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“Hedonism(y) Trojaner“, por Babis Pangiotidis

“Hedonism(y) Trojaner“, por Babis Pangiotidis

“Debemos dejar sentado ya que la realidad es un fenómeno informativo. Que cuando las cosas aparecen, son o llegan a ser, es debido a un fenómeno informativo que tiene que ver con la determinación de un estado que previamente es indeterminado o incierto. En el intrincado fondo esencial de la existencia, aparece la información, el fenómeno por el cual se adopta una forma, o una combinación concreta de elementos, y con ello se desencadena una fuerza de existencia, por así decir. La fuerza informativa es la que determina la realidad.” (Aladro, 2009: 21)

Estamos acostumbrados a escuchar que lo que no está en los medios (de información) no existe. Constatamos así un fenómeno cotidiano, cuya entidad ha ido creciendo conforme lo ha hecho la presencia de los medios y redes de comunicación en todas y cada una de las circunstancias de nuestra sociedad. Trasladado el fenómeno a términos generales de comunicación humana y grupal, constatamos pues que lo que no es contado, lo que no es narrado –de una u otra forma-, no existe, no manifiesta su realidad (sea lo que sea dicha realidad). Concretándonos en el ámbito periodístico, la narración explica y transmite una realidad que antecede a la narración periodística y que ha de ser verificable. Esta es la premisa que alimenta y sostiene la columna vertebral de la práctica periodística, el pacto entre profesionales y sociedad: la credibilidad.

Seguimos todavía necesitando referencias “sólidas”, o al menos con apariencia de ello. Sin embargo, dichas referencias se van diluyendo cada vez más, a medida que avanza la globalización y con ella se han multiplicado por millones las narraciones de realidades factuales o virtuales que se entrecruzan en Internet y compiten por la atención de los lectoespectadores. En este contexto han germinado nuevas practicas, algunas difíciles todavía de catalogar, en las que no deja de existir un componente claro de exhibición y de espectáculo – que actúa al nivel más banal, pero también en el más sustancial de la propia conciencia y de la conformación de las entidades colectivas- (Sibilia, 2012: 15-41).

Y en estas prácticas, construidas en la red como una parte más de nuestra vida social, muchas veces echamos mano de la ficción, mostrando así una referencia para otros que suplanta la convenida realidad. Siempre lo hicimos, ¿no?. La diferencia está no en la actitud en sí, sino en la profundidad de su transcendencia y la capacidad de lo ficticio, primero, de camuflarse como verdad y, a continuación,  de mutar desde hecho simulado a realidad: “Aquello que apreciamos como realidad en el ciberespacio lo es en tanto lo virtual ya no está excluido ni es algo opuesto a lo real. Pero se conforma con ser una ilusión de verdad, algo que percibimos y en lo que acordamos creer, pero que no podemos acreditar sino por contexto y por hábito. Desdibujados los límites, lo que vemos puede ser ficticio y verdad, real de distintas maneras” (Zafra, 2015:68).

Tenemos ya que admitir que hay construcciones ficcionales, ilusiones de realidad, que en el mundo virtual de la red se equiparan mediante pacto a la realidad, que son de alguna forma realidad, o alguna forma de realidad, (como en épocas remotas pudo serlo de igual manera, para quien escuchaba a través de la distancia temporal y espacial, una narración legendaria o un relato de un acontecimiento real, tuneado por la propia transmisión de la información de boca en boca, de lugar en lugar). Si aceptamos ya que nuestra vida va y viene de manera natural de la tierra a la Nube, también deberemos entonces entender que aparezcan, tarde o temprano, en mayor o menor profundidad, recíprocamente en uno y otro lado -cada vez más semejantes- de la vida que hoy vivimos préstamos mutuos de narración pertenecientes a cada ámbito, fáctico y virtual (para entendernos) (Žižek , consulta 27.05.2015)

Poco a poco la comunidad global de emisores-receptores de los mensajes y construcciones virtuales aprende a interpretarlas dentro de este contexto de la Red –la Nube- o del entorno influido por ella (sin que entremos ahora en valoraciones éticas al respecto). E incluso, desde una opción puramente literaria, este nuevo mundo mixto presenta elementos e instrumentos de gran valor creativo. Pero, ¿qué ocurre cuando algunas de estas prácticas, surgidas en la realidad-red, contagian los usos habituales de los medios de comunicación “tradicionales”, -como por otra parte era esperable-?

La ficción siempre ha estado presente a la hora de ayudarnos a explicar el mundo y nuestra propia vida de seres humanos. Y lo ha hecho no sólo como referencia simbólica (o sea legendaria o literaria, o incluso sagrada). Pero, ¿cabría especular acerca de que, apoyada en la potencia nuclear y superlativa de la comunicación globalizada y el peso de la virtualidad, la ficción llegue a equiparar su estatus en el imaginario mundial al de la propia realidad? ¿No está empezando en cierta medida a suceder? ¿No estamos asistiendo a una equiparación entre ficción o simulación y realidad, gracias a la expansión y cada vez mayor penetración en todas las instancias sociales y vitales del llamado –ya desde mediados de los años 90- tercer entorno? (ECHEVERRÍA, 1999). La digitalización ha revelado que aquella naturaleza que pensábamos sólida y diferenciada fenomenológicamente (al menos desde el Renacimiento hasta la era de la física cuántica) no es sino una serie de ecosistemas de informaciones fluidas, un universo comprensible en términos de unidades de información (sea adn o bits), tecnológicamente cada vez más manipulables, en absoluto estable, sino por el contrario permanentemente mutable.

Situándonos, pues, en el camino de lo que ya se denomina sociedad post-humana o post-orgánica (Sibilia, 2012), ¿seguirá teniendo su lugar y su papel la narración periodística? Si así fuera, se diría preciso articular características nuevas, acaso aún por definir, que respondan a esa también nueva y diferente realidad, recuperando los compromisos vertebrales de credibilidad, que ahora corren riesgo de distorsión, tanto por la naturaleza misma del momento de la evolución tecnológica, como por el abuso de poder ejercido por los grupos de poder al instrumentalizar esta tecnología.

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Sin ficción, no hay narración

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“Sin ficción, tú tienes los hechos, los datos, pero no siempre los puedes conectar”. Esta afirmación forma parte de una conversación entre el escritor Jordi Carrión y Joe Sacco, periodista y autor de cómics underground y crónica gráfica, publicada en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia (24.09.2015) en forma también de crónica gráfica (Sagar fue el autor de las imágenes) y que sigue consultable en la web del periódico.

Entrevista a Joe Sacco, por Jorge Carrión y Sagar. Cultura/s, La Vanguardia.

Entrevista a Joe Sacco, por Jorge Carrión y Sagar. Cultura/s, La Vanguardia.

separador_25La ficción, que se genera a partir de una realidad referencial que explica, remeda, mejora o cambia, sirve también para ayudarnos a articular esa realidad que normalmente percibimos y conocemos de forma incompleta. Quienes hemos llevado a cabo trabajos de investigación histórica conocemos bien la incompletitud básica de la historia, de la realidad a la que se pregunta, su fragmentariedad. La narración intrínsecamente digital es directamente fragmentaria; responde especularmente al estado verdadero de la realidad. Pero, sin embargo, y paradójicamente, de alguna manera, necesita de la estructura que le presta la ficción para desprenderse de un estado puramente literario y ser explicada en términos de crónica periodística, o de periodismo informativo incluso. Nuevamente en palabras de Sacco: “La estructura de las tramas. No me interesa tanto cómo se resuelven. En una historia lo que cuenta es la estructura narrativa”.

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Sin narración, no hay historia

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“Estoy buscando a los poetas de Troya, porque Troya nunca nos contó su historia” (Mahmud Darwish, citado por Emadi, 2015).

Troya VIITiene razón Darwish, de Troya siguen sin conocerse muchos datos. Durante siglos la ciudad de Troya permaneció en el imaginario occidental como un referente básico y sustancial de toda una civilización, confiando sin embargo la veracidad de su existencia a lo que de ella decía una narración legendaria y hartamente inverosímil, construida en tres fases: la Iliada, y sus “secuelas”, la Odisea y la Eneida. El de Troya no es el único caso en la historia de Occidente (fijémonos, por ejemplo, en otro más local, la figura de El Cid), pero quizás sí el más paradigmático por su índole de referencia fundacional y por su alcance universal.

Es la fuerza de la trama ficcional del relato legendario de la guerra de Troya la que indujo, casi desde “siempre”, a considerar la existencia real de la ciudad y de ciertos acontecimientos bélicos o catastróficos de alguna índole. Primero fue la leyenda, la ficción. Después, mucho después, la arqueología, la ciencia, basándose en las deducciones que permiten la narración mítica, inician en la segunda mitad del siglo XIX (de la mano de Calvert y Schliemann) una aventura de prospección e indagación y posteriormente una parcial y fragmentaria reconstrucción de la realidad del nivel VII de Troya, aquel que se considera corresponde al momento histórico temporal que devino leyenda y que se sitúa más de tres mil años atrás. Además, esto ha permitido posteriormente, cuando la tecnología ha sido capaz de mayores precisiones, descubrir y estudiar los otros nueve niveles de estratos, testimonios arqueológicos fragmentarios de las diferentes Troyas, destruidas y refundadas sucesivamente en el mismo lugar entre los ríos Escamandro y Simois a lo largo de los siglos.

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La realidad es tan fragmentaria, acaso interminable y muy posiblemente predecible, como la ficción

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“La historia ha sido reemplazada por el infinito flujo recombinatorio de imágenes fragmentarias” (Berardi, en Steyerl, 2014: 13), y yo no diría que esto sea algo negativo, ni mucho menos caótico. Responde sin más al orden aleatorio, sin duración, fungible y tan mimético como mutable de nuestra época y los acontecimientos que el tiempo va precipitando. En este tiempo, que transcurre reventando las costuras del espacio convencional (al menos del espacio sólo tridimendisional, entendido al viejo uso de la geometría, un espacio concretable en escenografía), la lógica narrativa (la historia que contamos con atributos de verdad) diacrónica y causal se rompe en pedazos.

En este sentido, me interesó mucho –a pesar de que considero que fue una producción fallida desde el principio- una serie norteamericana, Flashforward, de la que se emitió una sola temporada en 2009-2010. Basada en la novela homónima de Robert J. Sawyer, comienza cuando la totalidad de la población mundial (excepto algunos contados individuos) pierde el conocimiento durante 2´17´´. En ese breve lapso tienen una visión de 2´17´´de su propia vida exactamente seis meses después, concretamente el 29 de abril de 2010.

La visión del protagonista, el agente del FBI Mark Benford, le muestra a sí mismo delante de un tablón donde ve un puzzle con todos los datos críticos de la investigación sobre el fenómeno (una narración fragmentaria, de datos recopilados aleatoriamente, según el equipo investigador va desentrañando parte del misterio, e hilada mediante hipótesis de trabajo, o sea mediante ficción).

Toda la serie se sustenta, por tanto, sobre esta prolepsis individual y colectiva, un tanto edípica. Por un lado, el protagonista conoce, a partir de su propia visión anticipada de su realidad futura, que él mismo es quien debe hacerse cargo de la investigación del acontecimiento para descubrir sus causas (se supone que algún tipo de experimento científico-armamentístico que se realiza a nivel de física cuántica), y para intentar evitar que vuelva a suceder, pues supone una amenaza. Por otro, se abre en internet una base de datos, llamada “Mosaic Collective”, para que todo el mundo pueda inscribir en ella su flashforward personal, o comunicar si no lo sufrieron, y  así procesar toda la información disponible sobre los hechos. Un mosaico de realidades diferentes y adosadas unas a otras, que va cobrando un sentido para la investigación gracias al procesamiento algorítmico. El algoritmo es aquí pues parte de la trama, la ficción, que ayudará a explicar una realidad.

 Flashforward, Mural de las visiones y la investigación

separador_25Interesa que nos fijemos en que toda la trama de la serie sitúa en el mismo plano la supuesta realidad futurible, -que antes de que sea real conocemos en el mundo onírico (ficcional) del inconsciente-, los acontecimientos que van sucediéndose en la serie –durante el tiempo que se entiende real y presente para los personajes-, y que se ven inevitablemente condicionados y mutados ante la visión del  futuro de cada cual –incluida la muerte, en algún caso-, y las técnicas científicas y policiales de indagación, entre las que es fundamental el procesamiento de datos – y que van marcando el ritmo, la trama, narrativos-.

Por tanto, en Flashforward, por una parte, realidad, inconsciente, sueño y procesamiento de información conforman un entorno indiferenciado, en su caso de magnitud macro y global, pero muy similar a la percepción que hoy en día cada uno de nosotros podemos tener de nuestra propia (des)ubicación identitaria; por otra, se verifica un grado absoluto de extimidad colectiva, pues todo el mundo queda expuesto al narrarse a sí mismo en la base de datos Mosaico, algo que nuestra actual exposición en redes sociales de diverso tipo ha sobrepasado ya con creces. En relación con esto, no diría que fuera descartable que, explorando y procesando todos nuestros datos existentes en la Nube, Google sea ya capaz de pronosticar algunas de nuestras actuaciones futuras, de diseñar algunas posibilidades de nuestro futuro, de generar una realidad a la que adecuarnos en base a los contextos que nos anteceden. Una especie de descubrimiento de Troya a la inversa, primero porque la dirección temporal convencional es la contraria, y después porque la trama algorítmica se aleja de la intención épica, espectacular y catárquica inherente al discurso de la leyenda: “Google es la primera máquina filosófica conocida que regula nuestro diálogo con el mundo sustituyendo vagos presupuestos metafísicos e ideológicos con reglas de acceso estrictamente formalizadas y universalmente aplicables” (Groys, 2014: 194).

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Sin exposición no hay realidad (o la vida editada)

separador_25A pesar de su necesario deber social y político de ser “notarios de la realidad” (una expresión que ya nos suena arcaizante, aunque no nos atrevamos a admitirlo; habría que encontrarle un equivalente que pueda funcionar en la ciberrealidad), los medios de comunicación siempre han sabido muy bien cuál era la enorme fuerza de la ficción. Sobre todo si dicha ficción era comunicada como si se tratase de hechos reales. Son muchos los ejemplos, casi emblemáticos, de ello en la historia de los medios de comunicación, y su legitimidad se ha basado en la inclusión en dicha simulación de algún elemento que pudiera re-situar al receptor en los límites éticamente adecuados entre realidad y ficción.

Por citar dos hitos renombrados de este uso de la ficción con intención de hiperrealidad, habría que volver una vez más a la archifamosa emisión radiofónica de Orson Welles, La guerra de los mundos, o mucho más reciente al fake de Salvados, en La Sexta, sobre el golpe de estado en España el 23 de febrero de 1981. En ambos casos, como en todos los que podíamos traer aquí de su mismo perfil, la confusión entre realidad y ficción sólo se verifica una vez; aunque el programa vuelva a ser redifundido, su ubicación en el terreno de la ficción, utilizada en su caso para poner de manifiesto o cuestionar determinados aspectos de la realidad, ya quedará clara.

Sin embargo, desde hace tiempo la televisión en concreto sabe que la pantalla no necesita de la realidad para existir. Y una vez comprobada la gran capacidad de generación de audiencias, de parroquianos dispuestos a colaborar en el mantenimiento de una realidad pactada desde la ficción y desde la fe, las cadenas de televisión se han lanzado a la construcción y reproducción reformulada una y otra vez de lo que conocemos como telerrealidad o realitys, y que representa el paradigma del transformismo televisivo, gracias al cual una y otra vez directamente se crean ficciones y realidades factibles de ser entrecruzadas y mezcladas en un guión y ser consumidas por el espectador como una única verdad. La televisión “ahora explora el terreno de la autoría, quiere contarnos sus historias de ficción, pero sin renunciar a la verosimilitud que le otorgamos. Nos regala un espejo en el que proyectarnos, pero nos vemos con sus ojos y nos incluimos en un espacio ficticio, tan real como lo fue el País de las Maravillas para Alicia … Ya no se cuenta una historia, sino que se va creando en función de lo que dictan los intereses de la audiencia, si es que aún podemos pensar que la audiencia tiene intereses propios no sometidos a esta nueva dinámica” (Chalmeta, 2014: 3-5). Debido a esta adecuación comercial, los reality adoptan fórmulas narrativas laberínticas, que también podemos observar en las series norteamericanas de ficción: “En la reconversión posmoderna del film como imagen del cerebro se produce una adecuación comercial de la primigenia vocación experimental de la modernidad; se carga el interés, no tanto en el discurso existencial o el trabajo sobre la memoria, como en la maquinaria narrativa y el juego estructural y en la participación del espectador a un nivel no intelectual” (Salvadó, Benavente, 2011: 46)

Sálvame-Olimpo

separador_25Coincido con Chalmeta en que uno de los programas actuales paradigmáticos de esta televisión que distorsiona tanto realidad como ficción es Sálvame, de Telecinco. En él todo es homodiegético, los discursos que se autoalimentan y retroalimentan entre sí, los personajes que son entrevistadores (muchos de ellos periodistas de profesión) y entrevistados, inquisidores y reos, santos o mártires, según paute la maquinaria narrativa y la supuesta deriva que vaya tomando la atención del espectador. De esta manera, no sólo se ofrece como realidad vital algo que no lo es (aquí sí que estaríamos pues ubicados en el nivel de simulación baudrilladiano, por encima de toda referencia), sino que se produce una paulatina destrucción de la identidad de los personajes, cuyas vidas son la materia prima que alimenta la ficción, y en cuyas mismas vidas (fuera de la pantalla) se introduce la ficción cuando la realidad no es suficiente para mantener el espectáculo (en la pantalla): “En este ejercicio de transformación de la realidad, cobra especial importancia la deconstrucción de uno mismo, como el cómplice necesario para la creación de una identidad colectiva que soporte la asunción del personaje televisivo…” (Chalmeta, 2014: 6).

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La realidad importa

Volvamos al comienzo, pero de manera diferente.

Volvamos, pero antes de hacerlo puntualicemos. Del asentamiento arqueológico de Troya podemos afirmar que es una prueba histórica, bien diferenciada al cabo de la magna literatura que nos habló de ella en términos de fabulación, por mucho que hoy en día esta literatura siga contándonos mucho más de aquella civilización que alumbró Troya que las ruinas que hoy podemos ver de la ciudad. Por su parte, Flashforward, o las series de televisión en general, aplican y desarrollan fórmulas narrativas y visuales que aglutinan conceptos, emociones, imágenes, sentidos con los que hemos aprendido a convivir en buena medida a través de nuestras experiencias reales en la Nube digital. Pero no son la Nube y no son narraciones con referencias reales paralelas y directas. Es así. Y finalmente, convengamos, porque aún podemos hacerlo, que la telerrealidad, los reality son televisión, pero no son periodismo. No lo son, por mucho que en algunos casos profesionales del periodismo participen en su realización con entusiasmo.

Pero, ¿y en la Nube? Y cuando digo Nube, no digo solamente Internet en su cara visible. La Nube es la parte real de Matrix, la versión digital de nosotros mismos, nuestra forma de ser como pura, transformable y superpoderosa información:

“En 2013, un tuit falso publicado por hackers utilizando la cuenta de Associated Press, en el que se afirmaba que Obama había sido herido, provocó un ‘flash-crash’ en la Bolsa.

Un falso tuit de una cuenta hackeada propiedad de la agencia de noticias Associated Press (AP) hizo caer en picado los mercados financieros en 2013. El índice Promedio Industrial Dow Jones cayó 143,5 puntos y el Standard & Poor’s 500 perdió más de 136.000 millones de dólares de su valor en los segundos que siguieron inmediatamente a su publicación.

Aunque no todos los tuits son iguales, bajo ciertas condiciones, los mensajes pueden extenderse como la leche derramada en una mesa. Si además hay factores críticos de credibilidad, puede derramarse como si la mesa estuviera levantada de un lado.

Eso es lo que ocurrió en la tarde del 23 de abril de 2013, cuando los hackers irrumpieron en la cuenta de AP (Associated Press) y enviaron el mensaje de que un par de explosiones en la Casa Blanca habían lesionado al presidente Barack Obama.

Como se trata de una organización de noticias de confianza con millones de seguidores en Twitter, el tuit de AP, aunque un hack malicioso, tenía autoridad inherente -y popularidad, siendo retuiteado 4.000 veces en menos de cinco minutos.” (Tendencias21.net)

Es cierto que cualquiera puede hoy poner en circulación una información falsa y hacer mucho daño. Pero también es cierto que, acaso hoy más que nunca el auténtico poder de los medios de comunicación reside precisamente en su factor de credibilidad.

Cualquier profesional de la información periodística conoce bien que los datos son maleables, que la realidad es interpretable, y sabe perfectamente que según cómo haga la pregunta puede dar lugar a una u otra respuesta. Es la forma en la que el periodismo se apoya en la trama, en la ficción, para desvelar con más claridad la realidad.

Pero en esta aún joven nueva realidad que habitamos nuevas, fáciles y disponibles formas de falsa ficción están a nuestro alcance, tentando el poder casi omnímodo de la información. La respuesta a la pregunta que motiva esta retorcida (lo reconozco) reflexión la guardan desde el comienzo Joe Sacco, Jorge Carrión y Sagar:

Entrevista a Joe Sacco, por Jorge Carrión y Sagar (Cultura/s), La Vanguardia

Entrevista a Joe Sacco, por Jorge Carrión y Sagar (Cultura/s), La Vanguardia

J.C.: Tienes razón: la renovación formal se está producción en varios lenguajes. ¿Qué es lo que no se puede perder, lo que hay que conservar?

J.S.: Lo que importa del periodismo es el compromiso. Los hechos importan. La realidad importa. Las víctimas importan. Hay que cuestionar el poder. Esos son los fundamentos morales que hay que defender.

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BIBLIOGRAFIA:

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ALADRO VICO, Eva (2009): La información determinante. Madrid, Tecnos.

CHALMETA CÁRDENAS, Jorge (2014): “El transformismo televisivo. Construcción de la realidad”. Rev. Aularia, vol. 1, pp. 3-10 (http://www.aularia.org/ContadorArticulo.php?idart=149, consultado 01.06.2015)

ECHEVERRIA, Javier (1999): Los señores del aire: Telépolis y el tercer entorno, Madrid, Destino.

EMADI, Mohsen (2015): “La poesía y la experiencia del exilio” (salonkritik.net, consultado 17.05.2015)

GROYS, Boris (2014): Volverse público, Buenos Aires, Caja Negra. Traducción: Paola Cortés Rocca.

SALVADÓ CORRETGER, Glòria; BENAVENTE BURIAN, Fran. (2011): “La imagen-laberinto en la ficción televisiva norteamericana contemporánea. Series de tiempo y mundos virtuales”. En: Pérez Gómez, Miguel A. (ed). Previously On. Interdisciplinary studies on TV series in the third golden age of televisión, Sevilla, Biblioteca Universidad de Sevilla.

SIBILIA, Paula (2012): La intimidad como espectáculo, México, Fondo de Cultura Económica. Edición electrónica, sobre Ipad 2.

(2012): El hombre postorgánico, México, Fondo de Cultura Económica. Edición electrónica, sobre Ipad 2.

 STEYERL, Hito (2014): Los condenados de la pantalla, Buenos Aires, Caja Negra. Traducción: Marcelo Expósito.

ZAFRA, Remedios. Ojos y Capital. Consonni. Bilbao, 2015.

ŽIŽEK, Salavoj. Lo real del ciberespacio. https://comunidadmecs.files.wordpress.com.

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* Este texto se ha construido a partir de las notas utilizadas para la intervención realizada en el V Congreso de Investigación Interdisciplinar. Comunicación e Información, celebrado en Zaragoza (Biblioteca María Moliner, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Zaragoza) los días 23 y 24 de octubre de 2014.


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