FELIPE ESPILEZ MURCIANO

Cruzar el portal de la traición de Teruel, es entrar en el alma de la ciudad por una puerta callada, hecha de piedras de silencio y de secretos de granito. No importa lo que allí algún día pasó, que su nombre se uniera al de la traición en un futuro amarillo, como de fiebre, como de fiebre amarilla.

Cruzando ese portal, en ese silencio suavemente apuntado, que se agota en sí mismo, cansado de su historia que nunca le deja dormir, dan ganas, al menos a mí me pasa, de perdonarle su pasado. De darle la libertad de un futuro sin recuerdos negros. De perdonar ¡ya es hora de perdonar!

Una tarde, tan hermosa como cualquier otra, con distintas palomas, pero las mismas ganas de volar, crucé esa puerta, el Portal de la traición. Cuando partía con mi cuerpo la sombra de la muralla, hecha tarde de piedra que caía inclemente hacia el suelo, sentí un cierto temblor entre aquellas piedras centenarias.

Me quedé inmóvil, pues un presentimiento más antiguo que yo mismo así me lo requirió. Fueron unos instantes en que el tiempo se dio la vuelta, los árboles a lo lejos se tapaban las hojas y el Turia, más abajo, mucho más abajo, paró su curso dejando sus reflejos a contraagua. Un instante en que el tiempo pareció que se desprendía de unos colgajos morados para dejar expedito el azul claro.

En ese plácido momento, de relojes ignorados, de calendarios soslayados, en la espalda de la historia, oí una débil voz proveniente de unas piedras de tiempo, que hacían muralla con la altivez de los cipreses más bellos.

  • ¿Os puedo preguntar algo importante para mí?
  • Claro, le respondí con la seguridad que da la inconsciencia.
  • Llevo cientos de años oyendo una triste historia de traición. Que se me atribuye a mí, cuando el traidor fue un infame personaje que nada tiene que ver conmigo. Pero que me ha dejado el velo negro de un nombre con el que tengo que cargar para siempre. Pero no es eso lo que más me preocupa, porque una se acostumbra a cargar con culpas ajenas, cuando pasan tantos y tantos años. Lo que yo quería saber es… no sé si debo atreverme a preguntároslo.
  • Hazlo, por favor. -Le dije, como un ruego.
  • Debéis saber, señor, que como ya os he referido, yo siempre oigo la misma historia de traición. Y no sé por qué extraña circunstancia me fue negada otra clase de noticia. Y yo…

En ese momento, un silencio angustioso inundó el aire que nos rodeaba y todos los azules de la tarde se hicieron de gasa.

  • ¿Qué es lo que quieres?, si puedo ayudarte puedes estar segura que lo haré.
  • Sois generoso, a fe mía. Yo os quería preguntar. Bueno… ya casi no los recuerdo, pero… ¿aún existen trovadores?
  • Bueno en el sentido que lo puedes recordar, ya no, pero… pero ahora hay poetas.
  • Vos ¿sois poeta?
  • Si, lo soy.
  • Y ¿qué es un poeta?

 

Ser poeta es llevar la sangre de los hombres libres
hecha claveles sobre las manos,
la voz de las fuentes de aguas libres
sobre la garganta precipitada de nardos,
las luces despertadas de luces libres
sobre las sombras esclarecidas de la frente.

 

Ser poeta es ser libertario de palabras inquietas,
un corazón con una espada rasgando la niebla.
Alcanzar la gloria en una sencilla brizna de hierba
y llorar a solas cuando la mañana se despierta.

 

Comprender el suspiro eterno del hombre
y desgarrarse por dentro mirando el horizonte,
mientras le tiembla la vida en las arrugas de su frente.

 

Ser poeta es ser mujer o ser hombre
con unas venas de tinta y una mirada de mimbre.
y hacer de la vida un cesto donde quepan todos los nombres,
con unos deseos de oro y unos recuerdos de cobre.

 

Después de mis palabras, un silencio que tenía algo de noche y algo de estrella, se esparció por el alrededor.

  • Temblando, con la voz temblando, me dijo: Gracias mi señor. Me habéis hecho feliz. ¿Y vos creéis que algún día podré oír otra de esas canciones de poeta?
  • Yo vendré todas las tardes, cuando el crepúsculo confunde a la vida, cuando el crepúsculo juega con el tiempo, yo vendré a recitarte un poema. Poema, se llama poema.

En ese momento los relojes y los calendarios se dieron la vuelta y el tiempo volvió a ser tiempo, tal y como lo conocemos.

Yo seguí caminando, despacio. A los pocos pasos me giré. Fue la primera vez que vi llorar a la piedra. Y pude oír, como un susurro: “Poema, se llama poema. Y deja el alma herida para siempre. También el alma de las piedras, también.”

Así que ahí me tienen, todas las tardes, cuando el crepúsculo confunde a la vida, cuando el crepúsculo juega con el tiempo, leyendo un poema. Si saben darle la vuelta a los relojes y a los calendarios, vengan, vengan si quieren oír llorar a las piedras.

En el Portal de la Emoción.

 

-0000000-


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido