Autora: Camino Díaz Bello.

Una imagen evocadora y potente traspasa mi retina en cuestión de segundos: dos revólveres plateados, con los cañones apuntando hacia lados opuestos, amordazados por dos tallos verdes y rematados con dos rosas rojas y frondosas. Guns N roses.

El tatuaje en el abdomen es lo primero que distingo estampado en la piel pálida y cadavérica de la chica que yace en la mesa de autopsia. Brilla a pesar de estar dibujado en una carne que ha comenzado el proceso de putrefacción.

Después, escucho un chillido agudo de Axl Rose apostillado por una deliciosa guitarra eléctrica que deja sus compases bien enmarcados.

Pestañeo con incredulidad y se me cae el bisturí. Miro hacia los lados para averiguar si ese pequeño acto erróneo en toda mi carrera ha sido contemplado por alguien. Estoy sola. Suspiro y cierro la puerta para serenarme.

Subo la mirada hacia el rostro de la mujer del tatuaje y suelto un grito mudo que explota en mi corazón. Eres tú. Mi mejor amiga del instituto. A la que no he vuelto a ver desde aquella maldita fiesta. Te pillé haciendo una mamada en el baño a Nacho, el chico que imitaba a Bruce Springsteen. El que más notas musicales había derrochado en mi oreja a modo de susurros. El que había desgastado la canción Hungry Heart a puro de mirarme a los ojos. ¿Te acuerdas?

Te recuerdo alta y tiesa como una escoba, delgada como un palillo, enfundada en unos vaqueros elásticos negros que se pegaban a tu piel y parecían absorberla en la tela para hacerte casi etérea. Tu melena, que te llegaba hasta la cintura, alborotada y hueca, y que endulzaba tu imagen de rockera, se convirtió en la envidia de la clase. Era incluso mejor que la que presumía el cantante de Europe en los videos musicales. Te la rizaste un buen día, con la permanente, sucumbiendo a los preceptos de la moda, a pesar de tu constante intento por evitar los lazos y las alambradas. Eras libre, a pesar de tu cabellera ensortijada, que ocultaba un cuello esbelto y moreno, y que tus camisetas de tirantes, negras y rotas, dejaban al aire.

Tus brazos eran dos apéndices curiosos y tubulares, que se sujetaban en dos hombros bien estructurados y ciertamente musculosos a pesar de tu delgadez. Eras la chica con la espalda más erótica de todo el instituto. Podías ponerte esas camisetas de tela transparente que dejaban imaginar tus pechos turgentes y bien moldeados de adolescente, porque todo te quedaba como un guante. Y porque te gustaba pasearte por los pasillos con tu actitud provocadora de diablesa.

Podrías haber sido modelo de pasarela o muñequita de casa de muñecas o princesa de algún país encantado, pero naciste para ser un pequeño caballo desbocado. Las imposiciones no iban contigo. Los noventa habían llegado para gritarle al mundo que las mujeres no íbamos a quedarnos en casa nunca más. Que la cerveza, el cigarro y el rock and roll no eran solo cosa de hombres.

Tus ojos eran dos círculos redondos en estado brillante. Toda la realidad circundante se reflejaba en tu pupila, negra y profunda como un pozo. En ella se iban despeñando los chicos que se atrevían a mirarte. Era como mirar una obra de arte, bella en exceso pero tal vez con montañas escarpadas y recovecos enmarañados.

Tus manos encajaban a la perfección el litro de cerveza que comprábamos a medias en el Arkanos. ¿Recuerdas? Aquellas tardes de sábado mojando nuestras penas en las burbujas refrescantes y prohibidas. Pasaba el Jony, con toda la pandilla, escondido tras el guardapolvo negro que se ponía imitando a Christopher Lamber en Inmortales, pero sin ser consciente, el muy tonto, de que le brillaba el pendiente de cruz que lucía inverosímil en su oreja. Se detenían justo donde estábamos nosotras y nos pedían fuego mientras salían por la rendija del bar las notas de la balada de Whitesnake.

Cayó en tus redes de mantis religiosa desde que se asomó al barranco profundo de tus ojos, que aquellas tardes maquillabas con el rímel de tu madre.

El Jony, un chico duro con el corazón como una piedra, se enamoró perdidamente de la chica con la boca más eléctrica. No soportó tus envistes de mujer fatal y tuvo que largarse un buen día de tu lado para intentar regresar a su imagen de inmortal moribundo.

A golpe de batería leías los apuntes de mates sin entender un solo signo, y cuando te desesperabas, subías la música y los alaridos de Iron Maiden salían volando por todo el vecindario a modo de misiles cargados de ruido. Yo intentaba explicarte los logaritmos mientras viajabas a lomos de una Harley-Davison que pilotaba el vecino de abajo, Carlos, el que tocaba la guitarra con la misma maestría que tus curvas sinuosas. Pero todo era en vano, siempre sentías que un volcán ardía en tu interior azuzando tus días para que fueran más intensos.

Miro tu cuerpo, que ya es parte de la historia, y siento un arañazo en la conciencia. Todos sabíamos cómo acabarías. Todos contábamos las mejores anécdotas tuyas con una risa melancólica en la cara, sabiendo que eran parte del pasado, pero nadie te llamó para preocuparse por ti. Cogiste el camino equivocado, amiga, y yo nunca fui a rescatarte. Me quedé en mi mundo equilibrado y políticamente correcto. En mi universo hecho a medida de lo que se esperaba de mi. Ni un fallo, ni un error, ni una improvisación. Todo calculado para dar una solución a la ecuación matemática de mi vida. Una mujer hecha y derecha. A la que ahora le duelen las venas por ver cómo agujereaste las tuyas.

“Toxicómana. Posible sobredosis”, leo en el informe.

Necesitaste meterte un pico para aplacar al potro que llevabas dentro, conduciendo tu vida y tus desaires. Y después otro, y así sucesivamente, hasta terminar en los márgenes del mundo, conviviendo con seres imaginarios y monstruosos.

Abro tu pecho con la muñeca temblando. No es fácil leerte por dentro. Demasiados jeroglíficos que descifrar. Pero prefiero hacerlo yo, sino cualquiera podría profanar lo último que queda de tu existencia.

Tu cuerpo se ha empequeñecido varios centímetros y tiene el grosor de aquellos que sienten desprecio por la vida. Separo tus mitades para observar lo que hay en el interior. De pronto, una música surge de tus cavidades, es la voz inconfundible de Enrique Bunbury, que me recuerda que estás entre dos tierras. Entre dos mundos. Tal vez tu alma de chica libre ya ha escapado y ha iniciado el vuelo hacia el universo de las mujeres que no admiten amos ni permiten estereotipos.

Cierro tu cuerpo agarrando la piel como quien cierra un bolso, intentando obstaculizar esa melodía que sale de pronto. No puedo dejar que escapen los Héroes del Silencio por los poros del ladrillo. Pensarán mis compañeros que he perdido el juicio, y eso no es típico de mi, de alguien que siempre está en su sitio.

Pestañeo de nuevo para que termine esta pesadilla, esta ensoñación, y vuelvo a abrir tu cuerpo maltrecho. La heroína cabalga todavía desbocada intentando sobrevivir en tus venas. Tus sueños y tus ilusiones aparecen rotos, a jirones, entre las células asfixiadas.

Tu corazón presenta signos de agotamiento. Lo tomo entre mis manos y creo vislumbrar retazos de distinto color. Es un corazón de patchwork que escribe en letras tortuosas un nombre de varón. Tal vez un marido o un novio. Me dijeron que te habías casado con un tío que te pegaba. Que ibas por ahí mostrando tu infelicidad en forma de moretones. Que remendabas el hastío a base de comprar veneno de gramo en gramo.

¿Y tú te dejaste avasallar? Tú que eras la que ibas poniendo por bandera la independencia de las mujeres. La que iba tirando al cubo de la basura los piropos groseros de los obreros. La primera en probar las virtudes escondidas de tus orgasmos. No me lo creía, como tampoco creí que habías dejado de luchar. Ahora descubro horrorizada que todo es verdad. Tu corazón muestra tus debilidades. A mí no puedes engañarme, estoy aquí para descubrir verdades como elefantes a pesar de la mudez de los clientes. Ahora es nuestro momento, ese que habíamos postergado demasiado tiempo.

Prosigo con tus pulmones, que están encharcados de lágrimas y sinsabores. Plenos de tabaco y tardes de humos grises. Parecen querer decir algo, una pequeña melodía de viento para una noche de muertos. Un pequeño suspiro de desdén por la vida.

Tu útero lleva rostros infantiles grabados, como tus tatuajes. Y llora desconsolado porque nunca dio amor a esos hijos a los que no criaste. Hueco huero e inútil que trajo al mundo personas a las que nunca acunaste. Recuerdo tus ojos fulgentes que brillaban ante la cruel decisión. A los dieciséis años no se tiene amor para dar a un hijo. Solo tenías sitio para la música rockera y heavy y las tardes en el Bolinga.

Abortaste cuando acababas de jugar con las muñecas, olvidando un mundo infantil para crecer en un mundo lleno de oportunidades. Te tragaste la frustración y la tristeza entre la mezcla del cubata. El mundo, ese que tanto te ofrecía, no te permitía ser madre todavía.

Demasiados sinsabores, amiga, en tu pequeña cabecita loca que soñaba con vivir grandes experiencias. Parece que te oigo con tu voz de adolescente resabiada decirme que yo también debería soñar. Que tendría que vivir y despojarme de una piel dura y opaca que pesaba demasiado. Quieres invitarme a un trago, ¿no es eso? Y reírnos mientras el alcohol va haciendo su efecto en nuestra sangre inmaculada e inocente. Y fumar un cigarro tras otro hasta quedar afónicas, y bailar en el Arkanos hasta dejar el cuerpo exhausto y convertir nuestros despojos en puro rock and roll. Y levantarnos al día siguiente con una resaca dulce por nuestra eterna amistad.

Te he echado tanto de menos, que ahora los años parecen minutos. Ojalá las cosas fueran de otra manera a como son de verdad. Ojalá te viera sonreír con esa boca pícara y pintada de negro porque has aprobado el curso y pasas a segundo conmigo. Porque nunca te quedarás atrás, rezagada y a rebufo, entre pupitres solitarios que cada vez te importen menos. Porque nunca me traicionarás y nunca intentarás ser como yo y yo ser como todo el mundo quiere que sea. Porque nunca traicionarás tus sabias intenciones sobre saborear las mieles de la libertad en sus albores. Porque te gustarán mis poesías improvisadas en los separadores de cartón de mi carpeta y los preferirás a las estrofas en inglés ribeteadas con música eléctrica.

Dime que todo será diferente a como fue. Que no tendré que ser yo quien reciba en la camilla tu cuerpo inerte por un mal viaje hacia el infierno. Que no tendré que rebuscar en tus órganos enfermos la causa de tanta infelicidad. Dime que por fin nos sentamos la una frente la otra y nos dijimos todo aquello que quedó colgando en el aire un día ya muy remoto. Dime que al menos por un momento sentiste que la vida olía a rosas.

Te recuerdo llena de vida. Con las mejillas sonrosadas y exultantes y la boca de fresa añorando besos. Bailando en una espiral de sueños y canciones de los años noventa.

Así quiero perpetuarte en mi memoria, aspirando la libertad de una gran bocanada, con los pulmones hinchados y esperando los envistes a puerta gayola.

Estoy llorando como una tonta. He cosido tu cuerpo con dedicación y cariño para esconder tus penas y tus secretos. Nadie sabrá nunca que sufriste demasiado. Que amar tanto la vida puede conllevar la autodestrucción. Escondo tus vergüenzas para darte un final decoroso, menos doloroso. Para que la tierra te acoja como un hijo que ya nunca más le decepcionará.

Me miro al espejo. Suelto mi pelo secuestrado en una coleta. Me pellizco las mejillas, me mojo los labios. Pongo ese mohín de adolescente enamorada para aplacar mis arrugas. Hago el gesto de tocar una guitarra en mi pierna mientras despeino mi melena aprisionada. Algo de ti me llevo hoy a mi vida. Un pequeño pellizco en el alma que me avisa de que todo esto es pasajero, de que tal vez es hora de soltar amarras.

Ciertamente Axl Rose llora la muerte de la última chica heavy. Un pasillo de guitarras eléctricas te recibirá allá donde te hayas ido.

Autora: Camino Díaz Bello.

Zaragoza, 1973

Soy policía desde el año 2000  y actualmente trabajo en la Unidad de Policía Científica de la Comisaría de Huesca.

Cursé mis estudios de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza.

He escrito cuatro novelas, varios relatos y poesía, aunque de momento solo he publicado una titulada HIJAS DE LILITH.

Publiqué un relato en la revista literaria Barcelona Review y he escrito algún artículo en el periódico Altoaragón y en la Revista Policía.

Participo en varios clubs de lectura de la Comarca de la Hoya en relación a mi novela, así como en diversos actos culturales.

Y por supuesto sigo escribiendo porque para mí es un modo de vida.


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