Esa mujer, esa poeta”, inspirado en el poema: “Un señor, un poeta”, de Miguel Labordeta
Esa mujer, esa poeta que practica esgrima con la mirada, no se sentará jamás en el trono del éxito, no sudará bajo el foco de una cámara en un programa de televisión. Esa mujer, esa poeta que incomoda al sandwichero cultural de turno, que envía al cementerio la bitácora de Mefisto, reunirá en mitad de la noche a todos los girasoles del universo para iluminar el oscuro país que nos divide.
Un día, ella, esa poeta, cansada de nadar entre olas afiladas, se caerá dentro de sí misma para resurgir convertida en volcán. Será su lava, su corazón de fuego, un cráter para la esperanza.
Ese hombre, ese poeta que fumiga las calles de su barrio con palabras de mármol y de heno, morirá cuando llegue el alba número doce mil cuarenta y cinco.
Pero antes, y esto él no lo sabe, habrá tenido tiempo en su corta vida de abrir una fábrica para revolucionarios invisibles, pero con los puños llenos de tormentas.
Tampoco irá al programa nocturno de televisión, ni a la sesión de fotos, ni a la fiesta centenaria o inaugural de un periódico, porque yacerá, junto a la mujer de esgrima en la mirada, dentro del volcán.
Y entonces, y solo entonces, alguien escribirá en la prensa o informará en la radio que ambos, ese hombre y esa mujer, esos poetas, inventaron los truenos de donde nace la fuerza necesaria para escribir libros, para explicar el mundo, para vivir los días sin pedir permiso.
Pocos sabrán que ese hombre, esa mujer, esos poetas, cien años después siguen latiendo en los huracanes de amor que los científicos sueñan. En la muerte líquida que los poemas sueñan. En el hambre de vivir de quienes han sido destruidos antes de tiempo.
Tal vez un día logremos entender que lo extraordinario tiene su propio plato, su hogar, su idioma, su hoguera.
Y que el mundo se disloca cuando impide que crezcan en libertad quienes son y viven diferentes.
Marta Navarro