Belén Gonzalvo
Che Guevara se ha convertido en un mito, una imagen simplificada de carácter universal, para la idea de justicia social. Ya no simboliza la revolución cubana. Su famosa foto, la que realizó Korda el 5 de marzo de 1960 mientras miraba el cortejo fúnebre –las consecuencias de un atentado de la CIA-, se ha utilizado hasta la saciedad en camisetas, carteles… Incluso el propio capitalismo que él rechazaba se ha servido de ella por la fuerza que contiene.
Como escribió George Orwell en 1944, “la historia la escriben los vencedores”. Además, proclaman leyes que los favorecen. Sin embargo, quedan personas, los vencidos/as, que tienen que seguir viviendo.
Y eso es lo que observó Ernesto Guevara como médico: la miseria, la pobreza y la injusticia. Enseña a leer y a escribir a combatientes y ellos aportan conocimientos. Hace de médico e interactúa con los campesinos. Es Fernando, el sacamuelas…
¿Qué hubiera pasado si el Che no hubiera tenido asma? Las lecturas desde su cama de niño y las posteriores que fueron nutriendo su sensibilidad, ¿las habría realizado? Mi experiencia con personas con discapacidad me indica que las dificultades crónicas en la salud influyen drásticamente en sus vidas. Conforman su modo de ver y de estar en el mundo.
De esta forma, tenemos el Che con asma, el Che lector, el Che que quiere ser escritor, el Che médico que deja su maletín para ser soldado.
Él mismo relata su cambio de conciencia en 1965: “las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay periodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso”. En 1954, en Guatemala, era un mero observador; en Cuba, terminó su transformación: dejó atrás su mochila de médico cuando tuvo que elegir entre ella y una caja de balas.
Y escribe lo que ve. Todos los días plasma en su diario lo que ha ocurrido o lee.
Escribe poemas, escribe sobre la revolución, escribe cartas… En una de ellas, el 12 de abril de 1960, dirigida a Ernesto Sábato, le confiesa que el título más sagrado, para él, es el de escritor, pero aquel sueño lo había dejado atrás.
Sin embargo, algo dentro de él lo impulsa y va forjando esa faceta poco a poco, día a día, aunque haya elegido otro camino. El pulsión para escribir es más fuerte que la razón… Con cada nueva experiencia el Che pone en orden lo ocurrido, reflexiona, obtiene lecciones y da consejos para solventar errores y no volverlos a cometer. Aprende y enseña, como cualquier otro escritor o escritora que lee y escribe. Podemos leer sus pensamientos en sus escritos e, incluso, un pequeño manual de psicología.
Todo escritor y escritora incluye, incluimos, en los textos nuestra experiencia, nuestra percepción de la vida y de los hechos; muchas veces, sin darnos cuenta, para transmitir, enseñar, aconsejar… Como hizo el propio Che Guevara. Queremos que lean nuestras historias, nuestro mensaje. Él envió un texto a la Unión de escritores y artistas en Cuba. En concreto, Crónicas de la guerra, sobre los sucesos de Sierra Maestra en 1958, que sería rebautizado como Pasajes de la guerra revolucionaria, cuando se publicó en 1975. Llegó a renunciar a sus derechos de autor de ese libro en una carta a Haydée Santamaría: “no puedo aceptar un centavo de un libro que no hace más que narrar las peripecias de la guerra”.
Hay dos tipos de escritores: los que narran desde el sentimiento y los que usan la técnica porque saben qué es lo que gusta a la mayoría de los lectores. El Che es de los primeros. Escribe desde las tripas, desde su asma, desde su sensibilidad. Y leemos realidad.
En otros libros sobre guerras, como pueden ser Sin novedad en el frente, de Lamarque, Imán, de Sender, ¿Por quién doblan las campanas?, de Hemingway, Homenaje a Cataluña, de Orwell, La condición humana, de Malraux… leemos ficción basada en hechos reales. La sensibilidad de cada uno de estos escritores está presente.
Por otro lado, tenemos las guerras, realidades históricas como las revoluciones: la francesa de 1789, la rusa de 1917, la china de 1949, la cubana de 1959… Dejamos atrás otros enfrentamientos entre naciones o entre hermanos…
En los textos de Che Guevara podemos leer la realidad escrita. Che sintetiza y explica, como buen escritor. Se orienta hacia lo práctico y reflexiona a través de sus relatos. Como ya se ha mencionado, quiere que se sepa su historia. Una historia que es real con toda su crudeza.
Sus moralejas, sus consejos quedan ahí. Leemos cómo tiene que “echar broncas” porque alguno de los suyos ha comido lo que no debe; leemos cómo se da cuenta de que tienen que cocinar al abrigo porque el humo atrae a los enemigos; leemos cómo sufre porque ve la cobardía o la traición en algunos de sus hombres; leemos cómo se angustia porque los campesinos tienen miedo de unirse a ellos… Leemos cómo siente la pérdida de sus soldados. A uno de ellos, de apodo Rolando (Eliseo Reyes, de 27 años), el 25 de abril de 1964, le dedica unos versos: “Tu cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma”. Leemos cómo se despide de sus padres, el 1 de abril de 1965: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”.
Durante sus últimos meses en la vida, Ernesto Guevara se comunica con el exterior a través de mensajes cifrados. En uno de ellos, el número 35, se solicita su autorización para usar su firma en un comunicado a favor de Vietnam encabezado por Bertrand Russell. ¿Qué significa este hecho? Que Ernesto Guevara, el Che, era considerado como un pensador culto, como alguien a quien hay que escuchar porque sabe de lo que está hablando.
Hemos hablado del contenido de sus textos; vamos a hablar de la forma. Su lenguaje es culto, su vocabulario, extenso y rico. No le gusta utilizar palabras malsonantes. Su gramática está acorde con la cultura que absorbió de los libros. Entre los suyos propios tenemos: Diarios de una motocicleta, que fue llevado al cine; Pasajes de la guerra revolucionaria, donde se hizo célebre su metáfora “asmático caminar” y que deja entrever su humanidad; La guerra de guerrillas y Diario de Bolivia, el último. Algunos poemas fueron recopilados en una edición de 2017.
Su relato es el de un individuo en soledad, un individuo que tiene que tomar decisiones, organizar a los hombres, llevar el dinero, arengar a las tropas… Un poema suyo lo expresa de la siguiente forma:
“Y sembrada en la sangre de mi muerte lejana
con raíces mudables bajo un tiempo de piedra,
¡soledad!, flor nostálgica de vivientes paredes,
soledad de mi tránsito detenido en la tierra. (1954-1956)
El 21 de agosto de 1964 escribe una carta a León Felipe, a la editorial Grijalbo, en México, en la que le confiesa: “…me afloró una gota del poeta fracasado que llevo dentro y recurrí a usted para polemizar a la distancia”.
Describe paisajes en su prosa y el uso de las metáforas se hace patente en sus poemas. Vuelvo a recordar su “asmático caminar” o “mi materia asmática”, para referirse a sus graves problemas de salud que le impedían dormir o andar, o la “metálica forma”, la sangre que extendió un joven de su grupo en Bolivia.
Lectura, escritura, viajes, observación de la injusticia y sensibilidad conformaron una red difícil de deshacer.
Diarios, notas de lectura, cartas, poemas, reseñas periodísticas, textos políticos… son su legado, un legado que permanece para recordarnos que somos humanos y, por tanto, capaces de las peores pesadillas y de las mejores maravillas. La lectura de sus textos nos recuerda, además, que podemos elegir qué camino tomar.