabado. Sobrevivió a varios golpes de salud en los últimos períodos de vida. Partió en silencio. Muchos de sus amigos y admiradores supieron de su defunción con varios meses de retraso. Para mí siempre quedará un arcano, imposible de resolver, ¿partió en paz o con el dolor de no haber sostenido entre sus manos ese último libro que no llegamos a publicar?

Fui muy feliz en su compañía. Y seguro que algunos de ustedes, los que no le conocieron, también lo hubieran sido.

 

 

 


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