¿Adónde, amargo amigo, hombre,

a dónde, tú, resuelto adiós,

Miguel que ha presentido la llegada

del aire desdichado,

adónde fuiste, huyendo

del miedo a que te amaran?

¿Adónde que encontraras las viejas amapolas

del sur,

y dieras tierra

a los hijos del cieno,

adónde, ahora, y dime,

qué músicas azules,

y qué altas catedrales en pecado?

¿Qué soliloquios dictas en la cumbre

del Faro

y hete ahí despoblado, temiendo las caricias

que nunca te ofrecimos?

¿Adónde

para hacer el amor, Miguel, adónde,

incompresiblemente tierno

tu canto descompuesto de viejas lunas y solsticios,

compañero, qué riesgo odiarlo todo,

y tú que ya te fuiste?

 

¿Adónde fuiste, di, mientras tus hijos inocentes

desconocen la suerte de tu pluma de ave?

 

Adolfo Burriel

 


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