Tangos de la luna en lila

I.
He abierto la puerta
y una princesa coja me ha entregado en silencio
un manojo de cartas polvorientas,
que se me han hecho arcilla entre los dedos.
Te he buscado; no estabas.

La luna del espejo le ha pintado a la luna
dos lágrimas violetas
y me ha puesto en los ojos
una navaja a cuadros con puntillas,
que he hundido sin miedo
en los pezones fríos de la  princesa coja.

Ella no ha dicho nada.
Ha sangrado tan solo sollozos de papel
y ha seguido mirándome
–los ojos muy abiertos-
sobre un charco humeante de amapolas quemadas.

Yo tampoco he hablado.
He encendido una vela,
me he quitado la ropa
y me he puesto a bailar desnudo un medio tango
por los cristales rotos de la cama vacía.

La puerta estaba abierta.

 

II.
Sumergido en un ojo de esperma coagulado,
he bocetado a oscuras con saliva
el perfil penetrante de tu cuerpo
y lo he metido luego en la pecera.

Las algas han trepado poco a poco
por las frías paredes de cristal
y los peces se han muerto de repente,
eyaculando espuma por la boca.

Me he quedado dormido.

Al despertarme,
los dedos se me habían inflamado
y tu perfil se había convertido
en un reguero informe de manchas imborrables.

En la calle llovía.

 

III.
Desnuda,
con las piernas abiertas
y atados los tobillos y las crispadas manos
a los vértices sucios del féretro nupcial,
la mujer esperaba el fruto de un no orgasmo
contando las lombrices que colgaban del techo.

Después,
mientras ella rezaba,
las vírgenes más secas le afeitaron el pubis,
le pintaron el vientre con yodo y purpurina
y le hincaron agujas de plata en los pezones
buscando las raíces de su leche caliente.

Un borbotón de sangre, lleno de arena y babas,
le creció hasta la boca desde el fondo del sexo
y un surtidor de orina le mojó los cabellos
y salpicó los ojos del cristo de metal.

Aulló;
aulló dos o tres veces
como un lobo nocturno apresado en el cepo
y, casi al mismo tiempo,
se anudó en el temblor de su carne madura
una danza salvaje de histerias desatadas.

Siete días más tarde se encendieron antorchas,
se quitaron los guantes las fatigadas vírgenes
y ella,
con los pechos hinchados y el niño entre las piernas,
dejó de ser mujer para ser sólo madre.

 

II.
Mordieron su cabeza;
le arrancaron las uñas, el pene y los testículos;
le pusieron compresas de algodón en los ojos
y un candado en la boca;
y lo llamaron Hijo, con hache y con mayúscula.

 

IV.
Pensabas encontrar al vendedor de globos
que vive en la azotea de los sótanos
o a la niña miope
que nunca logró ver más allá de la infancia.

Pensabas encontrar charcos llenos de ranas;
niños en calzoncillos
dibujando en la arena caballos de cartón;
mariposas de esperma volando juguetonas
por las flores rizadas de tu griposo pecho.

Pensabas encontrar a la luna borracha
vomitando en la esquina
o al caballo de copas disfrazado de monja.

Y solo había humo,
autobuses,
semáforos
y un rostro repetido
pintado en los cristales de todas las ventanas.

 

V.
A veces no sabemos
y escuchamos marchar los trenes sin destino
como si fueran moscas que vuelven a diario;
otras veces los vemos
-algo móvil que pasa-
y nos hemos dejado en casa los oídos
por no escuchar la baba mortal de las sirenas.

A veces no sabemos
y cruzamos en rojo los semáforos
o subimos al séptimo sin ver el ascensor,
sabiendo que en los sótanos vive un flautista sordo.

A veces no sabemos
y no beso tu boca –tan cercana a la mía-
porque no sé si espera mi desatada lengua
o la saliva dulce de un regaliz de palo;
otras veces la muerdo,
socavo hasta el ombligo tu dentadura abierta
y me despierto solo en medio de la cama
con hojitas nocturnas de esperma por las sábanas.

A veces no sabemos
si son voces o balas lo que riega las calles
y perseguimos chispas del último cigarro,
creyendo que es el rastro de alguna mariposa
La ciudad es un monstruo de arrugadas cabezas
y los pies se deshielan dejando en el asfalto
un reguero uniforme de cadenas y prisas.

A veces los relojes parecen sonajeros
y los niños comulgan chupetes de colores
en un rito sonoro de sedientos suicidas
mientras nosotros somos muñecos de hojalata
esperando una fecha que no llegará nunca.

A veces no sabemos
y escribimos poemas.

 

VI.
Me he volcado hacia dentro por los ojos
y te he visto desnudo, dormido en mi interior,
con las manos cerradas
y un manojo embarrado de jacintos
en medio de la boca.

A fuerza de arañarte
me he quedado sin dedos y sin voz,
mas no te has despertado
o quizá no he sabido despertarte
porque adentro mis tangos eran nanas.

Afuera
la noche era un ladrido de colonias
y un sudor vacilante de cuchillos sin carne.

 

VII.
Alguien golpeó el muro.
Primero, con los ojos;
más tarde, con la voz;
al final, con los puños, con los pies,
con todo todo el cuerpo.

Alguien golpeó el muro
día tras mes tras año
para dormirse luego,
cansado y aburrido,
de espalda a las estrellas.

No muy lejos de allí
el muro estaba abierto.

 

 

Portal de fugas (1980)

I.
Tráeme
tráeme el girasol inundado
de luz.
Montale – Arbués

Hay dos lirios sin flores en la piel del espejo
y la cama, deshecha,
silabea un rasguño de noches sorprendidas
en una tos afónica,
húmeda de ginebra y girasoles blancos.

Hay dos lirios sin flores en la piel del espejo
y un espejo sin luna
en tus huecos zapatos detenidos.

Sonríe.
Más allá del silencio
que perfuma humeante la soledad del sueño,
un eco sin olvido nos acuna
y evapora los charcos de un mordisco de lluvia.

 

II.
En los naufragios cada cual lleva consigo lo que
le es más preciado: un violín, un manuscrito, fotos…
Jean Genet

Tus guantes de colores
-azul y verde, creo-
fueron de pronto blancos:
blancos como la harina,
blancos como la cal,
blancos como la tiza que aún no sabe
pintar un corazón en las paredes.

Uno te lo quitaste
para empuñar a piel la lengua juguetona
que despertaste con la boca entre mis piernas.
Uno te lo quitaste
-el otro, no recuerdo-
y lo olvidaste luego en las baldosas,
cerca de mis zapatos,
como si fuera nieve de algodón
de aquella que dejamos, siendo niños,
sobre un belén de corcho.

 

III.
The final wish
is love.
A. Ginsberg

1.     
Mariposeas, danzas,
juegas desde los ojos con mi sonrisa verde
y le das a mi boca, buscadora de besos,
el adiós confundido que perfuma tu boca.

Después queda la música
-tú no estás-,
un color entrañable mezclado con saliva
-yo te miro a lo lejos-
y ese flujo nervioso de sexos por el aire
que torpemente ignoras.

Alerta, sueño, alerta…
te mataré mañana o cualquier día de estos
y moriré sin sangre, jugando con tus alas.

 

IV.
Flor de verulí y olé
si volvieras otra vez…
Pablo Guerrero

A veces
tu silencio
es inquietante soplo
de chiquillos sin dedos.

A veces;
solo a veces.

 

V.
Cuando mueres poco a poco cada día
eres un crucificado.
Luis-Eduardo Aute

Me has visto recorrer tu piel crucificada,
abrigar tu vacío,
dar piruetas desnudo
sobre el yerto paisaje de tus labios en blanco,
acunarte las dudas torpemente.

Me has visto tantas veces
recorrer tierno y solo tu piel crucificada,
que has cerrado los ojos fuerte fuerte
y la voz
y las manos
para no ver saltar, hechos pedazos,
los clavos por el aire.

 

VI.
Soy un ápice de las cosas cumplidas
y contengo las cosas que serán.
Walt Whitman

Te beso con mis labios
y con todos los labios que besarás un día.

 

VII.
Ocúpate del silencio,
de ese silencio estrangulado
que araña el hipocentro fácil.
Leonardo Galea

Absurda ceremonia pos-ruptura
de oficiar el silencio inútilmente
en el altar sagrado de la culpa.

Sacrificio inhumano de víctimas devotas;
réquiem suicida y solo,
sin ni siquiera el eco de aquella voz desnuda
que tatuaba en la piel corazoncitos blancos;
cementerio inviolable de telones caídos.

¿Dónde quedan entonces las noches consagradas
al púbico lunar de las sirenas?
¿Dónde quedan entonces los frágiles abismos,
los calendarios rotos,
las húmedas antorchas
inundadas de mar y nomeolvides?
¿Dónde queda el poema después de la ruptura,
si el silencio es silencio
y no portal de fugas
donde susurran mieles las abejas?

 

Mástil de nubes (1981)

mira qué negro que viene;
mira qué negro que va…
mira qué negros, mi niño,
los negros vienen y van.

Al duende

   

I.
pero no estabas
en la sesión a duro de las tres de la tarde
con sabor a paella y padrenuestro…

pero no estabas
y yo buscaba ingenuo ojos desconocidos
entre las capas rojas de los espadachines,
como si la pantalla pudiera obrar a oscuras
los soberbios milagros dulces de la mañana,

mañana de tebeos,
misa a las diez
con ropa de domingo,
siempre en el mismo banco
empolvado de incienso…

pero no estabas
-aún no habías nacido-
y tus besos veniales
sabían solo a tela y a pijama,
desnudez prohibida
furtivamente rota
en noches estivales a los pies del castillo.

 

II.
Amarte así no sé,
si así es decir te quiero mansamente
día
tras
mes
tras
siempre
en el principio.

Amarte así no sé,
si así es matarte,
amor,
ahogar tu identidad
entre las algas frías de mis brazos esféricos.

Amarte así,
de lunes
a domingo
como de oca a oca,
caricias a las seis,
procesión silenciosa cuando el hastío abrasa
calendarios iguales sin ranas en el pelo…
así no sé,
no sé
ni quiero que me enseñes,
ahora que una escarcha blanquirrubia
logró casi arrancar añejos catecismos.

 

III.
Atrofias,
distorsionas,
mordisqueas,
enturbias…
muñeco de agua dulce,
¿qué harás el día
que te arrebate el mar?

 

IV.
Te quiero amigo,
amor;
antes que piel:
amigo…

que las pieles no sean zurcidos a escondidas,
gasas y esparadrapos,
un abrazo de pieles
cosidas solo a medias;
que no sea el desnudo
tan solo,
amigo amor,
un vestido
sin tela
a mano
en el ropero.

Te quiero amigo,
amor;
antes que amante,
amigo…

que los labios no sean un rosario de besos
a falta de palabras con que saciar la boca;
que hagan falta los besos
después,
amigo amor,
para romper
los límites
que imponen
las palabras.

Te quiero amigo,
amor;
antes que nada:
amigo.

 

V.
Un día
apagaré el amor
así,
como si nada,
como se apaga el tocadiscos
el butano
o la vela
y mentiré mentiras en voz baja
al tictac solo mío
que lates
a tu paso
desde hace…
cuánto tiempo?

o si no,
le bajaré el volumen por lo menos
aunque me quede afónico.

 

VI.
bocanadas de piel
historia-sin-historia contra historia
Amén…

no vengas a decirme al cabo de mil años
que te escuece en la boca una saliva extraña
presuntamente mía
por ejemplo.

 

VII.
Plaza España,
muy tarde,
las dos,
las tres,
las cuatro,
… la policía enfrente.

Nocturno
laberinto
de erecciones
culpables
con el miedo en la boca
-sabor ya cotidiano-
y la ternura vieja disfrazada de enfermo,
de víctima,
de infinito preludio para las piedras sucias
que tutean y abrasan tus ocultos deseos;

y morirás sin sangre una vez más
allí,
donde llevas muriéndote tantas y tantas veces
pera soñar incrédulo que naces otra noche,
sombra
reencarnada
mendiga
de una mano
que no golpee a ciegas.
que no lea silencio
donde escribiste beso,
caricia,
aliento en el oído
o simplemente mano
de piel
con cinco dedos.

La policía enfrente se mantendrá al acecho
-las dos,
las tres,
las cuatro-
e ignorará con sorna
-pasó lo mismo siempre-
que son niños de seda los que matan,
niños de plaza en casa…
los mismos que hace un rato
compraron en el drugstore al último chapero
para ahogar
el relincho
de sus caballos
blancos
y vomitarlos luego en otra esquina.

Plaza España…
Plaza España…
laguna desolada de obligados suicidas
cualquier noche del año.

 

Geografía Ausente (1982)

No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Luis Cernuda

La perdición del hombre es el olvido.
“Excalibur” (John Boorman)

 

I.
Geografía ausente.
Evocación callada del paisaje sin límites
que un día recorriste descalzo con la boca;
desde el fondo del mar a las más altas cumbres;
desde el aire al vacío candente de la tierra,
donde late invisible un corazón sin sangre.

Bosques, llanuras, nubes;
bocanadas etéreas de pájaros desnudos,
que no emigran al sol cuando la luna sale
lloviendo cintas húmedas y pellizcos de nieve;
desiertos, manantiales, grutas, abismos, valles.

Geografía toda que nunca tuvo mapa
ni apareció descrita en los libros de texto;
geografía inmensa que conquistaste ávido
hasta sentirla dentro hecha savia espumosa,
curiosidad, impulso,
soplo vertiginoso de vida irrefrenable.
Geografía amada;
geografía amante;
geografía
que un día se esfumó como burbuja rota,
dejándote tan solo
el polvo desprendido por su piel de colores.

 

II.
Estúpida cornada de desamor y olvido
alojada en el centro; en la raíz profunda
que creías a salvo de otoños pasajeros
y que hoy se encoge herida como una esponja seca,
incapaz de engendrar en tus manos almendros.

Absurda inevitable estúpida cornada.

La boca, sin saliva; los ojos se te cierran
y sientes que la carne se desborda imparable
en caudaloso llanto de sangre arrebatada.

Te contraes; te inquietas;
naufragas lentamente sobre un reloj en hora,
ajeno a los muñecos que te buscan el pulso
desde tu propia barca; y el laurel, casi seco,
deshoja bocanadas de tejados sin gatos
y chimeneas mudas, mordidas por la niebla.

Barcelona, en la calle,
es solo vientre húmedo de una ciudad cualquiera.
El aire huele a agujas y a gorriones de plástico.
Tu piel no huele a nada.

Hace sol todo el día,
pero el cielo es un charco de oscuros crisantemos
con uñas y mandíbulas.

 

III.
Pero tu cuerpo es solo
interrogante abierto suma de interrogantes,
socavando sin éxito el umbral de otro cuerpo.

Solo te llegan ruidos;
cadencia silenciosa de arena sobre arena
viendo tras los cristales cómo las hojas vuelan
y pintan sarpullidos de color por el aire.

Solo te llegan ruidos;
ecos que reconoces y alimentas a ratos,
como si fueran ecos de un beso que perdiste
hace quizá mil años,
cuando por vez primera tu cuerpo y otro cuerpo
se creyeron ovillo de carnes fusionadas
y no fugaz abrazo de soledades solas.

 

IV.
No disfraces de llanto
el agua que golpea tu anónima envoltura
ni pienses que las calles, con gesto solidario,
elevan invencibles ese GRITO profundo
que tú rendido CALLAS.

El agua es solo lluvia
-llueve-
el grito, un solitario de luces y sirenas,
disparadas sin más por un fallo mecánico.

 

V.
¿Qué hubo antes del mar;
antes de nuestros ojos – pupilas confundidas
erosionando el pubis de un sol deshidratado;
antes de nuestras ingles – volcán de lluvia blanca,
habitado por algas y animales marinos?

¿Qué hubo antes del fuego;
antes de consumirme en tus pezones tibios
-dulzura abotonada
sobre un espejo humano de barro combustible;
antes de que las bocas, en una boca sola,
inflamaran antorchas de pasión sin memoria
y ocultos surtidores de líquidos calientes?

¿Qué hubo antes del aire;
antes de que tus alas injertaran el vuelo
para rozar sin vértigos el vientre de los astros;
antes de respirarte y respirar contigo
los callados secretos que la tierra dormía;
antes de que tu aliento – relámpago invisible
penetrara mis poros suavemente
alojando en la carne gotas de luz y vida?

¿Qué hubo, di, qué hubo?
¿Qué hubo antes de amarte?

 

VI.
Cuando no queda amor,
los besos son desgana de labios disecados
que escuchan al contacto el eco de la vida.

Cuando no queda amor,
los dedos no son dedos;
son guantes insensibles que trazan por el aire
ruinas de niebla y mar, donde se ahogan los pájaros.

Cuando no queda amor,
los ojos son letargos de mirada hacia dentro
y las pieles, silencio, germinador de ortigas.

Cuando no queda amor,
no queda de nosotros
más que una sombra inerte de ceniza aromática
que, mendigando amor, mendiga sólo olvido.

Cuando no queda amor.

 

VII.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Luis Cernuda

Anidaré
allá donde las alas no rocen ningún cuerpo
y el aire solo sea
un perfume de oxígeno con azucenas muertas;
allá donde la piel se inflame sin refugio
con un suspiro leve de plumas y semillas;
allá donde otro aliento no consuma mi aliento.

Anidaré
donde anide la nada;
donde el agua y el fuego se abracen con la tierra
para ser universo de ceniza invisible;
donde no existan peces ni bosques ni recuerdos
ni nebulosas blancas suplicando un olvido.

Anidaré
allá donde la sangre no huela a muerte lenta
ni a rubor fatigoso de vida que se escapa;
allá donde las lágrimas sean tan solo polvo,
hojarasca incolora flotando en el vacío;
allá donde los astros no inspiren ningún verso.

Anidaré
donde anide la nada,
aunque sea un segundo
y sea solo un sueño en la mitad del sueño.
Después,
despierto nuevamente,
anidaré en la vida para sentirlo todo
y consumir la sangre,
la piel
y hasta el aliento.

 

A caballo entre cáncer y regaliz de palo (1983)

 

I.
Casi como en un sueño,
la luz sin luz azul del soldado galáctico
se esfumará caliente en la ceniza
del barro que no ciega.

La palabra y el beso
-amor, no tardes-;
la gaviota en el ojo
-mentira boquiabierta de un pañuelo homicida
blanco,
continuamente blanco,
casi como en un sueño.

Estuvimos tan cerca de la sangre
que nos nació un perfil en la cabeza,
a caballo entre cáncer y regaliz de palo.

 

II.
De rodillas, la fiebre no golpea
y el filo de las olas descarga contra el muro
ese nunca jamás desde el recuerdo
que germinan sin fe los arrecifes.

Pergaminos de rostros sin rasgos y de nubes;
un aroma de luz, a gran escala,
hurgando corazones.

De rodillas, la espalda es como un tronco
y las raíces flotan, en vano, por la tierra
como un enjambre gris de vírgenes sin sexo.

 

III.
Terriblemente atroz
que una saliva inmersa
en ácido sulfúrico
te atraviese la boca
taladrando impasible
los diente y la lengua
y quemándote el pozo
visceral de la voz.

No lo intentes más veces.

 

IV.
Hubo una vez un soldado de nieve
dormido en el pajar de la memoria
y una lámina triste, como un rinoceronte,
abrigando el volumen de ese nudo que mata
-a golpes de fatiga-
a las tres de una tarde sin sueño de verano.

La nostalgia era entonces
un abrazo al oído de letras misteriosas
o un presagio viable de mocos y sandalias
afilando sin más la voz y la estatura.

Hubo una vez -lo intuyes-
un hermoso proyecto de niño sin futuro.

 

V.
Hay tristezas que saben a lluvia de tomillo
y tristezas que no saben a nada;
pasa igual con las horas,
con los besos, las cartas
o esas fotos sin álbum que aísla la cabeza.

Hay tristezas que mojan todo lo que tocamos
como si cada poro de piel las destilara;
otras no mojan nada,
ni el aire que respiran,
y sin embargo engendran reuma en cada hueso.

 

VI.
A pesar de saberte de memoria la escena
y a pesar de que ya la habías ensayado
diez veces por lo menos,
inexplicablemente
te arrancaste la máscara
y, sin decir adiós
ni derramar a cántaros la sangre catástrofica
que exigía el guion
como punto final al holocausto,
recogiste tu piel y te marchaste.

No sé si fue un descuido
o fue que, con la luz dorada de los focos,
te abrazaste lunático
al halo de otra historia.

 

VII.
Antecedentes:
Algún brote platónico infeccioso;
tres historias de amor como es debido,
sin seguro las tres y con impuestos;
una o dos aventuras abortadas
de duración e intensidad desconocidas
y un índice elevado de síntomas románticos
desde antes, por lo visto, de nacer.

Diagnosticaron
espirales concéntricas de una tos sin memoria
-cancerosa tal vez-
y un coágulo seco de besos en la boca
que a causa, al parecer,
del avanzado deterioro que presenta,
impide precisar la gravedad del caso.

 

Con las raíces vueltas hacia arriba (1984)
(Poema en siete partes para dos voces)

Era el último amor…
Y es de noche.
Vicente Aleixandre

Para Martin, inexistencia entonces,
pero camino hoy en toda esta andadura

1. Génesis del “yo”

I.
Yo lo había previsto casi todo…
el párpado, en la mano; los muslos, en la boca;
y el ombligo del globo, insertado en el pecho,
como un puñal suicida de mimosas y pájaros.

El verbo adiós quedaba recluido
entre los muros hondos de una cárcel de letras
y el llanto de los hombres crecía, en la distancia,
las ruinas que el amor consagra al universo.

Desolado paisaje, absorto de misterios,
donde el ayer es croquis; miniatura borrosa;
paréntesis lejano concebido en los iris
de dioses mitológicos,
ancestrales y oscuros como la flor del vientre
que viola y reconquista firmamentos dormidos.

Yo lo había previsto casi todo…
el párpado, en el pecho; los muslos, en la mano;
y el ombligo del globo, ensartado en la boca,
como un rinoceronte de margaritas húmedas.

 

II.
Solo el aire era huella del rapto de mi vida;
solo el aire extrañaba
ese vagar incierto, sin memoria,
al borde casi siempre de descubrir un ojo,
o una agenda de mano entre los libros,
o un fragmento de piel en la mochila,
bordando telarañas y vientres sin retorno.

Solos el aire y yo,
persiguiendo a hurtadillas la odisea
de franquear los límites de un viaje inexistente,
borrando los cimientos antiguos de la vida,
que tú harías nacer y harías casa,
donde escanciar los filtros ocultos de un presagio.

III.
Vuelta al revés,
la historia era la historia sin mayúsculas
de este calvario gris que nos legaron,
o un absurdo delirio de símbolos y letras
donde trenzar, gozosos, fatiga con orgasmo
y aprender a escribirnos, en voz alta,
con el nombre común que no nos dieron.

Vuelta al revés,
la historia era la historia sin pronombres
que habríamos leído en las estatuas
de un sueño de verdad,
o en el aire nostálgico que nos mató la vida
antes de que los labios rodaran, boca adentro,
hasta el altar sin sangre de un sacrificio inútil.

Vuelta al revés,
la historia era una historia suficiente,
ajena a la ansiedad del calendario.

2. Proyección del “tú”: El encuentro

I.
Y te encontré en las calles de un sueño de domingo,
con los ojos confusos trepando a los balcones.

Eras germen antiguo; semilla indestructible,
galopando hacia el centro isomorfo del hombre
que viajaba en mi cárcel, ahorcado por suicidio.

Eras forma tangible; rastro corpóreo;
proyección de la idea que habitaba sonora
los armarios oscuros de mi casa sin nadie.

Eras como un espejo;
como un trozo de tela que, antes de ser archivo,
se dispara a ser polvo, gota de luz, fantasma…
la cicatriz que a voces nos confirma en la carne
que tuvimos veinte años casi todos
y algo más que un pañuelo de colillas gastadas.

 

II.
Sin un beso primero; sin un beso;
sin un qué fue tu vida y cuántas las derrotas
y hasta dónde y por qué y cómo y desde cuándo;
sin una noche entera
hablando infatigables de nosotros,
y una cita después, y un relicario,
y una fecha en la frente inolvidable.

Arrojamos a oscuras los dientes del horóscopo
en el cristal feliz de algún escaparate
y nos fuimos creciendo, palmo a palmo,
con las raíces vueltas hacia arriba,
sin un beso primero; sin un beso
ni una sola palabra por los hombros,
limándonos las brumas violentas de la boca.

 

Por el frágil camino de la seda (1991)


… y lo que es hondo gemir
llegará en quedo suspiro.

Para los amigos

 

Después de los diluvios

Persiguiendo la luz del abismo insalvable
que redime la culpa y nos rescata
del cómodo autoengaño,
nos lanzamos sin red a la aventura
milagrosa e incierta del amor.

Las manos sobrevuelan temerosas
senderos conocidos que, al acecho,
sombra y fruta prometen bajo el manto
de nubes ya llovidas y palomas ausentes.

Solo el silencio puede franquearnos las puertas
de palabras no escritas y pájaros que aspiren
a conquistar la frente de las torres más altas.

Enfermo el corazón, inquieto late
por el frágil camino de la seda.

 

Paisaje en la niebla
A Theo Angelopoulos

Paisaje en la niebla. Umbral de ojos.
Zurcir en la mirada las lágrimas vertidas
tras una vida entera
y arrojarte de nuevo a la vida que pasa,
a pesar del profundo e infinito cansancio.

Paisaje que no sabe,
que intuye, que presiente, que indaga, que adivina,
que da golpes a tientas, a golpe de miradas,
de ojos…
Ojos crecidos hasta el rostro
desde el profundo sur de unas pupilas,
engarzadas al corazón del pubis
que, sin medida y tiempo, se abandona.
Nudo de ojos
que, en el hacerse nudo, se descifran.
No hay voz. No hay palabras. No hay historia.
La esponja de mis días se derrama sin freno,
pero el dolor no es líquido, no llega,
no moja los senderos de tu carne desnuda;
permanece enredado
entre las duras fibras porosas de la esponja,
que va secándose, como hato al viento,
en el fuego de la consumación
-consagración del cáliz del misterio.
Prodigio íntimo.
Un hacerse la luz desde la nada:
Paisaje de paisajes en la niebla,
que se van perfilando en uno mismo
a la vez que en el otro.

Descubrirte tú ahora;
sentir cómo tú todo te defines,
te haces geografía sorprendida
para entregarte inédito y lloverte
y humedecer la sed de mi cansancio,
el dolor duro y seco
que no sabes ni sientes ni tan siquiera entonces.
Ojos, los tuyos ahora,
abriéndose a los ojos tan perfectos.
Ojos que se descubren jubilosos,
capaces de mirar.
Ojos primeros, curiosos, inocentes;
apasionados ojos;
ojos inquietos, ilusionados, lúdicos.
Ojos que sé, porque también un día
-hace quizá mil años- fueron así los míos.
Prodigio íntimo. Prodigio inexplicable.
Purísima humildad del corazón
que simplemente late, bombea satisfecho
la sangre de la carne y de la luz.

No existe nada más.
Gota de vida consumada, tan llena en su absoluto.
Esencia del poema.
Después solo el perfume,
una huella indeleble en la pupila,
un tatuaje en los labios, apenas perceptible;
los rizos imprecisos del aroma
disuelto, poco a poco, entre los dedos
de la brisa exterior, el aire de los otros,
testigos de una nueva vital crucifixión
de la que no podrían ser nunca narradores.

Paisaje en la niebla.
Conocimiento en la saliva.
Conocimiento por la piel, herida luminosa y redentora,
involuntario resumen inconsciente de todas las arrugas.
¿Cuál es y dónde está
la insondable frontera que modula
la siempre extraña clave de mi beso?

 

Ausencias

Ausencias y presencias. No hay ausencia.
Ingravidez.
Calor físico de los nombres que definen el mío;
formas que se acomodan, que se acoplan,
que encuentran su volumen en mi cuerpo
y que responden en mí a cualquier llamada
cuando sois vosotros, los amigos,
los que oficiáis el rito precioso del contacto
profundo y duradero.

Siento el mar bramar en mi latido.
Ese mar tuyo y tuyo.
Océano interior
que reúne y acoge vuestros mares distintos.
Neptuno dios vagando en el destierro
con la sombra de un gato que no vio nunca el mar.
Amo del verbo amar.
El sol ha salido de nuevo
y seguirá de nuevo, sin advertir siquiera
que mis ojos son ojos de todos los colores
que los ojos ausentes pintan en mi mirada.

Clave extraña de amor,
encarnada en los poros de la piel recorrida.
Binomio inconfundible de tez sentimental.
Luz y luz;
sol y sol;
luna y luna.
Y el corazón es uno;
y es una la corriente que germina en las venas.
Quizá sean, entonces, los pulmones
los que insólitamente conjuran y conjugan
el bisílabo aliento del amor:
Sol siempre sol
y sol que alienta vida y la consume;
luna de abrazo amigo,
aguadora de brisas con que peinar la calma,
y luna cancerosa, sanguijuela de hogueras;
luz y luz bipolar de agua y espuma.

Ausencias y presencias.
Ingravidez. Soledad de uno solo;
de mágica morera centenaria
que sigue, entre guijarros,
reverdeciendo al aire de una acequia olvidada
sin saber, ni siquiera, si llegará otro niño
en una bicicleta a vendimiar sus hojas
para dar de comer
a gusanos de seda de una sola estación.
Porque una vez pasó, y después otra;
quizá fueron seis veces, siete niños,
ocho o diez bicicletas;
o quizá no fue nunca
y el recuerdo es tan solo recuerdo de un deseo:
deseo milenario del árbol por ser hoja;
de la hoja, por ser manjar bastante
para que, en una vieja caja de zapatos
y en tan sólo tres meses,
se produzca el prodigio nuevamente
de hacer de los gusanos mariposas de seda.

Suena Van Morrison
y no hay nadie que pueda recordar
cómo llegó a mi casa, una noche de invierno,
porque no había nadie allí conmigo,
a pesar de ser muchas ya entonces las presencias
que tatuaban mi holgada soledad de uno solo,
de gato y de morera.
No lo supiste tú, jardín primero,
ni lo sabrás ya nunca tú tampoco,
reliquia venidera, cuerpo sucio que espera
la humedad salvadora de una esponja,
que llueva interminable
noches de reyes magos, de verbena y de flores;
noches de sin dolor, de temblores, de peces,
de inmersión sin asfixia,
aunque por un momento los pulmones
se sientan justo al límite
por haber expirado la última molécula
de oxígeno en el otro.
Sol que da vida y quema.
Oscura luz.
Mal de luna vampírica.
Vértigo de cardenales florecidos
en el silencio ingrávido que espera apasionado
al otro lado siempre del espejo.

 

Rastro último

Te has ido.
Rasgo incierto del aire o la memoria
que se vistió de pez. No queda nada
El polvo se evapora como niebla
y un sol de invierno raya la voz,
dormida todavía en los espejos.
El rastro que has dejado no perturba
la claridad del agua ni las sombras
del beso último
-el beso que no duele ni complace
porque los labios son ya solo cera
de la llama indulgente de otra vida.
No queda nada. Nada.
La sangre espera que el corazón anude
el aliento profundo de la aurora.

¿Será tal vez amor?

¿Será tal vez amor lo que nos queda
-lejos tú ya,
recorriendo tus manos otras nubes de marzo
y yo viviéndote tras la ventana,
tan a tu lado, amor, tan en tu adentro
que quizá ni me sientes ni te enteras,
porque no presumiste jamás de los jamases
que yo pudiera ser parte del agua
que mueve tus molinos?

¿Será tal vez amor este mirarte
mirando cómo miras lo que miras;
este dejarte hacer  y hacer contigo,
sin que tú lo presientas ni lo sepas;
este vivirte, amor, sin que me vivas,
gozoso en el mirarte y en el dejarte hacer,
gozoso en el vivirte?

¿Será tal vez amor el respirarte
sencillamente así como respiro
el aire y las cigüeñas,
la soledad antigua de esta barca caliente,
los libros, los amigos, las fotos, las miradas,
los poemas que hicimos árbol de luz cautiva
sin entender, amor, que la luz no se explica?
¿Será tal vez amor lo que nos queda?

 

 

Cansancio

A veces el camino es un dejar que el cuerpo
prosiga desganado la inercia de un mal viaje.
Paso tras paso y nada.
Apeadero triste.
Paso tras paso y polvo.
Reloj circunstancial paralizado
viendo pasar los trenes y las horas,
que remueven a rachas estelas precintadas
de un ayer tan vencido,
que no sabes siquiera si alguna vez fue tuyo
o si es un sueño más, como es sueño el mirarte
y descubrir que sigues con los ojos abiertos,
a pesar de ese rictus opaco que los vela.

A veces el camino es solo un laberinto,
un desandar lo andado, un tropezar, un tiento;
un dar vueltas al ritmo confuso del poema,
que no fuimos capaces de ensalivar tan solo
y se nos hizo espina de veneno en la boca.

A veces el camino es un desierto frío,
un desplegar las sábanas que no dormirá nadie,
una costra de herrumbre, un sinsabor, un nudo;
un silenciar preguntas
para evitar que el hueso pesado de la vida
se desplome de pronto sobre los hombros frágiles
y nos hunda en la arena letal de los que nutren
un limbo desafecto de ventanas tapiadas.

A veces el camino es solo un sin camino.

 

Por el frágil camino de la seda 

Mientras la luz fallece y tú te escapas,
un gusano de seda
-acaso una luciérnaga-
se estrangula la piel y se interroga.

Todo es silencio y noche.
Ni tan siquiera el bálsamo remoto de una estrella
perfuma la mirada rendida que se hiere
al borde del olvido.

¿Dónde escanciar el triste sedimento
del inmenso cansancio y de las lágrimas?
¿Cómo nacer al aire si se apuró el oxígeno
y la garganta tose fríos hilos de seda,
y no el polvo dulcísimo de los labios radiantes,
que obraron el prodigio del beso en nuestra boca?

Oscuridad de sangre detenida en la pausa
que no anuncia ni el germen clemente de un latido.
Todo es ocaso. Todo es silencio puro.
Un gusano de seda se despeña.
Mientras, la luz se escapa
y tú falleces,
lejanamente ausente e insensible.

Donde la piel no llega (1992)

Para Martin 

Donde la piel no llega

Ahora vete…
Si solo buscas la fácil humedad
del cuerpo solo, del humo y la palabra;
si solo esperas la luz de la mentira,
que a la luz se hace sombra y se evapora;
si abrazas solo un sinsabor de olvido;
si es un acuario acaso lo que buscas
donde alojar los peces que, esclavo tú, esclavizas,
vete ahora -te digo- y no me nombres,
porque no he sido yo ni tan siquiera
el que has creído ver al borde de tu boca.
Mas si es consumación, cuchillo y hueso;
si es sangre insobornable lo que anhela
el sueño más profundo de tu noche,
quédate y no te vayas…
Bésame sin reposo, en carne viva,
antes de que los labios cicatricen el llanto
de la herida final que todo lo consume.
Quédate y no te vayas… ¡quédate!…
si es el oscuro pozo donde la piel no llega.

 

Oración

No me sueltes, amor. Amarra fuerte
el árbol que edificas con tu aliento.
No dejes que la piel se me diluya en charcos
ee mares infinitos, de nubes y de llamas,
ni que el pulso abandone este cáliz de vida
para hacerse partícula de luz inextinguible.

No me sueltes, amor, aunque los ojos
Imploren en el éxtasis la boca de tu espada
y supliquen mojados, enamoradamente,
el abrazo gozoso del agua y de la arena.

No me sueltes, amor, aunque los labios
-esponja viva del grito más profundo-
te pidan con el beso y luego con palabras
que me sueltes, amor, que me derrames
en el eterno cauce del polvo y del olvido.

 

Espejismo

Te he amado los ojos tantas veces;
tantas veces quebré la vertical del sueño
arañando las dunas que anunciaban la orilla
de tus aguas sin sombra; tantas veces tu piel
se me insinuó enterrada, como fruta imposible,
bajo cuerpos de mármol; tantas veces tu boca,
que ahora que te miro -sublime desnudez
entregada a mis dedos, con un gesto consciente
de gozoso abandono- no sé si eres real
o espejismo tan solo de una locura cierta,
que me alumbra la sangre más que la vida misma.

 

No es nada fácil escribirte un poema de amor con las palabras

Escribirte un poema de amor no es nada fácil,
sintiendo cómo el mundo se precipita impune
contra el adiós grotesco de este final de siglo,
tan ajeno al amor como a los pies desnudos
que rozan todavía, estremecidos,
el profundo milagro del pan y de los peces.

Escribirte un poema de amor mientras la tarde
se retuerce en un fuego racista por los patios
de tu casa natal,
triste lecho de pólvora y azufre,
donde los negros y los hispanos sudan
honda pena sin ley ni paraíso.

Escribirte un poema de amor mientras las balas
castigan inclementes la piel de Sarajevo
destruyendo las joyas de un corazón antiguo,
cansado de latir la estupidez del hombre.

Escribirte un poema de amor mientras Argel
improvisa en las calles violentas barricadas
y un bombardeo tiñe de hemorragia a Kabul,
que es ya solo un retazo de papel de periódico.

Aquí, cerca del mar, despiertan las luciérnagas
y las últimas nubes de agua fríase vierten
sobre el tibio rubor que pintan los cerezos.
Huele a Juegos Olímpicos, a Quinto Centenario
y a jornada de huelga. Los niños palmotean
un preludio de sol y largas vacaciones
y un rosario metálico de tristes policías
registra la mirada feliz de las cigüeñas.

Aquí, cerca del mar, el dolor aún se siente
y es apenas la tarde otra tarde de mayo
floreciendo un mordisco de pasión turbadora.
Marlene se nos ha muerto, igual que Bacon.
Tú esperas impaciente las noticias
que blanqueen la senda de tus próximos meses
y yo ando desgranando palabra tras palabra,
intentando escribirte un poema de amor.

Escribir, por ejemplo, que te quiero
y añadir luego un punto con mi nombre
o una rama infinita de puntos suspensivos,
con los que puedas tú trenzar un nuevo código
de luminosa voz impronunciable.
O buscar un adverbio: “eternamente”.
O escribir solo el título: “No es nada fácil
escribir un poema de amor con las palabras”
y dejar a sus pies una página en blanco
-blanco de cuna y cal, de espuma y de gaviota,
de esperma, de saliva, de algodón, de silencio-
para que puedas tú leerla cada noche
con los hermosos ojos descalzos de los niños.

Escribir que te adoro;
que adoro cada fibra del cuerpo que columpias
por las aceras libres de esta ciudad en obras;
que eres tú mi deseo; que pronuncio tu risa
y un vendaval de hierba sepulta mi pasado
y descorchar los párpados de una piel ignorada;
que tu pecho es el cosmos, donde mi mundo brota
a la fuga insabida de la luz invisible;
que las horas recorren el reloj de mis labios
cultivando en la espera la fe de un nuevo beso;
que mi vida se aloja simplemente en tu vida.

O bien no escribir nada
y decirte tan solo, por ejemplo,
que tú y yo estamos juntos, aquí cerca del mar,
y no tenemos Sida.

 

Beso de nada y nadie

Desabrocho tu piel. Beso la sangre
que enamorada abona los cimientos
de las torres de luz en las que habitas.

Desabrocho tu sangre. La desnudo.
Beso el perfume a amor que se derrama
y me lleno la boca y los pulmones
hasta sentirte en mí, como se siente
el dolor o la risa de un latido.

Desabrocho el perfume. Lo desnudo.
Y somos solo tú.
Y somos solo yo.
Beso de nada y nadie que se besa
sin tiempo y sin espacio, eternamente.

 

Carne de julio

Te masturbas al sol bajo las moscas
y la mirada atenta de los ciervos.
Celosa la montaña, te protege;
recorre con sus dedos, complacida,
las grutas sudorosas de tu carne
y, hambrienta de humedades, te devora
en un acto de amor irrepetible.

 

Antes de apagar la luz

Antes de apagar la luz que nos ha visto
desnudos en la cama,
apurando dichosos los licores más dulces
y descifrando a tientas los enigmas
de este amor que me causa tan hondo escalofrío,
que tus ojos me miren fijamente
y me digan que es cierta la roja quemadura
que sella nuestros labios,
y que es cierta esta ofrenda
de vida inacabable.
La oscuridad ya enfila en la ventana
los trenes del olvido
… ¡y es tan larga la noche!

 

DE TE QUIEROS Y OLVIDOS SIMILARES

I.
Eras la antorcha en vuelo; la sirena
a la vida sin trampas abrazada;
contra la muerte, lucha encarnizada;
rebeldía y misterio; frágil vena

imposible de nubes con arena.
Eras hueso y espina erosionada;
sobre un mar nunca visto, madrugada;
oceánico beso y dulce pena

clavada en la garganta de los peces
terrestres. Eras el aire; la amante
siempre sola; la siempreviva roca

barrenada a diario tantas veces…
Y te hicimos palabra -ya es bastante-
para llevarte a ratos por la boca.

 

II.
Oscuro el corazón; el beso, oscuro,
y la piel y la voz y la mirada;
oscura la saliva comulgada
a la luz de tu claro cuerpo oscuro;

oscuro el verde sueño que inmaduro
se me quemó en tu nieve disecada;
oscuro el despertar en madrugada,
anclada en negra noche sin futuro.

Oscura la palabra que ahora muerdo
por dar voz a silencios enterrados
que el tiempo no inundó con el olvido;

oscura la palabra,… y el recuerdo,…
y ese flujo de aromas desterrados
que siguen encontrando en mí su nido.

 

III.
¿Lo importante es ganar? Tuyo el combate,
los laureles, la gloria, la corona
y el cetro que en tu mano desmorona
lo construido a dos. Tuyo el combate

y el fuego infiel que tu victoria late.
Mi vida la derrota me perdona
y mi amor sin reproches te perdona
que vivas el amor como un combate,

donde un amante adora, prisionero,
la cegadora luz del que ha vencido.
Tuyo el combate, pues, mas no el te quiero

que libres empuñamos encendido…
ese hoy lo haces ceniza en el estero,
si es que en la lucha no lo hemos perdido.

 

IV.
Y volver nuevamente al solitario
de las cartas-caricia y los buzones,
en los que ansioso buscas las razones
que den vida al sopor de tu terrario;

y volver nuevamente al solitario
de zambullirte hambriento en los renglones,
que mienten imposibles sensaciones
con roja sangre azul de abecedario;

y volver nuevamente al sin sentido;
a bajar dos a dos las escaleras
con un gesto de sueño mal dormido;

a la pausa, al recuerdo, a las goteras;
al te quiero olvidar, mas no te olvido;
al dar cuerda al reloj, por si me esperas.

 

V.
Si se te hace de noche la mañana
y apenas puedes avanzar un paso
y tropiezas los ojos contra el raso,
mudo y frío, de umbral que te amilana.

Si sombras y humo suda la ventana
que ayer colmó de pájaros tu vaso
y anida en tus pulmones aire escaso
que sorbos de veneno y niebla emana.

Si buscas piel y un garfio te amenaza;
si palabras, y un vendaval sonoro
marchitas frases por el aire traza;

si hambrienta ausencia lames, poro a poro,
y raíz que en las mías se entrelaza;
si es que me añoras como yo te añoro.

 

VI.
Cómo puedo explicar si ni yo entiendo
este ciego universo que nos ata,
que ni obligada ley ni norma acata
y que ajeno a nosotros va creciendo.

Cómo explicar si apenas yo comprendo
por qué a oscuras me pierdo en gruta grata,
sin saber si es locura que me mata
o fiebre que otra luz viene tejiendo.

Cómo explicar deseo sin presencia,
pasión por cuerpo solo imaginado,
delirio que conoce solo ausencia

y amor solo de amor alimentado.
Tampoco Dios se explica sin creencia
ni se entiende el perdón si no hay pecado.

 

VII.
Aunque a veces nos llore la tristeza
por los ojos del vientre o de los ojos,
y nos echen de golpe los cerrojos,
y nos duela el amor o la cabeza;

aunque a veces seamos fortaleza
con el fuego encendido y sin abrojos,
y nos pasen de largo tantos ojos
con un extraño gesto de extrañeza;

aunque a veces seamos como somos:
conformistas, adultos, impotentes,
hipócritas, cobardes,… casi nada;…

aunque a veces seamos como somos,
quiero abrazarme al hombre que aún te sientes
con hambre de ser hombre y madrugada.

 

CLIMOGRAMAS DE ESTACIÓN EMOCIONAL (1993 – 2015)
Para Martin 

 I.
Volar la música que crece entre las algas
de esta casa marina que habitamos
y, una mañana más, ahogarme entre los peces
mientras tú me sonríes en silencio,
lloviendo en mi garganta los días que vendrán.

 

II.
Pellizco tus pezones mientras comes cerezas.
Vas dejando huesitos casi rojos
sobre colillas blancas y ceniza
mientras yo voy contando los lunares
de tu vientre desnudo.
Te estiras como un gato;
te arqueas persiguiendo la humedad de mi boca
y el rítmico estribillos de mis dedos.
Entumece la música de fonde
de un anuncio en la tele
la plácida cadencia de un gemido
y me apartas el pelo de la cara,
rojos también tus labios.
Se estremecen los pliegues de tu piel;
tensas los largos huesos de la noche
bajo una serpentina de músculos despiertos
y de estrellas fugaces.

Definitivamente tendré que hacerme un Facebook
y empezar a colgar alguna foto
que dé veracidad y atestigüe ante el mundo
esta pornografía de emociones
y sentimientos íntimos.

 

III.
Era rito la siesta, y era melancolía,
y era el sueño secreto de un beso prohibido,
que apenas sí podía imaginar
la ansiedad de la carne, que ardía mutilada
una espiga de ausencia entre los dedos.
Penumbra silenciosa de tebeos y libros
leídos a escondidas. Laberintos de piel
y una caricia breve, dulce como la lluvia
que refresca la espalda de una tarde violenta
de verano… Nadie supo jamás
que un día las gaviotas volaron por tu cuarto
febriles espejismos, ni que un caballo rojo
enarboló en su frente tu corazón hambriento
de noche y aventura, para hacerlo horizonte
con que alumbrar tus ojos. Nadie supo que el mar
deshacía tu cama, aunque la tarde luego
fuera tan solo un trozo de pan con chocolate
y un chapuzón en aguas de un río casi seco.

 

IV.
Un niño de mi edad mira por la ventana.
Azul marino el mar se desvanece
en una nube blanca sin arena
y en el cristal la luna
picotea sus dedos y los hiere.

Una lágrima solo nos revela
el dolor que conmueve sus párpados abiertos,
la mirada perdida, el gesto como ausente,
los labios dibujados contra el vaho,
la apenas perceptible arruga de su frente.

Y no puedo decirle todo lo que le espera.
Ni tan siquiera sé si sus ojos me miran;
si puede verme aquí,
con los brazos abiertos y extendidos,
queriéndole dejar leer mi corazón
para evitar que sufra.

Inevitablemente vagará
por los mismos caminos que el tiempo ya me cierra
sin una luz que no sea su luz;
sin una voz que no sea la voz
febril y siempre ciega de la vida.

 

V.
Otoño. Pierden recuerdos líquidos los ojos
que el vendaval arrastra por las calles.
Entre las hojas frías, un osito de trapo,
un corazón escrito en la costura
de un antiguo cuaderno. Una boca,
entre el polvo de algún escaparate.
Sopla la tarde una confusa lápida
sobre el sueño sin sangre de los niños
y una anciana persigue su pasado
en una papelera. Las nubes decoloran
el patio de mi casa. Un cuerpo joven
tutea todavía en el abrazo
la tristeza final de las primeras lluvias.

 

VI.
Los días han perdido
el almíbar caliente de los labios
y los trenes resbalan incansables,
como si fueran trenes de juguete
rodando sin viajeros
sobre un raíl de corcho.

Has cubierto la piel de tu mirada
con el echarpe gris de la costumbre
y apenas ya te asomas a los ojos.

Algo cruje en la sangre… los restos de una espina
tal vez, o la fragancia de un árbol que fue tuyo.

Duelen los huesos,
mas no rezuma el aire
la nostalgia ligera de las lágrimas.

 

VII.
Será solo la luz
y un inmenso desierto de nubes azulísimas
devorando la arena de las horas.
Nadie estará esperando
el suspiro fugaz de una sonrisa
ni la voz que susurra cadenciosa al oído
altas ramas de pájaros sin sueño.

Me pregunto si el cuerpo registrará la huella
de la única caricia
que lo tatuó invisible para siempre
o si será el silencio profundo de las algas
el que invada la sangre
y esparza las cenizas por el aire.

Los poemas V y VI  ni se presentaron al Certamen ni finalmente fueron incluidos en el libro, a pesar de formar parte del poemario,  por haber sido publicados en Barro. Antología Primera (1978-1993).

 

José Ramón Ayllón Guerrero nació en Zaragoza en 1953 y pasó su infancia en Calatorao, un pueblo cercano a la capital aragonesa. Estudió Magisterio y Periodismo y en la actualidad reside en Barcelona. Tras dos premios de poesía y su participación en algunas Antologías durante los años 80-90, decidió permanecer en la invisibilidad hasta hace un par de años en que volvió a dar a conocer poemarios, escritos también por aquellas fechas, que han visto la luz gracias a la concesión de diversos premios literarios.
Ha publicado los libros de poemas Mástil de nubes (Accésit Premio Barro 1981), Donde la piel no llega (Premio Internacional de Poesía Juan Bernier 1992), Geografía ausente (Premio de Poesía Pepa Cantarero 2016), Con las raíces vueltas hacia arriba (Premio Águila de Poesía 2017), Climogramas de estación emocional (Premio Miguel Labordeta 2016) y A caballo entre cáncer y regaliz de palo (Ediciones Oblicuas, 2017). Cansancio y otros poemas, pertenecientes al poemario inédito Por el frágil camino de la seda, obtuvo una Mención en el XII Concuros Literario Bonaventuriano de Poesía 2016 convocado por la Universidad de San Buenaventura de Cali (Colombia). Es también autor de Castillo de tierra (Ediciones Oblicuas, 2017), su primera incursión en la novela. El resto de su obra permanece inédita.
Estos dos últimos años ha sido finalista también en diversos certámenes con algunos poemas y relatos breves que han aparecido en diversas Antologías y a colaborado, a su vez, con algunas revistas literarias.


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