Habrá que decir definitivamente que Emilio Gastón es uno de los poetas contemporáneos más interesantes de la poesía española. Y habrá que decir también que Emilio Gastón, ese hombre polifacético que pasó por la política poniendo la mirada en la libertad, que fue Justicia de Aragón para ayudar a corregir los desafueros, que ejerció como abogado para cambiar las ciudades, que buscó con ahínco una lengua que sirviera a todo el mundo, que se hizo escultor para aprovechar bellamente los hierros que ya no servían para nada…, fue sobre todas sus actividades un excelente poeta, y que fue desde su condición de poeta desde donde llegaban a él –y a nosotros- el resto de sus otras muchas dedicaciones y compromisos.
Es sorprendente ver cómo en sesudos estudios sobre la poesía española de los siglos XX y XXI, poetas tan fundamentales (y no uso a tontas los adjetivos) como Emilio Gastón –o como Rosendo Tello, por poner otro ejemplo aragonés paradigmático, o José Antonio Rey del Corral, que formó parte de una generación poco atendida- están ausentes, fuera de texto, almacenados en el olvido, como si no debieran ocupar un sitio singular y destacado en las letras españolas. Es curioso, pero también muy significativo, que Emilio Gastón fuera más reconocido –no solo como hombre público, sino también como poeta- por las gentes de la calle y de la vida, que por los muchos sabios de la crítica y el solemne magisterio. El tiempo tendrá que saldar esta deuda pendiente.
Emilio Gastón inició su andadura poética en 1958 con El hombre amigo mundo (publicado en la Colección Poemas, 1976), un libro que abría de par en par las ventanas de la que iba a ser su casa poética, esa en la que siempre tuvo su alcoba. Ya se había “afiliado” a la OPI, la Oficina Poética Internacional, donde Miguel Labordeta dirigía las ceremonias y en la que biengastaban su tiempo los poetas del Café Niké (Oficina horizonte para todos ventana[1]). De aquella desarbitraria Oficina surgieron, dicho sea de paso, muchos de los brillantes juicios temerarios que luego sirvieron de razón a decenas de manifiestos.
Nunca encontrara Emilio Gastón mejor amigo –ya en aquel su primer libro-, y tampoco mejor hermano, que César Vallejo. Fue ahí, en esa iniciación, donde nació también un vuelo lleno de imágenes que ha transitado siempre por rutas, alguien podría pensar, torpemente, que imposibles. Y dije vuelo porque a Emilio Gastón por donde le gustaba estar y discurrir, en el sentido más celeste de la palabra, era por las nubes.
He leído, a veces, y oído, otras más, que Emilio Gastón –y es difícil dudarlo- es el poeta de la utopía (luego hablaré un poco más de ello), también que en su obra hay evidentes señales surrealistas, o que no es un disparate hablar de modernismo en sus poemas. Poesía social, han dicho algunos, algo tan manido y poco preciso, sobre todo en Emilio, donde hombre y sociedad son indisolubles. Incluso se le ha otorgado el título de poeta neosimbolista (a saber qué es eso) o de demiurgo de mitologías (¡casi nada!).
No importan ahora mucho este tipo de calificaciones. Emilio Gastón ha sido –y es- un poeta al que hay que clasificar primero por su pensamiento y después por su materia. Y esto es así porque, efectivamente, Emilio Gastón siempre venía de la idea, pasaba a manos llenas a los hechos y batallaba finalmente por la utopía. No hay contradicción si decimos, limitando las definiciones a lo más clásico y sencillo, que Emilio Gastón fue –es- un poeta épico-lírico. Épico, en cuanto descifrador y cantor de las grandes hazañas del hombre imposible, de duelos y esperanzas, de búsquedas y revoluciones; y lírico, porque a todo ello llegaba desde los ojos del niño enamorado del último, necesario y precioso horizonte.
Emilio Gastón cumplía así la doble tarea de todo gran sanador: entregar sus versos para la lírica locura del hombre, de los hombres improbables, del hombre amigo mundo, o del hombre selva[2]. Y, al mismo tiempo, los dio para la épica grandeza del mismo hombre expectante y esperado. No es extraño que escribiera “una introducción a la epopeya” (así tituló uno de los poemas de Pronunciamiento, Colección Poemas, 1978), que él mismo se nombrara “Épico en paz”, en una de las partes de Y como mejor proceda digo (Colección Poemas, 1976), o que fuera Épica el título de la antología que publicó en 1990.
Y todo ello con un verso que expendía su grandiosidad en todo el espacio del libro y, cosa muy destacable, en su voz. Porque Emilio Gastón escribía versos impensables en los que la metáfora era una parte sustantiva, y no una simple imagen, de su realidad; la longitud del verso una forma expresa de abarcar sus propias totalidades; su cabalgamiento espacial la multiplicación para sí del territorio que atrapaba. Y porque Emilio hizo de sus recitados una forma única de poema, una manera de expresar la letra y el sentido de sus versos como solo su voz los comprendía.
Estas líneas no son un tratado de la poesía de Emilio Gastón, ni una crítica de su obra. A elaborar eso deben concurrir expertos sabios de las letras, y gentes de capacidad suficiente. Yo me limito a hablar de algunas de las cosas que este lector que soy percibe y aplaude.
Y así es como me atrevo a decir que en la poesía de Emilio Gastón pueden encontrarse, al menos, cinco claves que ayudan a comprenderla.
El compromiso es la primera de ellas. Si se mira la escritura de Emilio Gastón con afán comprensivo, no hay un solo poema en el que la lírica no esté puesta al servicio de “la causa”, incluso cuando, como en Pronunciamiento, Jung le aconseja, después de la catástrofe, que tenga preparado “su safari interior”, o cuando, caído en el cansancio colectivo, “se repatría en su saco de dormir”:
“Hoy he pintado los ladrillos
desde mi desesperación a mi ternura.
AMNISTÍA, LIBERTAD, PARQUES PÚBLICOS,
AMOR,
sueño de golondrinas
y un tenedor a cada hombre del mundo.[3]”
La segunda (ya apunté algo más arriba), es su capacidad para envolver, en un único abrazo poético, una totalidad. Quizás, a riesgo de dar una opinión vulnerable, solo César Vallejo (del que es deudor y compañero en muchos de sus momentos poéticos) y él han sido capaces, en alguna parte de su obra, de ceñir en un círculo personal un mundo tan espléndidamente colectivo.
Y yo, sonriente inquilino de ese mundo tan grande,
con la mano en mi nube,
invito a los que lanzan por el viento su sonrisa
de paz hacia el domingo[4].
La tercera, es su capacidad para las metáforas imprudentes, alguna de las cuales acabaron convertidas en definiciones de sí mismo. “Nosotros, los nubepensadores…”, “las clases soñadoras…”. Emilio Gastón tenía la espléndida habilidad de transformar, con imágenes omnicomprensivas, las ideas y los sentimientos en realidades revolucionadas, al revés de como hacen algunos que reservan las palabras para las cosas diarias y los suspiros personales. A tal nivel de explicación llegaban, en ocasiones, sus metáforas que, de pronto, las palabras estaban recién hechas para él, eran nuevas formas del lenguaje, salían de un lugar inexistente: ipsofactamente, nubepensadores, universalear, clamamiento… Y, con la misma vitalidad, se nos aparecían, tantas y tantas veces, esos turbadores nombres-adjetivos suyos, que más que matizar, daban nuevas razones a lo dicho: el viento rococó, las nubes camareras, el niño relámpago, la crisis escisión Emiliano, el individuo multitudinario, mis pies aroplanos…
Hay una cuarta clave que no por repetida debe esconderse: la utopía. En último extremo, la utopía es la forma sublime del compromiso al que antes me refería. Allí, en esa cúspide poética –y vital- tienen su asiento todas las mágicas palabras y todas las maravilladas metas,
Toda utopía es necesaria
para mi alternativa poética,
y la procreación es saludable
con unos versos para postre[5].
Y hay una última cuestión que va y viene, permanece y se asienta, en la poesía de Emilio Gastón: su amor a la naturaleza, expresión de la utopía en muchos de sus poemas, razón de su mundo amigo, fundamento de su despertar como hombre selva. Una naturaleza ya expresamente edificada en sus primeros poemas, pero que, como bien dice Almudena Vidorreta, en el prólogo a El despertar del hombre selva (Endymion, 1987 y Eclipsados, 2013), acaba por no ser “un pretexto para explicar el amor humano, sino todo lo contrario: es el hombre el que se funde con los elementos que la componen”[6].
Queda pendiente hablar (y no porque sea algo menor ni objetable, sino porque todo comentario tiene sus límites) del expreso amor por Aragón, de su revuelo interior por un mejor lugar, por un más ancho, en su total sentido, territorio. Sus poemas en cheso, los nombres definidos de los lugares de su tierra, su capacidad para entroncar lo divino con lo cercano, son también resultado de su forma de unificar el conjunto de sus razones, vitales y sociales, intimas y colectivas.
Emilio Gastón cerró la puerta de su casa poética con un libro que llamó poema cinético teatralizable. Se trata de La sonrisa de la nada (Editorial Comuniter, diciembre de 2016). Un poema –pues eso es, aunque tenga forma de pieza de teatro- donde dejó hablar a sus propios y cercanos personajes, también a otros recién descubiertos. Allá, al fondo, la muerte anuncia su sonrisa y el Profeta cansado se enreda con la Nada indecisa. Un socarrón grito de permanentes esperanzas a las puertas del último retorno. Pero, como dice,
Entre tanto
me remonto de nuevo a mis entonces
mientras queden futuros inconformes.
Y ya lo dije:
a Dios no se le puede dejar solo.
Adolfo Burriel ha publicado Furtivos días (Algaida Editores, 2005).- IX Premio de Poesía “Alegría”. La ciudad nombrada (Editorial Ángaro, 2006) Premio Ángaro de Poesía 2005; La memoria es el viaje (Ediciones Vitruvio, 2007) Accésit Premio de Poesía Vidente Martín 2007; Cuadros de una exposición (Diputación Provincial de Zaragoza, 2008) Premio Reina Isabel de Portugal 2007; Colores desunidos (Colección Abezetario, 2010) Premio Flor de Jara de Poesía 2010; Teatro de sombras (Ediciones Vitruvio, 2013)
Participación en libros colectivos de poesía, relatos y ensayo:
100 poetas (1997) Memoria del Estatuto (2002) Memoria de los Partidos (2003), Memorial democrático (2008), 20 poetas aragoneses expuestos (Olifante, 2008), Vicente Cazcarra y el Aragón de su tiempo (2010), ) Las fuentes de la edad (2014), etc.
Participación en revistas como Turia, El Alambique, El invisible anillo, Oriflama, etc.
[1] De Elegía violenta, poema dedicado a Miguel Labordeta, en el libro “Y como mejor proceda digo”.
[2] El despertar del hombre selva (Endymion, 1987 y Eclipsados, 2013)
[3] Pintada, primer poema de “Pronunciamiento”
[4] Segundo canto personal, de “El hombre amigo mundo”.
[5] Crisis, de “Pronunciamiento”
[6] “El vicio de la utopía. Un acercamiento a la poética de Emilio Gastón”, Prólogo a “El despertar del hombre selva” en su edición por Eclipsados, 2013