Querido y admirado Emilio:

Quizás te sorprenda que me dirija a ti usando esta anticuada forma epistolar. ¿Quién escribe cartas hoy en día? Solo los amantes de las causas perdidas, supongo.

Cuando supe que la Asociación Aragonesa de Escritores nos proponía escribir para nuestra revista sobre alguno de los compañeros, que han sido merecedores del Premio Imán, no me lo pensé dos veces: escribiría sobre ti. Te preguntarás por qué te he elegido. Lo vas a saber enseguida.

No pretendo hacer de estas líneas una bibliografía al uso. Quien desee conocer tu obra, ya bien conocida y merecidamente premiada, ahí tiene al omnisciente señor Google que le aportará abundantes datos y fechas. Yo prefiero hablar del poeta y amigo que conocí hace años en torno a una sobremesa poética durante el segundo congreso de nuestra asociación en Barbastro. Perdona que no dé fechas, estoy un poco enfadada con el calendario; pierde las hojas demasiado deprisa.

EMILIO QUINTANILLA BUEY Revista Imán 24

Dibujo©Pilar Aguarón Ezpeleta

Ambos habíamos sobrepasado la barrera del medio siglo, esa edad en que deseamos darle otro rumbo a la vida, explorando espacios fuera de los habituales de la familia y el trabajo. No hay mejor aventura para un explorador que el mundo de las palabras. Tú habías entrado en él por la puerta grande, con el Premio de Poesía Ibercaja, y a partir de ese momento no has abandonado tu actividad creativa y has sido recompensado con tantos galardones como años llevas en este mágico mundo, incluso puede que más. Pero he dicho que no iba a hablar de tu bibliografía. Sigo, pues.

Recuerdo en especial el año 2011 (lo siento, se me ha colado la fecha). Acababas de recibir el Premio de Poesía Santa Isabel de Aragón Reina de Portugal, el Premio Giralda de Novela Corta en Sevilla y habías quedado finalista del de Novela Histórica Ciudad de Valeria (Cuenca). No andarías sobrado de tiempo ni de trabajo y sin embargo, ante mi petición, inconscientemente inoportuna, no dudaste en aceptar apadrinar mi Poemas para gente que crece. Yo me consideraba, sobre todo, narradora y había coqueteado algo con la poesía, que siempre me atrajo, aunque me llenaba de dudas acerca de mi propio estilo. Necesitaba la opinión de un poeta formado y curtido en esas lides, alguien en quien confiar. Confié en ti y no me equivoqué.

Una tarde, en La Campana de los Perdidos, te oí definirte como un poeta «clásico y, por lo tanto, antiguo». Alguien te contestó en los mismos términos que yo habría utilizado si no me hubiera tomado la delantera. ¿Qué sería de nosotros sin los clásicos? ¿Acaso no han sido ellos nuestros maestros? ¿Acaso todo lo moderno es bueno y lo antiguo, malo? Los clásicos perduran en el tiempo, se reencarnan una y otra vez en múltiples versiones. Si te aplicaste esa definición porque  respetas la rima y la métrica, y sientes el ritmo de los versos sin renunciar, cuando te lo pide el cuerpo, al verso libre; te diré que eso le da a tu poesía un valor especial. La música y la lírica, desde las antiguas jarchas mozárabes hasta las canciones de Sabina o de Labordeta, han ido siempre de la mano. La entonación y el ritmo hacen que el lenguaje adquiera un mayor grado en el escalafón estético.

Por otra parte, tu lenguaje es claro, sugerente y rico sin excesivos recursos que desvirtúen la esencia del pensamiento y del sentimiento; porque el arte, no lo olvidemos, ha de mover los sentimientos como una corriente emocional que se transmite del emisor al receptor. Y todavía hay más.

Seguro que conoces ese grabado de Goya en el que aparece un anciano de luenga barba con la leyenda: «Aún aprendo». Es lo que intuyo en ti: toda tu vida con ese afán de aprender. Pero lo aprendido no lo atesoras con avaricia para ti solo sino que lo expandes y haces que el placer que te proporciona la poesía, a veces dolor, llegue a tus lectores u oyentes. Esta es otra de las razones por las que te he elegido como maestro.

Acabo de releer Crisol de ausencias, tu penúltimo trabajo. Digo penúltimo porque me consta que está prevista la aparición de una ambiciosa antología en el próximo otoño. Confieso que la primera lectura fue ligera, poco reposada. La poesía hay que leerla degustándola verso a verso como un manjar de dioses. Ahora, en el sosiego en que vivo, la he disfrutado así.

No puedo evitar que aflore mi vena didáctica. Un crisol es un recipiente resistente al fuego, capaz de recibir metales en fusión que, al liberar gases e impurezas, darán lugar al metal precioso, a la sustancia pura. Y esto, que a simple vista parece una definición simplificada sacada de Wikipedia, ¿no es una hermosa metáfora del alma del poeta?

Interpreto este libro como un compendio de tus sensaciones y de tus emociones. Siento que fluye una poesía íntima ligada a los avatares de tu existencia, con sus tormentos y sus gozos, sus silencios y sus palabras (silencio es una de tus preferidas). Destila amor por la vida y a la vez una serena aceptación de la muerte como fin natural e inevitable. Y no escatimas el humor o la ironía; es bueno reírse hasta de uno mismo.

El primer poema me traslada a tu memoria remota. La memoria es esa fiel y a veces traviesa amiga, que nos acompaña siempre para recordarnos, por algo es memoria, quiénes somos y de dónde venimos. La memoria es realista y la imaginación, fantasiosa. Yo te imagino de niño sentado en el banco de un andén (los pies colgando, balanceando las piernas, pantalón corto y calcetines largos) en una estación llena de gente. Atrás quedó tu Juneda natal. Quizás estés en Hernani o en Betanzos, puede que en Magaz de Pisuerga, o en Miranda de Ebro. Es lo que tiene ser «hijo de un hombre seducido por los trenes, que hizo del tren su oficio» que podrías escribir un tratado de geografía rural. Te gusta ver pasar las locomotoras, humeantes, tirando de su reata de vagones todos iguales, todos diferentes. Observas a los viajeros que llegan y a los que se van, a los que ríen y a los que lloran. Ver llorar te asusta. Has visto llorar a tu madre por la hermana perdida (maldita guerra). No comprendes la guerra pero te da miedo. Te da miedo el miedo, ese que adivinas en los ojos de tu padre mientras escucha una emisora clandestina con el volumen del aparato de radio al mínimo. Vas atesorando esas imágenes que quedarán grabadas en tu corazón para siempre.

Te imagino en la escuela, como Machado, una tarde parda y fría de invierno. El maestro truena y tus compañeros cantan números mientras tú marcas con el dedo índice, cual pequeño metrónomo, el ritmo de la lluvia en los cristales. Sientes una atracción innata hacia esa secuencia sonora.

Y te imagino adolescente, buceando en la biblioteca de tu casa en busca de aquellas lecturas  compartidas con tus hermanos: Andrés, Pedro y Carmen, que ya apuntaban  inquietudes literarias; la impronta genética en vuestra sangre materna. Andrés, en especial, fue para ti un maestro, tal como se refleja en el poema que le dedicaste cuando, aquel tres de julio, se convirtió en «poeta sideral»:

…entristecido y con el alma inquieta

me estaré preguntando noche y día

de quién voy a aprender a estar poeta

cuando me abrume la melancolía.

Es muy probable que tuvierais Las mil mejores poesías de la lengua castellana, donde muchos hemos tenido los primeros contactos amorosos con la lírica.Quizás tus poemas preferidos fueran los romances o las serranillas del Marqués de Santillana o las coplas a la muerte del padre de Jorge Manrique. Sé que te gusta la estrofa manriqueña, ese pie quebrado que rompe la métrica sin perder un ápice de su musicalidad. La he sentido en Un árbol, un río, un pájaro.

No podrás sustraerte a la influencia italiana de Garcilaso. Juegas con los endecasílabos y los heptasílabo a voluntad (qué delicia el Madrigal del caracol cojo) o los dispones ordenadamente en estrofas (Queridas palabras). Te atrapa su lenguaje natural, exento de ropajes pomposos. Noto, igualmente,  ese dolorido sentido de la vida que está presente en la poesía del poeta renacentista.

Y, por fin, descubres los sonetos (creo que gracias a una tal Violante) y caes en sus redes. La estrofa perfecta, la combinación precisa de endecasílabos en consonante, de nuevo lo italiano marcando tendencia. No hay escapatoria, no es posible hacer trampa, las palabras han de ser las justas y precisas para decir lo que quieres decir al compás de esa musicalidad como un duetto entre la forma y el fondo. Me admira que, además de componer estos sonetos perfectos, los agrupes creando historias, narraciones nacidas directamente del alma: los cuatro de A corazón abierto; los seis de Senecto corpore, construidos con versos alejandrinos según el canon modernista; los tres de Canto a la soledad o los otros tres deVista cansada, donde aportas una visión, yo no diría que cansada sino clara y jocosa, de esta etapa de la vida en la que nos encontramos.

El niño saharaui de Heredarás el agua me recuerda a esos niños«flacos, desnudos y hambrientos» de Rosalía de Castro a pesar de que construyes el poema con dos sonetos en alejandrinos, lo que me hacer recordar de nuevo a Rubén Darío. No dudo acerca de las reminiscencias becquerianas de Mensaje urgente a Selena, un poema que emana sensualidad. El erotismo entendido como cópula entre el sentimiento inmaterial y la pasión física se manifiesta también en esa deliciosa metáfora, Llévame al huerto. Y, ¿cómo no sentir el fluir del ritmo en la seguidilla como lo sintieron Miguel Hernández o García Lorca?

Mi formación académica, y sospecho que también la tuya, tropezó con la barrera de la generación del 27, voces consideradas contaminantes para la ideología del régimen franquista y en consecuencia, acalladas. No obstante se dejan oír en tus versos: Salinas, Cernuda, Aleixandre o el chileno Neruda. En tus últimos poemas la presencia inmaterial de la muerte toma cuerpo con una natural serenidad, como te dije antes.

Para despedirme, me vas a permitir que te haga una observación: Los poetas que, como tú, lleváis la poesía en las venas seréis inmortales, porque la poesía no morirá jamás.

Un fuerte abrazo.

María Dolores Tolosa


GRACIAS POR ACEPTAR nuestras cookies, son simplemente para las estadísticas de visitas en Google.

Ver política de cookies
 
ACEPTAR

Aviso de cookies
Ir al contenido