Emilio Quintanilla Artículo Revista Imán Número 20(IMAN) Emilio Quintanilla Buey nació en Juneda en 1932, antes de que las tropas desleales desplegadas en África cruzaran el estrecho desencadenando una cruenta guerra entre españoles e instaurando una dictadura cruel, arbitraria y mediocre (como bien deja traslucir Martínez de Pisón en su “Filek: el estafador que engañó a Franco”).
¿Cómo fueron los años de la guerra? ¿Dónde residió aquel bebé y qué recuerdos le trasladaron sus padres de aquellos días, que imagino de gran tensión y congoja?

(Emilio)Cuando empezó esa guerra yo tenía cuatro años, y siete años cuando terminó y dio comienzo una larga y sórdida posguerra. En ese tramo de edad ya hay vivencias que se fijan en la memoria de un niño y permanecen toda la vida. Fueron tiempos trágicos. Mi padre era ferroviario y los traslados en aquellos años fueron muy frecuentes. Durante la guerra y algunos años después vivimos en Cataluña (Juneda, Lérida), elPaís Vasco (Hernani), Galicia (Betanzos y Rábade),y Castilla-León (Magaz de Pisuerga). Recuerdo a mi madre llorando por lo que después supe que fue el fusilamiento de una hermana, y a mi padre escuchando a escondidas una emisora de radio clandestina. El miedo y el hambre marcaron a los niños españoles de mi generación.

(IMAN) Tras la guerra y con la instauración del largo periodo de oscura dictadura, también en lo cultural, una de cuyas máximas fundacionales fuera “muerte a la inteligencia” -extremo que nos alegramos no se consumara- ¿qué recuerdos guarda de esos años de formación? ¿Dónde buscaba aquel joven Emilio, entre imposiciones, saludos y misas de obligado cumplimiento, una brizna de libertad?

(Emilio)Pocos años después de terminada la guerra mi padre fue trasladado a Venta de Baños (Palencia), donde ya fijamos una residencia que se puede considerar definitiva con algunos breves traslados a Lezama (Álava) y Miranda de Ebro (Burgos). De hecho en Venta de Baños transcurrió el resto de mi infancia y mi juventud. Éramos cuatro hermanos. En mi casa había una biblioteca bastante bien surtida y en ella comencé a descubrir a los clásicos y a amar la poesía. Mis referentes fueron, ya desde niño, Jorge Manrique y Rubén Darío, a los que después se sumó Miguel Hernández cuando su obra pudo llegar a España bajo cuerda, procedente de la editorial argentina Losada, prohibida entonces, pero que algún librero palentino se atrevía a ofrecer. Esos han sido, desde mi adolescencia, mis tres faros de referencia: Manrique, Rubén Darío y Miguel Hernández. Sin desdeñar, por supuesto, la obra de la Generación del 27, alguno de cuyos integrantes no era de fácil acceso debido a la censura, como tampoco lo fueron, pocos años después, varios de los poetas emergentes vistos con recelo por el régimen (Celaya, Blas de Otero o Hierro, por ejemplo).

(IMAN) A buen seguro que su amor por la belleza, que exuda por el poro de cada palabra -que no encaja sino que brota de forma natural del cada uno de sus versos-, se ha fraguado al fuego lento de la contemplación a lo largo y ancho de los territorios por los que ha discurrido su periplo vital, el cual abarca de extremo a extremo el norte de la España peninsular: Galicia, Castilla y León, País Vasco, Aragón y Cataluña. Emilio, cuéntanos cómo te habla el paisaje, sus aves, las voces de sus cosechas.

(Emilio)No cabe duda de que el frecuente cambio de escenario geográfico; el conocimiento de una variedad de paisajes y de gentes, ensancha el horizonte cultural de cualquier niño observador. De todas formas creo que en mi vocación poética algo tienen que ver los genes. En mi línea materna hay poetas notables, uno de ellos Eusterio Buey Alario, hermano de mi madre. Por otra parte todos mis hermanos son creadores de una obra lírica muy estimable. Mi hermano Andrés, fundador de la Academia Castellano-Leonesa de la Poesía, ha dejado en Valladolid y en Palencia un gran recuerdo como poeta y como promotor de importantes iniciáticas culturales, todas relacionadas con la poesía.

(IMAN) Poeta, crítico y escritor, posees una lista de títulos publicados y de premios literarios, nacionales e internacionales, admirable. Sin embargo, echando la vista atrás, ¿cuál de entre tus libros fue el más especial? ¿El primero, el último…, hay alguno en el que volcaras más de ti que en otros? Y, de los premios ¿cuál, de entre la larga veintena de galardones, ha sido el que más te conmovió, el que pensaste que te confirmaba en el buen camino?

(Emilio)Aunque mi pasión por la poesía se despertó ya en mis años infantiles, y desde entonces he escrito mil cosas, lo cierto es que la mayor parte de esas cosas ya no existen. Mi etapa realmente creativallegó muy tardíamente. De hecho ha sido ya en el siglo XXI, abandonadas ya mis obligaciones profesionales, cuando mis poemas han ido viendo la luz. Fue decisiva, a este respecto, una etapa de varios años que pasé viviendo en la más absoluta soledad en un pueblo zaragozano de la ribera del Ebro. Fueron mis años más fecundos y tuve suerte. En cuanto a tu pregunta sobre la obra mía que más me conmovió, es muy difícil de responder. Tal vez podría citar mi primer poemario, Conviviendo con Émpusa, con el que obtuve el Premio Internacional Luis Cernuda 2001, convocado por el Ayuntamiento de Sevilla. Es un libro al que tengo un gran cariño, escrito en serventesios alejandrinos y con una cierta carga de ironía.

(IMAN) A nosotros siempre nos resulta sugerente e interesante escuchar cómo una generación habla con otra. A cualquier escritor joven que nos lea, a cualquier nuevo poeta, ¿qué le dirías? ¿Qué te gustaría que recordara a la hora de sentarse a escribir su próximo verso?

(Emilio)Sobre todo que se esfuerce por ser auténtico, sincero.Y si en un momento dado no se le ocurre nada realmente interesante, que desista y espera a otro momento. Si un poeta no tiene nada que decir, lo mejor es que se abstenga de demostrárnoslo con sus versos. La poesía (ya lo decía Platón) tiene que ser capaz de transmitir entusiasmo. Refiriéndome en concreto a Zaragoza, creo que hoy existe en esta ciudad un nutrido plantel de poetas jóvenes (yo hablo de “poeta” para referirme a ambos sexos) que está haciendo una poesía magnífica. No citaré nombres, aunque me vienen a la memoria diez o doce con cuya lectura he disfrutado y he aprendido.

(IMAN) Y tu poética, Emilio. ¿Cómo nos la dibujarías?

(Emilio)Soy un poeta que siempre ha rendido culto a la musicalidad del verso; a la métrica, a la rima, al ritmo, cosa que muchos poetas actuales suelen considerar un anacronismo ya superado. En este sentido reconozco que voy contra corriente, aunque algo encontrarán los críticos y los jurados en mi obra porque lo cierto es que los éxitos y los premios se han sucedido con mucha frecuencia en los últimos años. Por lo demás, como nos ocurre a casi todos los poetas, comencé dando protagonismo al amor, a la bellaza, al asombro con que la vida nos obsequia, y a medida que he ido envejeciendo ha ido tomando protagonismo en mis poemas el paso inexorable y dramático del tiempo.

(IMAN) Muchas gracias Emilio.

En las postrimerías del 2018, la fría noche en la que se presentara su “Crisol de Ausencias”, Emilio estuvo acompañado de Fernando Aínsa y Adolfo Burriel, además de un nutrido público que acudió a escuchar al maestro, a pesar de los múltiples actos que se concitaban en Zaragoza en los días anteriores a las fiestas navideñas. Allí Emilio nos confesó que él se consideraba un clásico, que el lugar en el que el se veía era entre aquellos herederos de Manrique, Miguel Hernández o Rubén Dario. No obstante, como bien fuera corregido por Adolfo Burriel, Emilio no es un autor clásico, pasado de moda. La poesía de Emilio Quintanilla Buey es una poesía del alma, una poesía enclavable en un periodo romántico y del cuestionamiento metafísico: ese periodo atemporal que hace moderno a cualquier autor que sea absolutamente fiel a ambas. En “Crisol de Ausencias” Emilio nos entrega una recopilación vital en la que se suceden los poemas de forma cronológica. En ellos el ritmo, la métrica y la rima -a excepción de el “Baño final en el Aqueronte”, con el que se cierra el poemario, y que se compone en prosa poética- están cuidadosamente compuestos. No obstante, dado que Adolfo Burriel expuso de forma magnífica su acertadísimo análisis sobre el citado libro y sobre la poesía de Emilio, dejamos la labor de ilustrarnos a Adolfo Burriel, otro de los grandes lujos con los que contamos los amantes de la poesía en Aragón.

CRISOL DE AUSENCIAS
de Emilio Quintanilla Buey

Hablar de Emilio Quintanilla Buey, y en concreto de su último libro, Crisol de ausencias, resulta, a la vez (y vivan las paradojas), especialmente sencillo y, a poco que uno profundice, extremadamente complicado. Sencillo, porque, de inmediato, uno percibe la calidad de sus palabras, la perfección de su música, la elocuencia de sus sentimientos. Y complicado, porque al lado de esa inmediata percibida perfección poética hay un territorio lleno de matices, sugerencias, comunicación, a veces juegos e ironías y mundos variables superpuestos que convierten el poemario en un mosaico de espacios diferentes.
Cualquiera que se detenga en su título, Crisol de ausencias, o dé un repaso a los enunciados de algunos de los poemas, Estremecida ausencia, Un tren hacía lo umbrío, Como cuando eran vida, Los malos recuerdos, Un sentimiento descatalogado, La rama desgajada, Canto a la soledad… descubrirá que estamos ante un libro, que, como el título indica, se define, sobre todo, por las ausencias, los silencios, las soledades, las pérdidas, hasta los cansancios. Pero cuando empiece a leer descubrirá que al lado de todas esas zozobras hay una extraña y, a la vez, perfecta serenidad que se desliza entre las palabras. No es la poesía desarraigada, hecho de tormentas, que nos explicó hace ya tiempo Dámaso Alonso, sino la poesía íntima que fluye por los pasos medidos y leves de quien se duele, y que no renuncia, bien al contrario, al deseo de todo lo esperable. Estas formas leves y medidas, no vacías de esperanza y -quién lo diría en un poemario de ausencias- no carentes de humor, será una de las características de esta poesía de Emilio a la que luego me referiré.
Algo más conviene decir del contenido del libro, antes de seguir adelante. Además de ser el libro de una etapa especial del poeta, el libro es una suma de poemas que nacieron, si no me equivoco, cada uno por su lado. Tienen quizás –tampoco podría decirlo exactamente- una cierta unidad temporal, pero no constituyen un libro previamente previsto y con contenido calculado. Dicho de otra manera, en buena medida, el libro es una recopilación de poemas de una época, casi todos ellos premiados en diversos concursos, sin la idea preconcebida de antemano de hacer un libro indivisible. Así, al menos, me lo ha parecido. Ello hace que junto a los poemas, llamemos de ausencias para entendernos y por usar el título, haya otros de inexpresado amor, de mirada al paisaje, de compromiso, y hasta, como dije antes, de fina y sorprendente ironía. Y ello hace también que, en alguna ocasión, el libro presente la “incoherencia” de lo que no se ha construido con calculada y precisa unidad. Digo “incoherencia” entre comillas, y lo digo sin desdoro porque, como bien dijo Gil de Biedma, nadie está llamado a hacer de sus poemarios un texto obligada y estrictamente unitario.

Y ahora, sí, ya podemos hablar del contenido poético del libro con más tranquilidad, con más pausa, mirando al poeta y no exclusivamente a su circunstancia.
Emilio Quintanilla Buey, que se llama clásico cada vez que habla de su poesía (una vez le leí en una entrevista que decía de sí mismo que era “demasiado clásico y muy cultivador de la musicalidad”), es, sobre todo, un renovador. Cada cierto tiempo, cuando las aguas de la poesía se agitan –o se remansan- más allá de lo estimulante y se empieza a santificar lo vulgar (lo que pasa muchas más veces de las que debiera), es necesario que alguien dé un golpee sobre la mesa y nos recuerde que lo verdaderamente original nace primero de la inteligencia y después del buen cimiento que mantiene el edificio. Que no surge de la nada ni es una donación santa de las musas generosas. No hay nada nuevo bajo el sol, esto es casi verdad, pero sí hay discursos que renuevan, que expanden, que enchanchan lo que otros dejaron en besana y semilla. Emilio toma de la poesía de siempre el ritmo, la soltura, la música, la perfección del poema, y no solo hace de la forma un continente, sino que de ella, surge el poema con todo su contenido. Es verdad que desde Boscán y Garcilaso hasta el modernismo y más acá ha habido sabios poetas que han hecho de la perfección poética un canto, todo a la vez, a lo permanente y a la novedad, algo que hasta puede parecer una contradicción. Como los ha habido también –que en todas partes cuecen insensateces- que han querido usar esa sagrada bondad de la perfección para contemplarse a sí mismos, en el peor sentido de la palabra y, lo que es peor, para tapar desde sí mismos las inmundicias de su tiempo. Estoy pensando, por ejemplo, en la experiencia de la revista “Garcilaso”, que en los años 40 pretendió devolver a la poesía los ritmos caudillistas del imperio y confundió, a idea y en buena medida, excelencia poética, con sumisión política y administrativa.
Por ello, es indispensable saber que Emilio, en su recorrido poético, en su sorprendente perfección poética, es un atizador de mucha de la poesía explícitamente narrativa y chocarrera que lleva tiempo haciéndose en España, aunque a veces se vista con traje de celebraciones; que es un poeta de ruptura. Y que tiene una capacidad especial para convertir las palabras en cadencia y, a la vez, en imagen, como ningún otro poeta de esta tierra la tiene; que es dueño de una sabiduría para moverse en los abismos de la métrica como muy pocos poetas nuestros se mueven, quizás mano a mano con Rosendo Tello; y que sabe hacer de la complicada claridad de la poesía un edificio inconfundible de matices, sutilezas y belleza.
Hay sensaciones singulares en los textos de Emilio Quintanilla. En la poesía española –hablo, para no irme lejos, del siglo XX, y podría hablar del XXI- hay, claro está, hermosísimos sonetos. Pensemos, sin ir más allá en Insomnio de Gerardo Diego al que algún crítico (Dámaso Alonso, en concreto) ha llamado uno de los más intensamente emocionados que jamás se hayan escrito. O el dedicado al ciprés de Silos del mismo poeta, al que Emilio se refiere en algunos de los poemas del libro. Sin duda son sonetos hermosos, de una intensidad irrepetible. Se leen, se admiran, y enseguida se ve que se trata de sonetos muy trabajados, Hacerlo así lleva un gran esfuerzo, es el resultado de un largo proceso. Pues bien, en los sonetos de Emilio Quintanilla -y en este libro los hay incluso encadenados-, de pronto, uno descubre que las palabras manan con la naturalidad de un río sin trabas. Es como si Emilio hubiera puesto en concordancia las palabras inevitables y el texto apareciese con la espontaneidad de lo que llega sin llamarlo. Una capacidad tal, una habilidad como esta, al menos yo, no la he encontrado en la poesía que leo, o la he visto rara vez y como rara excepción. Y no es que detrás de cada verso, hasta de cada palabra, no haya esfuerzo y mucho trabajo. Es, simplemente, que la naturalidad con que las palabras se suceden, en el caso de Emilio, ha llegado a tal punto, que uno tiene la impresión de que el poema ha alcanzado su belleza por el carril inevitable por el que el verso discurre llanamente y sin codicia.

Estos espléndidos sonetos, por poner algún ejemplo, darán buena cuenta de lo que digo:

A CORAZÓN ABIERTO

Porque hasta cuando estabas dolorido
supiste amar apasionadamente,
porque aunque no lo dices, soy consciente
de que tratas de hacer cuanto te pido,

por tantas veces como habrás latido
sin ganas. Por el hecho sorprendente
de que en mi reducido continente
pueda caber tu inmenso contenido,

hoy, corazón, te rindo este homenaje,
deuda de gratitud por el coraje
con que sigues latiendo noche y día.

¿Adónde irá, si te me quedas quieto,
tanto amor que alimentas en secreto,
tanta ilusión que guardas todavía?

CANTO A LA SOLEDAD

No me sorprende, soledad, que rondes
en los últimos años de mi vida
la puerta de mi casa. Bienvenida.
Ayer te quise y hoy me correspondes.

Sé cómo llegas, sé cómo te escondes,
sé cómo y dónde cavas tu guarida,
pero te tengo ya tan asumida
que paso de los cómos y los dóndes.

Aquí estoy, justiciera generosa.
Sigue entrando en mi casa cada día
Y sigue –como anoche- siendo hermosa,

Porque hasta que llegaste, no sabía
que a los que no tenemos otra cosa
la soledad nos hace compañía.

Emilio maneja como un gran pintor, como un gran músico, las leyes de la armonía y el color, las leyes de la perspectiva y el sonido, las leyes de la construcción en equilibrio de un bello paisaje y de un bello concierto. Y sabe en qué terreno se mueve. En su libro renuevan su razón de ser, pero con la seguridad de pertenecer a nuestro tiempo, los sonetos (en endecasílabos y alejandrinos), las seguidillas, las silvas, otros poemas en perfectos endecasílabos y heptasílabos alternos, en una estrofa a la que no le encuentro nombre, o esa estrofa, seguro que solo suya, de sextetos que avanzan en arte mayor y menor en el poema titulado, quizás no por casualidad, “Palabras recobradas”. Hasta se permite, jugando consigo mismo, el lujo de escribir en coplas manriqueñas, que es como las nombra.
Otra característica que me parece descubrir en la poesía de Emilio es esa habilidad de traernos ecos de grandes poetas, y, al mismo tiempo, hacernos sentir que esos ecos llegan de una manera diferente, no sé si renovada o simplemente convertida en propia señal y de ningún modo repetida. Lo digo de otra forma y mejor: la capacidad que hay en sus versos para integrar en ellos, y al mismo tiempo hacerlos esencial e inequívocamente suyos, sonidos de poetas como Machado, de Rubén Darío, casi sin saber muy bien cómo de San Juan de la Cruz, de Miguel Hernández, de José Antonio Muñoz Rojas…, por citar algunos casos.
La Elegía Para Andrés, su hermano, en tercetos encadenados, de una belleza indiscutible, por ejemplo, nos aproxima por la forma estrófica y la razón poética, sin perder ni un ápice la sensibilidad de Emilio, a Miguel Hernández, pero también a San Juan de la Cruz, como decía, y a Antonio Machado.
Todavía era pámpano el sarmiento
y la vid era solo una promesa.
Tres de julio: color, pulso y aliento

abandonan tu cuerpo por sorpresa
y –dónde Dios, dónde la luz- te has ido
a encontrarte con Juan y con Teresa.

Recobrado y eterno ya el latido
hoy caminas por célicos senderos,
poeta sideral recién nacido.

Tú vas a ser, Andrés, de los primeros
en cantarle en persona a Juan de Baños
tus coplas de juglar de Fontiveros.

Yo, mientras tanto, contaré los años
que me acercan a ti. Y en mi secreta
cripta donde cultivo desengaños,

entristecido y con el alma inquieta,
me estaré preguntando noche y día
de quién voy a aprender a ser poeta
cuando me abrume la melancolía.

Decía al principio, y lo dice el mismo poeta con su título: Crisol de ausencias, es un libro de pesares. Pesares no desgarrados, repito yo de nuevo, lo que no quita intensidad a los pesares. Pero hay que decir también que es un libro, no casualmente, sino en muchos de sus momentos, de compromiso. Un libro que anda también por las riberas del pesar ajeno, por la denuncia del mal consentido. El poema dedicado a los niños saharauis, el titulado La farola, las demandas de lucha que contiene el poema dedicado a Paco Rabal, a los 10 años de su muerte, el poema Libertad versus libertades, son ejemplo de lo que digo. Como son ejemplo de solidaria compasión poemas como Como cuando eran vida, dedicado a las víctimas de los atentados del 11-M en Madrid.
Y no se agotan aquí algunas de las características que yo creo que contiene Crisol de ausencias. Lo dije también más arriba: en este desarrollo poético de pesares no desarraigado, uno se encuentra, con la sorpresa de poemas que llenan de humor e ironía sutil las aflicciones del poeta. No es nada extraño en él: Basta echar mano de otros libros suyos para saberlo. Ahí está El madrigal del caracol cojo (“los caracoles cojos / son más hiperestésicos, más tiernos / y lloran por la punta de los cuernos / donde tienen los ojos”), o Chorrada, un poema en estrofas singulares de 6 versos, de hecho una cuarteta y un tercetillo unidos, en el que todo acaba en eso, en chorrada, al decir del poeta, o Llévame al huerto, de nuevo estrofas personales, de cuatro versos, endecasílabos y heptasílabos que riman en los pares, un poema de fina ironía: (“Y si no puedo andar, si me fatigo / si me ves medio muerto, / tú eres fuerte, mujer. Carga conmigo, / pero llévame al huerto”). O Jaculatoria, o ese final de un poema, por otro lado tan serio, como el dedicado a Paco Rabal: (“…contente, camarada. / piensa en Asun, tus hijos y tus nietos. / Puedes mirar, pero los dedos quietos, / que te conozco y no me fío nada”).

El tiempo, la llegada al final del viaje (el libro, en cierto modo, se vive también como un viaje), rueda de vez en cuando por algunos poemas y ocupa el telón del poemario. Como una espiral que desciende hasta la efímera ficción de haber vivido. Poemas como Vista cansada (un extraordinario poema de tres sonetos encadenados, donde la nostalgia se hace casi pasión), o Sonarán los violines, o Diálogo interrumpido, o La tramoya no da para más, o Último trayecto, o Baño final en el Aqueronte son la muestra de ello. Son la conclusión de todo el recorrido.

Y termino. No hay mayor homenaje a un libro que leerlo. No hay en este caso mejor comentario a la poesía de Emilio, que el que cada uno va a ser capaz de hacerse por sí mismo, cuando lo lea. Yo creo, definitivamente, que es hora de dar las gracias a Emilio por su libro y sus poemas. Y por tenerlo entre los poetas de Aragón. De ello estoy convencido, y sé que conmigo otros muchos lo están. Sin duda, Emilio Quintanilla Buey es todo un lujo.

ADOLFO BURRIEL

Emilio Quintanilla nació en Juneda (Lleida) en 1932. Vivió su niñez entre Cataluña, País Vasco, Galicia y Castilla y León.
Vida profesional en Madrid, en una multinacional de alimentación donde ha sido director del Área de Recursos Humanos. Es autor de varias publicaciones técnicas en el campo de su actividad profesional.
A finales del siglo XX, abandonadas ya sus ocupaciones laborales, se instala en Zaragoza, donde se dedica por entero a la poesía, el relato, la novela y algún ensayo.Ha obtenido18 premios de poesía y varios más de narrativa.
Muchos de sus trabajos están recogidos en volúmenes colectivos, publicaciones periódicas, ediciones no venales o suplementos literarios

Libros del autor:
Poesía:
CONVIVIENDO CON ÉMPUSA. Colección Compás. Ayuntamiento de Sevilla. 2002
CIERZO. Primera antología poética. Edit. Cultiva. Colección Básica nº 9. Madrid 2008
REGRESAR A BOMARZO. Olifante Ediciones de Poesía. Tarazona, 2011

Narrativa:
MATILDE HA VUELTO. Colección Al-Mutamid, nº 8. Sevilla, 2011
MAROZIA. Edit. Alderabán. Cuenca. 2012
DEVÓRAME OTRA VEZ. Editotial Cultiva. Colección Cultiva, nº 8. Madrid 2008

Ensayo:
EL POETA Y LA PIEDRA. Edit. Certeza. Colección Centauro, 2012


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