Mi amiga Pilar A pinta unos cuadros enormes, una maravilla.

Empezó casi sin proponérselo con figuras de tamaño natural, de cuerpo entero o casi, desnudos, torsos, más tarde bustos, luego retratos y finalmente ni eso… la anatomía se va recortando por parcelas, se va reduciendo, y al tiempo, aumentan de tamaño las figuras: apenas un rostro, o la parte izquierda de preferencia, que emerge con fuerza del fondo oscuro del cuadro bebiéndose la luz…

 

Últimamente ni siquiera eso, yo creo que sólo pinta ojos, un solo ojo, o más bien una mirada, lo demás es un pretexto.

Ojo

Un rostro de tamaño superior al natural que llena el cuadro, en el que la resultante es la mirada, no puede dejar a nadie indiferente; mira de frente e interroga al espectador, tiembla en cada pupila, rompe el espacio como una flecha y se clava directo al corazón.

Ahora sólo pinta; abandonó su trabajo y se encierra horas y horas en su estudio; los cuadros llenan los armarios, las paredes, el estudio, los caballetes están ocupados siempre, hay lienzos por todas partes en todas las etapas posibles del proceso de creación y sólo existe un solo tema, recurrente y obsesivo: el ojo y la mirada.

Es como una obsesión que se convierte en una pesadilla; cuando, rendida de cansancio, consigue conciliar el sueño llegan los fantasmas, todo ojos y miradas en tropel, y le cercan como sombras, no consigue alejarlos, se despierta y vuelve de nuevo al estudio, a la tarea.

Fue la señora que realiza algunas faenas en la casa quien la encontró, de buena mañana, tendida en el suelo del estudio, en un revoltijo de muebles, cuadros desgarrados y sangrientos, manchas de rojo y sangre, mucha sangre… por eso la único que hizo fue gritar y salir despavorida al rellano de la escalera.

El portero, que acudió de inmediato, observó más despacio: nada de sangre, sólo óleo, toda la gama de rojos posibles: rojo burdeos, bermellón o cinabrio, carmín, almagre o almazarrón, manchas y churretones de rojo, pero ni rastro de sangre. Sin embargo, no podía descartarse la violencia: los cuadros rajados, los muebles, los pinceles rotos.

Los enfermeros que la trasladaron al hospital tuvieron que emplearse a fondo; fue bastante laborioso reanimarla, acomodarla en el ascensor… no podía descartarse nada de antemano.

El portero se hacía cruces: ¿qué podía haber ocurrido la noche anterior.?

Conocía a Pilar desde hace años, había quemado, siguiendo sus órdenes, muchos de los cuadros fallidos en la caldera de la calefacción… y ahora tenía remordimientos, aunque alguno se había salvado de la quema; envueltos en papeles de periódico recogían polvo en el cuarto del carbón.

Las primeras pistas que daban los personajes de los propios cuadros se fueron descartando: un supuesto amante frustrado, un marchante, un crítico o un cliente vengativos, la ambiciosa viuda de su hermano… aquello no tenía salida y había que buscar por otro lado.

El portero había observado un momento el estudio y unas imágenes recurrentes le llegaba a la memoria de forma obsesiva “El sueño de la razón…” y los grabados de Goya, con aquellos murciélagos de ojos enormes… pero también había otra, ésta vez del Quijote y el episodio de “la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto”… restos de lucha, descomunal y desaforada contra los gigantes.

El portero comenzaba a ver la luz… no era un crimen, ni mucho menos, y él, aunque sin estudios, no era un ignorante:

Lo de la pintora era una obsesión, el fruto del amor al arte y decidió también que esta chica era especial; alguien, que luchaba de ese modo contra la materia, que buscaba de forma semejante, desesperada, a vida o muerte, el brillo de una mirada “en un vértice agudo y penetrante”* no admitía medias verdades; los cuadros rajados, el óleo de color rojo por todas partes…, estaba todo muy claro. En el arte no cabían medias tintas: la destrucción o el amor…

Volvió a echar una ojeada al estudio: al fondo, en un rincón, desde uno de los cuadros le pareció que alguien le lanzaba una mirada extraña e inquietante.

© Mariano Ibeas

 

Nota: *Cita de Alonso Cordel “en un vértice agudo y penetrante”


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