Por Luisa Miñana

Este texto parte de la conferencia “Ciudades inteligentes. Literaturas conectadas”, que compartí con alumnos y profesores de la Facultad de Filosofía y Letra de Zaragoza, el pasado 31 de marzo de 2017, dentro del ciclo “Lecturas urbanas, pasajes de la ciudad”, organizado por el Máster Propio en Gestión de Políticas Proyectos Culturales, y  patrocinado por el Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social.

 

https://atlas.developmentseed.org

 

 

Este es el atlas que define y representa nuestro mundo actual . No es un mundo fácticamente estructurado y organizado en función de las condiciones geográficas ni de las fronteras y jerarquías políticas o nacionales. Los trazos que determinan el actual atlas humano en la Tierra son los trazos y derivas de la conectividad global (internet, carreteras, aeropuertos, rutas aéreas, marítima, puertos, oleoductos, tuberías, torres de comunicación, satélites …) . Hasta el punto de que ya se comienza a hablar de una disciplina geo-política nueva: la conectografía, que analiza las redes de comunicaciones e infraestructuras que de forma universal y permanente nos han convertido en individuos constantemente en movimiento y comunicados de forma permanente a través del espacio, en tanto que la aceleración de estas conexiones llega a alterar nuestra percepción del devenir temporal hasta el punto de que todo tiempo aparece como tiempo real, y todo tiempo aparenta tiempo presente: “La conectividad ha desencadenado asimismo una revolución cognitiva en virtud de la cual llegamos a apreciar la globalidad como un nuevo estado básico: existe una dimensión global en todas las cosas” (Khanna, 2017: 584 epub, iBook en Ipad Air). Nuestro mundo hoy es un mundo esencialmente “joven, urbano, móvil y saturado de tecnología”, que se explica mejor si apelamos a los parámetros de “incertidumbre, gravedad, relacionalidad e influencia”, en vez de a los ya obsoletos de “soberanía, territorialidad, nacionalismo y supremacía militar” (Khanna, 2017: 64 epub, iBook en Ipad Air).

En la tensión histórica vivida a lo largo de los siglos entre naturaleza no ordenada y urbanidad, hemos optado necesariamente por la urbanización y ordenación de la vida. Como entidad, la ciudad es el modo de organización más duradero y estable de la humanidad. Desde la perspectiva del ámbito de la literatura, del más amplio y determinante de la escritura, y del más extenso de la generación de obras y creaciones culturales, la ciudad es su escenario natural y necesaria condición para su desarrollo. La evolución histórica de la disposición del espacio urbano corre pareja a la del pensamiento filosófico y las estructuras de dominio social y poder. La ciudad es la que proporciona los escenarios principales y los medios de producción para los hechos culturales que, a su vez, en retroalimentación evidente, han ayudado a conformar dicha organización urbana.

 

 

Recreación de las interconexiones en las ciudades inteligentes

Imagen: http://pcworld.com.mx/los-primeros-paso-una-ciudad-inteligente-lo-necesitamos

 

 

En el siglo XXI la identidad de las formas de vida urbanas penetra sin lugar a dudas casi cualquier rincón de nuestro mundo, en mayor o menor medida, gracias a la extensión del intercambio comercial masivo y a las redes de información, especialmente debido a la universalización de dicha redes a través de Internet. Además, las propias ciudades están transformando su morfología y sus ritmos vitales en atención a las mismas redes de información y la automatización de casi todas las funciones y servicios que le son propios, según la manera en que la conectividad digital gobierna ya las redes puramente físicas (alcantarillas, calles, líneas de transporte, cables de conducción, etc.), las cuales siempre han formado parte de la definición estructural y sustancial de la ciudad -como bien explicaba William J. Mitchell (2007: 4).

Vivimos ya una realidad profunda y esencialmente redefinida, asistimos a la génesis de una “ontología dual”, a “la emergencia de una humanidad ya no solo interconectada, hipermóvil, que hace del acceso un valor capital, sino que, de ahora en adelante, está hibridada con sistemas que orientan y deciden comportamientos colectivos e individuales, bajo modalidades todavía discretas pero ya pregnantes, y que están destinadas a extenderse hacia numerosos campos de la sociedad” (Sadin, 2017:60).

Es desde esta realidad aumentada e hiperconectada donde hemos de explicar la existencia de las formas de creación literaria, que se difunden de la mano de las herramientas informáticas, y de manera más generalizada ya dentro del siglo XXI y gracias a la convergencia de medios que supone Internet. Aunque no podemos ignorar, como antecedentes, todos aquellos eventos literarios o relacionados con la creación literaria, que fueron emergiendo a lo largo del siglo XX, ligados a soportes fluidos (radio, televisión, vídeo, etc.) y que ya se construyen con códigos propios, diferentes a las obras concebidas para un soporte sólido, como es el libro, ni tampoco otras importantes manifestaciones de las Vanguardias del pasado siglo que anticiparon con sus propuestas e intuiciones la hibridación y procesos metamórficos entre disciplinas artísticas, géneros literarios y soportes que hoy hace posible, hasta sus últimos términos, si se buscan, el trabajo digital [1]. Las consecuencias de esta transformación social y cultural también afectan, como no podía ser de otra manera, al libro impreso mismo, en cuanto elemento molecular indispensable de lo que ha sido hasta la víspera la construcción de la civilización moderna. La validez del libro como contenedor y organizador de los discursos filosóficos, científicos y socio-políticos que nos han traído hasta hoy es tan potente, que podemos decir que, de alguna manera, de entre los instrumentos más representativos de la civilización industrial en sus sucesivas etapas, el libro es el único que pervive prácticamente tal y como fue concebido a raíz de la invención del tipo impreso, al que podemos considerar como el primer producto industrial, comercializado en serie. La fortaleza del libro como herramienta de difusión del conocimiento, como portador de información fecundante, es tal que sigue acompañándonos (contra muchos pronósticos) en estos inicios de la era digital, con posibilidades reales, creo yo, de integrarse (quizás temporalmente, tal vez de manera persistente, es difícil saberlo) en nuestros sistemas de escrituras y lecturas conectadas, de creatividad intergestionada, aunque por ahora las repercusiones mensurables las estemos observando sobre todo en los aspectos comerciales de la edición[2]. Quizá, no me atrevo a afirmarlo sin dudas, el libro impreso mantiene las distancias con las criaturas digitales porque un intercambio genético más íntimo entre el sistema de conocimiento que  la impresión ha venido representando y la entidad virtual, cambiante y enredada de nuestro mundo actual, evidente en la naturaleza de las pantallas, traería inevitablemente su fagocitación. No obstante, no es algo que se pueda afirmar, aunque sí es posible constatar que el libro ha cedido mucho terreno en su función de vehículo principal en la fijación y transmisión de información y conformación consecuente de los sistemas sociales y de poder, y también, aunque en menor medida, en su sacralizado papel de portador de los relatos culturales, de las narraciones generadoras de identidad cultural colectiva mayoritaria, que hoy en día se produce y fluye masivamente a través de las pantallas y/o la ondas: redes sociales, plataformas compartidas de cine, música, vídeo, incluso redes académicas de difusión e intercambio de conocimiento, que trabajan con penetración más limitada en cuanto al público, pero que son esenciales a la hora de avanzar en la investigación y desarrollo de nuestra mejor comprensión del mundo en el que vivimos.

 

 

Carta náutica de Juan de la Cosa (h. 1500)

 

El papel fundamental del libro impreso comenzó hacia mediados del siglo XIV en la ciudad alemana de Maguncia, en el mismo corazón de Europa. Desde allí la tecnología de los tipos móviles que producía a precios razonables –en cualquier caso mucho más baratos que antes[3]– libros, también más manejables y transportables, irradió imparable por el resto del viejo continente, que ya se consideraba por entonces el centro del universo, tal y como denota la imagen del mundo que representa la carta de navegación de Juan de la Cosa, incorporadas a la misma ya las tierras del continente americano, recién asimiladas como parte del orbe. En este mundo del Renacimiento (a la medida del hombre y de Europa), la ciudad recupera su relevancia y preponderancia como espacio humano de convivencia, que ya le fue propia en la Antigüedad, y también su formulación simbólica a través de los valores que impulsan la traza urbana, fijados en los tratados de Vitrubio, Alberti o Filarete:

 

“En sus planteamientos observamos el predominio de un criterio defensivo y estratégico, la correspondencia de las dimensiones con las medidas del cuerpo humano, la importancia concedida a la perspectiva y a la simetría, así como la relevación dada a la salubridad de los emplazamientos y a la división jerárquica de la ciudad, bien sea de carácter espacial como social, reflejo de esa nueva organización de la sociedad.

En definitiva, surge una preocupación por la ‘forma`, por la ‘imagen`, por el ‘proyecto` de la ciudad –frente al caos acumulativo de la ciudad medieval- que no sólo tenga en cuenta cuestiones pragmáticas de la vida cotidiana, sino que también refleje en ella de manera simbólica –mediante un complejo lenguaje esotérico o hermético- el orden social, cultural y político. De ahí la importancia que cobran el trazado de la muralla, de forma redonda o poligonal a partir de un complejo cálculo matemático, el lugar central ocupado por la plaza principal y los edificios públicos y la ordenada retícula de calles. Centralidad, ordenamiento y jerarquía que vienen a simbolizar el organismo cosmológico físico y político” (Mínguez, Rodríguez, 2006: 26-27).

 

 

La escuela de Atenas. Rafael Sanzio (1510-1512). Estancias vaticanas

 

La escuela de Atenas, pintura mural realizada por el genial Rafael, es posiblemente la imagen más emblemática de la civilización occidental moderna en su aspiración original (y puramente utópica, bien sabemos hoy): un espacio físico urbano central, representado en torno al eje de equilibrio de la perspectiva lineal (que impone un punto de vista único), jerarquizado, por tanto, en altura y profundidad, y dentro del cual se han ido distribuyendo los principales referentes del pensamiento filosófico y científico de la Antigüedad, que representan el principio de autoridad supremo y necesario –significado en las figuras centrales de Platón y Aristóteles-, junto a los contemporáneos que Rafael consideraba pensadores y creadores indispensables. Junto al globo terrestre y algunos instrumentos de trabajo, varios de los personajes aparecen portando libros en actitudes ya absolutamente normalizadas.

La generalización del libro impreso introdujo cambios fundamentales en las formas de acceso al conocimiento y en su difusión, y ello a su vez tuvo consecuencias transcendentales en la organización socio-política y económica de la vida occidental. La “serialización”, racionalización y amplificación del conocimiento a través de los libros impresos está en la raíz misma de la difusión generalizada del pensamiento renacentista, de la reforma protestante (incluso fuera de los territorios donde se implantó mayoritariamente), y del desarrollo de la ciencia moderna y el capitalismo. Pero más allá (o más acá) de esto, el libro impreso implica en sí mismo una forma de organización parcelada y atomizada del conocimiento –enciclopedias-, por un lado, y por otro conlleva la generalización paulatina de la costumbre de la lectura individual y en silencio, ambas cuestiones de suma relevancia para entender, entre otros aspectos, la aparición de la novela moderna, que será la tipología de relato que mejor represente a la nueva sociedad burguesa, alcanzando con ella su momento de excelencia en el siglo XIX.

 

“Como un factor de cambio, la imprenta alteró los métodos de recopilación de datos, los sistemas de su almacenamiento y recuperación y las redes de comunicaciones usadas por las comunidades letradas de toda Europa” (Eisenstein, 1994: 11).

“El libro, como objeto reproducible, pasaba a constituir un instrumento para la organización del conocimiento mediante portadas, títulos, índices, capítulos, paginaciones y bibliografías.” ( Gil Juárez, 2014: cap. III)

“La tipografía facilitó que surgieran formas de acción combinatoria, tanto social como intelectual, lo cual determinó que cambiasen las relaciones entre los hombres del conocimiento y el sistema de ideas” (Eisenstein, 1994: 54).

“Por ejemplo, en un reciente y perspicaz examen del sentimiento de crisis intelectual que recorre los escritos de Montaigne se habla del impacto convulsivo que la Reforma y las guerras de religión causaron en el escritor, así como la ampliación de horizontes mentales motivada por los descubrimientos geográficos y los logros humanísticos. Sería descabellado afirmar que Montaigne, un observador de tanta sutileza, no quedó impresionado por los sucesos notables de su época; no lo es menos pasar por alto la circunstancia que iba a afectar de la forma más directa a su observatorio predilecto. No se puede olvidar que, pasando unos cuantos meses en su estudio de la torre, Montaigne podía consultar más libros que sus predecesores tras toda una vida errabunda… Montaigne tenia a mano un volumen de textos en continuo crecimiento” (Eisenstein, 1994: 52-53).

 

La imprenta propicia la posibilidad de bibliotecas personales, hogareñas, nutridas de un número más o menos importante de volúmenes; algo prácticamente imposible antes de la tecnología de la impresión. Aunque no será hasta el siglo XVIII cuando se produzca la que se ha denominado “revolución de la lectura”, un momento hacia mediados del siglo en el que las propias crónicas contemporáneas hablan de una “fiebre de leer”, “una rabia lectora”. En ese tiempo se constata una profunda transformación en la relación entre el texto y el lector. La imprenta había iniciado el camino de la desacralización ceremonial y comunitaria de la lectura. En el XVIII, la intensificación del mercado libro, “la profunda transformación de los periódicos, el triunfo de los pequeños formatos y la posibilidad de leer sin comprar los libros, a través de las librerías de préstamos, o a través de los gabinetes de lectura, o de las sociedades de lectura” (Chartier, 1999), convirtió la lectura en una costumbre claramente ligada a las nuevas formas privadas de la vida burguesa. Y a este cambio transcendental ayuda mucho la nueva definición de la novela y su exigencia de una lectura intensiva.

“La novela supone un lector, una lectora que va a leerla de una manera particularmente intensiva: leer y releer, recitar, citar, conocer de memoria. Finalmente hay en este tipo de lectura una proyección del lector, de la lectora, dentro de la novela. Se reconoce, se identifica, a los personajes de la ficción. Esta lectura intensiva de la novela finalmente comprometía toda la sensibilidad; los lectores lloraban, los lectores leían en sociedad o solitariamente estas novelas que tenían impacto sobre su sensibilidad” (Chartier, 1999)

 

 

“Mujer leyendo en una ventana”. Julius Garibali Melchers. 1905

 

Se puede afirmar que a la conformación de la identidad moderna del individuo como sujeto autónomo y prioritario, aquel consagrado por la Ilustración y el Romanticismo, a quien “la totalidad del mundo exterior le viene dada como una vivencia interior” (Gottfried, 1999: 27-39) contribuyeron sin duda, juntas y combinadas, la relación física directa entre libro y lector (relación de otredad hacia el libro pero al mismo tiempo de reconocimiento de sí mismo del lector en el libro), y la narración novelada de la realidad.

La segunda mitad del siglo XIX es el momento culminante de este sistema literario, que acompaña a la clases medias en su ascenso a la toma del poder social y político, en el que la ficción se apropia de la realidad y la reconstruye en un universo diferente y especular dentro de los límites de las páginas del libro, obligando a una lectura dentro de la geografía secuencial del índice y cada vez más ejercitada de forma solitaria y aislada por un individuo receptor, en su sala de estar o en su biblioteca, con una sola ventana al jardín o al patio. A esas alturas de la elaboración de los discursos que intentan explicar el mundo, ya se había alzado el muro que separaba con claridad realidad y ficción (la novela se aleja tanto de géneros auto-ficcionales, como el epistolar o la aventura personal, que aún la asistían en el siglo XVIII, como de los romances) y definido el valor casi supremo de una nueva individualidad en continuado combate con la decepcionante realidad. Una realidad incómoda e injusta que en muchas narraciones del XIX se dibuja a través de los durísimos espacios y condiciones de existencia de las ciudades.

La ventana de lectura es en este momento histórico más protectora frontera que zona de intercambio. El arte y la vida han de mantenerse a cada lado de su bisectriz. Y es cierto que por un breve tiempo el equilibrio funciona, todo encaja. Pero, como sucedió con aquellos escasos años de perfecto y ordenado clasicismo renacentista que representan las obras del pintor Rafael, el sistema artístico burgués que sigue teniéndolo a él como modelo útopico insuperable saltará muy pronto por los aires, empujado por fuerzas de todo tipo: científicas (comenzamos a conocer aspectos y comportamientos de la materia mucho más allá de los fenómenos perceptibles a simple vista: relatividad, dimensión cuántica, etc.), técnologicas, sociales, bélicas (el hombre contemporáneo supera sus límites ya no sólo gracias al arte, también a su capacidad para construir máquinas “maravillosas”, pero también “terroríficas”) … Hay una obra y un artista que representa como pocos el nuevo escenario estético, técnico y filosófico: Duchamp y su Gran Vidrio (1915-1923).

 

1952-98-1
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La novia desnudada por sus solteros, o El Gran Vidrio- Duchamp (195-1923)

 

 

El Gran Vidrio es un trabajo permanentemente inacabado. El soporte transparente convierte la obra en un espacio que flota en el mismo espacio en el que podría continuarse. No hay un único punto de vista. Podemos rodear el Vidrio, observarlo desde una pluralidad de ángulos. La perspectiva lineal ha pasado a mejor vida como canon de representación (ya lo había hecho con el impresionismo). Más aún, Duchamp busca romper los límites de la representación plástica y sensible, sitúa en primer plano la relevancia de los materiales utilizados, de la luz como componente sustancial y la implicación del espectador cómplice que habrá de completar con sus sentidos el acto creativo. Además, en sí mismo, el Vidrio fusiona géneros artísticos, incluido un discurso poético y una literatura escrita en forma de libro de instrucciones, y que es por sí un collage de escrituras y materias con un sentido fragmentario y absolutamente matérico. Duchamp demuestra, como ya intuyó Leonardo da Vinci muchos siglos antes (y antes de que se perpetrara la trampa del clasicismo), que todo está conectado, y que toda cosa puede transformarse y ser otra. Ahora la ventana que separaba realidad y ficción, validando así los elementos que debían conformar una y otra, se ha convertido en un lugar de hibridación (el Gran Vidrio nos sirve aquí como metáfora) en el que debemos habitar: la pantalla. Ahora, como los personajes del Gran Vidrio, precisamos indispensablemente de una serie de instrumentos y de la electricidad para conformar nuestros actos e incluso nuestra identidad en el mundo: teléfonos inteligentes sobre todo y como síntesis de nuestra vida conectada y flotante (que no virtual), pero también otros mecanismos que van formando parte de nosotros sin que casi lo percibamos: cámaras callejeras, búsquedas en Google, juegos en línea, etc. ( por supuesto, podemos optar por la desconexión, pero no es un parámetro que aquí nos sirva para explicar las transformaciones que nos conducen al relato del mundo ligado a las nuevas condiciones tecnológicas). Constantemente conectados como estamos, “la noción de realidad/ficción queda sustituida por una hibridación permanente entre imágenes captadas de la realidad e imágenes digitales producidas por sistemas algorítmicos e informatizados” (Obando, 2016, ebook Tagus).

Se ha producido, por tanto, una redefinición de nuestro espacio y tiempo. El relato que le corresponde a estas nuevas condiciones es un relato de relatos, un mosaico y collage que incorpora multitud de relatos intercambiados, entrecruzados, día y noche (voluntaria e involuntariamente) por todos nosotros. Relatos construidos con mensajes de texto y con imágenes, audiovisuales de variado calado, y que lo mismo priorizan historias reales como ficticias, o que manipulan lo real con aportaciones de ficción (los famosos memes, por ejemplo), o que se apropian fragmentariamente de otros relatos previos y no propios, con el mismo sentido de resituar el mensaje con que los artistas de las Vanguardias plásticas en el siglo XX practicaron el ready made y el collage. En general, la gente ya no espera relatos más o menos “oficiales” que expliquen la realidad frente a la cual deben actuar. Armados de sus teléfonos inteligentes, todo el mundo aporta una interpretación desde su esquina personal, añadiendo a la ciudad moderna, como explica Goldsmith, una capa más de lenguaje a las que ya existían, con la característica esencial de que todo ese lenguaje es público (Goldsmith, 2015: 89) y de que a sus emisores no les preocupa en exceso el tema de la identidad; más bien, por el contrario, se constata la clara voluntad de mutación en diversas direcciones cuando se está online, y todas se sienten como auténticas: “la identidad abarca todo un espectro que va desde la autenticidad hasta la fabricación absoluta” (Goldsmith, 2015: 130).

En efecto, mutación permanente e interminable, pero también convergencia de medios y de contenidos (Jenkins, 2008; Scolari, 2013), y de inteligencias individuales que suman sus iniciativas hasta convertirse en un factor esencial del proceso creativo y comunicativo, y del consumo (si nos situamos en parámetros mainstream) [4]. En este universo de escrituras conectadas, el papel del autor se transforma. El proceso creativo se abre tanto a las iniciativas y aportaciones asertivas de un público hiperprotagonista, fan, prosumer, en los productos comerciales o de entretenimiento, como a la participación colaborativa e interactiva más personalizada en obras transmedia y/o digitales que apelan prioritariamente al valor de la estética y la reflexión propios del arte. Como en el caso de la literatura analógica, la diferencia esencial entre ambos “extremos” radica en los objetivos de la obra y en el perfil y cantidad de público que atraerá. La herramientas y los procesos son los mismos. Pero, al remarcar la diferencia entre ligas, quería significar que cuando estamos hablando de historias transmedia, no todas han de ser del tipo The Walking Dead o Harry Potter, con unos recursos al alcance solamente de las grandes compañías de producción, comunicación y edición. Hay historias transmedia realizadas con relativamente pocos medios, que trabajan además la hibridación de géneros, la metamorfosis recíproca entre realidad y ficción, etc.

Un ejemplo de esto último es Plot 28 (http://www.plot28.com), un “universo de ficción total”, como lo denominan sus creadores, que no ha parado de crecer desde su fundación y que nació pegado a las maniobras urbanísticas previas a la Expo 2008 de Zaragoza. Trabajos como Plot 28, además de cumplimentar técnicamente las características del transmedia, trasladan a la naturaleza misma de la literatura los cuestionamientos que la digitalización global ha interpuesto respecto a la vida humana: multiplicación de identidades, confusión ficción-noficción, interconexiones temporales, ubicuidad, …

También es sumamente interesante la relevancia que están adquiriendo los procedimientos transmedia en la crónica y en el periodismo, posiblemente porque la multiplicación de recursos y formatos potencia enormemente las posibilidades de impacto, y porque el transmedia permite el trasvase de acciones entre el espacio online y el espacio offline, particularmente deseable y rentable en el ámbito periodístico. Lo explica bien Fernández-Layos (2017), a propósito de un trabajo de enorme relevancia: “Mujeres en venta” (http://www.documedia.com.ar/mujeres ) .

En todos los casos, desde el punto de vista instrumental, nos vamos a encontrar relatos con capacidad de fluir de un formato a otro, aportando contenidos diferenciados (no versiones), que conformarán un todo final mucho más satisfactorio como experiencia que las partes en sí. Los formatos pueden combinar libros, ebooks, vídeos, audios, blogs, apps para móviles, videojuegos, eventos offline … También necesitaremos como elemento esencial la participación del público, bien constituido como comunidad de fans (si hablamos de espectáculo, entretenimiento), como lectoautores o como comunidad de afectados o colaboradores en el caso de los trabajos periodísticos.

Esta interactividad es una característica de la que igualmente (aunque con otro valor) participa la literatura digital (literatura electrónica, e-literatura, ciberliteratura), que sin embargo, siendo consecuencia de la misma tecnología, se distancia del transmedia en el hecho fundamental de que la literatura digital no puede existir fuera de la pantalla, sus artefactos únicamente pueden existir y evolucionar sobre soporte electrónico.

Si el transmedia entrelaza relatos que transcurren por distintos medios, la literatura electrónica juega con todos esos medios a través de un único soporte, la pantalla, y gracias a un lenguaje común, el algoritmo. La espina dorsal de esta literatura en red y enredada es, sin duda, el hipertexto. El hipertexto es la conexión básica, a partir de la cual hemos construido ese mundo hiperconectado del que hablábamos al principio, nuestro mundo hoy. El hipertexto ha supuesto el quebranto de la linealidad espacial y la diacronía temporal en nuestra manera de pensar, de percibir y en consecuencia de transmitir. A las leyes de la gramática, al construir nuestro lenguaje, hemos de superponer el sentido del hipertexto, que convierte a ese lenguaje en multidimensional, y lo hace no de un modo simulado, lo hace de una forma real y respirable a través de las pantallas, en cuanto que las pantallas son un espacio urbano más para nosotros, vivimos una parte de nuestro tiempo en las pantallas y nos movemos de forma hipertextual a través de ellas.

En esta nueva realidad el lenguaje y la literatura adquieren caracteres nuevos. Las obras que producen tienden a ser no finitas, de duración extendida, muchas veces mutables, modificables (gracias a la naturaleza no estable de su soporte). Hablamos de un lenguaje fluido, transitable, que no necesita un autor referencial, sino que en su continua construcción puede tener préstamos y ser prestado en una espiral de multirrelaciones entre autores y receptores, cuya naturaleza y función son intercambiables, interactuantes, más fragmentarios que intensivos, más apropiativos que inmersivos.

Estas características que construyen la literatura que no se niega a incorporar los instrumentos de escritura que la tecnología le va proporcionando, tienen antecedentes en la experimentación y/o la investigación sobre nuevo sentidos aportadas por buena parte de las más destacadas obras artísticas y literarias aparecidas durante las vanguardias y el modernismo en el primer tercio del siglo XX, como ya apuntábamos más arriba. Para ver algunas de las líneas que nos conducen desde entonces hasta el día de hoy, puede consultarse este mapa-blog:

http://unatiradadedados.wordpress.com

 

en el que he intentado pintar un mosaico de referencias, que sirva de pequeña guía al respecto, fácil de comprenderse de un vistazo.

Sin entrar mucho más allá en las profundas consecuencias que todo ello sin duda desarrollará en nuestras formas de vida y en los relatos que sobre ellas construiremos, (lo cual nos llevaría mucho más tiempo y espacio del que aconseja un artículo), sí me gustaría terminar con una referencia a un texto, que a mi juicio, sitúa bastante bien el momento histórico que atravesamos en el terreno de la creación:

“En 1959 el poeta y artista Brion Gysin planteó que la escritura lleva cincuenta años de retraso con respecto a la pintura. Quizá aún tenga razón: en el mundo del arte, y desde el impresionismo, las vanguardias son maintream (se premia consistentemente la innovación y el riesgo). En cambio, a pesar de los éxitos del modernismo, la literatura ha mantenido lo mainstream y la vanguardia como dos ejes que raramente se encuentran. Sin embargo, las condiciones de la cultura digital han forzado un choque inesperado confundiendo las posturas de ambos bandos. Así, nos encontramos, de repente, todos en el mismo barco batallando con nuevas preguntas sobre la autoría, la originialidad y las maneras de forjar sentido” (Goldsmith, 2015: 38)

 

 


 

BIBLIOGRAFÍA.

 

  • Ariès, Philippe y Duby, Georges (2001) Historia de la vida privada. Taurus.
  • Chartier, Roger (1999) Las revoluciones de la lectura: siglos XV-XVIII. Conferencia dictada el 7 de mayo de 1999 en la Universidad Virtual del Tecnológico de Monterrey (http://revistacolofon.com.ar/roger-chartier-las-revoluciones-de-la-lectura-siglos-xv-xx; consulta 6 de mayo 2017)
  • Duchamp, Marcel (2012) Escritos. Edición española dirigida por José Jiménez. Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores
  • Eisenstein, Elizabeth (1994) La revolución de la imprenta en la edad moderna europea. Akal.
  • Fernández-Layos, José Miguel (2017) La realidad ya es transmedia . Revista Alexia (http://revistaalexia.es/la-realidad-ya-es-transmedia 26 marzo 2017) Última consulta: 28 mayo 2017
  • Gil Juárez, Adriana (coord.) (2014) Tecnologías sociales de la comunicación. Editorial UOC. Edición digital, consultado con Adobe Digital Editions.
  • Goldsmith, Kenneth (2015) Escritura no-creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital. Caja Negra.
  • Gottfried, Benn (1999) El Yo Moderno. Pre-Textos (pp. 27-39 consultables en http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/trece/nubesyclaros/nubesyclaros_Benn.htm; consulta 6 de mayo 2017)
  • Jenkins, Henry (2008) Convergence Culture. La cultura de la convergencia de los medios de comunicación. Paidós.
  • Khanna, Parag (2017) Conectografía. Mapear el futuro de la civilización mundial. Paidós.
  • Mínguez, Víctor y Rodríguez, Inmaculada (2006) Las ciudades del absolutismo. Arte, urbanismo y magnificencia en Europa y América durante los siglos XV-XVIII. Universitat Jaume I
  • Mitchell, W.J. (2007) Ciudades inteligentes. Lección inaugural del curso 2007-2008 de la UOC. Consultado en http://www.uoc.edu/uocpapers/5/dt/esp/mitchell.pdf (fecha última consulta 18.04.2017)
  • Obando Arroyave, Carlos (2016) Perversiones digitales. Ciberactivismo, producción transmedia y cultura hacker. Ed. Universidad de Antioquia. PDF sobre Ebook Tagus
  • Pallarés Jiménez, Miguel Ángel (2003) La imprenta de los incunables de Zaragoza y el comercio internacional de libro a finales del siglo XC. I.F.C. (Versión digital consultable en:
  • http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/27/20/_ebook.pdf)
  • Ryan, Marie-Laure (2004) La narración como realidad virtual. La inmersión y la interactividad en la literatura y los medios electrónicos. Paidós.
  • Sadin, Eric (2017) La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Caja Negra.
  • Scolari, Carlos A (2013) Narrativas transmedia. Universidad de Deusto. Epub sobre Ibook

 

Notas: 

[1] “La informática es la eficacia del símbolo finalmente adquirida, es la ciencia que vuelve a encontrar las funciones iniciales de la magia”, que cumple el sueño leibniziano de equivalencia total entre la existencia y el código … (Triclot, Mathieu. Philosophie de jeux vidéo. París. La Découverte, Zones, 2011; cit. por Sadin (2017): 77 y 105.

[2] Ver, por ejemplo, “El ebook fue sólo el comienzo. ¿Le llegó a la literatura su momento Netflix?La Nación, edición digital, 30 abril 2017 http://bit.ly/2p4zeqW (Lorena Oliva) – Consultado el 1 de mayo de 2017.

[3] “De hecho, la percepción de la labor de la imprenta, para los coetáneos, era pareja a una apreciación económica clarísima. Las horas que Cecilia de Gurrea quería comprar en 1490 le parecían muy caras, segunt el barato que oy hay de libros87. En el testamento de Gonzalo García de Santa María88, escrito de su mano y entregado al notario en mayo de 1519, disponía con cuidado de su biblioteca; heredera de lo que se hallara en su estudio sería su mujer Violante Velbiure, de todos sus libros, fueran de papel o pergamino, manuscritos o impresos, que estuvieran en estantes, cajas, facistoles o en el suelo; fueran en latín, griego o romance, de cualquier facultad, decía que creo valen hoi, ahún con la emprenta, más de cinquo mil sueldos, y valían mas de mil florines de oro antes de la emprenta”. (Pallarés Jiménez, 2003: 35)

[4] https://www.youtube.com/watch?v=ipiEn7-hh5s

El vídeo muestra como se narraría dentro de los parámetro transmedia el relato clásico de La Cenicienta. Es un vídeo dedicado a la estrategia transmedia dentro del marketing, pero sirve muy bien a nuestro objetivo de explicar como se construyen los relatos que forman el puzzle del relato de nuestra sociedad actual.

Autora: Luisa Miñana. Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, especializándose en Historia Contemporánea y en Arte Aragonés del Renacimiento, materia esta última a la que dedicó varios años de investigación con más de una veintena de publicaciones.  Es autora de la novela Pan de Oro (Mira, 2006), el libro-blog La arquitectura de tus huesos (2008-2009), los poemarios Las esquinas de la Luna (Eclipsados, 2009) y Ciudades inteligentes (Olifante, 2014), y ha sido incluida en la antología “Yin. Poetas aragonesas 1960-2010” (Olifante, 2010). Territorio Pop-Pins– novela. (Limbo Errante, 2017). Ha publicado artículos y reseñas sobre temas literarios en revistas y libros. Ha coordinado las jornadas sobre literatura y tecnología Escribit, y el programa de radio sobre literatura y tecnología Electroletras en TeaFm. Forma parte del equipo de Sabara editorial y de la plataforma de publicación on line Literaturame! (literaturame.net).


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