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por Fernando Aínsa

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Hace unos meses el periódico el Heraldo de Aragón incluía en su edición el DVD de la película El tercer hombre (1949) de Carol Reed, un clásico del cine cuyo Cubierta del DVD de la película "El tercer hombre", distribuida con la edición dominical de Heraldo de Aragónguión fue escrito por Graham Greene, aunque para hacerlo había tenido que escribir antes la novela que publicó un año después (1950). Visioné la película y releí la novela comprada en el mercadillo dominical de la Plaza San Francisco de Zaragoza. Lo hice no sólo por el gusto de revivir las páginas e imágenes memorables de esa película filmada en la Viena de la posguerra, sombría y con un blanco y negro contrastado en sombras alargadas de inspiración expresionista, sino porque cincuenta años más tarde, Hugo Burel  **  había publicado la novela El autor de mis días (Alfaguara, 2000), donde el narrador, Rogelio Novalis, se propone mejorar la novela de Graham Greene reescribiendo en su ordenador las mismas páginas y proyectando a su protagonista, Alfredo Wallace, tras las huellas de Harry Lime para reivindicar su memoria.

El patético esfuerzo de este escritor huraño y dipsómano que cambia el nombre de su personaje según su estado de ánimo —Alfredo Wallace fue antes Eusebio Santos y Malloy, sucesivas identidades que sustituye con un simple gesto sobre el teclado— es observado a través de la pantalla por el propio ordenador. Desazonante realidad digital que proyecta a una nueva dimensión del conocido argumento de la película y la novela de Greene. A través de los fríos e impecables circuitos, la silenciosa máquina va registrando los bytes de gestos y palabras, borradas una y otra vez, documentos que se abren, cierran y se extravían en el marasmo de la desordenada reescritura de El tercer hombre.

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“El disco duro lo sabe todo”

Obra tan singular como representativa de la ficción que juega con las posibilidades abiertas por el mundo digital a una nueva y apenas explorada dimensión creativa, la novela de Hugo Burel es un buen ejemplo de la interdependencia de géneros, de nuevas formas narratológicas y no sólo de la hipertextualidad que propone la ficción que incursiona en el espacio cibernético. Una dimensión que favorecen las nuevas tecnologías a partir de lo afirmado hace varias décadas por Julia Kristeva: “la intertextualidad se produce cuando en el espacio de un texto se cruzan y se neutralizan múltiples enunciados, tomados de otros textos”.

El reenvío entre diferentes textos y medios de comunicación  es apasionante, la hipermedia evidente: en un periódico de Aragón se incluye un DVD de una película, recordada por su música —la cítara de Anton Karas— sobre cuyo guión se había escrito una novela que ahora se intenta reescribir en un ordenador que reflexiona sobre ese esfuerzo, diversifica pistas y recuerda que el protagonista de la película de Reed es, a su vez, un escritor de novelas baratas del Oeste, Holley Martins. Como Rollo Martins en la obra de Greene, Holley Martins en la película, Wallace en la novela de Burel todos buscan a Harry Lime —el amigo de infancia—en la Viena ocupada y dividida en cuatro sectores (norteamericano, francés, inglés y ruso) enfrentados por la guerra fría.

Por otra parte, debe recordarse que en la novela de Greene la voz protagónica no es la de Martins, sino la del Mayor Calloway, oficial del sector británico que busca igualmente a Harry Lime, escondido en el sector ruso. La primera persona de la narración se diluye, a su vez, en un coro polifónico de voces, narradores secundarios que cuentan de forma indirecta lo que saben, lo que vieron, lo que creen que sucedió, lo que oyeron al pasar. Confusión y desconcierto en el que no participa el ordenador —el auténtico “autor de mis días”— cuando afirma con seguridad: “como decimos aquí: en el disco duro, todo se sabe.”

Pero hay más. Graham Greene, en el prólogo a la novela publicada un año después de la película, advierte que “El tercer hombre no fue escrito para ser leídoEl tercer hombre. Graham Green, sino para ser visto”, aunque en realidad la escribió antes del guión solicitado por Alexander Korda para un film de Carol Reed. Lo hizo por su confesa incapacidad para imaginar un escenario a partir de las breves líneas que había anotado en el reverso de un sobre. Necesitaba una novela, aunque sabía que sería la base de una película. “El tercer hombre, aunque yo no había tenido la intención de publicarlo —confiesa en ese prólogo— tenía que comenzar por ser un cuento antes de esas transformaciones aparentemente interminables a que iba a estar sujeto”.

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La “compulsiva promiscuidad electrónica”

En la novela de Burel, su protagonista Rogelio Novalis queda abrumado ante esta complejidad y la imposibilidad de mejorar a Greene. Con vehementeEl autor de mis días, novela de Hugo Burel desesperación  se conecta a la Red y se lanza a “esa compulsiva promiscuidad electrónica” donde escribe “mensajes extraños que van a terminar por hacinar el disco duro y sembrar el caos en el sistema operativo”. Allí recibe la advertencia de que se ha “embarcado en alguna especie de patchwork, de rescritura de Greene, cuya finalidad desconozco” y en la que no se ve otra cosa que no sea “la reproducción de párrafos de una novela” leída “hace mucho tiempo”.

Nuevos procedimientos discursivos y transdialógicos se generan a través de la red: intercambio de correos con quienes cuestionan con acritud su vana intención de reescritura, reproches de su ex-mujer, un amigo científico que lo invita razonar sobre su despropósito, presencia de terceros que alteran las relaciones estructurales entre las técnicas de ficción impresa y sus implicaciones con la electrónica, hacen que la lectura de la obra de Burel exija un lector “participativo” atento a los cambios de las voces del autor. Como ha precisado el crítico Jay David Bolter, “la escritura digital no finge al autor múltiple o al lector participativo: los exige”, recordando que desde Laurence Sterne y su Tristram Shandy (1759) hasta Jorge Luis Borges y sus emblemáticos relatos El jardín de los senderos que se bifurcan, Funes el Memorioso y La Biblioteca de Babel no sólo se han producido exploraciones de los límites de la página escrita, sino también posibles modelos que ahora explora y desarrolla la escritura electrónica, apertura y variantes de lectura que ya practicó sobre el papel Julio Cortázar en Rayuela (1963).

Ante esta creciente pluralidad de pistas que abre la novela de Burel, el ordenador se dice indignado: “Mis días actuales han sido expresados en una novela de un señor Greene y en una película de un señor Reed. En todo caso, mi existencia es un tembladeral, un sueño insostenible, una estafa”.

El ordenador que “lo sabe todo”, recuerda que Orson Wells metió mano en el guión de la película y que muchas líneas fueron escritas o improvisadas por él,  algo que reconoció el propio Greene. Es más, la película El tercer hombre fue desde el principio una obra colectiva : del guión a las improvisaciones en el set, a los cambios en el decurso de una filmación: “todo indica un único imperio, el de Reed y el equipo de productores, técnicos, actores y ejecutivos de la empresa que realizó la película”.

Preocupado, el monitor observa a través del cristal de la pantalla “la cara del autor de mis días”, triste y enferma, tal vez tras “una mala noche, de esas en la que se pierde por completo la noción de la dignidad”. Mientras busca infructuosamente “un archivo extraviado en la zona de Documentos ocultos”, Novalis se acerca a la pantalla que oficia de espejo y murmura ante su propia imagen: “Maldito plagiario”, preguntándose “¿Carroña viviente, yo?”, para concluir gritando: “Mejorar a Greene, estúpido engreído”.

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El plagio como migración de ideas comunes

Burel nos sugiere que ese tipo de plagio se da sólo en la literatura y consiste en la existencia de un autor a partir de otro: la migración de una idea común sobre el espíritu a través de almas diversas. De eso trata su existencia —según confiesa el protagonista— “Un devenir infinito impostando identidades, roles y tramas para satisfacción de un juego cuya finalidad esencial ignoro”.

El tercer hombre, Orson WellesDesde el guiño al lector al ilustrar la portada de la novela con un fotograma de Orson Wells extraído de la película, al de encabezar los capítulo con la fechas minutadas de un E-Mail, Burel propone un homenaje a un autor clásico a través del cuestionamiento del proceso de la escritura de nuestros días, explorando los vertiginosos límites tecnológicos con apasionada y curiosa creatividad. Es evidente —como ha escrito Rafael Arza a propósito de El autor de mis días— que “la novela sigue teniendo un futuro próspero, la imaginación no deja de trabajar cuando se presiona el botón power”.

En eso está Hugo Burel y otros autores que hacen de la escritura de lo virtual el tema de sus novelas, como Edmundo Paz Soldán (Sueños digitales, 2000, y El delirio de Turing, 2003), Gabriel Peveroni (El exilio según Nicolás, 2004) y Andrés Neuman (La vida en las ventanas, 2002) y otros a los que nos referiremos en un próximo número de IMÁN.

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**  Hugo Burel (1951) es autor de numerosas novelas y relatos, ha recibido premios en España, Francia, Argentina y Uruguay. En 1995 obtuvo el Premio Juan Rulfo (París) con su cuento El elogio de la nieve. En el jurado estaban, entre otros,  Aline Schulmann (Francia), Augusto Monterroso (México), Emilio SánchezHugo Burel Ortíz (España), José María Caballero Bonald (España) y Alexis Màrquez (Venezuela). En 2001 ganó el VII Premio Lengua de Trapo de Novela, con la obra El guerrero del crepúsculo, seleccionada entre los 10 finalistas del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 2002. La misma editorial publicó en 2003, Tijeras de plata.

En 2009 sus novelas El corredor nocturno y El desfile salvaje recibieron el primer premio del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay. En 2010 se estrenó la película basada El corredor nocturno dirigida y producida por el director español Gerardo Herrero. En 2010 publicó la novela Diario de la arena (Alfaguara). En 2011 publicó la novela El Club de los Nostálgicos (Alfaguara).

El autor de mis días fue finalista del premio Clarín-Aguilar de novela, seleccionada entre las diez mejores entre más de 700 presentadas.

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