Belén Mateos

Las horas contemplan el silencio,
la palabra nunca dicha,
el verbo, la herida,
el goteo y su mortalidad.

Las horas escriben el suspiro,
la nieve, la lluvia,
la promesa a una piel abierta a la promesa,
a los restos de la luz.

La respiración calla,
el latido se detiene,
las raíces profundizan en el verbo de su raíz,
en la grieta y su canto.

Las sombras de las vocales
se eternizan en esa consonante sin rostro,
en la piel que es ceniza,
recuerdo de rio.

Añoro el desborde de tu sonrisa,
la incertidumbre ante la eternidad,
tu huella en mi mano,
el hilo rojo que nos une,
la sangre derramada en llanto,
la oscuridad que me persigue,
la frescura,
los pájaros y su trino a tres centímetros de nosotros.

Somos esa señal que pervive en la infancia,
en el árbol vencido ante nuestro otoño.


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