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El 18 de mayo de 2012 rodeado de la mayor parte de los trabajadores de su empresa con sede en Palo Alto, Mark Zuckerberg daba entrada a Facebook en la bolsa. Quizá esta entrada marque un antes y un después en la explotación financiera de las redes sociales, pues las acciones se desplomaron a la misma velocidad que algunos auguraban su ascenso (aunque a estas alturas del tiempo y de la vida, parecen haberse recuperado un poco, dada la inestabilidad de los mercados, no podemos hacer ninguna predicción moderadamente segura). Las redes sociales evolucionan y forman parte de nuestras vidas a un ritmo que el propio mundo no es capaz de comprender, de utilizar y pervertir, quizá.

En realidad, esto evidencia una cadena de desajustes temporales, el mundo no termina de adecuarse a los cambios que el nuevo universo cibernético plantea, del mismo modo que los individuos no terminan de adaptarse a los cambios naturales del mundo. Para Antonio Chicharro este podría ser el signo de nuestros tiempos:

“Nos ha tocado en suerte vivir un tiempo mutante de profunda aceleración histórica en los diversos frentes de nuestra actividad, si bien no hago esta afirmación para subrayar los profundos cambios que se están derivando, por ejemplo, del imparable desarrollo de las nuevas tecnologías digitales, etc., con las importantes consecuencias que en nuestro caso tienen tanto sobre los aspectos mayores y menores de nuestra existencia como sobre el dominio de la literatura y los estudios literarios, esto es, del sistema literatura, sino que formulo esta afirmación para señalar sobre todo la existencia de nuevas prácticas, ideologías, formas y problemáticas históricas que inciden con el valor y proyección que fueren sobre las acciones y planteamientos que podamos efectuar acerca de nuestro propio presente.” (Chicharro, 2005:21-22)

red_neuralY a buen seguro Chicharro acierta al señalar el inmenso galimatías que se traza frente nosotros, ante la desincronización vital que nos atrapa. La realidad cambia a pasos agigantados, y también lo hace en su definición, al mismo tiempo que una segunda realidad, la virtual o cibernética, solapa a la propia realidad y crece en su significado social y el papel que esta tiene en las vidas de los individuos. Hasta tal punto que este progreso implica una continua actualización de los ciudadanos en materias tecnológicas y el comportamiento quizá haya virado hacia el rol de usuario de todo cuanto habita antes que a otras posibilidades (habitante, individuo…). Chicharro reincide en la cuestión:

“En efecto, el complejo mundo que habitamos, que ensaya nuevos rostros del mundializado capitalismo postindustrial y consolida el espacio digital o ciberespacio, nos exige un continuado esfuerzo de adaptación a las nuevas condiciones sociales de orden científico y técnico, en lo que tanto tiene que ver la conversión de la ciencia en tecnociencia.” (Chicharro, 2005:22-23)

En esa nueva realidad cibernética se han generado representaciones de todo cuanto habita en la vida analógica (si se puede imaginar se puede hacer, o lo que es lo mismo, si existe en modo analógico vamos a convertirlo en una versión digital, como esas librerías que recrean distintos distribuidores de e-books). Los e-reader son por el momento representaciones demasiado cercanas a lo que es un libro impreso, incluso simulan el ruido que hace el papel al pasar cada una de las páginas. Es un absurdo tecnológico. Ese ruido no pertenece al hecho de leer un libro, ni a su contenido, solo tiene que ver con la calidad del papel con el que está impreso (si los materiales son de poca calidad o gramaje, invito a los lectores a que vean que el crujido dulce del paso de cada página no será tal). La era digital ha abierto distintos frentes y modos de expresión que son interesantes, sin duda, pero no podemos estar satisfechos con lo realizado hasta ahora pues no son más que imágenes teletransportadas a la realidad virtual, como aquel océano que tanto futuro parecía tener y tan pronto se perdió en el olvido…

A fin de cuentas, esto no es otra cosa que una representación del eterno conflicto entre antiguos y modernos, aunque quizá deberíamos delimitar esta cuestión en un debate enconado entre modernos y posmodernos. El signo de los tiempos, aquello que un día denominamos y admitimos como propio de una época, porque la mayor parte de los ciudadanos la admiten como habitual, es una necesaria y constante presencia en el ciberespacio que afianza la vida en el mundo no cibernético. Es decir, existe un conflicto entre aquellos que abanderan la posmodernidad, de un modo muy simplificado y partidista, hay que decir, y aquellos que siguen anclados en planteamientos mucho más rígidos y ordenados, eso sí. Bien es cierto que dentro de las propuestas posmodernas existen diferentes puntos de vista, más entonados a mi juicio como los de Jean-François Lyotard o Jean Baudrillard o más conservadores como los de Francis Fukuyama, asesor de diferentes presidentes norteamericanos.

 Las propuestas posmodernas, y en concreto nuestra declarada deuda a las teorías del simulacro de Baudrillard, se han encargado de plantear una reformulación de la realidad que, de alguna forma, mantiene una estrecha relación con la irrupción dominante de las nuevas tecnologías en la vida. Bien sabemos ya a estas alturas de las redes, vasos comunicantes o tejidos en red (algo que nos acerca directamente a esa propuesta teórica denominada “teoría de cuerdas” o su posterior reformulación en “teoría de supercuerdas”), pero nos encontramos ante un claro ejemplo al plantear el cambio de paradigma poético con la irrupción de las nuevas tecnologías y una nueva realidad virtual que suplanta a la perfección a la propia realidad, a veces demasiado cruda, solitaria y fría. Esta nueva realidad afecta al acto de la propia escritura y, fundamentalmente, a la concepción del poema y a toda la teoría de la recepción. Si un autor es mediático o cuenta con muchos seguidores en Facebook (los llaman “amigos”, pero probablemente ese concepto también ha sido actualizado, pues en muchos casos se tratan de contactos desconocidos, otras ocultos en pseudónimos y, en la mayor de las ocasiones, conocidos a lo sumo) su poema será etiquetado con un “me gusta”, aunque quizá no se haya leído del todo o directamente no haya sido leído. Facebook y el entorno virtual acentúan el concepto de mediático dejando en un plano mucho más secundario la propia naturaleza literaria del texto que se ha posteado.

Asumamos, pues, que el mundo ha cambiado de nuevo. Asumamos que quizá el ciberespacio es a la literatura lo que en su momento fue la imprenta de Gutemberg. Asumamos que la democratización de la lectura y la crítica se ha acelerado con la aparición de los blogs, los posts y los tuits. Asumamos de una vez que la literatura ha encontrado un nuevo espacio que no solo la expande si no que la condiciona, que merece que, quizá, debamos hablar ya de un antes y un después que esperemos que no sea irrevocable (y no se trata de una apocalíptica visión de la escena; la aceleración y la necesidad de la respuesta y respaldo inmediato que producen las redes, el fin de lo que podríamos denominar “la soledad del escritor”, afecta a la calidad de lo que se escribe. Conviene hacer un matiz entre aquello que se escribe y ha sido publicado y posteriormente “se sube” a las redes, y que aquello que ha sido escrito directamente en ellas…).

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Imagen de The Sweet Old Etcetera, una obra interactiva de poesía visual y web-art realizada en flash y creada por Alison Clifford, con diseño sonoro de Graeme Truslove, que integra la poesía de E.E. Cummings en un escenario gráfico aparentemente sencillo pero que con la intervención del lector se va expandiendo

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Martín Rodríguez Gaona en un interesante ensayo ya planteaba el impacto que las redes pueden tener en la concepción y escritura poética:

“Las nuevas tecnologías, fuera de los beneficios ya evidentes, ofrecen retos insospechados para la creación y la comercialización de las escrituras artísticas. Los ordenadores e Internet representan un desafío que se abre a todo el sistema cultural, pues la revolución digital producirá cambios todavía más notables que los ya señalados, como los que sugiere la futura popularización del libro electrónico –y sus funciones interactivas de edición personalizada y reciclaje de textos e imágenes-. Una circunstancia que en los próximos años contribuirá, nada más y nada menos, que a una reformulación radical en nuestra concepción del fenómeno literario.” (Rdez.-Gaona, 2010:17)

Otro asunto sería calibrar, realmente, a qué denominamos fenómeno literario, pues la importancia de la literatura en la sociedad actual se ha adelgazado hasta tal punto de considerarse, únicamente, una actividad (la de la lectura o la escritura) vinculada al ocio. Lamentablemente, la actitud de muchos de los poetas ha alimentado esa concepción exclusivamente lúdica de la poesía.

El papel de las redes sociales en la sociedad actual afecta de forma directa en cualquier ámbito de la misma, es decir, su crecimiento exponencial ha alcanzado y suplantado, en muchas ocasiones, a la vida real. Y no es que no sea “real” aquello que se dice en el ciberespacio, pero se trata, a fin de cuentas, de un simulacro de la vida real. No es tan importante aquello que sucede o que se hace o se piensa como aquello que “parece” que se hace, se dice o se piensa. Volvamos de nuevo la vista a la empresa con sede en Palo Alto de la que hablábamos al inicio de este texto y a su muro. Este es sin duda uno de los grandes fenómenos de nuestros tiempos: la vida publicada. La virtud radica en que el individuo elige aquello que quiere que sea visto por los demás o, mejor dicho, que sea susceptible de ser visto por los demás, porque no todos los individuos tienen el mismo impacto mediático y, por lo tanto, las andanzas de unos y otros no serán seguidas de la misma forma. Además del muro, testigo o espejo de aquello que se quiere contar, existe una biografía selectiva en la que el individuo puede elegir qué debe aparecer y qué no. Es algo así como una vida perfeccionada, en la que los errores o aquello que pueda ser más conflictivo o políticamente incorrecto es susceptible de ser “eliminado” u “ocultado” de la biografía.

Esta no es más que una especie de cuaderno vital, de álbum de imágenes, datos y textos que configuran toda la información necesaria para

René Magritte. Decalcomanía. 1966

René Magritte. Decalcomanía. 1966

entender qué clase de individuo quiere ser cada uno, no en esencia el individuo que realmente es. Es algo así como ese espejo que solo muestra reflejado lo que uno quiere, un “espejito mágico”, frente a la crudeza y transparencia de un mundo real en el que defectos y virtudes brillan por igual, aunque todos sabemos que esta sociedad no valora los dos factores del mismo modo. No obstante, este “espejo” no es solo un lugar en el que mirarse y admirarse, es también un espacio de intercambio, un agora redux, en la que todo alimenta todo. El individuo no es solo él y su reflejo, o su reflejo y lo que quiera ser de él, es también sus “amigos”, sus gustos (los reconocidos), y sus fotos.

La presencia constante en las redes sociales emite una sensación de perfil mediático en aquello que se realiza. La poesía, como bien señala Antonio Pérez Lasheras en el documental “Café Niké: Oficina poética Internacional”, se escribe “desde la soledad, para la soledad, en soledad y contra la soledad”, pero el hecho de que continuamente se demuestre actividad poética en las redes sociales, colgando un poema cada día en forma de antiguo post de un blog, afianza la idea de que se está “en acción” ante la pasividad de un mundo superado por la crisis, la sensación de hundimiento y desidia generalizada. Esa necesidad de mostrar continua presencia en las redes y el ciberespacio tiene algo que ver con el asunto de la percepción, es decir, tenemos que tener en cuenta que las cosas no son en esencia siempre lo que son, ya que en el mayor número de los casos las cosas son lo que parece que son. En palabras de Alfredo Saldaña:

“Una imagen es siempre algo más que una mera imagen, es una refiguración, la huella de un referente que ya es ausencia, que ha sido hecho desaparecer por la propia imagen. Y es que el espacio en el que se ve –esto es, en el que se interpreta y comprende- es un espacio distinto del espacio en el que se mira, es siempre un espacio representado, simulado, y no un espacio real.” (Saldaña :2013)

A fin de cuentas, lo que se plantea en esta cita es que existen varias adaptaciones de la realidad a lo que ha de ser percibido. Pero, ay, la realidad y su naturaleza es, quizá, el mayor de los interrogantes (todas las aproximaciones a una definición de la realidad, de lo real, no dejan de ser otra cosa que literatura de la realidad, sobre la realidad, por y para alimentar la realidad). La barrera de la edición en papel ya no es un obstáculo para aquellos autores que deseen ser conocidos, para los más comedidos y parcos en su poética (aunque es extremadamente llamativa la actitud de Karmelo C. Iribarren, poeta adscrito a las estéticas más realistas, medido y no dado a los excesos verbales ni excesiva presencia en lecturas y medios, y su continua presencia en Facebook) y también para los poetas excesivos (no hay más que darse una vuelta por el ciberespacio para encontrarlos sin necesidad de buscarlos demasiado).

No olvidemos que en este nuevo escenario, y arrancando de las reflexiones sobre el supuesto de Lyotard, la no presencia en las redes sociales supone directamente no tener presencia. En palabras de Mª del Pilar Lozano:

“En una sociedad informatizada como la nuestra, el conocimiento debe poder ser traducido a cantidades de información (bits), y todo aquello que no pueda ser traducido será eliminado.” (Lozano, 2007:56)

Más allá del razonamiento un tanto radical sí que coincidimos plenamente con la idea de que todo aquello que no sea susceptible de adaptarse a los tiempos y sus lenguajes difícilmente sobrevivirá, se extinguirá como aquellas especies que no fueron capaces de entender el tiempo y sus cambios. Porque, principalmente, el mundo ha cambiado y con él los individuos que han llegado a él en la denominada “era digital”. Estos nativos digitales se enfrentan al concepto de literatura y realidad de una forma radicalmente distinta a como lo hacemos aquellos que somos, aunque no nos guste la denominación, nativos analógicos. Amamos el libro en papel, los géneros literarios tal cual los aprendimos y nos mostramos ante los cambios de formato temerosos, como si al cambiar el mundo nos encontráramos desubicados, totalmente fuera del tiempo y de la vida.

Desde la docencia de la asignatura de Literatura y análisis de textos, impartida en 2º de Periodismo y Doble titulación en Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad San Jorge, he puesto en marcha un nuevo modelo de lectura y comprensión de los textos, basado en las nuevas posibilidades que ofrece “la red”. Se trata de un modelo en el que el fenómeno de lectura es similar, simula, por así decirlo, el nuevo modelo interactivo y acelerado de lectura que es regido por los impulsos y deseos del lector que tiene todo a su alcance con un simple “click”, y al mismo tiempo le permite contar con una información adicional (a saber: quién es el autor, quién quiere ser el autor, quiénes son sus “amigos” y quiénes sus enemigos). La propuesta va más allá del acto de lectura de un texto porque permite entender el contexto literario, el estilo y las vinculaciones del mismo con otros autores a través de un evidente método de vasos comunicantes entre los autores y sus obras. Es decir, cada lector elabora su proyecto de lectura a través de este sistema creando así una poderosa herramienta para el estudio de la teoría literaria y la literatura comparada.

Además, el alumno puede vincular la obra literaria al resto de las artes con las que puede estar relacionada, generando un texto superior, hipertexto, enriquecido e infinito, que podrá ser recogido por otros lectores que completarán a su antojo la lista de textos e hipervínculos, incluyendo la posibilidad de que el propio autor del texto primigenio participe en este work in progress que puede, de alguna manera, modificar el formato de lectura y la manera de entender la literatura tal cual la heredamos de la galaxia gutemberg. Una nueva era requiere un nuevo modelo.

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Aquella soleada mañana del 18 de mayo de 2012, en la ciudad del condado de Santa Clara, en el área de la bahía de San Francisco, perteneciente al estado de California, y situada en el extremo norte de Sillicon Valley, un sonriente Mark Zuckerberg abrazaba a su pareja, hasta ese instante desconocida para los medios, feliz ante la salida a bolsa de “su red” y quizá, también, a partes iguales por la venta de un importante paquete de sus acciones por un aún más grueso montante económico. Quizá ese sea uno de esos momentos que con el tiempo mantienen un relevante significado de carácter histórico. Esa sonrisa, ese triunfo dibujado en el rostro, esa manera de hacer entender al mundo de que una red capaz de poner en contacto a los individuos era, quizá, uno de los grandes inventos de los últimos tiempos. El triunfo de un nuevo modo de entender el mundo y las relaciones de sus individuos. El nacimiento de un nuevo modelo de identidad selectivo basado en lo que los demás pueden ver del individuo.

Quizá la literatura y la poesía, más concretamente, hayan escrito un pequeño capítulo de su historia también con la irrupción en ese nuevo espacio virtual, creado a imagen y semejanza del mundo que conocemos pero mejorado. La necesidad del individuo que crea por saberse admirado hace que todos los autores, o la mayor parte de ellos, lancen sus post que les hagan interesantes, ingeniosos, profundos, necesarios, leídos, adorados… Esa red es un reflejo, un simulacro de la propia vida. Un lugar en el que todo parece ser y, quizá, no sea. Pero ese sí que es el signo de nuestros tiempos, sin ninguna duda.

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Bibliografía:

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Barrueco, J. A. (2010): “El post es el poema” prólogo a La manera de cogerse el pelo. Generación Blogger, VVAA, David González (coord.), Madrid, Bartleby.

Chicharro, A. (2005): El corazón periférico. Sobre el estudio de literatura y sociedad, Granada, Editorial Universidad de Granada.

Fernández Mallo, A. (2009): Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, Barcelona, Anagrama.

Lyotard, J. F. (1989): La condición posmoderna, 4º ed., trad. de M. Antolín Rato, Madrid, Cátedra.

Lozano, Mª. el P. (2007): La novela española posmoderna, Madrid, Arco Libros.

Rodríguez-Gaona, M. (2010): Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes, Madrid, Caballo de Troya.

Saldaña, A. (2009): No todo es superficie. Poesía española y posmodernidad, Valladolid, Universidad de Valladolid.

_________ (2013): La huella en el margen. Literatura y pensamiento crítico, Zaragoza, Mira editores.

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